Los hijos de los Jedi (17 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

—No voy a consentir que nadie se finja enfermo en mi unidad, amigo —gruñó Ugbuz en cuanto Matonak hubo acabado con el entablillado—. Hemos tenido algunas pérdidas y tenemos unos cuantos heridos, pero esos amotinados no van a interferir con nuestra misión. —Ugbuz le alargó una petaca metálica de la que brotaban vapores que habrían bastado para derribar a un bantha. Luke meneó la cabeza—. ¡Bebe! No me fío de los hombres que no beben.

Luke se llevó la petaca a los labios, pero no permitió que el alcohol fuera más allá de ellos. Incluso ese movimiento bastó para que sintiera un espantoso palpitar en su pierna. Necesitó todas las disciplinas que había aprendido y todo su control de la Fuerza dentro de su cuerpo para hacer retroceder al dolor.

«El hacha», pensó. Los dos klaggs que le atacaron estaban armados con hachas. ¿Habría sido golpeado por alguna de ellas en la confusión final? No lo recordaba, pero sí se acordaba de que no había podido levantarse.

La cabeza también le dolía. Luke comprendió por primera vez con toda claridad lo desesperadamente importante que era el obtener atención inmediata cuando estabas herido. Su estado haría que fuese todavía menos capaz de protegerse a sí mismo que antes, y resultaba muy obvio que tendría mucha más necesidad de hacerlo que hasta entonces.

¿Por qué el enorme espacio que les rodeaba estaba tan oscuro?

—¿Qué ha sido del soldado Mingla, señor? Ya sabe… Un chico flaco y rubio.

Los diminutos ojos de Ugbuz se entrecerraron para escrutar el rostro de Luke en la penumbra de la cabaña.

—¿Sois amigos?

Luke asintió.

—Ha desaparecido. Malditos amotinados… Dos hombres muertos, y tres desaparecidos. Hijos de cerda… Acabaremos con ellos.

Matonak le lanzó un grito lleno de irritación, y sus largas trenzas de un gris verdoso oscilaron pesadamente sobre la gélida carne llena de señales de mordiscos de sus seis enormes pechos. Los morrts eran parásitos de la sangre, grises, del tamaño de un dedo y muy peludos. Luke pudo ver uno de ellos adherido al cuello de Ugbuz, y a otro que estaba escalando una trenza de Matonak. Sus ojos, relucientes como cabezas de alfiler y tan pequeños como ellas, recorrieron velozmente toda la cabana y se clavaron en los rincones y las vigas. Las mantas apestaban a morrts.

Matonak le dirigió un gruñido ininteligible y le metió un palo entre los dedos. Estaba claro que había iniciado su existencia como mango de un arma traída de Pzob, y consistía en dos metros de madera nudosa alisada a mano. La pernera izquierda de los pantalones de Luke había sido rajada desde la mitad del muslo para que Matonak pudiera ocuparse de su herida. Aunque Luke hubiera sido capaz de soportar la idea de apoyar su peso en esa pierna, sabía que no le sostendría. Matonak le había envuelto el pie izquierdo en unos trapos después de haberle quitado la bota empapada en sangre cortándola con un cuchillo. Luke se sorprendió al ver que la espada de luz seguía colgando de su cinturón.

La enorme cerda le empujó hacia la puerta con tal violencia que faltó muy poco para que Luke volviera a encontrarse en el suelo.

—Dice que te vayas a tomar un café —dijo Ugbuz con el tono más alegre de todo su repertorio de oficial—. Te pondrás bien enseguida.

—¡Amo Luke!

Luke miró a su alrededor. Había dos docenas de cabañas alineadas a lo largo de las paredes de lo que parecía una bodega de carga. Para erigirlas se habían utilizado puertas, trozos de paneles metálicos y las planchas laterales de cajas de plástico y aluminio corrugado, así como mantas, segmentos de armadura, bandejas del comedor, alambres, cable, cañerías y la ubicua cinta adhesiva para motores. Había más bandejas y tazas de café esparcidas sobre la cubierta metálica, y todo el lugar se hallaba impregnado por un débil olor a basura a pesar de los continuos esfuerzos de los MSE que zumbaban por el cuadrado despejado en el centro. Había muy pocos gamorreanos visibles.

Cetrespeó estaba esperando en el cuadrado oscuro del umbral de la enorme cámara. Si le hubieran programado para hacerlo, se habría estado estrujando las manos.

Luke recorrió los quince metros que les separaban avanzando muy despacio, y cada paso fue una descarga acida de agonía reprimida. Cetrespeó se inclinó hacia adelante como si se dispusiera a cruzar el umbral para ayudarle, pero enseguida pareció pensar que no era buena idea.

—Lo lamento terriblemente, amo Luke —se disculpó el androide—, pero los gamorreanos no dejan entrar a los androides en su aldea. Los PU Ochenta han intentado repetidamente desmantelar las cabañas y colocar las piezas en sus lugares adecuados y… Bueno…

Luke se apoyó en la pared y no pudo contener la risa.

