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Authors: Agatha Christie

Los cuatro grandes (14 page)

—¿Y cuánto tiempo llevaban jugando cuando ocurrió la tragedia?

—Debió ser alrededor del tercer o cuarto movimiento cuando de pronto Wilson cayó sobre la mesa. Parecía fulminado por un rayo.

Poirot se levantó para marcharse. Aunque formuló su última pregunta como si careciera por completo de importancia, yo sabía que no era así.

—¿Comió o bebió alguna cosa?

—Un whisky con soda, me parece.

—Gracias, doctor Savaronoff. No le molesto más.

Iván se hallaba en el vestíbulo, dispuesto a acompañarnos hasta la puerta. Poirot se quedó retrasado en el umbral.

—¿Sabe usted quién vive en el piso de abajo?

—Sir Charles Kingwell, un diputado, señor. Aunque ha sido alquilado recientemente.

—Gracias.

Al salir nos sumergimos en la brillante luz solar invernal.

—Poirot, la verdad es que no creo que su actuación haya sido muy brillante en esta ocasión. Sus preguntas me parecieron fuera de lugar.

—¿Lo cree así, Hastings? —me miró con aire suplicante, y añadió—: Sí, es verdad, me sentí
bouleversé
. ¿Qué habría preguntado usted?

Consideré la cuestión cuidadosamente y luego expuse a grandes rasgos mi plan a Poirot. Él parecía escucharme con gran interés. Mi monólogo duró casi hasta llegar a casa.

—Excelente y muy completo, Hastings —dijo Poirot, mientras introducía su llave en la puerta y me precedía al subir la escalera—. Pero completamente innecesario.

—¡Innecesario! —exclamé asombrado—. Si el hombre fue envenenado...

—¡Vaya! —exclamó Poirot abalanzándose sobre una nota que se hallaba encima de la mesa—. Es de Japp. Lo esperaba.

Me la entregó. Era un mensaje breve y concreto. No se habían encontrado vestigios de veneno y nada parecía indicar de qué forma había muerto el hombre.

—Ya ve —dijo Poirot—, nuestras preguntas hubieran sido completamente innecesarias.

—¿Adivinó esto de antemano?

—«Prediga el probable resultado de la mano» —recordó Poirot un reciente problema de bridge al que yo había dedicado mucho tiempo—.
Mon ami
, cuando uno tiene éxito en una cosa así, no se dice que lo ha adivinado.

—No sea quisquilloso —dije con impaciencia—. ¿Había previsto esto?

—Sí, en efecto.

—¿Por qué?

Poirot metió la mano en el bolsillo y sacó un alfil blanco.

—Se ha olvidado de devolverle su alfil al doctor Savaronoff —exclamé.

—Está en un error, amigo mío. Ese alfil sigue todavía en mi bolsillo izquierdo. Este otro lo tomé de la caja de ajedrez que
mademoiselle
Daviloff tuvo la amabilidad de permitir que examinara. El plural de un alfil es dos alfiles.

Pronunció la «s» final con un gran siseo. Yo estaba completamente desconcertado.

—Pero, ¿por qué se lo llevó?


Parbleu
, quería saber si eran exactamente iguales.

Los dejó en la mesa uno junto a otro.

—Bien, por supuesto —dije yo—, son exactamente iguales.

Poirot los miró con la cabeza ladeada.

—Le confieso que lo parecen. Pero uno no debe dar ningún hecho por sentado hasta que lo haya podido comprobar. Tráigame por favor mi pequeña balanza.

Con infinito cuidado pesó las dos piezas de ajedrez. Luego se volvió hacia mí con la cara iluminada por el triunfo.

—Estaba en lo cierto. Ya ve cómo tenía razón. ¡Es imposible engañar a Hércules Poirot!

Se precipitó hacia el teléfono y aguardó con impaciencia.

—¿Es usted, Japp? ¡Ah! Es usted. Aquí Hércules Poirot. Vigile al criado Iván. De ningún modo deje que se le escape de entre las manos. Sí, sí, tal como le digo.

