Lugares donde se calma el dolor (30 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

Otra estancia, también sucesiva, era el laboratorio de física y química. Había aparatos para pesar, termómetros, planisferios, lentes, bolas del mundo, relojes solares, etc. Aquí están expuestas algunas de sus notas. Las mejores las obtenía en ruso, francés y esgrima. Inmediatamente después estaba la sala de dibujo y la de música y piano. En la de dibujo copiaban rostros y cuerpos de estatuas clásicas. Aquí aún se conservan algunos de los dibujos llevados a cabo por el muchacho: un perro con un pájaro en el hocico y un vendedor de bebidas. Tenía entonces catorce años. En la sala de música, encima de uno de los pianos, descansa la partitura original del himno de los alumnos del Liceo. Fue compuesta, en el año 1817, por uno de los escolares.

En el piso superior estaban los dormitorios, a uno y otro lado de un largo pasillo. Contabilizo más de treinta puertas. Las habitaciones eran pequeñas, tenían camas estrechísimas y una mesa de estudio. En cada puerta había, y hay, un número e igualmente constaba el nombre del ocupante. La número 4 era la de Pushkin. No sé por qué razón, es la más estrecha de todas. El uniforme de los cadetes era de color rojo y azul. Los gritos de los muchachos se han transformado ahora en un gran silencio. Al fondo del oscuro corredor veo a una señora sentada. El espacio que me separa de ella equivale al tiempo que dista entre Pushkin y yo mismo. Impresiona contemplar los objetos detenidos en el tiempo, en el mismo ámbito donde hubo tantos deseos y esperanzas. ¿Por qué la celda de Pushkin era más estrecha y angosta que las demás? La celadora me mira desde la distancia y susurra, en ruso, palabras incomprensibles cuando me asomo a las habitaciones. Huérfano de inquilinos, el pasillo se asemeja más al de un orfelinato que al de un aristócrata liceo.

En otra planta puede visitarse una exposición dedicada a la historia de esta institución educativa, dentro del contexto histórico de Rusia. Hay retratos de profesores y alumnos, libros y métodos de enseñanza, cartas y abundantes documentos, mobiliario, mapas, etc… El anagrama del Liceo era una lira sobre la cual estaba posado un búho. Simbolizaba el sentimiento de que de allí se tenía que salir siendo el mejor en todo. Ajmátova, Mandelstam y tantos y tantos escritores, intelectuales y artistas pasaron por este pueblo de Tsárskoye Seló.

