Read Los niños del agua Online
Authors: Charles Kingsley
La verdad es que la idea que la gente tiene de que tal y cual cosa no pueden existir, simplemente porque no las ha visto, tiene el mismo valor que la idea de un incivilizado de que no pueden existir cosas como una locomotora porque nunca ha visto una corriendo en libertad por la selva. Los hombres sabios saben que su trabajo consiste en examinar lo que existe y no en determinar lo que no existe. Saben que los elefantes existen, saben que los dragones voladores han existido y cuanto más sabios sean, menos se inclinarán a afirmar que los niños del agua no existen.
¿De verdad que los niños del agua no existen? Bueno, los hombres sabios de la antigüedad decían que todo lo que hay en tierra tenía su doble en el agua. Y ya puedes ver que eso es, si no verdad, al menos tan verdad como la mayoría de las demás teorías que seguramente oirás durante mucho tiempo. Si hay niños en la tierra... ¿por qué no puede haber niños del agua? ¿Acaso no hay ratas de agua, moscas acuáticas, grillos de agua, tortugas de agua, escorpiones de agua, escarabajos de agua, cangrejos de mar, puercos espines marinos, gatos marinos y perros de mar, leones marinos y osos marinos, caballitos de mar y elefantes marinos, ratones de mar y erizos de mar, navajas de mar y plumas de mar, peines de mar y abanicos de mar? Y en cuanto a las plantas, ¿acaso no hay hierbas de agua y ranúnculos acuáticos sin fin?
Pero todos estos nombres son sólo motes. Las cosas del agua no son realmente equivalentes a las cosas de la tierra.
Eso no siempre es verdad. En millones de casos no sólo son de la misma familia sino que, de hecho, son las mismas criaturas. Incluso tú sabes que la cachipolla, la mosca siálida y la libélula viven bajo el agua hasta que mudan su piel, igual que Tom mudó la suya, ¿no? Y si un animal de agua puede convertirse en cualquier momento en un animal de tierra, ¿por qué un animal de tierra no puede convertirse a veces en un animal de agua? No te dejes amedrentar por ninguno de los razonamientos del Primo Cramchild; hazle frente como un hombre y respóndele (con todo el respeto, por supuesto) lo siguiente:
Si el Primo Cramchild dice que si los niños del agua existieran tendrían que crecer y convertirse en hombres del agua, pregúntale cómo sabe que no lo hacen, y luego pregúntale si puede afirmar que tienen que hacerlo con la misma certeza que afirma que el proteo de las cavernas de Adelsberg completa su crecimiento hasta convertirse en un tritón.
Si dice que es una transformación demasiado extraña el que un niño de la tierra se convierta en un niño del agua, pregúntale si no ha oído hablar nunca de la transformación del Syllis, la duela o la medusa común, de la cual M. Quatrefages dice de manera excelente: «¿Quién no exclamaría que había ocurrido un milagro si hubiera visto a un reptil salir del huevo puesto por la gallina en su corral y, a la vez, hubiera visto a este reptil parir un número indefinido de peces y pájaros? De hecho, la historia de la medusa es tan maravillosa como lo sería eso». Pregúntale si conoce todo esto; y, si no lo conoce, dile que se acerque y lo compruebe por sí mismo, y aconséjale (con todo el respeto, por supuesto) que deje de establecer qué cosas extrañas es imposible que ocurran hasta que haya visto qué cosas extrañas sí que ocurren realmente cada día.
Si dice que las cosas no pueden degradarse, o sea, que vayan a menos y se transformen en formas inferiores, pregúntale quién le dijo que los niños del agua son inferiores a los niños de la tierra. Y aunque lo fueran, ¿conoce la extraña degradación del percebe común, que se encuentra incrustado en el fondo de los barcos, o la aún más extraña degradación de algunos primos suyos, de la que apenas gusta hablar por lo espeluznante y fea que resulta?