—Gracias, Cetrespeó —dijo—. Te agradezco que te hayas atrevido a seguirme hasta aquí.

—¡Por supuesto, amo Luke! —El androide de protocolo parecía perplejo y un poco escandalizado, como si la más pequeña duda acerca de su reacción fuese totalmente inconcebible—. Después de ese horrible altercado en el comedor…

—¿Viste qué le ocurrió a Cray? Ugbuz dice que ha desaparecido…

—Los klaggs se la llevaron. Parecen considerar a los gakfedds como amotinados, y viceversa. Nichos se fue detrás de ellos. Cray luchó muy bien, pero me temo que no era enemiga para esos gamorreanos, señor.

Cetrespeó se puso en movimiento con un leve tintineo metálico al lado de Luke cuando éste empezó a caminar de nuevo, avanzando por el pasillo con paso cojeante mientras cerraba tozudamente su mente al dolor de la pierna. Mantener la agonía a raya estaba consumiendo enormes cantidades de su concentración, y le exigía un esfuerzo mucho más grande que cuando canalizaba la Fuerza contra los efectos de su conmoción. Tenía que encontrar la enfermería, y deprisa. Con una herida tan obvia, por lo menos Ugbuz no podría afirmar que fingía estar enfermo para no cumplir con sus deberes de soldado.

—¿Tienes alguna idea de dónde están sus cuarteles generales?

—Me temo que no. señor. El capitán Ugbuz ha enviado exploradores para localizar su fortaleza, por lo que resulta obvio que él tampoco tiene idea de dónde se halla.

—No tendrían que ser demasiado difíciles de encontrar.

Luke iba inspeccionando todas las puertas por las que pasaban. En aquella parte de la nave la mayor parte correspondían a compartimentos de carga. La configuración como asteroide empleada por el
Ojo
hacía que la nave poseyera largos tramos de pasillo donde las paredes no eran interrumpidas por ninguna puerta. Las luces de aquella sección estaban encendidas y arrancaban gélidos destellos a los muros de metal grisáceo. Aquí y allí se veía una bandeja de plástico o una taza de café del comedor que destacaba en el entorno monocromo, y en un momento dado pasaron junto a una criatura tripodal que vagaba por el pasillo contemplando cuanto le rodeaba con sus tres ojos verdes de gruesas pestañas llenos de perplejidad.

—No estoy tan seguro de eso, señor. Los androides de limpieza PU Ochenta fueron muy diligentes a la hora de limpiar todos los rastros de su presencia de las paredes y los suelos.

Luke se detuvo y volvió a apoyar la espalda en la pared. La cabeza le estaba dando vueltas. «¿Hubo otros Maestros Jedi que tuvieran que pasar por esto?»

—¿Qué ha ocurrido aquí?

Volvió a abrir los ojos. El tramo de pasillo que se extendía delante de ellos estaba a oscuras, como lo habían estado la bodega-aldea de los gakfedds y sus alrededores. Los paneles luminosos del techo habían dejado de funcionar en una longitud de cien metros como mínimo por delante de ellos. Una escotilla había sido arrancada de su marco y colgaba entre el techo y el suelo, y los cables y alambres pendían en el centro del pasillo como las entrañas de una bestia destripada. Luke fue cojeando hacia ella y captó un olor familiar que ya se había vuelto débil y lejano, pero que seguía siendo muy peculiar.

—¿Jawas?

Si Cetrespeó hubiera poseído pulmones, habría dejado escapar un suspiro de cansancio.

—Me temo que sí, señor. Parece ser que cuando los transportes automatizados descendieron en los planetas donde el Imperio apostó tropas hace treinta años para que fuesen recogidas con vistas a esta misión subieron a bordo a cualquier clase de seres inteligentes que pudieron encontrar, fuera cual fuese.

—Oh, estupendo —suspiró Luke.

Se inclinó cautelosamente para examinar la escotilla arrancada. El metal estaba cubierto de huellas dejadas por unas manos diminutas. Luke se preguntó cuántos carroñeros de un metro de altura envueltos en túnicas marrones habría recogido el transporte automatizado después de posarse en Tatooine.

—Las criaturas que vimos en el comedor eran talz procedentes de Alzoc Tres. No me he movido demasiado, amo Luke, pero sé que también hay affitecanos de Dom-Bradden a bordo, ¡y sólo el Fabricante sabe qué otras especies habrá además!

—Estupendo —repitió Luke, y reanudó su cojeante avance—. Así que si quiero destruir la nave antes de que llegue a Plawal, antes tendré que encontrar los transportes de tropas y arreglármelas de alguna manera para que todo el mundo suba a ellos. Supongo que en el caso de los gamorreanos siempre podría decirles que es una orden, pero…

Luke titubeó, y se acordó de la terrible destreza del artillero de la nave, ese artillero que Cetrespeó insistía en que no existía.

