Los exploradores de Pórtico (17 page)

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Authors: Frederik Pohl

Tags: #ciencia ficción

Las tres hermanas Schoen no tuvieron más suerte. Tampoco regresaron. Una vez más, la nave sí volvió, pero chamuscada y abollada, y, como es natural, los cuerpos de las hermanas apenas eran reconocibles.

Sin embargo, también ellas habían tomado unas cuantas imágenes antes de morir. Habían viajado a una nebulosa de reflexión. Tras los análisis se determinó que se trataba de la Gran Nebulosa de Orion, apreciable a simple vista desde la Tierra. (Los indios americanos la llamaban «la estrella humeante».) Las hermanas Schoen debieron de comprender que tenían problemas en cuanto salieron del hiperespacio, porque habían abandonado el espacio. Al parecer habían entrado en algo muy parecido al vacío —según los cánones terrestres—, pero en realidad había nada más y nada menos que trescientos átomos por centímetro cúbico, cientos de veces más de los que debería haber en el espacio interestelar.

Pese a todo, echaron un vistazo y pusieron en marcha los aparatos, por los pelos. Apenas les dio tiempo.

Hay cuatro estrellas jóvenes y brillantes en la nebulosa de Orion, las llamadas Trapecio; en dicha nebulosa es donde las nubes de gas se precipitan y nacen como estrellas. Los astrónomos supusieron que los Heechees lo sabían, y si habían programado aquel destino en la nave era porque les interesaba estudiar las condiciones que propiciaban el nacimiento de una estrella.

Sin embargo, los Heechees habían programado la nave hacía medio millón de años.

En aquel intervalo habían pasado muchas cosas. Existía un quinto cuerpo en la nebulosa de Orion, una estrella «casi» formada, nacida después de que los Heechees hubieran echado un vistazo a la zona por última vez. El nuevo cuerpo fue bautizado como el objeto Becklin-Neugebauer; se hallaba en su estadio temprano de hidrógeno incandescente, con menos de cien mil años de edad, y parece ser que las hermanas Schoen tuvieron la mala suerte de meterse casi dentro de él.

MISIÓN AGUJERO NEGRO AL DESCUBIERTO

La tripulación estaba formada por William Sakyetsu, Marianna Morse, Hal M'Buna, Richard Smith e Irina Malatesta. Todos ellos habían salido al espacio anteriormente —Malatesta en cinco ocasiones—, pero la suerte nunca les había sonreído. Ninguno de ellos se había marcado un tanto lo bastante importante como para pagar las facturas de Pórtico.

De modo que para aquella misión eligieron una Cinco acorazada que ostentaba un récord de éxitos. La tripulación anterior había ganado una recompensa científica por «nova» con aquella nave, pues se habían aproximado mucho a una nova recurrente y habían logrado imágenes excelentes sin que la aventura acabase con ellos. Habían conseguido un total de siete millones y medio de dólares en recompensas y habían regresado contentísimos a la Tierra. Antes de irse, bautizaron a la nave con el nombre de
Victoria.

Cuando Sakyetsu y el resto de la tripulación llegaron a su destino, buscaron el planeta —o la estrella, artefacto Heechee u objeto de interés— que pudiera constituir su objetivo.

Sufrieron una decepción. No se veía nada por allí que respondiese a aquellas características. Había estrellas a la vista, sí, pero la más cercana estaba a casi ocho años luz de distancia. Todo parecía indicar que habían aterrizado en una de las zonas más insulsas de todo el espacio interestelar de la galaxia. Ni siquiera se veía una nube de gas en las cercanías.

No se rindieron. Tenían experiencia como exploradores. Dedicaron una semana a descartar todas las posibilidades. En primer lugar, se aseguraron de no haber pasado por alto ninguna estrella cercana: mediante interferometría midieron el diámetro aparente de algunas de las estrellas más brillantes; analizando el espectro determinaron su tipo; la combinación de ambos sistemas les proporcionó un cálculo de la distancia.

Su primera impresión quedó corroborada. Habían aterrizado en un trozo de cielo totalmente vacío.

En realidad había un cuerpo realmente espectacular —la palabra empleada por Marianna fue «glorioso»— a la vista, un conglomerado globular, con miles de estrellas brillantes de órbitas entrecruzadas en un volumen de unos cientos de años luz. Verdaderamente espectacular. Predominaba sobre todo lo demás y se hallaba mucho más próximo de lo que cualquier cuerpo de semejantes características hubiera estado nunca del ojo humano, aunque de todos modos quedaba a miles de años luz.

Un conglomerado globular constituye un panorama sin igual. Se encontraba muy alejado de Sakyetsu y su nave
Victoria
, pero aquella distancia era insignificante para los parámetros de los astrónomos terrestres. Los conglomerados globulares viven en la periferia de la galaxia. No se ven en las espirales más atestadas, como en los alrededores de la Tierra, y no hay casi ninguno a menos de veinte mil años luz de la Tierra. Sin embargo, tenían uno a una vigésima parte de aquella distancia y, en consecuencia, por la ley de cuadrados inversos, se veía cuatrocientas veces más brillante. No se trataba de un espécimen excepcionalmente grande, comparado con otros conglomerados globulares; los grandes reúnen más de un millón de estrellas, y en aquél no había tantas ni de lejos. De todas formas, ofrecía un espectáculo imponente.

