Marea estelar (8 page)

Read Marea estelar Online

Authors: David Brin

—No seas tonto—De todos modos, ya estamos de vuelta. Como Brookida está fatigado, lo he puesto bajo una cúpula de aire. Tú te adelantarás con los exploradores.

Nosotros os ssseguiremos. ¡Ahora, adelántate!

—Bien, teniente.

Toshio tomó las debidas precauciones antes de acelerar el motor. Mientras el trineo incrementaba la velocidad, los impulsores empezaron a zumbar. Algunos fines, los mejores nadadores, se mantuvieron a su altura mientras que, lentamente, la isla iba quedando a su derecha.

Habían necesitado unos cinco minutos para ponerse en marcha. Y apenas habían iniciado el regreso cuando el tsunami los alcanzó.

Aquello no era una ola inmensa. Era sólo la primera de una serie de ondas concéntricas de las que se forman a partir del punto donde una piedra cae al agua. La piedra, en este caso, era una nave espacial de medio kilómetro de longitud. Había caído a velocidad supersónica a sólo unos cincuenta kilómetros de allí.

La onda impulsó el vehículo hacia arriba y hacia un lado. Estuvo a punto de lanzar despedido al muchacho. Una nube de sedimentos marinos, de plantas arrancadas, de peces muertos y vivos giró a su alrededor como tierra en un ciclón. El estruendo era ensordecedor.

Toshio se aferró desesperadamente a los mandos de su aparato.

De alguna forma, controló el trineo a pesar del increíble ímpetu a que estaba sometido, dirigió la proa hacia arriba y se apartó del frente de la ola en el momento preciso para evadir el impulso descendente. Luego se dejó arrastrar corriente abajo hacia donde ella quiso llevarlo. Hacia el este.

Una forma de color gris ceniciento le adelantó por su izquierda. En la brusca iluminación producida por un fogonazo, reconoció a Keepiru que luchaba por conservar el control sobre sí mismo en aquellas agitadas aguas. El fin gritó algunas palabras incomprensibles en ternario, y luego desapareció.

Algún instinto guiaba a Toshio, o quizá fuera la pantalla del sonar que, aunque ahora era un revoltijo de confusas interferencias, todavía conservaba vagamente los desdibujados trazos del mapa topográfico que había mostrado momentos antes. Forzó el trineo para que se inclinara hacia la izquierda tanto como le fuese posible.

El rugido de los motores forzados se transformó en un aullido cuando tuvo que virar súbita y desesperadamente hacia babor. La enorme y oscura masa de un promontorio de metal surgió ante él. Pudo sentir la resaca cuando la ola empezó a formar rompientes a su derecha, encrespándose sobre las lodosas laderas del promontorio.

A Toshio le hubiera gustado gritar, pero la lucha contra las aguas lo dejaba sin aliento.

Apretó los dientes y contó el paso de aquellos terribles segundos.

El trineo pasó la rocosa costa septentrional de la isla entre una nube de burbujas.

Aunque continuaba bajo el agua, Toshio podía ver abajo, a una docena de metros a su derecha, la vegetación de una playa de la isla. Estaba navegando en el centro de un alto montículo de agua.

Cuando logró pasarlo, el mar se clarificó y una de las zanjas oceánicas más profundas apareció bajo él, oscura y aparentemente insondable. Desvió los alerones hacia adelante y descargó los tanques cisterna. El vehículo se sumergió con más rapidez que nunca.

La popa saltó hacia adelante peligrosamente. Toshio pasó entre nubes de escombros que caían. La oscuridad y el frío llegaron hasta él, y se acogió a éstos como a un refugio.

El valle creció debajo cuando condujo el trineo hacia la tranquila profundidad. Toshio podía sentir el tsunami girando sobre él. A su alrededor, la vegetación marina se agitaba de forma claramente desacostumbrada y una lenta lluvia de desechos caía revoloteando por todos lados. Pero al menos, el mar ya no intentaba matarlo con sus golpes. Frenó la bajada, colocando el vehículo en posición horizontal, y enfiló hacia el centro del valle, alejado de toda turbulencia. Entonces se permitió abandonarse en una agonía de músculos agarrotados y exceso de adrenalina.

Bendijo a los minúsculos simbiotes diseñados por el hombre que en aquel momento eliminaban de su sangre el exceso de nitrógeno, evitando el éxtasis narcótico de las profundidades.

Cuando puso los motores a un cuarto de potencia, éstos parecieron agradecérselo con un suspiro de alivio. Las lámparas del visor brillaban aún con un tono verdoso, lo que resultaba sorprendente después de todas las calamidades que había soportado el trineo.

Uno de los indicadores llamó su atención, mostrándole que uno de los domos se mantenía en funcionamiento. Toshio percibió un débil sonido cantarín, un silbido de paciencia y respeto.

El océano -es- como -es- como -es-

El infinito suspiro de un sueño

De otros mares que -tienen- que -tienen-

Otros mares en ellos soñando.

Se inclinó para conectar los hidrófonos.

—¡Brookida! ¿Cómo estás? ¿No tienes problemas con el aire?

Un suspiro cansado y trémulo llegó hasta Toshio.

