Los Bufones de Dios (29 page)

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Authors: Morris West

Tags: #Ficción

Súbitamente, fue como si hubiera recibido el don de la elocuencia. Supo exactamente lo que tenía que decir sobre Jean Marie y de qué manera tenía que decirlo para llegar a los corazones de la gente sencilla. Cuando llegó el momento de explicar la Doctrina de los Últimos Días y cuan importante había sido ésta para Jean Marie, fue lúcido y persuasivo. Se había silenciado a Jean Marie sin darle ninguna oportunidad de defender su posición. Ahora, dijo Mendelius —abogado a pesar suyo— se le debía la justicia de un juicio público.

Pero cuando llegó el momento de contestar la pregunta que le había hecho Anneliese sobre la naturaleza del mal y la forma que adquiriría la Segunda Venida, se vio forzado a una conmovedora confesión.

"…Sé que el mal existe. Me he transformado en una víctima de su poder destructivo. Y ruego diariamente para que se me libere de él. No sé por qué el dolor y el mal existen en un mundo creado por un benevolente creador. La visión de Gregorio XVII describe solamente los efectos de ese mal, pero no ofrece ninguna explicación sobre el misterio de su existencia. Y lo mismo ocurre con la Segunda Venida. No nos dice nada del cómo, del cuándo, del dónde de este acontecimiento, que, para los cristianos, está implícita e irrevocablemente garantizado por la doctrina de la Resurrección… De manera que es perfectamente justo decir que la visión de Gregorio XVII no nos dice nada que no sepamos ya. Pero no desacredita ni a la visión ni al visionario, del mismo modo que un pintor no se desacredita porque nos muestra la luz y el paisaje en una perspectiva nunca vista por nosotros antes. Desearía ser capaz de interpretar el sentido y el alcance del éxtasis de mi amigo, Pero no puedo. Lo único y lo mejor que puedo hacer es mostrar los motivos, buenos o malos, por los cuales se impidió a Jean Marie Barette, papa Gregorio XVII, presentar al mundo su propia interpretación de la verdad… ¿Somos ahora, por eso, más ricos o más pobres? Sólo el tiempo podrá decírnoslo".

Tres días después, con la ayuda de cuatro mecanógrafos y dos traductores, la cosa quedó terminada. Las versiones alemana e inglesa fueron empaquetadas y enviadas al Correo. Las garantías y las copias fotográficas de los documentos fueron debidamente autenticadas. Lars Larsen hizo su último brindis antes de dirigirse a Fankfurt para coger allí el vuelo a Nueva York.

—…Cada vez que he tenido que vender una noticia de este volumen, me he asustado. Siento como si mi mente hubiera dejado de funcionar. Si mi juicio ha sido errado, es decir si me he equivocado, me quedo sin trabajo. Si el autor sólo me da un fracaso ¿qué explicación puedo yo darle a los editores? … Pero esta vez sé que estoy en condiciones de dejar caer mi paquete en el escritorio del editor y de jurar, por la memoria de mi madre, que lo que le estoy entregando vale hasta el último centavo que ha pagado por él… Hemos obtenido un acuerdo a nivel mundial para las publicaciones simultáneas que comenzarán a aparecer el próximo domingo. Después de esto, siéntense a esperar los golpes que no dejarán de venir. Pero ustedes son muchachos muy aguerridos y estoy seguro de que podrán sobrellevarlo bien. Cuando la cosa se ponga caliente recuerden que cada entrevista en la televisión representa dólares, marcos y yens en la cuenta bancaria… Georg, Carl, me saco el sombrero frente a los dos. Lotte; amor mío, gracias por su hospitalidad. Pía, espero que su hombre la lleve a Nueva York. Y en cuanto a usted Professor Meissner, ha sido un placer conocerla. Cuando al final me derrumbe bajo las presiones, espero que se haga cargo de mi tratamiento.

