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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (111 page)

–Sé que debes de estar preocupado por Matagan, y que esto es una difícil experiencia para ti –dijo Jondalar–. Tu primo ha resultado gravemente herido, pero te diré la verdad: ha sido una gran suerte para él que Ayla pasara casualmente por aquí. No puedo prometértelo, pero creo que se recuperará, y quizá incluso vuelva a andar. Ella es una curandera excepcional. Me consta. A mí me atacó un león cavernario, y habría muerto en las estepas si Ayla no me hubiera encontrado y curado. Si alguien puede salvar a Matagan, ésa es Ayla.

El muchacho dejó escapar un sollozo de alivio y luego trató de recobrar la serenidad.

–Ahora, traed unas cuantas lanzas para que podamos llevar a tu primo al campamento –dijo Jondalar–. Necesitaremos al menos cuatro, dos para cada lado.

Siguiendo sus indicaciones, no tardaron en atar las lanzas con correas para disponer de dos robustos soportes a los que sujetar trozos de ropa extendidos. Ayla volvió a examinar al herido, y luego entre varios lo colocaron en la improvisada parihuela.

No estaban muy lejos del campamento. Ayla y Jondalar hicieron señas a Whinney y Corredor para que los siguieran, y acompañaron a pie al herido. Ayla lo observaba preocupada, y cuando hicieron un alto para que los portadores se relevaran, comprobó su respiración y le tomó el pulso. Era débil pero claro.

Se hallaban más cerca de la zona del campamento situada río arriba, cerca del lugar elegido por la Novena Caverna. La noticia del accidente había corrido deprisa, y varias personas acompañaban al joven que había ido a avisar cuando éste regresaba a reunirse con ellos, incluido Joharran, que los vio a lo lejos. Cuando los dos grupos se encontraron, volvió a relevarse a los portadores de la parihuela, y se aceleró el paso hacia el campamento principal.

–Marthona ha mandado a alguien a buscar a la Primera, y al Zelandoni de la Quinta –informó Joharran–. Estaban en el otro extremo del campamento, en una reunión de la zelandonia. –Volviéndose hacia Ayla, preguntó–: ¿Lo llevamos a nuestro campamento o al suyo?

–Quiero cambiarle las vendas y aplicarle un emplasto en la herida para evitar que se le infecte –contestó Ayla. Reflexionó por un momento–. No he tenido mucho tiempo para reabastecerme de medicinas, pero estoy segura de que la Zelandoni está bien provista, y preferiría que ella le echara un vistazo. Llevémoslo al alojamiento de la zelandonia.

–Buena idea. La Zelandoni tardaría un rato en llegar aquí; probablemente nosotros podemos acercarlo hasta allí en menos tiempo. La Primera ya no corre tanto como antes –comentó Joharran, aludiendo más o menos diplomáticamente a la gran corpulencia de la mujer–. El Zelandoni de la Quinta probablemente también querrá verlo, pero el arte de curar nunca ha sido su fuerte, según me han contado.

Cuando llegaron al alojamiento de la zelandonia, la Primera salió a recibirlos a la entrada. Ya le habían preparado un sitio al herido, y Ayla se preguntó si alguien se habría adelantado para informarla de que ella había decidido no detenerse en el campamento de la Novena Caverna, sino llevar al herido directamente allí. Varias personas que los habían visto llegar hablaban ya de la gran cantidad de sangre. Aunque había fuera varios miembros de la zelandonia, el alojamiento estaba vacío.

–Colocadlo allí –indicó la Primera señalando una de las plataformas elevadas del lado opuesto a la entrada.

Los hombres acarrearon la parihuela hasta el lugar indicado y tendieron al herido en la cama. A excepción de Jondalar y Joharran, los demás hombres se marcharon.

Ayla se aseguró de que la pierna siguiera recta y empezó a retirar las vendas.

–Necesita un emplasto para que no se infecte la herida –dijo.