No obstante, ni era tan grande ni estaba tan cerca como para que los instrumentos de la
Victoria
desvelasen más información que la obtenida hacía ya mucho tiempo por los observatorios espaciales, con sus sofisticados sistemas ópticos.

De modo que los instrumentos de la
Victoria
difícilmente iban a proporcionarles alguna recompensa decente. Aun así, aquellos aparatos eran todo lo que tenían, y la tripulación, obstinada, los puso en funcionamiento. Fotografiaron el conglomerado con luz roja, luz azul, rayos ultravioletas y diversas frecuencias de infrarrojos. Midieron su flujo de radiación en un millar de frecuencias, aparte de sus rayos gamma y X. Más tarde, durante el período de descanso, cuando sólo Hal M'Buna estaba despierto vigilando los instrumentos, vio algo que dio sentido al viaje.

—¡Algo se está comiendo el conglomerado! —gritó, despertando a toda la tripulación.

Marianna Morse fue la primera en llegar a las pantallas, pero enseguida todos acudieron también a mirar. El círculo encrespado del conglomerado ya no era un círculo. Había perdido un arco en el borde inferior. Parecía una galleta mordida por un niño.

Pero no se trataba de un mordisco.

Mientras miraban, apreciaron la diferencia. Las estrellas no estaban desapareciendo. Sólo se estaban apartando, despacio, del camino de... algo.

—Dios mío —susurró Marianna—. Estamos en órbita alrededor de un agujero negro.

En aquel momento maldijeron la semana malgastada, porque sabían lo que aquello significaba. ¡Mucho dinero! Tenían ante sí uno de los cuerpos más extraños del universo observable (y, en consecuencia, uno de los que merecían mayor recompensa por méritos científicos); porque los agujeros negros son, intrínsecamente, inobservables.

Un agujero negro no es «negro», como pueda serlo un esmoquin o la tinta en un papel. Un agujero negro es mucho más negro que eso. Ningún ser humano ha visto la auténtica «negrura», porque la negrura es la ausencia total de luz. No se puede observar porque no hay nada que ver. El negro, como color, refleja un poco de luz; un agujero negro espacial no refleja nada en absoluto. Si intentásemos iluminarlo con el reflector más potente del universo —si concentrásemos toda la luz de un cuásar en un único rayo— seguiríamos sin ver nada. La tremenda fuerza gravitacional del agujero negro absorbería toda esa luz, que no volvería a salir. Es imposible.

El fenómeno se debe a la velocidad de escape. La velocidad de escape de la Tierra es de 11,2 kilómetros por segundo; en una estrella de neutrones alcanza los 192.000 kilómetros por segundo. Sin embargo, la velocidad de escape de un agujero negro supera la velocidad de la luz. La luz no «cae» (como una piedra arrojada desde la Tierra a una velocidad menor que la de escape caerá al suelo). Los rayos de luz se desvían a causa del tirón de la gravedad. La radiación se limita a girar alrededor del agujero negro, en una espiral eterna, sin llegar a liberarse nunca.

Cuando un agujero negro pasa por delante de un conglomerado globular, pongamos por caso, no lo tapa. Simplemente desvía la luz del conglomerado a su alrededor.

La tripulación de la
Victoria
había perdido siete días, pero aún le quedaban suministros para otros cinco antes de ponerse en marcha hacia Pórtico. Los agotaron. Efectuaron observaciones del agujero negro incluso cuando no podían verlo... y cuando por fin regresaron a Pórtico descubrieron que sólo una de sus imágenes, sólo una valía la pena.

Compartieron una recompensa de quinientos mil dólares sólo por las imágenes de la agrupación globular. Sin embargo, aquella única imagen en la que ni siquiera habían reparado —un cuadro de una fracción de segundo, tomado automáticamente en un momento en que nadie miraba la pantalla— mostraba lo que sucedía cuando el agujero negro ocluía una brillante estrella B—4, situada a unos pocos cientos de años luz. La estrella no se había desplazado por arriba ni por abajo. Casualmente, había pasado casi por detrás del mismo agujero negro. Su luz se había propagado y había rodeado el agujero como un halo; y aquello les había permitido calcular el tamaño del mismo...

Así, mucho después de que hubieran regresado a Pórtico, los equipos de investigación que estudiaron sus resultados los recompensaron con medio millón más y les comunicaron que habían tenido mucha suerte.

A Marianna Morse le había quedado una duda: ¿por qué los Heechees usaron una Cinco acorazada para inspeccionar un cuerpo inofensivo? Respuesta: no siempre había sido inofensivo.

