Los exploradores de Pórtico (21 page)

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Authors: Frederik Pohl

Tags: #ciencia ficción

Y así sucedió con otros muchos, hasta que los exploradores empezaron a pensar que habían encontrado toda la variante de vida posible basada en el agua y que respirase oxígeno.

Quizás estuviesen en lo cierto, o casi.

Porque entonces descubrieron a los Perezosos (la misma raza que los Heechees denominaran los Nadadores Lentos) y echaron otra ojeada a la flora y fauna de los gigantes de gas, hasta entonces consideradas imposibles.

De modo que se habían equivocado al partir de la base de que la vida precisaba los elementos químicos de un planeta sólido para evolucionar. Fue una gran sorpresa para los científicos... pero ni de lejos tan grande como la que se llevarían después, cuando descubrieron que la vida, en realidad, no precisaba de ningún elemento químico.

SÉPTIMA PARTE
TESOROS HEECHEES

Los planetas estaban bien y las imágenes de las estrellas eran bonitas, pero lo que en realidad todo el mundo andaba buscando eran más muestras de la tecnología Heechee. A nadie le cabía duda de que quedaban cosas ocultas... en alguna parte. Las naves constituían la prueba y las chucherías halladas en los túneles de Venus lo habían demostrado también. Sin embargo, aquellas muestras sólo azuzaron el apetito humano de hacerse con más maravillas.

Catorce meses después de que se declarara inaugurado el programa, una misión tuvo suerte.

La nave era del tipo conocido como Cinco, pero el sistema de clasificación aún no había empezado a funcionar de manera regular. En esa ocasión sólo partieron cuatro voluntarios. Fueron designados oficialmente por los cuatro poderes terrestres que habían fundado la Corporación Pórtico (los marcianos se interesaron más tarde), de modo que la tripulación estaba formada por un estadounidense, un chino, un soviético y un brasileño. Tuvieron en cuenta la experiencia del teniente Kaplan y de otros que habían viajado en naves Heechees antes que ellos. Llevaron comida, agua y oxígeno suficiente para subsistir al menos seis meses; aquella vez no correrían riesgos.

Al final, no les hicieron falta todas aquellas provisiones. Su nave los trajo de regreso a los cuarenta y nueve días, y no volvieron con las manos vacías.

Resultó que su destino era una órbita alrededor de un planeta de tamaño aproximado al de la Tierra. Se las habían arreglado para poner en marcha el módulo y tres de ellos llegaron a pisar la superficie del planeta.

Por primera vez en la historia de la humanidad, los hombres caminaron por la superficie de un cuerpo celeste ajeno al séquito solar.

La primera impresión fue algo decepcionante. El grupo de los cuatro poderes descubrió enseguida que el planeta había vivido malos momentos. La superficie estaba chamuscada, como por efecto de un calor abrasador, y algunas zonas de la misma hacían aullar a los detectores de radiación. Comprendieron que no podrían quedarse mucho tiempo. Sin embargo, a poco más de un kilómetro del módulo, bajo una de las laderas áridas de la colina en cuya cumbre se habían posado, encontraron roca y formaciones metálicas que parecían artificiales, y al escarbar sacaron tres objetos dignos de ser transportados de vuelta. En un caso se trataba de una losa con un dibujo triangular aún visible en la superficie acristalada. El segundo era un objeto de cerámica, más o menos del tamaño de un puro, con marcas en espiral; ¿un tornillo? El tercero era un cilindro metálico alargado, hecho de cromo y traspasado por dos agujeros; podría haber sido un instrumento musical o la pieza de una máquina... incluso un tubo Hilsch.

Fueran lo que fueren, habían encontrado artefactos.

Cuando la tripulación que representaba a los cuatro poderes mostró sus trofeos en el asteroide Pórtico, se levantó un gran revuelo. Ninguno de los tres parecía un importante avance tecnológico. Sin embargo, si habían hallado aquellas cosas, seguro que habría otras... y sin duda objetos mucho más prácticos.

Fue entonces cuando la rebatiña del oro empezó en serio.

Pasó mucho tiempo antes de que alguien volviera a tener suerte. En términos generales, las estadísticas referidas a las misiones que habían partido del asteroide Pórtico indicaban que cuatro de cada cinco viajes los exploradores volvían sin nada que mostrar salvo imágenes y datos. Un quince por ciento no regresaba. Sólo una nave de cada veinte llevaba a casa alguna pieza tangible de la tecnología Heechee, y la mayoría de aquellos objetos constituía meras curiosidades. Sin embargo, algunos artilugios eran algo más que meras curiosidades y se consideraban tesoros inestimables.

Dichos artefactos escaseaban, tal como había demostrado la exploración de Venus, pues en los cientos de kilómetros de túneles Heechees que acribillaban el subsuelo del planeta Venus no se habían encontrado más que una docena de aparatos.