–Eso puede esperar un momento –contestó la Primera–. Cuéntame qué ha ocurrido.

Ayla y Jondalar explicaron rápidamente las circunstancias del accidente.

–Los dos huesos inferiores de la pierna están rotos –concluyó Ayla–, y la pantorrilla estaba doblada hacia atrás en el punto de la fractura. Sabía que si no se la enderezaba, nunca volvería a andar, y es muy joven. He decidido arreglarle la pierna allí mismo, mientras estaba inconsciente, y antes de que toda la zona empezara a hincharse, porque eso habría dificultado la tarea de encajar los huesos. He tenido que palpar dentro de la herida y tirar con fuerza para alinear los huesos, pero creo que ya están en su sitio. Camino hacia aquí el muchacho gemía; posiblemente no tardará en despertar. Estoy segura de que le dolerá mucho.

–Es evidente que sabes bastante sobre esto, pero he de hacerte unas cuantas preguntas –dijo la Primera–. Para empezar, supongo que has encajado huesos ya antes.

Jondalar contestó por ella.

–Una mujer sharamudoi, una buena amiga que yo apreciaba mucho, la compañera del jefe, cayó por un precipicio y se rompió un brazo. La curandera había muerto, no habían conseguido avisar a otra, y el hueso empezaba a soldar en una posición mala y muy dolorosa. Vi a Ayla romper el hueso y volver a encajarlo correctamente. También la he visto atender a un hombre del clan con una fractura grave. Había saltado de una roca muy alta para proteger a su compañera de unos jóvenes losadunai que se dedicaban a atacar a mujeres del clan. Si hay algo que Ayla saber hacer, es curar huesos rotos y heridas abiertas.

–¿Dónde aprendiste, Ayla? –preguntó la Primera.

–La gente del clan tiene los huesos muy duros y resistentes, pero los hombres se los fracturan con frecuencia cuando salen de caza –explicó Ayla–. No usan lanzas arrojadizas, sino que persiguen al animal para clavarle el venablo directamente o a veces saltan sobre él. O hacen lo que hacían esos muchachos: incitar a un animal a perseguir a varios de ellos hasta que la bestia se cansa tanto que pueden acercarse para matarla. También las mujeres se rompen huesos, pero es un accidente más común entre los hombres. Primero aprendí un poco acerca de las fracturas de huesos con Iza, porque también en el Clan de Brun había de vez en cuando problemas de ese tipo, pero cuando aprendí realmente fue el verano que fuimos a la Reunión del Clan. Allí vi arreglar huesos rotos y curar heridas a las otras entendidas en medicinas.

–Creo que ha sido una gran suerte para este muchacho que tú estuvieras allí, Ayla –dijo la Primera–. No todos los zelandonia habrían sabido qué hacer con una fractura así de grave. Otros te harán también preguntas. El Zelandoni de la Quinta querrá hablar contigo, estoy segura, y también la madre del muchacho. Pero lo has hecho muy bien. ¿En qué clase de emplasto habías pensado para la herida?

–He cogido unas raíces viniendo hacia aquí. Creo que la planta se llama anémona –respondió Ayla–. La herida sangraba mientras yo manipulaba los huesos, y a veces la propia sangre de una persona es lo mejor para mantener limpia la herida, pero ahora que la sangre está secándose, me proponía triturar estas raíces y hervirlas para obtener un agua con la que limpiar la herida, y luego añadir un poco de esa agua limpia a la masa triturada, junto con alguna otra raíz, para utilizar la mezcla como emplasto. En mi bolsa de medicinas llevo un poco de raíz de geranio en polvo, para coagular la sangre, y esporas de licopodio, para absorber los fluidos. De todas formas, quería preguntarte si tenías algunas plantas o sabías dónde crecían.

–Bien, pregunta.