—¡Hola, Dedos Ágiles! Gracias por salvarme la vida. Te desenvuelves en el agua tan bien como cualquier tursiops.

—¡La nave que vimos debió estrellarse! Si eso es cierto, puedes apostar a que esa ola no será más que la primera. Quizá lo mejor que podemos hacer sea permanecer un rato más aquí abajo. Voy a conectar el sonar para que los otros puedan localizarnos y venir a respirar bajo los domos mientras dura el tsunami.

Mientras hablaba, apretó un interruptor del cuadro de mandos y, acto seguido, una lenta secuencia de chasquidos se difundió por el entorno acuático. Brookida emitió un doliente silbido.

—No vendrán, Toshio. ¿Les oyes? No responderán a tu llamada.

Toshio frunció el ceño.

—¡Tienen que hacerlo! Hikahi debe saber que vendrán nuevas olas. ¡Puede que a estas alturas ya nos estén buscando! Tal vez sea mejor que regresemos...

Se dispuso a girar el trineo y soltó lastre. Brookida había empezado a preocuparle.

—¡No vayas, Toshio! ¡No va a servir de nada que tú también mueras! ¡Espera a que las olasss hayan pasado! Debes seguir vivo para informar a Creideiki.

—¿De qué estás hablando?

—Escucha, Ojos Vivos. Escucha atentamente.

Toshio sacudió la cabeza, lanzó un juramento y dejó que el motor del trineo se detuviera. Subió el volumen de los hidrófonos.

—¿Lo oyes? —le preguntó Brookida.

Toshio inclinó la cabeza y escuchó. El mar era una confusa amalgama de sonidos. Oía el rugido de la ola que se alejaba deformado por el efecto Doppler. Bancos de peces proferían sonidos aterrorizados. Y, de todas partes, llegaban ecos de corrimientos de tierras y de ondas que se estrellaban contra las islas.

Entonces lo oyó. Era una serie repetitiva de chillidos muy agudos, en primal. Ningún delfín hablaba así estando en plena posesión de sus facultades.

Aquello en sí era inquietante.

Uno de los gritos se percibía con toda claridad. A Toshio no le costó trabajo reconocer una llamada elemental de ayuda. Se trataba incluso de la primera señal emitida por el delfín que los científicos humanos habían descifrado.

Pero aquel otro ruido... tres voces por lo menos concurrían para formarlo. Era un sonido extraño, muy punzante y particularmente siniestro.

—Esss la fiebre de ayuda —gimió Brookida—. Hikahi ha encallado y está herida.

Normalmente lo habría evitado, pero en su delirio no ha hecho más que aumentar los problemas.

—Hikahi...

—Sí, a pesar de que, al igual que Creideiki, es practicante del Keneenk... el estudio de la disciplina lógica. Hubiera podido obligar a los otros a no prestar atención a los gritos de quienes se han golpeado contra la orilla empujados por el mar, hacer que volvieran a sumergirse para ponerse a salvo.

—¿No se dan cuenta de que se producirán más olas?

—¡Eso no tiene ninguna importancia, Ojos Vivos! —gritó Brookida—. ¡Son capaces de encallar sin la ayuda de las olas! Pero tú que eres calafiano, ¿cómo puedes ignorar esa característica nuestra? ¡Yo mismo estoy sufriendo terriblemente por no poder actuar en respuesta a esa llamada!

Toshio gimió. Desde luego, sabía lo que era la fiebre de ayuda; mientras duraba, el temor y el pánico disolvían cualquier vestigio de civilización, dejando a los cetáceos dominados por una sola idea fija: salvar a sus camaradas cualquiera que fuese el riesgo.

No pasaban muchos años sin que esa tragedia involucrara incluso a los fines altamente evolucionados de Calafia. Un día, Akki le explicó que, algunas veces, el mar mismo parecía llamar pidiendo ayuda. Algunos humanos afirmaban que también ellos habían experimentado la fiebre, en particular aquellos que ingerían ARN de delfín en los ritos del Culto del Soñador.

Hubo un tiempo en que los tursiops, o delfines sopladores, fueron probablemente los cetáceos menos dados a sucumbir con su propio jefe. Pero en alguna parte, la ingeniería genética había alterado el equilibrio. Como si los genes de otras especies acoplados en el modelo básico de los tursiops hubieran desviado algunas cosas. Los genetistas humanos habían trabajado durante tres generaciones para resolver aquel problema pero, hasta el momento, los fines nadaban sobre el filo de una navaja, en perpetuo peligro de desviarse a la irracionalidad.

Toshio se mordisqueó el labio.

—Pese a todo, tienen los arneses —dijo sin demasiada convicción.

—Sería una esperanza poder imaginar que los están usando correctamente mientras gritan en primal.

Toshio dio un puñetazo contra el trineo. El agua helada empezaba a entumecerle los dedos.

—Voy arriba —anunció.

—¡No! ¡No debes ir! ¡Debes velar por tu seguridaddd!

Toshio apretó los dientes.

Siempre la misma actitud maternal. O me tratan maternalmente o se burlan de mí.

¡Estos fines creen que soy un niño, y ya me tienen harto!