Eso sí, aquellos que se las ingeniaron para copiarlos ganaron una fortuna. El martillo anisoquinético resultó ser una maravilla. Convertía cualquier impacto en una fuerza igual a la recibida, en cualquier ángulo. Más maravilloso aún era que los científicos hubieran conseguido saber cómo funcionaba, y su principio tenía aplicación en todos los ámbitos de la construcción, la fabricación e incluso las reparaciones domésticas. Las perlas de fuego constituían un misterio, al igual que los conocidos como molinillos de oración.

Más tarde, como ya sabemos, los humanos llegaron al asteroide Pórtico, y aquella flota de naves fue considerada el mayor tesoro de todos. Sin embargo, el asteroide sólo contenía las naves, y en éstas no había nada salvo los dispositivos de manejo. Todo el asteroide estaba vacío, casi quirúrgicamente limpio... como si los Heechees hubieran abandonado las naves a propósito pero se hubieran llevado cualquier otra cosa de valor.

Durante las dos décadas siguientes, los exploradores de Pórtico estuvieron saliendo al espacio a ver qué encontraban. Volvían con imágenes y relatos, pero hallaron muy pocos artefactos Heechees.

Por eso tantos exploradores de Pórtico murieron pobres... o murieron, simplemente.

MISIÓN CAJA DE HERRAMIENTAS

Algunos también murieron ricos, sin saber que se habían hecho ricos. Tal fue el caso de los miembros de la misión que realizó uno de los hallazgos más importantes. Por desgracia, a tres de los cinco descubridores no les sirvió de mucho, porque no sobrevivieron al viaje.

En principio iban a emprender el viaje tres austríacos, dos hermanos y un tío, que habían usado lo que les quedaba de herencia para pagar el viaje a Pórtico. Habían decidido embarcarse sólo si podían hacerlo en una nave acorazada. Como la única disponible de ese tipo era una Cinco, en el último momento reclutaron a un sudamericano, Manuel de los Fintas, y a una estadounidense, Sheri Loffat, como acompañantes.

Llegaron a un planeta, aterrizaron en la superficie y no encontraron gran cosa. No obstante, los instrumentos indicaban la presencia de metal Heechee y siguieron la señal.

Era un módulo. Lo habían abandonado allí, Dios sabe por qué. Pero no estaba vacío.

El principal hallazgo fue un montón de cajas de metal Heechee hexagonales, de medio metro de largo y algo menos de alto, que pesaban treinta y tres kilos. Contenían herramientas. Con algunos de los objetos ya estaban familiarizados y, por lo que se sabía, no servían para nada: casi una docena de pequeños molinillos como los que había desperdigados por los túneles Heechees, además de otros artefactos. Sin embargo, también encontraron unos objetos parecidos a destornilladores pero con el mango flexible, otros semejantes a llaves inglesas hechas de un material blando, y unos cuantos que recordaban a sondas eléctricas y que en realidad eran piezas sueltas de otras máquinas Heechees.

Fue considerado un gran éxito. Se hicieron millonarios; al menos los supervivientes.

No habían tenido que buscar mucho para dar con aquel tesoro: los estaba aguardando en la superficie del planeta. Sin embargo, al cabo de poco tiempo los exploradores de Pórtico advirtieron que las superficies planetarias no constituían el lugar más apropiado para buscar muestras de los tesoros Heechee. El subsuelo era muchísimo más rico.

Pronto quedó clara una cosa respecto a los desaparecidos Heechees: les gustaban los túneles. El sinfín de túneles Heechees que acribillaban algunas zonas del planeta Venus no era un caso excepcional. Cuando los exploradores retomaron las viejas rutas interestelares hallaron ejemplares de los mismos en todos los lugares donde los Heechees habían estado. El interior del asteroide Pórtico se hallaba traspasado por un laberinto de túneles, al igual que los «otros Pórticos» que iban apareciendo conforme los exploradores hacían progresos. En casi todos los planetas donde se veían signos de presencia Heechee había túneles excavados, revestidos de metal Heechee. Cuando la superficie ofrecía condiciones adversas (como en Venus), los túneles eran más vastos y complejos, pero aun en un mundo tan favorable como el planeta de Peggy se descubrieron unos cuantos. Los heecheeólogos —científicos con formación antropológica que se esforzaban al máximo por adivinar cuál había sido el aspecto de aquel pueblo desaparecido— suponían que descendían de una raza excavadora, como las ardillas de tierra, más que de una arbórea, como las personas. Al final resultó que los heecheeólogos tenían razón... pero pasó mucho tiempo antes de que llegaran a estar seguros.

Todos los túneles eran más o menos iguales. Estaban revestidos con una sustancia metálica, densa y dura, que brillaba en la oscuridad, conocida como metal Heechee. En los primeros túneles que descubrieron los humanos, ubicados en Venus y en el propio asteroide Pórtico, el metal era de un azul claro resplandeciente. El azul era, con mucho, el color más frecuente del metal Heechee, pero algunas piezas del interior de sus naves estaban hechas de un metal dorado, y más tarde los exploradores encontraron metal Heechee que resplandecía en rojo o en verde.

