—Pero Franz quiere casarse contigo —objetó Lotte—. Me dijo que te lo había pedido varias veces.
—Sí, quiere casarse conmigo. Pero lo que él desea es una Hausfrau, alguien que lo haga sentirse bien y a salvo, que lo alimente y le asegure que es un genio. Yo rehúso desempeñar ese papel y tampoco quiero llegar a ser dependiente de él. El tiene que aprender que somos socios a partes iguales tanto como amantes.
—¿Y qué sucederá —preguntó Johann con una sonrisa— si él no aprende tan rápido como tú lo deseas y te gustaría, hermanita?
—Entonces, gran hermano, encontraré a otra persona.
Lotte y Mendelius intercambiaron las lastimosas miradas de los que se sienten completamente sobrepasados por la conversación. Mendelius preguntó.
—¿Y tú, Johann? ¿Has pensado en lo que te he propuesto?
—He pensado muchísimo en ello, padre, y me temo que la idea no resultará, en lo que a mí respecta.
—¿Por algún motivo especial?
—Uno y solamente uno. Me estás ofreciendo comprarme una situación que yo creo que debo trabajar por mí mismo. Odio la idea de una guerra. La veo como una enorme y horrible futilidad. No desearía ser llamado para cargar armas, pero, por otra parte creo que no soy nada especial ni excepcional como para no compartir el mismo destino común de mis pares. Deseo en consecuencia, permanecer en medio de lo que me corresponde, al menos el tiempo suficiente para ver si pertenezco a lo establecido o a la oposición… Creo que no me estoy explicando muy bien. Agradezco tu preocupación por mí, pero en este caso va mucho más allá de lo que deseo o necesito.
—Me alegro de que seas tan honrado con nosotros, hijo —Mendelius se esforzaba por ocultar su emoción—. No queremos, nunca hemos pretendido, manejar tu vida. Creo que el mejor regalo que podamos darte es una plena libertad y la conciencia necesaria para usarla bien… De manera que ruego a mi familia que me permita hacerle una pregunta. ¿Tiene alguien alguna objeción que oponer a mi intención de comprar el valle?
—Vuestro padre tiene también su sueño propio —Lotte extendió su mano para coger la de Mendelius—. Cuando se retire desea fundar una academia para estudiantes graduados, un lugar donde los académicos ya decanos puedan reunirse y compartir las experiencias y conocimientos de toda una vida. Y si desea probar eso, bien, yo lo apoyo.
—Me parece que es una idea estupenda —Katrin estaba llena de entusiasmo—; siempre le estoy diciendo a Franz que es preciso continuar a lo largo de toda la vida arriesgándose a cosas nuevas. Si uno se queda en la seguridad y la rutina pues se pone añejo y mohoso.
—Tienes mi voto, padre —Johann miró a Mendelius con un renovado respeto. Y si puedo ayudar para levantar el lugar en los primeros tiempos, cuenta conmigo… Y si las cosas se ponen demasiado duras en la Universidad, siempre te queda la opción de un temprano retiro.
—Bien. Lo primero que haré por la mañana será llamar a los abogados para que comiencen a negociar con la Grafin. La próxima semana pienso darme una vuelta para conocer la propiedad. Me gustaría que me acompañaras, Johann.
—Por supuesto.
—¿Y qué hay de ti, Lotte? ¿Te gustaría venir?
—Más tarde, Carl. Esta vez es preferible que vayas solo con Johann. Katrin y yo tenemos bastante quehacer con nuestros propios asuntos.
—Me siento realmente excitado —Mendelius comenzó a exponer sus proyectos. —Me gustaría hablar con un buen arquitecto, alguien bien especial que se interese particularmente por el ambiente de la vida…
—Estamos hablando con mucha calma y mucha lógica —dijo Lotte abruptamente— pero tengo el terrible presentimiento de que la vida no resultará exactamente tal como la estamos planeando.
—Probablemente no,
schatz
; pero debemos esperar y actuar como si fuera a ser lo que creemos. A pesar de las profecías de Jean Marie, yo sigo creyendo que podemos influenciar el curso del acontecer humano.
—¿A tiempo, por ejemplo, como para prevenir una guerra?
En la voz de Lotte había sonado una nota de subyacente desesperación. Se hubiera dicho que estaba esperando que sus hijos le fueran súbitamente arrancados de aquella misma mesa. Mendelius le lanzó una rápida y preocupada mirada y dijo, con mucha más confianza de la que en realidad sentía.
—Sí, a tiempo. Tengo aún la esperanza de que la publicación de nuestro reportaje el domingo logre atraer la atención sobre la urgencia de lanzar nuevas iniciativas de paz.
—Pero —insistió Johann— la mitad del mundo nunca verá lo que has escrito, padre.
—Todos los jefes y personalidades del mundo lo verán —insistió Mendelius con el secreto anhelo de arrancar a Lotte de su sombrío estado de ánimo—, todos los servicios de inteligencia leerán el material y lo evaluarán… No subestimes nunca la capacidad de difusión de una noticia, aun de la más pequeña… Bien, ahora por qué no limpiamos la mesa y lavamos la loza. La televisión está transmitiendo la Flauta Mágica y vuestra madre y yo desearíamos verla…
Cuando la obra iba por la mitad, sonó el teléfono. Era Georg Rainer, hablando desde Berlín.