Por último, si dice (como hará con toda seguridad) que estas transformaciones sólo tienen lugar en los animales inferiores y no en los superiores, dile que eso, a los chiquillos y a algunos mayores, les parece una idea muy extraña. Pues si los cambios de los animales inferiores son tan maravillosos y tan difíciles de descubrir, ¿por qué los animales superiores no tendrían que sufrir cambios mucho más maravillosos y mucho más difíciles de descubrir? ¿No es posible que el hombre, flor y nata de todas las cosas, experimente algún cambio mucho más maravilloso que todas las demás especies, de la misma manera que la Gran Exposición es más maravillosa que una conejera? A ver qué contesta a eso. Y si dice (como hará) que, no habiendo visto tal cambio en su experiencia, no está en posición de creerlo, pregúntale con todo respeto dónde ha estado metido su microscopio. ¿No es verdad que cada uno de nosotros, al llegar a este mundo, pasamos por una transformación igual de maravillosa que la de un erizo de mar o una mariposa?
Y ¿no nos dicen la razón y la analogía, como también las Escrituras, que esa transformación no es la última y que, aunque no sepamos en lo que nos vamos a convertir, sin embargo estamos aquí, igual que la reptante oruga, y lo estaremos de aquí en adelante, igual que la mosca perfecta? Los antiguos griegos, que eran paganos, vieron todo esto hace dos mil años. Y si el Primo Cramchild ve todavía menos que ellos, me interesa muy poco. Y así sucesivamente, hasta que se enoje de verdad. Entonces dile que si los niños del agua no existen, por lo menos tendrían que existir. A eso, como mínimo, no podrá responder.
Mientras tanto, pequeño, hasta que no sepas sobre la naturaleza muchísimo más que el profesor Owen y el profesor Huxley juntos, no me hables de lo que es imposible, ni creas que hay cosas demasiado maravillosas para ser verdad. «Formidables, maravillosas son tus obras», dijo antiguamente David. Y así somos, así es todo lo que nos rodea, hasta la mesa de madera de pino. Sí, la mesa, tal como está ahora, que no es más que un trozo de madera de pino muerto, es una obra más formidable y maravillosa que si (igual que las gallinas se creen todo lo que dice el lobo) los espíritus pudieran hacer que bailara o que te hablara sólo con darle golpes.
¿Que si lo digo en serio? ¡Oh no, válgame Dios! ¿No sabes que esto es un cuento de hadas y que todo es para divertirse y fingir, que no tienes que creer ni una sola palabra, ni siquiera aunque sea verdad?
En todo caso, eso es lo que le ocurrió a Tom. Por consiguiente, el guardián, el mozo de cuadra y Sir John cometieron un gran error y, al descubrir una cosa negra en el agua, se pusieron muy tristes (al menos Sir John), sin ninguna razón. Creyeron que era el cuerpo de Tom, que se había ahogado. Estaban absolutamente equivocados. Tom estaba muy vivo, y más limpio y más contento de lo que nunca había estado. Verás, en la rápida corriente del río las hadas lo habían lavado tan a fondo que no sólo lo habían despojado de la mugre, sino también de la cáscara y el caparazón enteros. De esta forma, el Tom hermoso, pequeño y real fue lavado y sacado de su interior, y salió nadando, como hace la larva de la frigánea cuando perfora y sale de su estuche hecho con piedras y seda, y avanza de espaldas, chapoteando, hasta la orilla y allí revienta su piel y se aleja volando como frigánea, con cuatro alas de color beige y las patas y las antenas alargadas. Las frigáneas son unas criaturas muy tontas y, por la noche, si dejas la puerta abierta, chocan contra la vela. Esperemos que Tom sea más listo, ahora que se encuentra en un lugar seguro, fuera de su viejo caparazón de hollín.