Colgó el auricular y se volvió hacia mí.

—¿Todavía no se ha dado cuenta, Hastings? Se lo explicaré. Wilson no fue envenenado sino electrocutado. Una fina varilla de metal atraviesa cada una de estas piezas de ajedrez. La mesa estaba preparada de antemano y dispuesta en un determinado lugar de la habitación. Al colocar el alfil sobre uno de los cuadrados de plata, la corriente pasó a través del cuerpo de Wilson, matándole instantáneamente. La única huella que dejó en el cuerpo de Wilson fue una quemadura eléctrica en su mano izquierda, porque era zurdo. La «mesa especial» era un mecanismo extremadamente ingenioso. La mesa que yo examiné era un duplicado perfectamente inocente. La reemplazaron por la otra inmediatamente después del crimen. El mecanismo fue accionado desde el piso de abajo que, recuerde, fue alquilado amueblado. Pero por lo menos tuvo que haber un cómplice en el piso de Savaronoff. La muchacha es un agente de los Cuatro Grandes, que trabaja para heredar el dinero de Savaronoff.

—¿E Iván?

—Tengo muy fundadas sospechas de que Iván es nada menos que el famoso Número Cuatro.

—¿Cómo?

—Sí. Se trata indudablemente de un maravilloso actor. Lo que entre la gente de teatro se llama una «barba». Puede representar cualquier papel.

Recordé nuestras pasadas aventuras; el empleado del manicomio, el joven de la carnicería, el afable doctor, todos el mismo hombre y todos absolutamente distintos entre sí.

—Es asombroso —dije por fin—. Todo encaja. Savaronoff barruntó que algo se tramaba y por eso es por lo que se mostraba tan poco dispuesto a jugar la partida.

Poirot me miró sin hablar. Luego se volvió bruscamente de espaldas y empezó a pasear de un lado a otro de la habitación.

—¿Tiene por casualidad un libro de ajedrez,
mon ami
? —dijo de pronto.

—Creo que lo debo tener por ahí.

Tardé algún tiempo en encontrarlo, pero por fin pude llevárselo a Poirot, el cual se hundió en un sillón y empezó a leerlo con gran atención.

Al cabo de un cuarto de hora sonó el teléfono. Contesté. Era Japp. Iván había abandonado el piso llevando consigo un gran bulto. Saltó a un taxi que le aguardaba y empezó la caza. Con toda evidencia trataba de despistar a sus perseguidores. Al final pareció que lo había logrado y fue entonces cuando se dirigió a una gran casa vacía situada en Hampstead. La casa estaba rodeada.

Le conté todo esto a Poirot. Se limitó a mirarme como si apenas comprendiera lo que le estaba diciendo. Levantó la vista del libro de ajedrez.

—Escuche esto, amigo mío. Esta es la apertura Ruy López: 1. P4R - P4R; 2. CR3AR - CD3AD; 3. AR5CD. Se plantea entonces la cuestión de cuál es la mejor tercera jugada de las negras. Las negras podían elegir entre varias defensas. Fue la tercera jugada de las blancas la que mató a Gilmour Wilson, es decir, AR5CD. Sólo la tercera jugada... ¿no le dice nada esto?

Yo no tenía ni la menor idea de lo que quería decir y así se lo manifesté.

—Supongo, Hastings, que, mientras estaba usted sentado en esta silla, oyó que se abría y cerraba la puerta principal, ¿que pensaría de ello?

—Pensaría que alguien se fue, supongo.

—Sí. Pero siempre hay dos modos de considerar las cosas. Alguien salió o alguien entró... Son dos cosas totalmente diferentes, Hastings. Con todo, si optó por la solución errónea, al poco tiempo surgirá alguna pequeña discrepancia que le demostrará que estaba equivocado.

—¿Qué quiere decir todo esto?

Poirot se puso en pie de un salto con súbita energía.

—Quiere decir que he sido un perfecto imbécil. ¡Deprisa, deprisa, vamos al piso de Westminster! Quizá lleguemos a tiempo todavía.