—…¿Carl? Creo que he descubierto la identidad de nuestros espías aficionados. Me parece claro, ahora, que monseñor Logue dio la voz de que nosotros pensábamos trabajar en esta historia y pienso que la vigilancia tuvo por objeto establecer fehacientemente que así era. Ahora el Vaticano ha resuelto publicar su propia versión de la abdicación. Habrá una declaración oficial de tres mil palabras que saldrá a la luz en la edición del martes del Osservatore Romano. Eso significa que nosotros saldremos antes y que alguien se pondrá furioso por el error en el tiempo de la publicación… Entiendo que el texto de la declaración del Vaticano será entregado a la prensa el lunes por la tarde. Si hay en ella algo que afecte nuestra posición, lo llamaré de nuevo…
—¿Qué dicen sus editores de nuestra historia, Georg?
—Están muy excitados. Lo que es interesante es que en estos momentos hay en nuestra oficina un mercado de apuestas sobre el tipo de reacción que la historia producirá en el público.
—¿Y qué dicen las apuestas?
—¿Quién será el héroe de la historia? ¿El Vaticano o el ex-papa? Al escuchar las conversaciones, no sé ya que pensar… Estaré de regreso en Roma el lunes por la mañana. Lo llamaré desde allá. Cariños a Lotte.
—Y a Pía.
—Oh, casi me olvidaba decirle. Hemos resuelto comprometernos. O por lo menos Pía lo resolvió y yo di mi consentimiento un tanto renuente.
—Felicitaciones.
—Preferiría ser pobre y libre.
—Al diablo con eso, Gracias por llamar, Georg.
—¿Quiere que coloque una apuesta en su nombre en nuestro mercado papal?
—Diez puntos en favor de Gregorio XVII. Tenemos que sostener a nuestro propio candidato.
Una semana más tarde llegó el veredicto. El informe Rainer-Mendelius de la abdicación había sido recibido con enorme interés por el público, y por los sabios con calificado respeto. Había consenso —un tanto renuente, pero consenso al fin— en que "clarificaba muchos puntos que el relato del Vaticano diluía en una vaga diplomacia". También se planteaba la idea de que tal vez los autores "habían inflado una crisis de la burocracia religiosa hasta la dimensión de una tragedia global".
El London Times, en un artículo escrito por su Editor Católico Romano, ofreció el compendio más equilibrado del asunto.
"…Los autores, cada uno dentro de los márgenes de su campo propio, han escrito un honrado relato, Su historia está cuidadosamente documentada y sus especulaciones se basan en una lógica razonable. Han llevado la luz del día a algunos de los más oscuros corredores de la política vaticana. Y si han tendido a exagerar la importancia de una abdicación papal en la historia del siglo veinte, se puede decir, en defensa de lo que han hecho, que la ruinosa majestad de Roma puede jugarle malas pasadas a la más juiciosa imaginación.
"Donde no exageran, sin embargo, es en su creencia en el perenne poder que tiene una idea religiosa para despertar las pasiones humanas e incitar a los hombres a las acciones más revolucionarias. La prontitud y unidad con que los hombres que dirigen la Iglesia Católica Romana estuvo preparada para actuar en contra de lo que ellos percibieron como la renovación de una antigua herejía gnóstica, constituye la mejor prueba de su sabiduría colectiva. Constituye asimismo la mejor prueba de la profunda espiritualidad del papa Gregorio XVII que estuvo dispuesto a retirarse antes que permitir que la asamblea de fieles corriera el riesgo de dividirse.
"El profesor Carl Mendelius es un académico muy sobrio y de reputación mundial. El homenaje que rinde a su viejo amigo, héroe de la historia, nos lo muestra como un hombre ardiente y leal y con un toque de poeta. Es lo suficientemente ponderado para reconocer que las políticas humanas no pueden ser dirigidas por las visiones de los místicos. Y es lo suficientemente humilde para saber que las visiones pueden contener verdades que, a riesgo propio, preferimos ignorar.
"En cuanto a Gregorio XVII, su desgracia ha consistido en haber intentado escribir prematuramente el epitafio de la humanidad. Así como su suerte ha estado en que la memoria de su reino haya sido escrita con elocuencia y con amor…"
Mendelius era demasiado inteligente para no percibir la ironía de la situación. Con la ayuda de Georg Rainer había levantado un monumento en honor de un viejo amigo, pero el monumento había resultado ser una tumba, bajo la cual yacían enterrados para siempre los últimos vestigios de la influencia y del poder que Jean Marie podría haber conservado. Nadie podría haber prestado un mejor servicio al nuevo pontífice y a su política que el que le había prestado Carl Mendelius. En consecuencia era natural que los esfuerzos que había llevado a cabo con este fin, hubieran hecho de él un millonario y le hubieran otorgado una reputación mundial que sobrepasaba con mucho sus méritos académicos. Pero la más amarga nota de ironía provino, para Mendelius, de la carta de agradecimiento que Jean Marie le escribió desde Monte Cassino.