–Hay una raíz… cuando describí la planta a Jondalar me dijo que se llamaba consuelda. Ayuda a cicatrizar, por dentro y por fuera. También es buena para las magulladuras mezclada con grasa y aplicada en forma de ungüento; pero para lo que mejor va es para los cortes y las heridas recientes. Un emplasto recién preparado reduce la hinchazón cuando se ha roto un hueso, y ayuda a que éste suelde.

–Sí, tengo raíz de consuelda en polvo y conozco un sitio cerca de aquí donde crece. Desde luego yo describiría sus propiedades tal como tú lo has hecho –convino la Primera.

–También me gustaría utilizar esas flores de colores muy vivos de una planta que se llama, si no me equivoco, caléndula. Son especialmente buenas para las heridas abiertas y para las llagas que se resisten a cerrar. Yo exprimo el jugo de las flores recién cogidas, o hiervo los pétalos secos para aplicarlos sobre las heridas abiertas, y luego mantengo el emplasto húmedo. Previene las infecciones, y me temo que este muchacho va a necesitar un tratamiento de este tipo. Perdón, ¿cómo se llama el chico?

–Matagan –respondió Jondalar–. Su primo me ha dicho que es Matagan de la Quinta Caverna.

–¿Qué más utilizarías si lo tuvieras? –preguntó la Zelandoni.

Por un instante Ayla tuvo la pasajera sensación de hallarse ante Iza cuando ponía a prueba sus conocimientos.

–Enebrinas aplastadas para una herida sangrante, o esa seta redonda… el bejín. Eso puede cortar una hemorragia. También sirve la hidrastina en polvo, y…

–Es más que suficiente –la interrumpió la Primera–. Estoy convencida de que sabes lo que haces. El tratamiento que propones es muy apropiado. Pero ahora, Jondalar, quiero que la lleves a algún sitio donde pueda lavarse… y también tú. Los dos estáis cubiertos de la sangre de ese muchacho, y veros así inquietaría mucho a la madre. Déjame las raíces de anémona, y mandaré a alguien a coger consuelda. Ahora nosotros nos ocuparemos de él. Tú puedes volver cuando estés limpia y hayas descansado. ¿Por qué no volvéis al campamento de la Novena Caverna por el camino de atrás para no cruzar otra vez el campamento? Estoy segura de que fuera se ha congregado una muchedumbre. Usad la otra salida; será más rápido, y así evitaréis a los que quieran pararos. Antes de marcharos, no obstante, creo que debéis ser eximidos de la prohibición de hablar. Parece que vuestro período de aislamiento ha terminado un día antes.

–¡Ah, me había olvidado! –exclamó Ayla–. ¡Ni siquiera había pensado en ello!

–Yo sí –afirmó Jondalar–, pero pensé que era más importante atender al muchacho.

–Has hecho bien –aseguró la Zelandoni–. Esto era, sin duda, una emergencia. Aun así, por formulismo, debo preguntároslo. Habéis completado vuestro período de prueba, Jondalar y Ayla, ¿habéis decidido que queréis permanecer juntos, o preferís dar por terminada vuestra unión ahora y tratar de encontrar a otra persona con quien quizá fuerais más compatibles?

Los dos la miraron, luego se miraron entre sí, y finalmente apareció en el rostro de Jondalar una sonrisa de la que Ayla se contagió.

–Si no soy compatible con Ayla, ¿con quién voy a serlo? –dijo Jondalar–. Puede que esto haya sido nuestra ceremonia matrimonial, pero en mi corazón yo me había emparejado ya con ella hacía mucho tiempo.

–Así es. Incluso dijimos esas mismas palabras antes de cruzar el glaciar, justo después de separarnos de Guban y Yorga. Entonces sabíamos ya que estábamos emparejados, pero Jondalar quería que tú ataras el nudo por nosotros, Zelandoni.

–¿Quieres desemparejarte, Ayla? –preguntó la Zelandoni–. ¿Y tú, Jondalar?