En Rusia hay una docena de museos consagrados a Pushkin. En Mijaílovskoye está la casa granja del poeta, así como su sepultura. Otros están situados en Kichinev, Odessa, Bóldino o Moscú, donde vio la luz del sol y se casó. Desde la capital rusa hasta los Urales hay ciudades y poblaciones que conmemoran el viaje que realizó para ambientarse en el escenario natural del alzamiento de Pugachov. Pero en San Petersburgo está el modesto apartamento, a orillas del Moika, donde falleció, debido a las heridas recibidas en un duelo. Pushkin lo alquiló en el otoño de 1836. A mediados del mes de septiembre, comenzados ya los fríos, la familia del poeta, que había estado veraneando en la isla Kámenni, en las cercanías de San Petersburgo, se trasladó a la capital, a las orillas del Moika, al nuevo domicilio. En seis años de vida matrimonial del poeta, era éste su sexto domicilio. La vida de Pushkin fue un constante peregrinar. Su juventud la estrenó con un exilio. Desterrado de la capital, en la primavera de 1820, se encaminó hacia las regiones del sur, cumpliendo el castigo impuesto debido a sus «amotinadores poemas, que inundan toda la Rusia». El amotinador apenas contaba veinte años. En la lista negra estaba la oda a la Libertad en la que se criticaba al emperador, Alejandro I, calificándolo de «déspota errante». La errancia de Pushkin lo conduciría a Crimea, el Cáucaso, Besarabia y Odessa, entre otros muchos destinos. Y pasados cuatro años, un nuevo destierro lo condujo hacia el norte, a Mijaílovskoye. No sólo se acostumbró a este interminable vagabundeo, sino que lo consideró una parte esencial de su ser poético. Este sentimiento trágico del destino será heredado por Mandelstam, Tsvietáieva o Ajmátova. Ya casado, en el año 1831, Pushkin regresó a San Petersburgo pensando que, a partir de entonces, podría ordenar su vida y disfrutar del sedentarismo. Al no disponer de vivienda propia, varias veces cambió de domicilio. El primer apartamento que alquiló, después de casarse, está sito en la calle Galérnaia, hoy Krásnaia, número 53; mientras que el último fue el apartamento a orillas del Moika, en el número 12. Aquí se trasladó, además de con su mujer y los cuatro hijos (el mayor de cinco años y el más pequeño de uno), con sus dos cuñadas. El edificio fue construido a mitad del siglo XVIII por el barón Iván Cherkásov, secretario de Pedro I. Con Pedro III fue la vivienda de Ernst Johann Biron, favorito de la zarina Anna Ioánovna, recién llegado de su exilio, con cuya hija estaba casado Alexandrer Cherkásov. Desde comienzos del siglo XIX perteneció el inmueble a la condesa Alexandra Kónskaia. Durante un tiempo vivió allí su hijo, el futuro revolucionario decembrista Serguéi Volkonski. En el año 1826 se alojó en la planta baja su esposa María, que había venido a la capital para solicitar permiso para seguir a su marido al exilio en Siberia (cinco de los dirigentes sublevados en diciembre de 1825 en la Plaza del Senado fueron a la horca cerca de la Fortaleza de Pedro y Pablo, mientras al resto se les condenó a cadena perpetua y trabajos forzados en Siberia. Nicolás I trató con dureza a aquellos oficiales liberales). En 1835 heredó el apartamento la hija de ambos, Sofía. Un año después Pushkin firmaba el contrato de alquiler. Se quedaba con la planta baja «de portal a portal, once habitaciones y las dependencias, a saber: cocina y cuarto contiguo en el sótano, caballeriza de seis establos en el patio tomando a la derecha de la entrada, barraca, henil, por dos años, hasta el uno de septiembre de 1838». El poeta apenas vivió allí cinco meses. Desde septiembre de 1836 hasta enero del año siguiente, cuando falleció. Era y es un piso cuyas estancias se suceden unas tras otras. Inmediatamente me doy cuenta de lo difícil y complicado que le debió ser aislarse para leer y escribir, debido a la estrechez y contigüidad. Daban al Moika y, por tanto, a la calle, el recibidor y el comedor; mientras el resto de las estancias se orientaban al patio interior. Desde el despacho, Pushkin contemplaba las caballerizas, las cocheras, el suelo empedrado y embarrado las más de las veces. En definitiva, el ruidoso ir y venir de la vida cotidiana. En vez de perturbarlo este trajín, lo que hacía era recordarle con nostalgia la aldea familiar y el despacho de su abuelo. No se encontraba a gusto en la corte y esperaba, a no mucho tardar, recuperar el perdido sosiego y libertad: «¿Cuándo, cuándo podré trasladar mis penates a la aldea: campos, jardín, campesinos, libros, poéticas labores?». Nicolás I le prohibió abandonar San Petersburgo y estaba bajo vigilancia. Las dificultades económicas eran cada vez mayores. Las visitas a las casas de empeño eran continuas, por ejemplo, con el dinero obtenido de la venta de la vajilla de plata de su cuñada Aleksandrina, compró las dos pistolas para el duelo. A finales del año 1835 le escribe una carta a Natalia en la que le comenta lo siguiente: «…¿de qué viviremos? Mi padre no me dejará bienes: la mitad ya los ha despilfarrado; los vuestros están a un paso de la ruina. El zar no me permite hacer de arrendatario ni de periodista. Escribir libros por dinero, Dios es testigo, no puedo.

No tenemos un céntimo de renta fija, y de gastos fijos tenemos 30.000 rublos. Todo pesa sobre mí y sobre la tía. Pero ni yo ni la tía somos eternos. Sólo Dios sabe cómo acabará esto…». Tenía que mantener a la familia, a sus dos cuñadas, pagar las deudas de su hermano Lev y las de su padre. Además, el zar le había otorgado el humillante cargo de «paje de cámara». Por lo tanto todo estaba sembrándose para llevar a cabo el duelo-asesinato-suicidio inducido y bendecido desde el poder. Muchos contemporáneos del poeta así lo entendieron, entre ellos, el soldado y novelista Mijaíl Yurevich Lérmontov.

