Los hijos de los Jedi (20 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Tal como había medio sospechado y medio deducido, el klagg iba hacia la popa.

—Han encontrado alguna forma de llegar hasta los niveles que están por encima de las cubiertas de la tripulación —le murmuró a Cetrespeó mientras atravesaban un compartimento-arsenal detrás de otro, depósitos de armamento saqueados, y almacenes cuyos recipientes y cajas habían sido destrozados para derramar torrentes de uniformes, cinturones, botas y armadura sobre los suelos y por los pasillos—. Escucha… Está volviendo sobre sus pasos. Sabe que tiene que subir un nivel.

Luke se detuvo y asomó cautelosamente la cabeza por una esquina. El gamorreano estaba en una cabina de ascensor que tenía las puertas abiertas y pulsaba furiosamente los botones. Estaba claro que deseaba encontrar un número superior al 13, y que no conseguía dar con él. Un instante después el pseudo-soldado de las tropas de asalto salió de la cabina y miró a su alrededor. Sus peludas orejas giraron de un lado a otro mientras escuchaba, y su respiración fue claramente audible en el silencio. La expresión «sudar como un gamorreano» era bastante común en la galaxia, y Luke la comprendió perfectamente en ese momento. El cuerpo de la criatura relucía, y Luke podía captar el olor desde donde estaba.

El gamorreano se puso en marcha con el caminar pesado y bamboleante típico de su especie.

—¿Se ha perdido, amo Luke?

Cetrespeó era capaz de graduar su vocalizador hasta un débilísimo zumbido que resultaba casi inaudible.

—Eso parece… O puede que los gakfedds le hayan bloqueado el camino por el que bajó.

Hubo un nuevo estallido de gritos que empezó a acercarse. El klagg aumentó la velocidad hasta un torpe trote. Mantenerse cerca de él seguía resultando muy fácil, tanto en los pasillos que resplandecían con la claridad dura y fría de los paneles luminosos como en aquellos tramos sumidos en las tinieblas donde los jawas se habían llevado el cableado. Las orejas del gamorreano no paraban de volverse hacia atrás. Luke se preguntó hasta dónde llegaría su agudeza auditiva, y si el gamorreano sería capaz de captar los leves chasquidos y roces de su bastón y el débil crujir de las articulaciones de Cetrespeó.

Había una puerta negra, con doble sello de protección blindada y una luz carmesí instalada encima de ella. El gamorreano manipuló el interruptor sin obtener ningún resultado, y después desenfundó un desintegrador y voló todo el mecanismo. La puerta tembló en su marco.

—La entrada a los niveles superiores por esta zona no está autorizada —dijo una voz—. Se han adoptado medidas de seguridad.

El gamorreano arrancó la placa protectora de la compuerta manual usando la fuerza bruta e hizo girar la rueda interior venciendo su tozuda resistencia. Luke oyó un nuevo clamor pasillo abajo, y comprendió que los gakfedds habían oído la voz del ordenador.

—La entrada a los niveles superiores por esta zona no está autorizada. Las medidas de seguridad han entrado en vigor. Se emplearán medidas máximas.

La luz roja empezó a parpadear.

La puerta se abrió para revelar una escalerilla metálica. El cubículo que acababa de aparecer detrás de la puerta contenía peldaños de metal negro, muros grises y un ajedrezado de cuadrados de pálida luz opalescente dispuestos formando un curioso cuasi-dibujo asimétrico, que parecía impersonal y sorprendentemente siniestro al mismo tiempo.

—Se emplearán medidas máximas. Se emplearán medidas máximas. Se emplearán…

—¡Ahí está ese apestoso cerdo amotinado!

Ugbuz y sus soldados aparecieron por un pasillo lateral a veinte metros de distancia, y el klagg se lanzó escalerilla arriba.

Mientras le contemplaba, Luke pensó —en esa parte de su mente que no estaba paralizada por el horror— que era muy propio del Imperio concebir una «medida de seguridad» que no surtiría efecto hasta que el violador de la norma estuviera demasiado lejos para poder volver atrás.

El gamorreano subió corriendo cinco o diez peldaños antes de que se iniciara el bombardeo de rayos. Dedos de una tenue y malévola claridad surgieron de las paredes y empezaron a deslizarse sobre el cuerpo de la criatura como una delicada araña esquelética que estuviera torturando a su presa. El gamorreano gritó y se desplomó. Su enorme corpachón cayó nacidamente sobre el metal negro de los escalones, donde se agitó en una serie de convulsiones espasmódicas. Los gakfedds que le perseguían frenaron en seco su carrera en la puerta, y alzaron la mirada hacia él con los ojos llenos de una sorpresa que se desvaneció casi enseguida.

Y un instante después empezaron a reír.

