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Authors: Daniel Mares

Tags: #Histórico, Intriga, otros

Los horrores del escalpelo (131 page)

Allí estará, sinceramente nuestro,

Jack el Destripador.

____ 61 ____

Residencia de Ntra. Señora del Santo Socorro

¿Lunes? ¿Martes? ¿Domingo?

Hace mucho calor. Languidece Lento sobre el sofá, aturdido por el calor, el dolor, la fiebre y la sed. Acosado por imágenes de muerte, de sangre, de vísceras extirpadas pulsando fuera de su contenedor natural, de maquinaria orgánica traqueteando.

Abre los ojos. La luz cae directa sobre él desde las ventanas de pintura rascada. Eso es agradable, lo único agradable. Prefiere dormir. La silla de ruedas está volcada a su lado. Extiende la mano y hace girar la rueda. El suave chirrido hace bien de nana. Quiere dormir.

Dormir.

No puede. ¿Por qué? Ya no duele tanto... es una voz. Una voz.

—¿Está ahí...? ¿Me oye...? —Alza la vista. La mano de Alto se agita por un agujero en el cielo.


You... are in heaven.
—Se ríe.

—¿Eh...? ¿Se encuentra bien?

—Oh... sí. Soy dormido... Jack el Destripador ha muerto.

—Ya me lo dijo... Después de tanto tiempo... y Aguirre tampoco sobrevivió. De todas formas ya no le quedaban más... husos. ¿Cuántos días...?

—No sé... no tengo idea.

—Ya... parece una eternidad. No hay manera de saber. Y bien, tenemos ya algo que contar a... a von Kempelen.

—¿Sí...?

—Sí.

—Me pregunto... ¿por qué no lo ha averiguado él? No es difícil. Tiene la información... claro que... es un cerebro mecánico análogo...

—Analógico. ¿Quiere saber dónde está el recuerdo de la querida Franciscka?

—Tengo que dormir...

—No... no puede dejarme aquí... si vamos a morir tiene que saberlo...

—A usted le interesa... yo...

—Vamos... espere. Tengo algo más que contar.

Lento sacude la cabeza, trata de despabilarse, busca agua alrededor suyo.

—Hay que ir a por más agua... una tubería... ¿más...?

—Sí. Ya sé lo que me pasa en las piernas. No están dañadas. Un cable las ata... un cable de metal muy fuerte. Debió ser lo que lanzó esa... granada. Me dio en los ojos y me ató todo el cuerpo, no es metralla... eso es bueno. ¿No? Ahora lo veo...

—¿Y cómo lo ve?

Silencio.

—Es verdad... veo. Me duelen los ojos pero veo algo...

—¿Tiene luz?

—Sí... ¿cómo....? Una contraventana está abierta... se ha abierto.

—¿Puede llegar...? —Lento casi cae al suelo al tratar de incorporarse.

—No. Estoy atado, muy atado. Ese cable me da diez vueltas... Y ahora... ¿dónde cree...?

—No tengo idea...

—Usted fue quien escuchó a Aguirre.

—Por caridad, yo tengo cerebro orgánico, y agotado...

—Sí. Aguirre dijo que al esconderlo, al intentar encontrar un sitio seguro pensó en su amigo Drummon. Él tuvo escondido durante años la moneda de Judas, a la vista de todo el mundo.


¿Where?

—En... —Tres golpes en la puerta.

—¿Hay alguien ahí? ¿Me oyen?

Silencio. Un instante callado y al minuto los dos gritan, apenas con fuerza. Piden auxilio, Lento tira botellas vacías contra la puerta. Una voz se alza.

—Policía. Apártense lo que puedan, vamos a tirar...

Golpes en la puerta, cada vez más fuertes. Hasta que con un tremendo estruendo la derriban. La luz que se desborda entre el polvo ciega a Lento. Entran siluetas fantasmales. Policía, personal del SAMUR, Guardia Civil, y un hombre obeso y sudoroso, muy apurado, gritando con alivio.

—¡Están aquí! —El gordo abraza con excesivo entusiasmo a Lento—. Llevo un par de días buscándolos, ¿dónde está su compañero?

—Arriba...

—No podía contactar con ninguno de ustedes. Y me dije: esta gente se anda con muchos misterios, seguro que han ido por su cuenta a ese lugar...

