Read Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin Online

Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin (15 page)

—¡Oh, pobre, pobrecito
Tim
! —se lamentó Jorge, en tanto las lágrimas rodaban por sus mejillas—. ¿Crees que estará bien, papa?

—Sí, porque oí a los hombres hablar de él más tarde. Al parecer, lo tienen encerrado en alguna de las cuevas —respondió su padre—. Poco tiempo después, vi que uno de ellos buscaba entre las provisiones algunas galletas de perro, de manera que creo que esta vivito y coleando y además hambriento.

Jorge exhaló un suspiro de alivio. Volvería a ver a su
Tim
sano y salvo. Avanzó unos pasos en dirección a las escaleras que, según su opinión, debían comunicar con otra caverna.

—Voy a buscar a
Tim,
papa —dijo—. ¡Tengo que encontrarlo!

CAPÍTULO XVII

¡Tim, al fin!

—¡No te vayas, Jorge! —llamó su padre con autoridad—. Vuelve aquí. Tengo algo muy importante que decirte. ¡Ven aquí te digo!

La muchacha regresó a su lado sin poder reprimir un movimiento de impaciencia. Estaba ansiosa por encontrar a
Tim
dondequiera que se hallase. ¡Debía encontrarlo en seguida!

—Ahora, atiende —dijo su padre—. He ido anotando en un cuaderno todas las fases de mi gran invento. ¡Los intrusos no lo han encontrado! Quiero que tú lo pongas a salvo, en tierra firme. Es de la mayor importancia, Jorge. Es imprescindible evitar que caiga en sus manos. Si esos hombres llegasen a apoderarse de él, estarían en posesión de toda la información que necesitan.

—Pero, ¿no han averiguado nada, observando tus alambres, las máquinas y los instrumentos? —interrogó Jorge.

—Conocían ya una gran parte —replicó su padre— y se han enterado de mucho más desde que están aquí dentro. Por fortuna, aún no saben lo bastante. No me atrevo a destruir mi cuaderno de notas, porque, si algo me sucediera, mi gran idea quedaría completamente perdida. Así, pues, Jorge, no queda otro recurso que confiártelo a ti. Debes llevarlo a una dirección que te daré y entregarlo a la persona que te reciba.

—Es una terrible responsabilidad —se preocupó Jorge, un poco asustada ante la idea de salvaguardar un cuaderno que significaba tanto, no sólo para su padre, sino incluso para el mundo entero—. Pero lo haré lo mejor que pueda, papá. Me esconderé en alguna de las cavernas hasta que los hombres vuelvan y me deslizare otra vez por el pasadizo hasta la entrada, correré hacia mi bote y regresaré a tierra firme. Entonces entregaré tu cuaderno de notas y encontrare ayuda para ti.

—¡Buena chica! —exclamó su padre, dándole un abrazo—. Francamente, Jorge, te estas portando con tanto valor como si fueras un muchacho. Me siento orgulloso de ti.

Jorge pensó que aquella era la cosa más agradable que su padre había dicho jamás de ella. Sonrió agradecida.

—Bueno, papá. Iré a mirar si consigo hallar a
Tim
ahora. Sólo quiero comprobar si sigue bien antes de ocultarme en una de las otras cuevas.

—Muy bien —contestó su padre—. El hombre que cogió las galletas se marchó en aquella dirección, hacia el interior del mar. ¡Ah! Y a propósito, Jorge, ¿cómo es que estas tu aquí a medianoche?

Por primera vez desde que se habían encontrado, su padre parecía darse cuenta de que Jorge también tenía una historia que contar. No obstante, la niña comprendía que no podía permitirse perder ni un momento más si pretendía encontrar a
Tim.

—Ya te lo contare más tarde, papa —dijo—. ¿En dónde tienes la libreta de apuntes?

Su padre se levantó y se dirigió hacia el fondo de la cueva. Paso la mano por una negra cornisa formada por la roca. En el acto encontró lo que buscaba.