Salimos rápidamente y tomamos un taxi. Poirot no respondió a mis ansiosas preguntas. Subimos las escaleras de dos en dos. Aunque nuestras repetidas llamadas al timbre y golpes en la puerta no obtuvieron respuesta alguna, escuchando atentamente pude distinguir un gemido cavernoso procedente del interior.

El portero disponía de una llave y tras una breve discusión consintió en utilizarla.

Poirot fue directamente a la habitación interior. Nos recibió una bocanada de cloroformo. En el suelo estaba Sonia Daviloff, amordazada y atada, con un gran rollo de algodón saturado de cloroformo sobre la nariz y la boca. Poirot se lo quitó y tomó las medidas necesarias para que se restableciera. Poco después llegó el médico. Poirot le confió la muchacha y se apartó a un lado conmigo. El doctor Savaronoff no apareció por ninguna parte.

—¿Qué significa todo esto? —pregunté desconcertado. —Significa que ante dos deducciones iguales elegí la equivocada Me oyó decir que sería fácil representar el papel de Sonia Daviloff porque su tío no la había visto desde hacía muchos años.

—¿Y bien?

—Pues que la deducción exactamente contraria era también posible. Era igualmente fácil que alguien suplantara al tío.

—¿Cómo?

—Savaronoff murió al estallar la Revolución. El hombre que pretendía haber escapado de tan terribles penalidades, el hombre que estaba tan cambiado «que sus propios amigos apenas lo podían reconocer», el hombre que reclamó y obtuvo una enorme fortuna...

—Sí. ¿Quién era?


El Número Cuatro
. No es de extrañar que se asustara cuando Sonia le dijo que había escuchado una de sus conversaciones privadas sobre los «Cuatro Grandes». De nuevo se me ha escapado de entre las manos. Adivinó que al final yo había dado con la verdadera pista, por lo que envió al honrado Iván a un tortuoso recado quimérico, cloroformizó a la muchacha y escapó. A estas horas habrá realizado la mayor parte de los valores que le dejó
madame
Gospoja.

—Entonces ¿quién fue el que intentó matarle?

—Nadie intentó matarle. Wilson fue desde el principio la víctima prevista.

—Pero, ¿por qué?

—Amigo mío, Savaronoff era el segundo gran jugador del mundo. Lo más probable es que el Número Cuatro ni siquiera conociera los rudimentos del ajedrez. Le era imposible jugar una partida de esa categoría. Trató de poner en práctica todo lo que sabía para evitar el desafío. Al fracasar, el destino de Wilson estaba decidido. Debía evitarse a toda costa que se descubriera que el gran Savaronoff no sabía jugar al ajedrez. A Wilson le gustaba mucho la apertura Ruy López y era seguro que la utilizaría. El Número Cuatro dispuso que la muerte llegara a la tercera jugada, antes de que surgieran las complicaciones de la defensa.

—Pero, mi querido Poirot —insistí—, ¿nos enfrentamos con un loco? He seguido el hilo de su razonamiento y admito que debe usted tener razón, pero... ¡matar a un hombre simplemente para mantener una apariencia! Creo que debe haber medios más sencillos para salvar una dificultad como ésa. Podía haber dicho que el médico le había aconsejado que se mantuviera apartado de las tensiones que producen las partidas.

Poirot arrugó la frente.


Certainement
, Hastings —dijo—, había otras soluciones, pero ninguna tan convincente. Además, usted parte de la suposición de que siempre hay que evitar el matar a un hombre, ¿no es así? La mente del Número Cuatro no funciona de ese modo. Yo me pongo en su lugar, cosa que a usted le es imposible. Procuro imaginar sus pensamientos. El disfrutar con su papel de maestro en esa partida. Sin duda ha asistido a otros torneos de ajedrez. Se sienta y frunce el entrecejo como si estuviera pensando; da la impresión de que medita grandes planes, y desde el principio hasta el fin se está riendo por dentro. Es consciente de que sólo conoce dos jugadas y de que eso es todo lo que necesita saber. Una vez más, le gusta prever los acontecimientos y hacer que su rival sea su propio ejecutor en el momento exacto en que le venga bien al Número Cuatro... Sí, Hastings, empiezo a comprender la psicología de nuestro amigo.