—No pagamos mucho...

—¿Cómo? ¿Qué clase de persona creen que soy? No podía... Hace cuatro días vine, y oí un rugido espantoso. Hubo que buscar permisos, hablar con... joder, ustedes no me dieron sus verdaderos nombres. La discreción tiene que acabar cuando... ¿dónde está...?

—Arriba...

Investigué por mi cuenta. Habían abandonado su hotel, habían pagado, todo parecía normal. Me entregaron una carta de despedida con un dinero, una barbaridad de dinero, diciendo que ya no necesitaban... no me fie... soy perro viejo... ¿pero dónde está su amigo, por Dios? No le habrá pasado...

—Arriba...

—Usted está herido —dice un policía—. Oigan, atiendan a este hombre...

—Hay un muerto, en una cama... Fue... defensa propia, no pretendíamos... nos secuestraron. He tratado...

—Mi hermano es abogado —dice el detective—. Si quiere, irá de mi parte y no le...

—Se le tomará declaración —dice el policía—, no se preocupe. Ahora venga con nosotros. ¿Por qué va vestido así?

—Nos obligaban —explica Lento—, era parte del trato. Teníamos que ser... que tener aires decimonónicos para que Aguirre... pero... es arriba. —Pronto está en una camilla, subiendo a la ambulancia más cercana. Mira hacia lo alto y ve una mano, cree oír una risa—. Esperen —señala—. Tengo que hablar... con alguien, debo preguntar...

—Ahora vamos a un hospital —dice un médico o un sanitario—, primero le verán en urgencias. Luego, ya hablará con los policías.

—No, por favor...

—Luego. Vamos.

—Es en el cielo... mi amigo es en el cielo. —El médico, una asistente y el policía se miran circunspectos. Sacan la camilla de la residencia palmeando la mano de Lento, tratando de consolarlo. Las ambulancias salen. Queda la policía y el detective, que mira hacia lo alto.

—Salga fuera usted también —dice un agente—. Vamos a registrar todo.

—Escuche... —chista el orondo detective. Todos guardan silencio, y desde arriba, los ángeles pintados cantan muy bajito una extraña plegaria:

—La Politécnica... la Politécnica...

____ 62 ____

Plaza de Castilla, Madrid.

Tres semanas después

Una soleada mañana de junio ambos escritores entran en los juzgados, cojeando aparatosamente uno, con gafas de sol que tapan por completo sus ojos el otro. Tienen permisos oficiales para ir a una sala de pruebas, donde se custodian ciertas evidencias. Un funcionario lee la documentación, los obliga a pasar por un arco detector de metales, llama por teléfono hasta a tres superiores y por fin les permite el paso, con molesta retranca. Mientras caminan para allá, Lento habla.

—¿En el Ajedrecista?

—Sí —responde Alto, que ahora en la relativa penumbra de los corredores se apoya en el hombro de su amigo para no tropezar—. Allí está. ¿Qué mejor lugar para esconderlo que dentro de más ruedas dentadas, corredera, aparatos electrónicos y husillos sin fin? Aguirre estaba allí en su última noche junto a Torres, junto a su Ajedrecista. ¿Qué otro lugar para esconderlo sería más idóneo que delante de la vista de todo el mundo, como le enseñara el soldado Drummon?

—¿Usted lo vio?

—Sí, es fácil. El único mecanismo que no tiene utilidad alguna en el autómata, el único que es un cuerpo extraño.

—¿Y por qué no lo coge?

—No me dejaron más que examinarlo, con detenimiento y varios días, pero solo examinarlo. Además, se trata de una memoria física, una memoria en tarjetas perforadas infinitas sobre la vida de una húngara de hace cuatro siglos, no puedo leerla, ni creo que me interese.

—Ya... Supongo que los avances que podría traer el saber que la... analogía...

—Analógica.

—Que la analógica puede llegar a ese...

—En el fondo soy escritor, como usted, no científico. Mire los «avances» que trajo esta ciencia: el mayor asesino de la historia.

—Aquí es. —El funcionario abre una puerta con un «prohibido el paso excepto a personal autorizado» bien visible. Están en una sala pequeña, rodeada de más puertas.