"… Le agradezco, desde el fondo de mi corazón lo que ha tratado de hacer. Ningún hombre podría haber tenido mejores abogados ni amigos más intrépidos. La verdad ha sido relatada con comprensión y misericordia. Ahora se puede cerrar este capítulo para que la Iglesia pueda reanudar, tranquila, sus labores.
"De manera que usted no debe hablar como si todo estuviera perdido. La levadura está trabajando en la masa y las semillas, esparcidas por el viento, germinarán cuando llegue el momento… Y en cuanto al dinero no lo mire usted con mala voluntad y espero al contrario que gaste una parte de él en Lotte y los niños.”
"Tenga paz, querido amigo y espere por la palabra y por el signo.
Suyo siempre en Cristo Jesús. Jean Marie".
Lotte, que leía la carta por sobre su hombro, le revolvió el cabello y dijo suavemente.
-Déjalo así, amor mío. No te preocupes más. Hiciste lo mejor que pudiste y Jean lo sabe. Nosotros, los de esta casa, también te necesitamos.
—Yo también te necesito,
schatz
—le cogió las manos y la dio vuelta para que lo enfrentara. -Me he mezclado más de lo conveniente con el ancho mundo. Soy un académico y no un periodista… me alegro de que las clases comiencen mañana,
schatz
—dijo Mendelius.
—¿Tienes ya todas tus papeles preparados?
—Casi todos —levantó un atado de hojas mecanografiadas y rió—: este es el primer tema para este semestre. Mira el título: "La naturaleza de la profecía".
—Hablando de profecía —dijo Lotte— te ofreceré una. El viaje de Katrin a París con su Franz dará mucho que hablar aquí y correrán los chismes. ¿Qué piensas hacer al respecto?
—Diles a las chismosas que se lancen al Neckar —dijo Mendelius con una sonrisa—. La mayoría de ellas entregó su virginidad en un barquichuelo varado bajo un sauce.
Carl Mendelius tenía la costumbre, cada día, durante el curso del semestre académico, de salir de su casa a las ocho y media, bajar luego por la Kirchgasse hasta el mercado donde procedía a comprar, a la más vieja vendedora de la plaza, —una abuela mal hablada de Bebcnhausen— una flor para su ojal. Desde allí sólo había dos cortas cuadras hasta el ilustre colegio al cual siempre entraba por la puerta sudeste que se abría bajo las armas del duque Christoph y su lema Nach Gottes Willen "De acuerdo con la voluntad de Dios'". Una vez adentro, iba derecho a su estudio y allí permanecía media hora estudiando sus notas y controlando los memorándums que le llegaban de la administración de la Universidad, que hacía llegar regularmente a sus profesores. A las nueve y media en punto se encontraba en su cátedra en el aula con sus notas claramente expuestas frente a él en su atril de profesor.
Aquella mañana, primer lunes del semestre, antes que abandonara la casa, Lotte le recordó la advertencia de la policía respecto de la necesidad de variar su ruta y sus procedimientos habituales. Mendelius se alzó de hombros con impaciencia. Las elecciones posibles se limitaban a tres calles. Y sus clases siempre comenzaban a las nueve y media. Los cambios que podían hacerse no eran, pues, muchos. De todos modos, y siquiera por aquella primera vez, quería llevar una flor en su ojal. Lotte lo besó y lo miró alejarse de la casa.
El rito de la llegada se realizó sin incidentes. Durante diez minutos se detuvo en el cuadrángulo para conversar con el rector del colegio y luego se dirigió a su estudio que, gracias al cuidado de la encargada, estaba inmaculadamente limpio y ordenado y olía a cera y lustramuebles. Su traje académico colgaba detrás de la puerta. Su correspondencia estaba sobre el escritorio. El horario del semestre se hallaba claramente prendido a la caja de despachos. Sintió un súbito alivio, casi como una liberación. Este era su hogar. Aun con los ojos vendados podía reconocerlo todo y guiarse, no obstante, con paso seguro.
Abrió su portafolios, revisó el texto de su clase del día y luego se dedicó a su correspondencia. La mayoría consistía sólo en comunicados rutinarios, pero le llamó la atención un envoltorio bastante voluminoso que llevaba el sello del presidente. La inscripción era un tanto siniestra:
"Privado y Confidencial — Urgente — Entregado por mensajero".
Desde la reunión de la facultad, el presidente había estado estudiadamente silencioso respecto a todas las materias referentes al debate que había tenido lugar aquel día, y no era del todo imposible que deseara montar un escenario de batalla con cada cosa claramente expuesta por escrito. Mendelius vaciló sin embargo antes de abrir la misiva. Lo último que deseaba era que algo lo distrajera de su principal objetivo que era en aquel momento la primera clase del año académico. Finalmente, avergonzado de su propia timidez, deslizó un cortapapeles debajo del sello que cenaba el paquete.