Fueran cuales fuesen los otros sistemas automatizados del
Ojo de Palpatine,
era muy posible que un miembro de la misión original siguiera a bordo.

—Aquí —dijo—. Esto tiene aspecto de ser lo que andábamos buscando.

Habían atravesado la sección del pasillo sumida en la oscuridad y acababan de llegar a la zona iluminada que se extendía más allá. El pequeño despacho de la derecha había pertenecido sin lugar a dudas a un contramaestre o supervisor de cargamentos. El escritorio negro incrustado en la pared contenía un gran teclado curvo, y la impasible oscuridad color ónice de una pantalla de monitor les contempló solemnemente por encima de él. Luke se dejó caer sobre el acolchado de cuero de la silla con un suspiro de alivio —«Sí, no cabe duda de que esto era el despacho de un contramaestre», pensó mientras lo hacía—, apoyó su bastón en el canto del escritorio y accionó el interruptor de encendido.

—Bien, veamos si podemos convencer a este trasto para que nos dé alguna idea de cuánto tiempo tenemos antes de hacer nada más.

Luke se inclinó sobre el teclado y escribió
Solicitud de situación de la misión.
Era una orden muy común que no involucraba ninguna información clasificada, pero sólo el saber cuándo se esperaba que el
Ojo
llegara a Plawal ya bastaría para indicarle con qué premura debía actuar.


Tiempo de la misión en consonancia con los objetivos de la Voluntad

-¿Eh?

Luke escribió
Menú
en el teclado.


La Voluntad solicita el objetivo de esta información Orientación,
tecleó Luke.


Situación actual alineada con el diagrama temporal de la Voluntad. No es necesaria más información

—No querían correr el riesgo de que nadie del exterior averiguase en qué consistía su misión, eh? —murmuró Luke.

La pantalla se volvió gris y osciló delante de sus ojos, y Luke atrajo la Fuerza hacia él para limpiar y reforzar los tejidos de su cerebro que se iban curando lentamente.

«La enfermería —pensó, sintiéndose cada vez más cansado—. En cuanto haya acabado con esto, iré a la enfermería sin perder ni un momento…»

—¿Cuándo volvió el último transporte, Cetrespeó?

—Creo que ayer. Es el que trajo a los talz.

Luke pensó durante unos momentos.

—Si están intentando evitar las sospechas, entonces lo más lógico sería esperar un día o dos, o tal vez incluso más tiempo, antes de dar otro salto hiperespacial. Puede que mucho más tiempo, dependiendo de quién crean que estaba vigilándoles hace treinta años.

Ben Kenobi, casi con toda seguridad. Bail Organa. Mon Mothma. Eran los que habían contemplado la ascensión de Palpatine al poder supremo y el nacimiento del Nuevo Orden, primero con suspicacia y después con creciente alarma.

—Podemos estar seguros de que la nave es lo bastante grande para que dos compañías estén cómodas durante un tiempo.

Diagrama.

Un plano de la cubierta apareció en la pantalla. Luke identificó la gran bodega de carga sin ningún problema, así como el despacho de contramaestre en el que estaba sentado. Una pequeña ventana de la esquina de la imagen le indicó que se trataba de la Cubierta 12. Luke tecleó la orden para ver la cubierta superior, y la que estaba por encima de ella, y se fijó en sus formas irregulares. La enfermería estaba dos cubiertas más abajo. Las cubiertas eran enormes, pero se podía suponer que pasados dos o tres días Ugbuz no enviaría exploradores en busca de tribus rivales dentro de su propia cubierta.

El ordenador se negó a mostrarle el diagrama de la Cubierta 9.

Luke siguió usando el teclado, y sólo consiguió obtener los diagramas de las Cubiertas 10 a la 13.

Diagrama total.

• La Voluntad solicita el objetivo de esta información Localización de formas de vida alienígenas.

• Todo se encuentra dentro de los parámetros definidos por la Voluntad. No hay formas de vida no autorizadas a bordo

—Oh, con que no las hay, ¿verdad? Luke volvió a teclear
Diagrama total.

• La Voluntad solicita el objetivo de esta información.

Control de daños.

• La Voluntad lo controla todo. La Voluntad no percibe daños en ninguna zona

Todas las luces se debilitaron de repente, y las letras azul claro del monitor se encogieron para formar un puntito minúsculo que se extinguió después de un fugaz parpadeo. El parloteo estridente de los jawas y los ruidos de pies que se movían a toda velocidad llegaron hasta ellos desde la negrura del pasillo.

Luke suspiró.

—Tengo un mal presentimiento.

CAPÍTULO 7

La enfermería estaba silenciosa, oscura y muy fría.

—Oh, señor… ¡Condenados jawas! —exclamó Cetrespeó.

Luke Skywalker había salido triunfante de un combate a muerte con un clon de sí mismo, y había superado el ser esclavizado por el Emperador y el lado oscuro, las masacres a gran escala y la destrucción de mundos enteros.

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