—Usted nunca se derrumbara, —Anneliese Meissner le ofreció su más zorruna sonrisa— por lo menos no hasta que supriman el dinero y vuelvan al sistema del trueque.

—Alégrense de que sea así —dijo Lars Larsen alegremente—. Me gusta el juego, de manera que por eso lo juego bien. Espero que ustedes, muchachos, disfruten tanto gastando ese dinero como yo he disfrutado consiguiéndolo para ustedes. Salud…

La salida final había estado espléndida y Mendelius así lo reconoció. La propia Anneliese ofreció sus disculpas y preguntó si Larsen aceptaría ser su representante para las ediciones americanas de sus libros. Georg Rainer admitió que sentirse rico era sin duda una nueva y muy agradable experiencia. Se resistió a estar de acuerdo con Pía respecto a que habían desaparecido los inconvenientes para que él pudiera casarse, de preferencia con ella. El se limitó a cambiar rápidamente de tema.

—…Hay dos o tres cosas que aún me perturban. Carl. Hemos mencionado a los "Amigos del Silencio'". Hemos introducido la lista de los amigos políticos de Gregorio XVII, pero no hemos ofrecido ninguna conclusión con respecto a ninguno de estos dos puntos. Tarde o temprano seremos pues interrogados con relación a ellos. De manera que continuaré llevando adelante mis investigaciones en Roma y en cuanto se presente algo nuevo, lo llamaré.

—Por el momento yo estaría más interesado en saber si, a su regreso a Roma, usted continúa bajo vigilancia.

--Lo mismo me ocurre a mí. El más estúpido de los espías ha tenido tiempo de sobra para seguir mi huella hasta aquí. Pero ahora que la historia ya está escrita y hay tantas copias de ella circulando por ahí, no veo lo que nadie pueda hacer al respecto. Llevaré a Pía a Bonn para entregar allí un ejemplar intacto. Pero aun si lograran robarnos eso, la noticia sería conocida. La verdad es que no estoy preocupado… sólo curioso. Detesto los cabos sueltos.

Después de eso sólo quedó el apresuramiento de las despedidas y el inevitable anti-clímax. Anneliese se fue pues tenía que cumplir algunas citas en su clínica. Lotte estaba impaciente de poder comenzar a ordenar su casa, de manera que estuviera lista y reluciente para la inminente llegada de sus hijos. Mendelius echó una sola mirada a su maltratado estudio y optó por un paseo por los jardines botánicos donde le sería posible dar de comer a los patos y a los cisnes.

Al día siguiente llegaron los niños. Katrin, esponjada de felicidad, llegó por la mañana. Traía de regalo para su madre un bello y caro pañuelo de seda y para Mendelius la promesa de un cuadro de Franz, una imagen trabajada y lo más exacta posible, de la Place du Tertre. Luego respiró hondo y procedió a contar a sus padres la gran noticia. Ella y Franz habían resuelto poner casa en París. Serían independientes y gozarían de una próspera modestia. Franz había sido tomado a su cargo por un conocido comerciante en arte. En cuanto a ella, tomaría un empleo en una casa alemana de importaciones y exportaciones en París. Sí, ella y Franz habían discutido el problema del matrimonio. Ambos estaban de acuerdo en la prudencia de esperar un poco de tiempo más, y por favor, por favor ¿podrían Mutti y Papa tratar de comprender?

Lotte, profundamente impactada, logró sin embargo guardar su compostura. Fue Mendelius quien trató de razonar con Katrin sobre los problemas que indudablemente no dejarían de presentarse a una pareja no casada afincada en un país extraño en un período de probables y tal vez inminentes trastornos sociales. Sin embargo, por algún motivo, los argumentos de Mendelius carecían de convicción y esto se debía al hecho de que en el fondo de su corazón él se sentía aliviado de verla a ella a salvo de la amenaza que pesaba sobre todos mientras permanecieran en Tübingen. El deseaba que ella pudiera gozar de toda la dicha que la vida pudiera ofrecerle antes de la llegada de los tiempos oscuros y del derrumbe del mundo.