No obstante, el bueno de Sir John no entendió nada de esto, ya que no era miembro de la Sociedad Linneana, y se le metió en la cabeza que Tom se había ahogado. Cuando echaron un vistazo en los bolsillos vacíos de su caparazón y no encontraron ninguna joya, ni dinero —nada, salvo tres canicas y un botón de latón atado a un cordón—, Sir John hizo algo así como llorar como nunca lo había hecho en su vida y se culpó con más amargura de lo que tendría que haber hecho. Así que lloró, el mozo de cuadra lloró, el cazador lloró, la anciana lloró, la niñita lloró, la lechera lloró, la vieja niñera lloró (porque de algún modo era culpa suya) y la señora lloró, pues aunque la gente lleve peluca, ésta no es razón para que no puedan tener corazón. Sin embargo, el guardián no lloró, a pesar de haber tratado tan bien a Tom la mañana anterior, porque estaba tan harto de perseguir a los cazadores furtivos que se le podían sacar tantas lágrimas como agua a las piedras. En cuanto a Grimes, tampoco lloró, pues Sir John le ofreció diez libras y se las bebió todas en una semana. Sir John mandó buscar por todas partes al padre y a la madre de Tom, pero podría haber estado buscando hasta el día del Juicio Final, ya que uno estaba muerto y la otra se encontraba en Botany Bay. La niñita no jugó con sus muñecas durante una semana entera y nunca se olvidó del pobrecillo Tom. La señora pronto puso una hermosa y pequeña lápida sobre el caparazón de Tom en el pequeño cementerio de Vendale, donde todos los hombres del valle duermen unos al lado de los otros entre los peñascos de piedra caliza. Y la anciana la engalanó con guirnaldas cada domingo, hasta que envejeció tanto que dejó de salir de casa; entonces, los chiquillos la engalanaron por ella. La anciana siempre cantaba una canción muy, muy vieja cuando se sentaba y tejía lo que ella llamaba su vestido nupcial. Los niños no la entendían, pero no por eso dejaba de gustarles, pues era muy dulce y muy triste, y con eso les bastaba. Decía así:
Cuando el mundo es joven, mozo,
y los árboles, frondosos;
las ocas son cisnes, mozo,
y las chicas, reinas;
monta en tu caballo y a vivir, mozo,
viaja por el mundo entero;
la sangre joven debe fluir, mozo,
y cada uno debe tener su momento.
Cuando el mundo es viejo, mozo,
y los árboles, grisáceos;
el venado es rancio, mozo,
y las ruedas se anquilosan;
vete a casa y aposéntate
entre los consumidos y los lisiados;
que allí Dios una cara te otorgue,
de entre lo que amaste cuando todo era joven.
Decía así, aunque estas palabras sólo son el cuerpo: el alma de la canción era la dulce cara y la dulce voz de la entrañable anciana, y el dulce y añejo aire que le daba al cantar. Al final estaba tan entumecida y renca que los ángeles se vieron forzados a llevársela; la ayudaron a tejer el vestido nupcial y la acompañaron hasta el páramo de Harthover y muchísimo más lejos. Después vino una nueva maestra a Vendale; esperemos que no fuera certificada.
Mientras tanto, Tom nadaba en el río, con un pequeño y precioso cuello de encaje que hacía la función de unas branquias, vivaz como una angula y limpio como un salmón acabado de pescar.
Y si no te gusta mi historia, vete a clase y aprende la tabla de multiplicar; a ver si eso te gusta más. Hay gente que sin duda lo haría. Mejor para nosotros, si no para ellos. Hay de todo, dicen, en la viña del Señor.
Bien reza quien bien ama
tanto a los hombres como a las aves y a las bestias;
mejor reza quien mejor ama
todas las cosas grandes y pequeñas:
pues el buen Dios, que con amor nos asiste,
creó y ama todo cuanto existe.