Saco una pequeña libreta, cuyas páginas eran de un papel muy fino. La abrió y Jorge pudo ver un sinfín de diagramas muy bien dibujados y páginas y más páginas de apuntes, realizados con la pequeña y cuidada letra de su padre.

—Aquí lo tienes —dijo su padre blandiendo el cuaderno—. Cuídalo lo mejor que puedas. Si algo me sucede, este cuaderno permitirá a mis compañeros de trabajo llevar a feliz término mi idea. En él los autorizo para comunicar mi descubrimiento al mundo entero. Si logro salir con bien de esta, me agradaría volver a recuperarlo, porque ello implicaría no tener que repetir de nuevo todos mis experimentos.

Jorge cogió con reverencia el precioso cuaderno y lo escondió en el bolsillo de su impermeable, que era muy grande y profundo.

—Lo pondré a salvo, papa, descuida. Ya no puedo entretenerme más. Iré a buscar a
Tim
inmediatamente, o esos hombres llegaran antes de que pueda ocultarme en otra de las cuevas.

Sin demorarse más, salió de la caverna en que estaba su padre y se metió en la contigua. No había nada en todo el recinto. Descendió por el túnel, que ahora seguía un sinuoso trazado, formando vueltas y recovecos en la roca.

De pronto, a lo lejos, oyó un débil sonido. ¿O quizás un gemido? Si, realmente era un gemido.

—¡
Tim
! —gritó Jorge con ansiedad—. ¡Oh, Tim! Ya voy.

Tim
ceso de gemir en el acto y prorrumpió en estruendosos y alegres ladridos.

—¡Guau, guau, guau, guau!

La muchacha estuvo a punto de caerse al lanzarse a todo correr por el estrecho túnel. Su linterna ilumino una gran pared de piedra, que parecía ocultar una pequeña cueva, al final del pasadizo. Detrás de la pared,
Tim
ladraba y escarbaba frenético.

Jorge tiro de las rocas con todas sus fuerzas.

—¡
Tim
! —jadeaba—. ¡
Tim,
te sacare de aquí! ¡Ya llego! ¡Querido Tim!

La piedra se movió un poco. Volvió a tirar de ella. Su peso era superior a sus fuerzas. No alcanzaba a sacarla del todo. Sin embargo, la desesperación le proporcionaba una energía que parecía imposible pudiera desarrollar. De pronto, la piedra giró, resbalando hacia un lado. Jorge apartó los pies justo a tiempo para evitar el ser aplastada por la inmensa mole.

Tim
termino de ensanchar el agujero. En su alegría, derribo a Jorge, que cayó al suelo cuan larga era, abrazada a él. El perro le lamía la cara gimiendo y ella sepultó su nariz en el espeso pelaje, rebosante de júbilo.

—¡
Tim
!, ¿qué te han hecho?
Tim,
he venido tan pronto como he podido, te lo juro.

El animalito gemía una y otra vez de gozo, y seguía lamiendo y babeando a Jorge, como si no le fuera suficiente con tenerla a su lado. Hubiera sido difícil decir cual de los dos se sentía más feliz.

Por último, la niña empujó a
Tim,
separándolo con firmeza de ella.


Tim,
tenemos un trabajo importante que hacer. Hemos de salir de aquí, remar hasta tierra firme y traer ayuda.

—¡Guau! —respondió
Tim.

Jorge se levantó e ilumino con la linterna la pequeña cueva donde habían encerrado al perro. En su rápido examen, descubrió un tazón de agua y algunas galletas. Los hombres no lo habían maltratado, si se exceptuaba el hecho de haberle echado un lazo y medio ahogarlo cuando le capturaron. Palpó con delicadeza su cuello, pero, salvo una ligera hinchazón, no parecía tener daño alguno.