Nadie sabía a ciencia cierta por qué el metal Heechee adoptaba colores distintos. En ese sentido, los heecheeólogos no servían de mucho. Sobre la ocasional variación del color en el metal Heechee sólo podían decir que, por lo que se había observado, los túneles de metal azulado eran generalmente los más pobres en artefactos Heechee; los dorados, rojos y verdes casi siempre contenían más tesoros.

Como es lógico, hasta que los hombres y mujeres aprendieron a explorar la galaxia en naves Heechees, tuvieron que limitarse a los túneles azulados de Pórtico y Venus. Éstos no se caracterizaban por su abundancia de tesoros, aunque a veces albergaban cosas de gran valor. En los túneles de los planetas más productivos, había resplandecientes paredes de metal azul al principio pero después cambiaban de color, justo donde se localizaban las mayores colecciones de herramientas útiles. Nadie sabía la razón, pero lo cierto es que nadie sabía aún mucho de los Heechees.

MISIÓN CALENTADOR

Wu Fengtse había decidido embarcarse en una nave tipo Uno. Aquello tenía sus ventajas y sus inconvenientes. La ventaja principal era que si no encontraba dónde aterrizar y la única recompensa consistía en una bonificación científica por observación, se la podría quedar entera.

Pero las cosas sucedieron de otro modo. Cuando salió del hiperespacio, se encontró girando en órbita alrededor de un planeta tipo Tierra.

Wu tuvo que enfrentarse al problema de todo explorador solitario: si bajaba con el módulo a la superficie del planeta, la nave se quedaría sola y, en caso de que le sucediera algo, no habría nadie allí para rescatarlo. Dependía por completo de sí mismo.

El segundo problema era que «tipo Tierra» constituía una descripción muy vaga del mundo que le había tocado explorar. Significaba que el tamaño del planeta parecía el adecuado, y que la atmósfera y el margen de temperatura permitían la presencia de vapor de agua en el aire, agua líquida en los mares y hielo en las zonas más frías. Pese a todo, no era un paraíso. Las zonas frías abarcaban casi todo el planeta. La parte mejor estaba situada hacia el ecuador, e incluso aquélla recordaba mucho a Labrador.

Si alguna vez había existido algo en otras zonas de la superficie, ahora se encontraba cubierto por metros y metros de hielo. No tenía sentido aterrizar en un glaciar. Aunque hubiese un túnel, a Wu le resultaría imposible excavar para encontrarlo. Tras una inspección exhaustiva, descubrió un afloramiento de roca al descubierto y se posó allí. A esas alturas, ya no tenía muchas esperanzas. El medio no parecía muy prometedor. Pese a todo, sus instrumentos le dieron mejores noticias de lo que esperaba.

Había un túnel.

Wu abrió un pozo de entrada. Incluso llevaba consigo el equipo necesario. El esfuerzo de colocar los grandes taladros eléctricos en su lugar y levantar el refugio burbuja que lo protegería del aire del exterior lo dejó exhausto. Además, tardó tanto que agotó la mayor parte de las provisiones. No obstante, consiguió entrar.

Era un túnel azul.

Al principio sufrió una decepción, pero conforme fue avanzando atisbo otros colores. Cuando llegó a un segmento rojo, encontró una máquina colosal (a partir de su descripción, los expertos deducirían más tarde que se trataba de una excavadora de túneles), pero no tenía fuerzas para moverla, ni el equipo (ni tampoco el valor, ciertamente) para tratar de arrancar alguna pieza de la misma. En la parte verde del túnel había rollos de algo que Wu confundió en un principio con tela; en realidad había encontrado las planchas cristalinas de las que estaban hechos los molinillos de oración. En la parte dorada topó con... el oro.

Había pilas y pilas de pequeñas cajas hexagonales de metal Heechee, todas precintadas y muy pesadas.

Wu no se las podía llevar todas, y se estaba quedando sin fuerzas. Consiguió transportar dos al módulo de aterrizaje, y a continuación despegó, pensando en volver más adelante en una Cinco.

Ya de regreso a Pórtico, sano y salvo, resultó que ninguna Cinco aceptaba el programa que lo había llevado a aquel planeta, ni tampoco ninguna de las Tres o Uno que aguardaban a sus tripulaciones en sus hangares.

Al parecer, sólo la Uno con la que había viajado al planeta volvería a llevarlo allí.

Tampoco tuvo suerte. Antes de que pudiera requisarla y partir de nuevo, alguien se llevó su Uno... e hizo un viaje sólo de ida.

Wu se había quedado con dos cajas pequeñas únicamente, pero gracias al contenido de éstas consiguió volver a su casa de la provincia de Shensi. Una contenía serpentines de calentador. No funcionaban, pero estaban en tan buen estado que bastaron unos pequeños ajustes de los científicos humanos para repararlos. (Más adelante aparecerían serpentines más grandes y mejores en el planeta de Peggy, pero de todas formas Wu fue el descubridor.) La otra caja contenía un juego de contadores de flujo de microondas.

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