Ugbuz dejó escapar una estruendosa carcajada y señaló al klagg con un dedo. La carne del fugitivo estaba empezando a llenarse de ampollas y la sangre no tardó en brotar del millar de agujeros diminutos como cabezas de alfiler creados por el bombardeo de rayos. Los otros gamorreanos gritaron, se doblaron sobre sí mismos de pura hilaridad, se golpearon los muslos e intercambiaron palmadas en los hombros en una exhibición de diversión que no podía ser más sincera. Luke retrocedió por el pasillo en el que él y Cetrespeó habían permanecido ocultos, sintiéndose profundamente asqueado. El klagg, por imposible que pareciese, seguía intentando levantarse y continuaba tratando de subir por la escalera. Sus pies resbalaban sobre la sangre, y su cuerpo iba pereciendo bajo el bombardeo calcinador con cada nuevo movimiento que hacía.

Los gamorreanos eran criaturas muy resistentes, y estaba claro que el klagg consideraba que la pesadilla chisporroteante de la escalera era un destino preferible a lo que le harían los gakfedds.

Luke giró sobre sí mismo, reprimió el deseo de vomitar con un terrible esfuerzo de voluntad, e inició el regreso al comedor. Pudo oír las carcajadas de los gakfedds durante un largo tramo de pasillo.

Arsenales, armada (regular) —búsqueda

• ¿Propósito de esta información? Control de inventario.

• Todos los inventarios están en consonancia con los parámetros e intenciones de la Voluntad.

—¿Amo Luke?

Búsqueda esquemática —conductos de agua.

• ¿Propósito de esta información?

—Amo Luke, creo que deberíamos irnos de aquí.
Mantenimiento de emergencia.

• Todo el mantenimiento procede de acuerdo con las intenciones y la planificación temporal de la Voluntad.

—¡Condenado montón de sinapsis mentirosas! Tienes la mitad de tus cubiertas de tripulación a oscuras, y mires donde mires te encuentras con un ordenador que no funciona.

—Amo Luke, cuanto mayor sea el tiempo que permanezca tan lejos de la aldea de los gakfedds, más grande será el peligro que corre de sufrir una incursión de represalia de los klaggs. No ha habido talz, y ni siquiera tripodales, en este sector desde…

Luke levantó la cabeza. Estaba sentado delante de una terminal en el despacho del contramaestre, la entrada a un pequeño complejo de almacenes y talleres. El largo pasillo que llevaba hasta la entrada de estribor del comedor era visible a través de la puerta abierta o. mejor dicho, más allá del hombro de Cetrespeó. El androide de protocolo, claramente nervioso, estaba de pie en el umbral y lanzaba miradas hacia el exterior con tanta frecuencia como si fuese un agente de bolsa de Coruscant recién salido de un almuerzo de negocios que anduviera a la caza de un aerotaxi. Luke pensó que si Cetrespeó no hubiera dispuesto de un cronómetro interno, habría estado echando un vistazo a un reloj cada diez segundos.

—Tienen a Cray —dijo.

Torturar al jawa había sido un pequeño acto de maldad tan insignificante como el de unos niños que atormentan a un animal herido. El klagg había sido un enemigo, y los klaggs considerarían que Cray era una enemiga de su tribu.

«Especialmente después de que su amigo muriese en esa escalera protegida por aquella horrible parrilla opalescente», pensó Luke.

Volvió a inclinarse sobre el teclado con una mueca de cansancio.

Sistemas del casco,
tecleó.


¿Propósito de esta información? Situación de sistemas

• ¿Propósito de esta información? Revisión de sistemas


¿Propósito de esta…?

—El propósito de esta información es conseguir que escupas alguna respuesta aparte de que la Voluntad está a cargo de todo y de que todo va a las mil maravillas —masculló Luke entre dientes. Volvía a dolerle la cabeza —de hecho, tenía todo el cuerpo tan dolorido como si acabara de bajar rodando por un par de tramos de escalones—, y a pesar del parche de perígeno que se había puesto en la pierna estaba notando una sospechosa sensación de inflamación en las profundidades de su herida que le hizo preguntarse durante cuánto tiempo sería capaz de recurrir a la Fuerza para que combatiera la infección en la carne desgarrada.

—Y te la arrancaré aunque para ello tenga que utilizar hasta el último código imperial y programa decodificador que Han, Cray y Ghent me han enseñado.

—Ojalá Erredós estuviera aquí, señor —dijo Cetrespeó, yendo hasta la terminal y poniéndose junto a Luke con un tímido tintineo metálico—. Siempre se le ha dado mucho mejor el hablar con estos super-ordenadores que a mí. Vaya, pero si recuerdo que cuando estábamos con el capitán Antilles… ¡Oh! ¡Largo de aquí, bestezuela repugnante!

Luke ya sabía que se trataba de un jawa incluso antes de volverse. Cualquiera que hubiese tenido la más pequeña experiencia con los jawas sabía al instante cuándo un representante de esa raza había entrado en un espacio cerrado.