Lo que hoy vemos en la casa es, en parte, original y, en parte, reconstrucción. La familia Pushkin, dos semanas después de los luctuosos acontecimientos, abandonó la vivienda. Natalia se marchó con sus hijos a Kaluga, la hacienda de sus progenitores. Unos días antes de la partida, el amigo íntimo del poeta, Zhukovski, dibujó habitación por habitación tal cual estaban. Gracias a esta premonitoria labor nosotros podemos pasear por las estancias como si hubieran quedado detenidas en el tiempo. Sin embargo, el tiempo pasó por ellas y no con demasiada consideración. Transcurrido un año escaso desde el trágico deceso, se celebró en el mismo lugar la boda de Grigori Volkonski con la hija de Alexander Benckendorff, jefe de la policía. Muchos amigos del finado protestaron con cautela. ¿Cómo podía celebrarse una fiesta en un lugar de tan trágica memoria? Posteriormente lo ocuparon otros inquilinos. Fue sede del departamento de control de la vía férrea de Petersburgo a Moscú y, además, albergó a la policía secreta zarista. Hasta el año 1925 no volvió a consagrarse a la memoria del poeta ruso por excelencia.

El visitante pasa por siete habitaciones: despensa, comedor, recepción, dormitorio, cuarto de los niños, despacho y antesala. Después de casi un siglo de este póstumo, último y más prolongado exilio del poeta, era casi imposible reproducir tal cual fue el interior de la vivienda. Se consiguió hacer una convencional aproximación a través del mobiliario que habitualmente había en las casas de ese estrato social en la época. Curiosamente Pushkin guardó las facturas de sus compras y esto ayudó mucho para la reconstrucción. La mayor parte de los muebles habían sido encargados a la Casa Gambs. En el año 1832, tras un año de vida conyugal, compró un pequeño escritorio tapizado de rojo cordobán. De ese mismo establecimiento salió otra mesa, un biombo, un sofá, un espejo, taburetes de caoba y un sillón Voltaire. Parece ser que la casa no estaba demasiado cargada de muebles, debido quizá a los problemas de solvencia económica. Junto a este nuevo y moderno mobiliario se veía otro más vetusto y de diferente estilo, formado por aquellos otros muebles traídos de las haciendas familiares. Probablemente en el recibidor estarían colgados los retratos familiares, entre ellos, el famoso «negro» de Pedro I, bisabuelo de Pushkin, de cuyo parentesco siempre hizo gala y con el cual guardaba un gran parecido físico. Pushkin tenía el pelo castaño, oscuro y rizado, los labios levemente hinchados, el perfil chato, los dientes blancos como perlas, la piel olivácea, los ojos grises sobre un fondo azul, tupidas patillas y larguísimas uñas. Era además de poca estatura y delgado. Su carácter pasional pasaba de la exaltación al desánimo, era amigo de sus amigos y tan escarnecedor de sus enemigos como éstos de él. Por el contrario su esposa era mucho más joven y de una gran belleza. Tenía los ojos levísimamente estrábicos, verde-grises-castaños. Era una pareja rara: la belleza por parte de ella, la fealdad y la inteligencia por parte de él. ¿Qué los unió? ¿Estaba esta muchacha preparada para compartir la vida con lo bueno y con lo malo de un genio? ¿Estaba él preparado para soportar los celos? No sólo ella se los daba a él, pues Pushkin tuvo una vida amorosa compleja: por ejemplo, Aleksandrina, una de sus dos cuñadas, mantuvo con el escritor una relación ilícita dentro incluso del domicilio conyugal. Durante la ceremonia de boda en Moscú, se cayó la cruz, el anillo y se apagó un cirio. Los malos augurios se cernían sobre la pareja.