–No, no quiero –contestó Ayla sonriendo a Jondalar–. ¿Y tú?

–Ni por un instante, mujer –dijo él–. He tenido que esperar mucho para emparejarme contigo. No voy a ponerle fin ahora a nuestra unión.

–En ese caso quedáis eximidos de la prohibición de hablar con otras personas y podéis declarar a todo el mundo que Jondalar y Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii están emparejados. Ayla, cualquier hijo que nazca de ti nacerá en el hogar de Jondalar. Será la responsabilidad de los dos cuidarlo hasta que sea mayor. ¿Tenéis la correa?

Mientras buscaban la larga correa de piel, la Zelandoni fue a por dos collares a una mesa cercana. Cogió la correa y ató alrededor de sus cuellos dos sencillos collares.

–Os deseo una vida larga y feliz juntos –concluyó la Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra.

Abandonaron furtivamente el alojamiento por la salida posterior y regresaron por el camino de atrás sin detenerse. Algunos los vieron marcharse y los llamaron, pero ellos siguieron adelante. Cuando llegaron al estanque alimentado por el manantial, Ayla se metió en el agua totalmente vestida. Jondalar la siguió. En cuanto la Zelandoni les llamó la atención respecto a la sangre, la sentían y la olían continuamente, y deseaban limpiarse. Esperaba que las manchas desaparecieran con el agua fría, pero Ayla pensó que de no ser así, simplemente, tiraría esa ropa y se haría otra nueva. Tras las grandes cacerías, tenía ya varias pieles, así como otras partes de los animales cazados a las que también encontraría algún uso.

Habían dejado a los caballos en el prado cercano al campamento de la Novena Caverna camino del alojamiento de la zelandonia, y los animales habían ido solos al cercado. El olor de la sangre siempre los inquietaba, y tanto el rinoceronte como el muchacho habían sangrado copiosamente. El cercado les producía una sensación de seguridad. Jondalar se había envuelto en la ropa mojada y corrió hasta el campamento, con la esperanza de encontrar a los caballos, y ropa para cambiarse en los canastos.

Le sorprendió encontrar allí a Lanidar tranquilizando a los animales, pero el niño parecía alterado, y dijo que quería hablar con Ayla. Jondalar le respondió que ella acudiría allí en cuanto le llevara algo de ropa. Se tomó el tiempo necesario para descargar los canastos y quitar las mantas y cabestros a los caballos. Transmitió a Ayla el mensaje de Lanidar, y cuando ella vio al niño, adivinó por su postura, pese a la distancia, que se sentía muy disgustado por algo. Se preguntó si, por alguna razón, su madre le habría prohibido seguir cuidando a los caballos.

–¿Qué pasa, Lanidar? –preguntó en cuanto llegó a su lado.

–Es Lanoga –contestó él–. Lleva todo el día llorando.

–Pero ¿por qué?

–Por la niña. Quieren quitarle a Lorala.

Capítulo 34

–¿Quién quiere quitársela? –preguntó Ayla.

–Proleva y otras mujeres –contestó Lanidar–. Dicen que han encontrado una madre para Lorala, alguien que puede amamantarla siempre.

–Vamos a ver qué pasa –propuso Ayla–. Ya volveremos luego a ocuparnos de los caballos.

Cuando llegaron al campamento, Ayla se alegró de ver a Proleva allí, y ésta le sonrió cuando se acercaban.

–¿Y bien? ¿Ya se ha confirmado? ¿Estáis emparejados? ¿Podemos celebrar el banquete y sacar los regalos? No hace falta que contestes. Ya veo los collares.

Ayla no pudo evitar devolverle la sonrisa.

–Sí, estamos emparejados –respondió.

–La Zelandoni acaba de confirmarlo –añadió Jondalar.

–Necesito hablar contigo de otro asunto, Proleva –dijo Ayla con expresión seria.

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