Me encogí de hombros.

—Bueno, supongo que tiene razón, pero no consigo comprender cómo alguien esté dispuesto a correr un riesgo que puede evitar fácilmente.

—¡Riesgo! —bufó Poirot—. ¿Dónde está el riesgo? ¿Seria capaz Japp de resolver el problema? No. Si el Número Cuatro no hubiera cometido una pequeña equivocación no correría ningún riesgo.

—¿Y cuál fue su equivocación? —pregunté, aunque ya suponía cuál era la respuesta.


Mon ami
, se olvidó de las células grises de Hércules Poirot.

Poirot tiene sus virtudes, pero la modestia no es precisamente una de ellas.

Capítulo XII
-
Una trampa con un cebo

Estábamos a mediados de enero, en un característico día de invierno londinense, húmedo y sucio. Poirot y yo nos hallábamos sentados en sendos sillones bien arrimados al fuego. Yo era consciente de que mi amigo me miraba con una sonrisa burlona, cuyo significado me era imposible penetrar.

—Daría cualquier cosa por saber en qué está usted pensando —dije a la ligera.

—Pensaba, amigo mío, que cuando usted llegó mediado el verano, me dijo que se proponía pasar en este país un par de meses tan sólo.

—¿Dije eso? —pregunté con cierto embarazo—. No lo recuerdo.

La sonrisa de Poirot se hizo más amplia.

—Pues lo dijo,
mon ami
Desde entonces ha cambiado sus planes, ¿no es así?

—Sí... en efecto.

—¿Y por qué?

Lancé una imprecación y añadí:

—No creerá usted, Poirot, que voy a dejarle solo cuando se enfrenta con algo tan serio como los Cuatro Grandes, ¿verdad?

Poirot asintió suavemente con la cabeza.

—Eso es precisamente lo que pensaba. Usted es un amigo fiel, Hastings. Se ha quedado aquí para ayudarme. Y su esposa, la pequeña Cenicienta como usted la llama, ¿qué dice de todo esto?

—No se lo he contado con detalle, por supuesto, pero lo comprende. Ella sería la última en desear que le volviera la espalda a un amigo.

—Sí, sí, ella es también una amiga leal. Pero es posible que este asunto tarde bastante en resolverse.

Yo asentí, algo desalentado.

—Ya han pasado seis meses —dije pensativo—. ¿Y dónde nos encontramos? Usted sabe, Poirot que no puedo evitar el pensamiento de que debiéramos... bueno, hacer algo.

—¡Siempre tan enérgico, Hastings! ¿Y qué es exactamente lo que usted quisiera que hiciese?

Aunque ésta era una pregunta difícil, yo no pensaba cambiar de actitud.

—Debemos pasar a la ofensiva —insté—. ¿Qué hemos hecho durante todo este tiempo?

—Más de lo que usted cree, amigo mío. Después de todo, hemos establecido la identidad del Número Dos y del Número Tres y conocemos bastante bien los modos y métodos que emplea el Número Cuatro.

Me animé un poco. Tal como lo expresaba Poirot, las cosas no iban tan mal.

—No le quepa duda, Hastings: hemos adelantado mucho. Es verdad que no estoy en situación de acusar ni a Ryland ni a
madame
Olivier... ¿quién me iba a creer? ¿Recuerda que hubo un momento en que pensé que había acorralado a Ryland? Sin embargo, he dado a conocer mis sospechas en ciertas esferas, de las más altas. Lord Aldington, que me contrató para que le ayudara en el asunto del robo de los planos del submarino, conoce perfectamente toda mi información respecto a los Cuatro Grandes; aunque es posible que los demás tengan dudas, él tiene fe en mí. Aunque Ryland,
madame
Olivier y el propio Li Chang Yen sigan actuando como de costumbre, todos sus movimientos son seguidos puntualmente.

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