—Ahora apresurémonos. De momento, volveremos a la caverna de papá y después buscaremos otra cueva más allá, para escondernos hasta que los dos hombres vuelvan de la torre. Entonces nos escurriremos hacia la habitación de piedra y remaremos a tierra firme. Llevo un libro muy, muy importante aquí en mi bolsillo,
Tim.

De pronto,
Tim
gruño y los pelos de su nuca se erizaron. Jorge se quedó tiesa y escucho atentamente.

Una voz severa llego hasta ella, procedente del pasadizo.

—No sé quién eres ni de dónde has llegado, pero si te has atrevido a desatar al perro, le pegare un tiro. Pronto sabrás que no estoy hablando en broma. Aquí hay algo que te lo puede demostrar. ¡Tengo un revolver!

Un ruido atronador restalló de pronto al apretar el hombre el gatillo, y una bala reboto en el techo, en algún lugar del túnel.
Tim
y Jorge por poco se mueren del susto.
Tim
habría saltado al pasadizo, pero su ama lo mantenía firmemente sujeto por el collar. Tenía mucho miedo. Sin embargo, no cesaba de pensar en cuál sería el mejor sistema para salir del apuro.

El eco del tiro resonaba todavía. ¡Era terrible!
Tim
interrumpió al fin sus gruñidos, mientras Jorge no osaba ni siquiera moverse.

—¿Bien? ¿En qué piensas? —dijo la voz—. ¿Has oído lo que te he dicho? Si has libertado a ese perro, le pegare un tiro y en paz. No pienses que voy a cambiar mis planes ahora. Y tú, quienquiera que seas, haz el favor de acercarte por el túnel y dejar que se te vea. Pero te advierto una cosa. Si traes al perro contigo, ¡será el fin del animal!


¡Tim!
Escucha,
Tim,
corre y ocúltate en donde puedas —cuchicheo la chica con aire perentorio.

De rubito, recordó una cosa que la lleno de desesperación. ¡El precioso cuaderno de notas de su padre! ¿Y si se lo encontrasen encima? A su padre se le partiría el corazón al saber que su maravilloso secreto había sido descubierto al fin.

Apresuradamente, la chica cogió la delgada libreta y se la alargo a
Tim.

—Cógelo con la boca y llévatelo,
Tim.
Vete y escóndete hasta que yo pueda ir a buscarte. ¡Rápido! ¡Vete,
Tim,
vete y guárdalo bien!

Con gran alivio por su parte,
Tim,
con el libro entre los dientes, se volvió y desapareció por el túnel que se adentraba en el mar. ¡Como deseo que consiguiese ponerse a salvo en algún lugar seguro! El pasadizo no podía prolongarse mucho más. No obstante, quizás antes de llegar a su término,
Tim
se pudiera esconder en algún hueco oscuro y aguardarla.

—¿Vas a venir hacia aquí o no? —exclamó la voz en tono airado—. Lo sentirás si me obligas a ir a buscarte. Iré disparando todo el camino.

—¡Ya voy! —gritó Jorge con voz apagada. E inicio una abatida marcha por el pasadizo. Pronto vio un destello de luz y durante un momento quedo deslumbrada por una potente linterna. A su aparición siguió una exclamación de sorpresa.

—¡Cielos! ¡Si es un muchacho! ¿Qué estás haciendo aquí y de dónde has salido?

El pelo corto de Jorge había hecho creer al hombre de la linterna que se trataba de un chico. La muchacha no se molestó en sacarlo de su error. El hombre llevaba un revolver, pero lo soltó al comprobar que el enemigo no parecía demasiado peligroso.

—Solo he venido para rescatar a mi perro y encontrar a mi padre —dijo ella con voz suave.

—Bueno… No creo que hayas sido capaz de mover aquellas piedras tan pesadas —dijo el hombre—. Un chiquillo como tú no puede tener tanta fuerza. Y, desengáñate, tampoco podrás rescatar a tu padre. Lo hemos cogido prisionero. Sin duda tú no lo viste.