Finalmente se acordó que Lotte iría con ella a París para ayudarla a encontrar un apartamento y verla instalada y que Mendelius tomaría las medidas para que ella dispusiera de un capital personal que la ayudara a subsistir en el caso de que su aventura de amor terminara mal. Los tres interlocutores estaban conscientes —aunque ninguno se atrevía a decirlo— de que en el fondo lo que estaban discutiendo era un problema de supervivencia fríamente mirado y evaluado, y que se habían puesto de acuerdo sobre las mejores condiciones posibles para permitir que la familia continuara unida y solidaria, y para que el fermento de los viejos cariños y tradiciones continuara trabajando en medio de esta insatisfactoria situación.

Más tarde, mientras Katrin empacaba y se preparaba a partir, Lotte se dejó llevar por su pena y lloró quietamente en tanto que Mendelius se esforzaba por encontrar palabras de consuelo para ella.

—Comprendo cuan frustrada te sientes,
schatz
, pero al menos, de esta manera la familia continuará unida y si algo anda mal para Katrin ella recurrirá a nosotros… Sé cuánto te hubiera gustado una boda de blanco y un nieto al año siguiente. Me temo que al contrario eso no me hubiera gustado. Y puedo decir que estoy contento de verla aún libre y también satisfecho de tener el dinero suficiente para hacerla independiente…

—Pero es tan joven, Carl, y París parece estar tan lejos.

—En estos momentos mientras más lejos, mejor —dijo Mendelius con amargura—; nosotros dos podemos cuidar el uno del otro, pero lo último que yo desearía es que nuestros hijos se transformaran en rehenes. Seca esas lágrimas ahora y sube a hablar con ella. Te necesita tanto como tú la necesitas a ella…

Y así cuando llegó Johann la tranquilidad había vuelto al hogar y todos se hallaban prontos para escuchar e interesarse en los pormenores de sus aventuras en el retiro alpino que había descubierto. El mostró fotografías y habló entusiasmado de las posibilidades que ofrecía el lugar.

—…La entrada al valle está escondida al final de un sendero de leñador. Es un largo y angosto desfiladero que se abre luego en este, extraño valle que tiene la forma de un hacha cortada en medio de la cumbre de la montaña… el lago está rodeado de pastizales que tienen por lo menos un metro de altura y están asentados en excelente tierra… los bosques están llenos de ciervos, que sería conveniente seleccionar. La caída de agua está allí… y a la izquierda se encuentra la entrada de los boquetes hechos en la vieja mina cuyas galerías tienen casi media milla de largo, con abundantes pasajes naturales que no quisimos explorar, porque carecíamos de entrenamiento y de material apropiado.

Mendelius lo dejó hablar y luego le hizo la ruda, necesaria pregunta.

—¿Continúas interesado en adquirir el lugar y desarrollarlo?

—Interesado, indudablemente. Pero desarrollar eso costaría un montón de dinero. Para comenzar se necesita mano de obra tanto para la tierra como para la construcción; se necesita asesoramiento de expertos en construcción, alcantarillado y aun en cultivo alpino. He estudiado algunas cifras. Aunque sólo nos limitáramos a arrendar el lugar, costaría alrededor de trescientos mil marcos transformarlo en algo habitable. Y sé naturalmente que no tenemos ninguna posibilidad de reunir ese dinero.

—Supongamos que podemos. ¿Qué sucede entonces?

Johann meditó sobre la pregunta de su padre y a su vez le hizo otra.

—¿Me he perdido algo mientras estuve afuera?

—Te has perdido muchísimo —le dijo Katrin tristemente—. Estos padres nuestros han estado enredados en algunos asuntos de carácter explosivo. Más vale que le cuentes todo desde el comienzo, papá.