C
OLERIDGE
Ahora Tom era un anfibio. ¿No sabes lo que eso significa? Entonces, será mejor que se lo preguntes al alumno-maestro del Gobierno que tengas más cerca, el cual posiblemente te responderá, con bastante agudeza, lo siguiente:
—Anfibio. Adjetivo derivado de dos palabras griegas: amphi, un pez; y bios, una bestia. Un animal que nuestros ignorantes antecesores creían que estaba compuesto por un pez y una bestia, y que, por consiguiente, como el hipopótamo, no puede vivir en la tierra y en el agua se muere.
De un modo u otro, Tom era un anfibio. Y lo que es aún mejor, estaba limpio. Por primera vez en su vida, sentía lo cómodo que era no tener nada encima aparte de sí mismo. Pero sólo lo disfrutaba: no lo sabía, ni pensaba en ello, del mismo modo que tú disfrutas de la vida y de la salud y, sin embargo, nunca piensas en que estás vivo y sano. ¡Y ojalá pase mucho tiempo antes de que tengas que pensar en eso!
No recordaba haber estado sucio alguna vez. De hecho, no recordaba ninguno de sus viejos problemas: estar cansado, tener sed, que le pegasen o que le mandaran trepar por las oscuras chimeneas. Desde que tuvo aquel dulce sueño lo había olvidado todo acerca de su patrón, la Villa Harthover, la blanca niñita y, en pocas palabras, todo lo que le había ocurrido en su vida anterior. Lo mejor era que había olvidado todas las palabrotas que había aprendido de Grimes y de los chicos maleducados con los que solía jugar.
Eso no es nada raro, pues, verás, cuando llegaste a este mundo y te convertiste en un niño de la tierra, no te acordabas de nada. Así que, ¿por qué tendría que hacerlo él cuando se convirtió en un niño del agua?
En ese caso, ¿crees que hemos vivido anteriormente?
Ay, mi niño, ¿quién sabe? Sólo lo intuimos al recordar algo que ocurrió allá donde vivíamos antes. Pero como no recordamos nada, no sabemos nada al respecto; y no hay ningún libro ni ningún hombre que nos lo pueda asegurar.
Una vez hubo un hombre sabio, muy sabio y muy bueno, que escribió un poema sobre los sentimientos que tienen algunos niños respecto a haber vivido anteriormente. Esto es lo que dijo:
Nuestro nacer no es más que un sueño y un olvido;
el alma que surge con nosotros, la estrella de nuestra vida,
en otro lugar ha nacido,
proviene de la lejanía:
no en una absoluta desmemoria, ni totalmente desnuda,
sino que venimos por nubes de gloria, de Dios, nuestra morada.
Ahí tienes. No puedes saber nada más que eso. Pero yo, de ti, me lo creería. Porque entonces, la gran ciencia de las hadas —que es posible que sea la reina de todas las hadas durante muchos años a partir de ahora—, no podrá hacerte sino el bien y nunca podrá hacerte el mal. En lugar de coincidir con la mayoría de la gente respecto a que tu cuerpo constituye tu alma —como si una máquina de vapor pudiera producir su propio coque— o respecto a que tu alma no tiene nada que ver con tu cuerpo, sino que se ha quedado atascada dentro de él (como un alfiler dentro de un alfiletero, que se cae con sólo sacudirlo una vez), creerás en la única y verdadera doctrina ortodoxa, inductiva, racional, deductiva, filosófica, seductora, lógica, productiva, irrefutable, saludable, nominalista, cómoda, realista y que debe ser aceptada para asimilar conceptos de este maravilloso cuento de hadas. Esta doctrina afirma que tu alma es la que constituye tu cuerpo, de la misma manera que un caracol hace su concha.
Por lo demás, nos basta con saber con certeza que, tanto si hemos vivido anteriormente como si no, volveremos a vivir (aunque, espero, no como el pobrecillo y pagano Tom, ya que se hundió dentro del agua). Nosotros, en cambio, espero que subamos a un lugar muy distinto.