¿Podemos quedarnos a solas? — pregunta Lento. El funcionario parece más que reticente—. Ya habrá hablado con usted el juez, se trata de un...

—Un favor —concluye Alto.

—Sí, como quieran. No toquen nada, ¿eh?, se lo ruego. Luego soy yo quién tiene que responder... esperen un momento aquí.

El conserje entra en uno de las habitaciones anejas y cierra tras de sí, dejando por un instante ver una sala llena de cajas y trastos apilados.

—No parece más limpio que Nuestra Señora del Socorro.

—No me lo recuerde... Oh... ¿acabó el... el folletín?

Sí. Investigué a M. R. William, por cierto. Publicó el Décimo tercer trabajo de Heracles entre mil novecientos uno y mil novecientos dos, con bastante éxito. Su única obra...

—¿Debemos deducir que miss Trent salió de su... internamiento y vivió feliz?

—No sé si lo debemos deducir, pero a mí me gusta pensar en eso. Feliz y con una novela de éxito publicada.

—¿Y el final?

—Oh... mueren todos menos Jim, ¿qué esperaba de semejante culebrón? Incluso Camille, que no estaba muerta sino que se había retirado a misiones durante todos esos años. Vuelve por su hija incestuosa, mata a su hermano cuando este mata a la niña, en la
Tour Isolée
, la torre se desploma y Jim no puede salvarla. Él vuelve al ejército... lo normal en estas historias.

—Dramático.

—Y divertido, se lo aseguro.

—¿Sigue creyendo que hablaban de ellos... de los Abbercromby?

—Terrible, pero me temo que sí.

El funcionario abre la puerta de nuevo.

—Ya está. No me toquen nada, ¿eh? Y tendré que registrarlos cuando salgan.

—Lo entendemos, lo entendemos.

Entran, cerrando la puerta tras de sí. Encienden una luz y allí, rodeado de estanterías con cajas y viejos papelotes, hay un enorme oso en pie, tuerto y con medio pecho roto y apolillado.

—Ahí está —dice Lento.

—¿Está seguro que es él?

—¿Quién si no? Según la historia que oímos es capaz de tener cuerpo de un oriental, de Maelzel, de Spring Healed Jack y de un elefante... sin contar con el
Juggernaut
de la batalla en
D'hulencourt Tor
. Siempre es con nosotros. ¿Recuerda la nota? No pudo pasárnosla nadie de fuera, era el detective... nuestro gordo amigo, que huyo asustado. Este plantígrado de metal, rodó hasta la puerta...

—¿Entonces? ¿Lo hacemos?

—Sí. Nos secuestró, y casi me mata de un zarpazo... no sé qué otra cosa podemos hacer.

—Recuerde las palabras que dijo a Aguirre: «Desapareceré en la noche, lejos del hombre. Solo. Con mis recuerdos», me parece un buen final para esta historia. El amor debe triunfar, amigo mío, como en el cine. Si a usted no le importa, que fue el que llevó la peor parte... de acuerdo. —Saca una nota de papel—. Aquí la tiene.

Lento la lee:

Está dentro del Ajedrecista de Torres Quevedo. Museo

Torres Quevedo. Escuela Superior de Ingenieros de

Caminos, Canales y Puerto.

Universidad Politécnica de Madrid.

Mucha Suerte

Luego, dobla el papel y lo pone con toda ceremonia dentro de la garra del gigantesco plantígrado.

—Venga —dice Alto—. Le doy cuerda y salimos fuera. —Mete la mano detrás de la oreja, encuentra la llave, y le da seis vueltas. Comienza un tictac, muy suave, muy lejano—. Rápido.

Salen. El funcionario, algo perezoso, se extraña de la prisa con que andan ahora.

—No se preocupen —dice mientras pide que enseñen el contenido de sus bolsillos y pasa un detector de metales manual por su ropa—, esto es un formalismo. Ahí no hay nada que valga una mierda.

—Ese animal mecánico es una obra de arte, amigo —dice Alto.

—¡Qué coño! —Los acompaña a la salida—. Si es un juguete japonés de esos. Mi hija tiene un perro robot que hace más que ese oso de peluche. Un juguete increíble, anda solo, ladra, atiende cuando lo llamas... este no hace na.

—No diga barbaridades...