La mayoría de agujeros negros son peligrosos. Atraen gases en forma de anillos y la aceleración de éstos al caer provoca una radiación terrible. Aquél sin duda había constituido una amenaza en otro tiempo, pero ya había devorado todos los gases de los alrededores. Nada podía caer generando el flujo de energía sincrotrón capaz de freír incluso a una Cinco blindada si se quedaba demasiado tiempo en las cercanías... de modo que la tripulación de la
Victoria
, sin saberlo entonces, había tenido un inesperado golpe de suerte. Llegaron a las cercanías del agujero negro cuando el afán letal de éste de devorarlo todo se había extinguido, y gracias a ello lograron regresar con vida.

Durante los primeros años, la Corporación Pórtico entregó más de doscientas recompensas de ciencia astronómica por un total de casi mil millones de dólares. Las entregaban por las estrellas dobles y los remanentes de supernova; los pagaban, como mínimo, por los primeros ejemplares de todos los tipos de estrella existentes.

Las estrellas están clasificadas en nueve tipos, que se recuerdan fácilmente gracias al truco mnemotécnico
Pretty Woman, Oh, Be A Fine Girl, Kiss Me
(«Guapa, oh, sé buena, bésame»), el cual abarca todo el espectro, desde la más joven hasta la más antigua de las estrellas vivas. Las estrellas clasificadas de la A a la M, esta última oscura, pequeña y fría, no se recompensaban a menos que poseyeran alguna característica singular, porque abundaban.

La gran mayoría de las estrellas son oscuras, pequeñas y frías. Por el contrario, las estrellas tipo O y B eran jóvenes y calientes, y siempre proporcionaban recompensa porque escaseaban. No obstante, la Corporación Pórtico ofrecía una recompensa doble por las del tipo P y W: las P eran nubes de gas que, empezaban a condensarse como estrella; las W, terroríficas estrellas con espectro de emisión a rayas. Se trataba de estrellas jóvenes, a menudo inmensas, a las que sólo era posible aproximarse con un margen de seguridad de miles de millones de kilómetros.

Todos aquellos exploradores afortunados consiguieron recompensas científicas, así como esos otros que tuvieron la suerte de aproximarse en primer lugar a cuerpos ya conocidos. Wolfgang Arretov fue el primero en llegar al sistema de Sirio, y los astrónomos de la Tierra estaban encantados. Las estrellas Sirio A y B («satélite de Bessel») llevaban siglos en intensa observación, porque la estrella primaria destaca mucho en el cielo terrestre. Los datos de Arretov confirmaron sus deducciones: Sirio A de 2,3 masas solares, B sólo de una (pero se trataba de una enana blanca con una temperatura en superficie de más de veinte mil grados). Arretov consiguió un millón sólo por informar a los astrónomos de que siempre habían estado en lo cierto. Más tarde, Sally Kissendorf consiguió cien mil por la primera foto en condiciones de la minúscula (bueno, tres masas solares, lo que no es exactamente minúscula, pero casi invisible al lado de su enorme estrella primaria) compañera de Auriga Zeta. Habría conseguido más si a la compañera se le hubiera ocurrido estallar mientras ella andaba por allí cerca, pero tal vez fuera mejor así, porque, muy probablemente, no habría sobrevivido. En cambio, la imagen de Matt Polofsky de la pequeña Cisne A sólo le supuso cincuenta mil dólares; las enanas rojas no se consideraban demasiado interesantes. Ni siquiera las más cercanas, ya estudiadas. Rachel Morgenstern compartió con su marido y sus tres hijos adultos medio millón por las tomas de la Cefeo Delta. Las cefeidas no son demasiado raras, pero los Morgenstern tuvieron la suerte de estar allí justo cuando las capas superficiales de la estrella perdían transparencia debido a la condensación.

Hay que hablar por último de todas las misiones que acabaron en nubes de Oort.

Las nubes de Oort son masas de cometas que giran en órbita alrededor de una estrella muy lejana; el Oort del sistema terrestre no empieza a verse hasta que te encuentras a medio año luz del Sol. Hay montones de cometas en una nube de Oort media. Billones. Por lo general, se concentran tanto como el total de planetas de una estrella, y casi cada estrella tiene un Oort.

Al parecer fascinaban a los Heechees.

Durante los primeros veinte años de operaciones, al menos ochenta y cinco misiones de Pórtico fueron a parar a una nube de Oort y volvieron para contarlo.

Semejante abundancia supuso un gran desencanto para los exploradores implicados, porque a la décima la Corporación Pórtico dejó de pagar recompensas por la información referente a las nubes de Oort. Los exploradores que regresaban de un Oort se quejaban mucho. No entendían por qué los Heechees habían programado tantos viajes a un objetivo tan insulso.

Naturalmente, no podían imaginar la suerte que en realidad tenían, porque mucho tiempo antes de que se realizasen todos aquellos descubrimientos, por motivos increíbles, casi ninguna tripulación con destino a una nube de Oort regresaba al asteroide Pórtico.

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