Quizá también colgaría de la pared, en el último domicilio, el retrato del propio inquilino, pintado por Orest Kiprenski en 1827. El poeta lo comparó con un espejo en donde veía su rostro y su vida más feliz de lo que realmente había sido e iba a ser en el corto futuro que le restaba: «Me veo como en un espejo, / pero este espejo es agradable». Siguiendo el estereotipo del retrato romántico, el pintor trató de captar el alma de su modelo. Colocó como fondo una estatua de bronce, la musa de la Poesía con la lira, simbolizando su oficio. Menos alegre y optimista aparece Pushkin en el último retrato realizado por Iván Liniov.

Esos últimos meses de su vida el poeta los vivió con desasosiego. Apenas podía concentrarse en la labor intelectual y cada vez más se depauperaba su economía. No paraba de visitar las casas de empeño y a los usureros, la censura perseguía sus publicaciones y la correspondencia privada, era atacado ferozmente en la prensa y todo el mundo vertía sobre él sospechas políticas. Además, en torno suyo, comenzaron a circular las insidias relacionadas con los supuestos amores entre su esposa y un teniente de la guardia imperial, el francés Heeckeren D'Anthes, ahijado del embajador de Holanda. Este individuo, para entrar en la familia Pushkin, llegó a casarse con Catherine, la otra hermana de Natalia. Con este acto consiguió detener el primer duelo, pacificar temporalmente la situación conflictiva y merodear más cerca a su presa. Precisamente esta «familiaridad» provocó ese segundo desafío y el altercado sangriento definitivo. ¿En una sociedad tan vigilada eran posibles los amores furtivos? Los protagonistas de esta tragedia se conocieron en los bailes que daba el zar, entre otros lugares, en el Palacio de Anichkov, y a los cuales Pushkin tenía que acudir vestido con el traje de «paje de cámara», un uniforme que él calificaba de «sayo de payaso». Además de no gustarle nada las fiestas, Pushkin era muy descuidado en su vestimenta. No sólo por carácter sino por el coste que suponían tantos trajes distintos para lucirlos en esos salones donde se veía obligado a dilapidar el poco tiempo del que disponía para sus obras. En los últimos meses de su existencia llevaba ropa raída y para no acudir a esas citas sociales inventaba viajes, enfermedades y problemas familiares. Curiosamente, días antes del duelo, se había comprado un frac negro que se llenaría de sangre y un gran agujero a la altura del vientre.

El Palacio Anichkov daba al canal Fontanka. Fue construido a mediados del siglo XVIII. De estilo barroco, años después el arquitecto Quarenghi le añadió una columnata neoclásica en la fachada oriental que da precisamente a las aguas. El palacio fue un regalo de la zarina Isabel a su amante Alexéi Razumovski, aunque lleva el nombre del coronel Anichkov, que acampó aquí en tiempos de la fundación de la ciudad. Luego Catalina la Grande se lo regaló a su amante, el príncipe Potemkin. D'Anthes fue el provocador, el ejecutor de una orden directa o indirectamente— emanada desde las alturas del poder. Humillado por el zar (siempre se comportó con él cínicamente, tenía razones, pues en un encuentro mantenido entre ambos en el año 1836, Pushkin le aseguró que, de haber podido, él también se hubiera unido al levantamiento decembrista), vilipendiado por los enemigos políticos y literarios, ahogado en un ambiente social irrespirable y agobiado por los problemas económicos, no tuvo otra salida que la de acometer la defensa del honor propio y familiar, según se hacía en aquellos tiempos, mediante un duelo. Blok dijo que no lo mató la bala de D'Anthes, sino la falta de aire. Alguna de esas cartas anónimas y vejatorias remitidas a Pushkin pueden verse en un pequeño museo situado en la planta baja de la casa, donde, además, están expuestas las armas del duelo, el currículum de los padrinos, el dibujo del lugar donde se llevó a cabo, las normas de los duelos y muchos recibos donde figuraban aceptadas sus deudas. También pueden contemplarse los diferentes partes médicos. En una de esas cartas anónimas se le nombraba «Gran Maestre de la Serenísima Orden de los Cornudos». «¡Ya es hora, amiga mía, ya es hora! El corazón quiere sosiego: / los días vuelan, uno tras otro, y cada hora se lleva / una partícula de nuestra existencia, mientras tú y yo / nos disponemos a vivir, cuando, sin darnos cuenta, deberemos morir», escribió Pushkin.

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