Mendelius se lo contó. Johann escuchó con intensa atención, hizo pocas preguntas, en suma escondió sus sentimientos, como siempre lo había hecho. Finalmente Mendelius llegó al agregado último de su historia.

—Como resultado de lo que he escrito sobre la abdicación de Gregorio XVII, he ganado una gran cantidad de dinero. En consecuencia ahora tenemos libertad para pensar más abiertamente en nuestro inmediato futuro. Naturalmente hay hechos que escapan a nuestro control. Es posible que antes de doce meses estemos en guerra… De todos modos Katrin y tú serán llamados probablemente al servicio militar en septiembre próximo.

—Si nos llaman —dijo Johann sombríamente— no habrá mucho futuro que discutir.

—Podría haber —dijo Mendelius con helado humor —si ustedes están interesados en transformarse en campesinos de los Alpes. Porque los trabajadores agrícolas y los propietarios por regla general son eximidos del servicio militar… Si tienes un verdadero interés en adquirir esa propiedad en Bavaria, hazlo ahora y comienza inmediatamente con tus planes de desarrollo. Podría ser un refugio tanto como una propiedad productiva.

—Es un precio endiabladamente alto de pagar por un refugio contra las bombas —Johann se había quedado pensativo— para no mencionar los costos del desarrollo. Pero sí, creo que la cosa vale la pena pensarse. Mamá puede venir a vivir allí y Katrin y Franz. De todos modos necesitamos gente que trabaje.

—…Cuéntale lo otro Carl, —dijo Lotte interviniendo en la conversación. —Esto puede esperar.

—¿De qué se trata, padre?

—Hay algunas personas que desean matarme, hijo. De manera que mientras permanezcamos aquí en Tübingen, estaremos todos en peligro. Y es por eso que pienso que deberíamos dispersarnos y ustedes partir de aquí. Tu madre irá a París a ayudar a Katrin en su instalación allá. Si tú, a tu vez, aceptas mi oferta respecto de esta propiedad, esto también te saca de aquí.

—¿Y tú, padre? ¿Quién cuidará de ti?

—Yo lo cuidaré —dijo Lotte— y he cambiado de idea respecto del viaje a París. Si Katrin tiene edad suficiente para tomar un amante en vez de un marido, también tiene edad suficiente para encontrar algún lugar donde habitar y buscar sus propios muebles. Tú y yo nos quedaremos aquí. Carl… Johann puede resolver lo que mejor le parezca.

—La verdad, hijo, es que preferiría, con mucho, verte fuera de la Universidad. —Mendelius, bruscamente, estaba ansioso de convencer a su hijo. —La situación aquí no puede sino empeorar. Las autoridades desean tener informes secretos sobre todos los estudiantes y se ha pedido a los miembros de la facultad que contribuyan a proporcionar esta información. Naturalmente me he negado y esto significa que tarde o temprano, si logro sobrevivir a los asesinos, me encontraré bajo el fuego cruzado de los chicos de la seguridad.

—Me parece —dijo Johann con deliberación— que todo esto se está montando sobre la creencia en la idea de que la guerra total es inevitable.

—Muy cierto. Así es.

—¿Y tú realmente crees que la humanidad cometerá tamaña monstruosidad?

—La humanidad tendrá muy poco que decir al respecto… —dijo Mendelius. —De acuerdo con la visión de Jean Marie, la guerra ya está claramente inscrita en el libro de nuestro futuro. Y es por eso que en Roma no pude ponerme de acuerdo con él. Por otra parte, todo lo que veo y escucho me dice que las naciones están siendo arrastradas por una pendiente infernal a una inevitable confrontación sobre el petróleo y las fuentes de recursos naturales y que el riesgo de conflicto crece con cada día que pasa. ¿Qué puedo decir entonces, a mis hijos adultos? Vuestra madre y yo tenemos detrás de nosotros la mayor parte de nuestra vida. Por eso quisiéramos facilitar la plena libertad de ustedes respecto de la elección de su futuro,

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