—Déjalo. Cetrespeó. No te preocupes.

Después de haber presenciado la muerte del klagg. Luke había empezado a sentir mucha más simpatía hacia los jawas. Un fruncimiento de perplejidad le arrugó la frente mientras hacía girar su silla, pues generalmente los jawas evitaban el contacto con otras razas, y especialmente a bordo de aquella nave.

—¿Qué quieres, pequeño? —le preguntó.

Era el jawa al que había salvado aquella mañana. Luke no habría podido explicar cómo lo sabía, porque aquellas harapientas túnicas marrones que envolvían todo el cuerpo, los guantes cubiertos de suciedad y los rostros invisibles en las sombras de sus capuchones hacían que resultara casi imposible distinguir a un jawa de otro; pero aun así estaba seguro de que se trataba de aquel jawa.

—Gran señor…

La gangosa y chirriante jerga del desierto era casi ininteligible. Una manecita cubierta de mugre se alargó para rozar la espada de luz que colgaba del cinturón de Luke.

Luke puso la mano sobre su espada de luz en un gesto protector, pero no captó ningún auténtico deseo de robarla.

—Me temo que es mía, amigo.

El jawa retrocedió un paso sin decir nada, y después hurgó entre los pliegues de su túnica.

—Para ti.

Le estaba ofreciendo otra espada de luz.

CAPÍTULO 8

Había una técnica para recorrer los bares del Callejón del Espaciopuerto en busca de información. Leia la identificó casi al instante como una variación de lo que ella misma hacía durante las recepciones diplomáticas: consistía más en una actitud general que en emplear cualquier conjunto de preguntas determinadas, y combinaba una abierta afabilidad con un sincero interés por las vidas de otras personas, una tolerancia casi ilimitada ante las trivialidades carentes de significado, un finísimo filtro contra la basura mental y la aceptación —artificial, en el caso de que llegara a ser necesario— de que no tenías nada más que hacer durante aquella tarde.

Leia disfrutó mucho viendo a Han en acción. Llevaba un traje de la variedad «acontecimientos no diplomáticos» que Han había escogido para ella, y su papel consistía en estar sentada encima de un taburete consumiendo bebidas con naves espaciales de papel dentro del vaso y escuchar cómo Han intercambiaba trivialidades con toda una sucesión de camareros y encargados de las barras, contemplar retransmisiones deportivas en las cajas negras aparentemente insondables colocadas en los rincones de los locales —ocho años de compartir su vida con Han Solo le habían permitido adquirir un conocimiento práctico muy vivido de las reglas y estrategias del tensibol—, escuchar música extremadamente mala y entablar conversaciones marginales con empaquetadores, fogoneros, pequeños comerciantes, buscavidas todavía más pequeños y vagabundos. Incluso en los Mundos del Núcleo la inmensa mayoría de la gente no reconocía a Leia o Han si no les habían visto antes o sabían quiénes eran. Para el noventa por ciento de las especies de la galaxia, todos los miembros de las otras razas eran iguales, y de todas formas la gran mayoría de humanos no habrían reconocido a los senadores de sus propios planetas.

Leia pensó que los planetas que todavía eran gobernados por las Antiguas Casas tenían algunas cosas buenas. En Alderaan todo el mundo la conocía. Los tenderos y los mecánicos subespaciales habían estudiado las vidas domésticas de la Casa Organa día tras día en los videotableros, y habían visto cómo sus miembros se casaban, se divorciaban, se peleaban por las pensiones alimenticias y el reparto de las propiedades y matriculaban a sus hijos en academias privadas. También habían comentado con el ceño fruncido y un chasquido desaprobador de la lengua la lamentable vida sentimental del primo Nial, y aún se acordaban de aquel escándalo ocurrido hacía tanto tiempo que había roto el compromiso de la tía Nia con aquel chico —oh, ¿cómo se llamaba?— tan simpático de la Casa Vandron.

Isolder, su antiguo pretendiente, le había explicado que en el Consorcio de Hapes, cuya casa gobernante llevaba siglos en el poder, ocurría exactamente lo mismo.

Pero allí sólo eran un hombre delgado y larguirucho con una cicatriz en el mentón y la costumbre, típica en los contrabandistas, de vigilar las puertas continuamente, y una mujer de cabellos color cinabrio que, además, podía llevar el tipo de traje que habría hecho que su tía Rouge la encerrase en su habitación antes de permitir que la vieran en público con él.

Leia escuchó con creciente respeto cómo Han discutía de gulfito, que tenía que ser el deporte más aburrido de todo el universo, durante treinta minutos con una durosiana de aspecto marchito y lleno de arrugas antes de sacar a relucir el tema de los bajos fondos locales. No estaba muy segura de cómo se las había arreglado Han para llegar a la conclusión de que aquel era el tipo de bar en el que se podía hacer semejante pregunta.

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