Barbaridades, dice el «guiri»... pero si el otro día vi la etiqueta cuando lo trajeron, mal cosida a la oreja. Se le cayó. Es una marca china, o coreana o algo así, miren, la tengo por aquí... —Un pequeño trozo de tela arrancada por un débil pespunte, en donde aparece un bordado desvaído:

Non Omnis Moriar

Alto da dos palmadas al funcionario, le sonríe y dice:

—Amigo, usted en el instituto las clases de latín se las saltaba, ¿verdad?

* * *

Al margen de esto, el objetivo de nuestra búsqueda, más que ninguna otra cosa, nos anima en nuestras investigaciones y nos conforta de nuestras privaciones, pues tenemos como meta nada menos que redimir a la generación venidera de los males del veneno mineral y el derramamiento de sangre y a nuestro ejército, armada y otros desafortunados compañeros de los horrores del escalpelo y el cuchillo de amputación.

Francis Tumblety. 1833 - 1903

Antes de acabar, una muy prescindible y algo extensa nota final

(Especial atención a lo de «final», no diga luego el lector impaciente que no fue avisado)

Lo que acaban de leer (espero que lo hayan leído) es una obra de ficción, de ciencia ficción para ser más exactos, y como tal me he tomado innumerables libertades con las fechas, hechos, lugares y personajes históricos que aparecen, cambiándolas y torciéndolas según se acomodaran a la trama o la intención de lo que quería contar. Cada uno de estos hechos, cada acontecimiento, cada héroe o villano que he traído de las páginas de la historia real a las mías, daría para una novela tan larga como esta o más, dedicada solo a él, pero el autor que aquí se explica es demasiado perezoso para lanzarse a semejante tarea y ha fabricado un coro uniendo, doblando y retorciendo la vida de muchos que son por sí mismos protagonistas indiscutibles. Sería muy engorroso para ustedes llenar el texto de notas a pie de página y advertencias al respecto de este o aquel dato, y tedioso hasta el extremo del suicidio para un servidor. Por otra parte, nada más lejos de mí y de esta novela, que tener cualquier intención didáctica, que para eso están los libros de historia.

Sin embargo, cabe la posibilidad de que la aparición de algunos de los personajes que forman el reparto de este drama les haya atraído e incluso, si no les conocían bien, puede que se haya despertado un interés por saber de ellos, saber la verdad. Con ese fin paso a hacer una semblanza en nada exhaustiva de algunos de los protagonistas reales de nuestra historia:

Leonardo Torres Quevedo (1852 - 1936)
: una de las grandes luminarias de la ciencia española, país el nuestro que por desgracia no ha destacado en dar, ni mucho menos en cuidar, figuras de renombre científico. El ingeniero cántabro, figura de referencia científica en su época, de quién Maurice d'Ocagne, presidente de la Societé Mathématique de Francia, dijo que era «el más prodigioso inventor de su tiempo», fue autor de avances considerables en multitud de campos. La más señalada de entre sus obras, o al menos la más llamativa, es el teleférico en las cataratas del Niágara. No solo una importante labor de ingeniería sino un hito único que una empresa española consiguiera ese proyecto allí, en los albores del siglo XX. Pero además de esto realizó grandes progresos en el campo de los dirigibles, ideando un híbrido entre el dirigible de cuerpo rígido y el flexible, mucho más práctico que los dos anteriores. Fue incomparable en la construcción de máquinas analógicas resolutorias de ecuaciones matemáticas, padre de la automática como hoy la conocemos, y por tanto precursor de la robótica y la informática, aunque su nombre no suela aparecer en la historia de esta última disciplina, olvido imperdonable. Construyó el Telekino, primer ingenio de control a distancia, con el que fue capaz de mover un bote eléctrico, el
Vizcaya
, por la ría de Bilbao, controlando sus maniobras desde la comodidad del Club Marítimo de Abra; y estamos hablando de 1905. Todo esto además de cientos de inventos y patentes menores, como aparatos para disponer alambre de espino en los puestos de defensa de modo automático, un indicador de coordenadas que permitiera orientarse sin problemas en cualquier ciudad, y faltaba mucho para la llegada del GPS, balanzas automáticas, aparatos para tomar discursos al dictado, un lenguaje simbólico para el diseño de mecanismos... innumerables inventos de una mente prolífica imposible de retener.

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