—Sí que lo he visto —respondió Jorge, regocijada al pensar que el hombre estaba seguro de que no poseía el suficiente vigor como para apartar las grandes piedras. No pensaba decir una sola palabra sobre
Tim.
Si el hombre pensaba que seguía encerrado y quieto en la pequeña cueva, tanto mejor.

De pronto, escucho la voz de su padre, que la llamaba ansioso desde algún punto situado detrás de su captor.

—¡Jorge! ¿Eres tú? ¿Estás bien?

—¡Si, papa! —respondió la chica, suplicando a Dios que no se le ocurriese preguntarle nada sobre
Tim.
El hombre le hizo señas de que pasase delante de él y se encaminaron a la caverna en que se hallaba su padre.

—Le devuelvo a su hijo —dijo el hombre—. ¡Es un pequeño idiota! Tenía la pretensión de liberar a ese perro salvaje, sin saber que le encerramos en una cueva, con un gran muro de piedra delante.

Otro hombre apareció por el lado opuesto de la cueva. Se sorprendió al ver a Jorge. El otro le explico:

—Cuando venía hacia aquí oí un ruido que salía de detrás de esta cueva. El perro ladraba y alguien hablaba con él. Encontré a este niño, intentando liberar al perro. Puedes tener la seguridad de que hubiera matado al perro, si lo llego a encontrar libre.

—¿Pero cómo consiguió llegar hasta aquí el chico? —preguntó el otro, todavía sorprendido.

—Puede ser que nos lo explique si se lo preguntamos —dijo el primero.

Y entonces, por primera vez, el padre de Jorge se enteró de como ella había llegado a la isla y por qué.

La muchacha les explicó que había tratado de localizar a
Tim
en la habitación de cristales de la torre a través del telescopio, y que, al no verle, se había intranquilizado mucho y empezó a sospechar algo. Siguió después contando como había remado en su bote hasta la isla durante la noche y les había visto salir por la chimenea, que había entrado por el pasadizo, siguiendo por el hasta encontrar a su padre.

Los dos hombres escucharon en silencio:

—Bien. Para nosotros no constituyes más que un nuevo estorbo —dijo al fin uno de los hombres—. Pero, ¡palabra!, tiene usted un hijo como para sentirse orgulloso de él. No existen muchos chicos tan valientes como para correr tanto riesgo ni aun por su padre.

—Si, de verdad estoy muy orgulloso de ti, Jorge —exclamó su padre. La miró con ansiedad. Ella sabía en que estaba pensando. ¿Qué habría sido de su precioso cuaderno? ¿Habría sido tan lista su hija como para esconderlo? No se atrevió a tranquilizarlo, ni siquiera por señas, mientras los hombres estuvieran presentes.

—Ahora, examinemos las nuevas complicaciones que nos acarrea tu hazaña —dijo el otro hombre, mirando a la niña—. Si tú no regresas a casa, pronto lo advertirán los demás, te darán por perdido y se formaran una serie de patrullas de socorro, que recorrerán la comarca de cabo a rabo. Incluso puede ser que envíen alguna aquí, a la isla, para dar cuenta a tu padre de la desaparición. ¡No nos conviene que aparezca nadie por aquí! ¡No, por lo menos hasta que sepamos lo que necesitamos saber!

Se volvió al padre de Jorge:

—Si usted nos dice lo que queremos saber y nos entrega sus documentos, le dejaremos en libertad. Le daremos una suma de dinero y desapareceremos sin causarles más problemas.

—¿Y si prefiero callarme? —preguntó el sabio.

—Entonces, me temo que nos veremos obligados a destruir todas sus máquinas y la torre. Y posiblemente nunca llegarán a encontrarles, porque quedarán sepultados debajo de esta —dijo el hombre, con una voz que sonó con extraña dureza.

Se hizo un silencio de muerte. Jorge miró a su padre.

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