Puso el acelerador a un cuarto de potencia y ajustó los alerones de profundidad.

—Voy a soltarte, Brookida. ¿Te sientes capaz de nadar correctamente?

—Sssí. Pero...

Toshio miró el sonar. Hacia el oeste se estaba formando una línea rizada.

—¿Eres capaz de nadar? —le preguntó por segunda vez.

—Sssí. ¡Puedo arreglármelas para nadar! ¡Pero no me sueltes tan cerca de la fiebre de ayuda! ¡Y no te lances a las próximas olasss!

—Precisamente se está acercando una. Llegarán a intervalos de varios minutos y su fuerza irá disminuyendo. Voy a arreglármelas para subir en cuanto haya pasado ésa. ¡Tú debes volver a la nave! Diles lo que está sucediendo y pide socorro.

—Esto es lo que deberías hacer tú, Toshio.

—¡No importa! ¿Vas a hacer lo que te pido? Tras un breve silencio, se pudo apreciar un cambio en el tono de voz de Brookida.

—Haré exactamente todo lo que has ordenado, Toshio. Volveré con ayuda.

El muchacho comprobó que todo estaba en orden y luego se deslizó sobre el lateral del trineo agarrándose con una mano a la pasarela. A través de la transparente cúpula del domo de aire, Brookida le miró mientras cortaba las cuerdas que le sujetaban. Una densa nube de burbujas rodeó la cabeza del delfín.

—Ya sabes —dijo Toshio— que tendrás que llevar un respirador contigo.

Brookida suspiró mientras el muchacho bajaba una palanca junto a la cúpula de aire haciendo descender un tubo, uno de cuyos extremos se ajustó a la boca del fin mientras los restantes tres metros se enrollaban como una serpiente alrededor de su torso. Los aparatos respiratorios eran incómodos y, además, dificultaban el habla, pero mientras llevase uno, Brookida no tendría que subir a la superficie para respirar. El respirador, aquel constante y molesto recordatorio de su pertenencia a una cultura tecnológica, ayudaría al viejo metalúrgico a ignorar los gritos que oyera en el agua.

Toshio dejó al delfín amarrado al trineo por una sola cuerda y regresó a su puesto en el preciso instante en que la primera ola pasaba sobre ellos.

El trineo se bamboleó, pero en esta ocasión el muchacho estaba preparado. Se encontraban a mucha profundidad y la ola llegó y se fue con una rapidez sorprendente—. De acuerdo, ya pasó.

Puso los motores al máximo y soltó lastre.

La isla metálica apareció a su izquierda. En el sonar, los gritos de sus camaradas eran cada vez más claros, cada vez más fuertes, y la llamada de auxilio se imponía sobre la respuesta de la fiebre de ayuda.

Toshio sobrepasó la colina de metal y enfiló hacia el norte. Quería facilitar el viaje a Brookida.

Fue entonces, sin embargo, cuando una figura brillante y gris pasó justo sobre él. La reconoció al instante, y también supo a dónde se dirigía.

Cortó la última amarra.

—¡Vete, Brookida! ¡Si vuelvo a verte cerca de la isla, te arrancaré el arnés y te partiré la cola en dos!

Sin volverse para ver partir a Brookida, Toshio efectuó un viraje ceñido y, accionando el motor de emergencia, intentó dar alcance a Keepiru. El nadador más rápido del Streaker enfilaba directamente hacia la orilla occidental de la isla. Sus gritos eran puro delfiniano primal.

—¡Maldita sea, Keepiru! ¡Detente!

El trineo avanzaba a toda velocidad justo por debajo de la superficie y, aunque el día tocaba a su fin bañando las nubes con tintes rojizos, Toshio podía ver claramente a Keepiru deslizándose sobre las olas delante de él. Indiferente a las llamadas del muchacho, el delfín se precipitaba hacia la isla, donde sus camaradas estaban encallados y delirando.

Toshio se sentía impotente. En tres minutos iba a producirse una nueva ola y, aunque ésta no lanzara al fin contra la orilla, conseguiría su objetivo con su propio esfuerzo.

Keepiru procedía de Atlast, un planeta con colonias de constitución reciente y principalmente rurales. Era dudoso que hubiera estudiado las disciplinas mentales practicadas por Creideiki e Hikahi.

—¡Detente! ¡Si aprovechamos el tiempo que tenemos y actuamos en equipo, podremos salvarnos de las olas! ¿Vas a dejar que me arrastren? —gritó. Pero en vano. El fin le llevaba demasiada ventaja.

La inútil persecución sólo produjo en Toshio un sentimiento de desaliento. ¿Cómo podía saber tan poco respecto a los delfines después de haber trabajado y vivido con ellos durante tanto tiempo? ¡Y pensar que el Concejo de Terragens lo había elegido precisamente a él por su gran experiencia con los fines! ¡Era ridículo!

Su única experiencia consistía en ser el blanco predilecto de los sarcasmos de los fines. Se burlaban de todas las criaturas humanas; aunque, a pesar de ello, las protegían ferozmente. Al ser destinado al Streaker, Toshio esperó que le trataran como a un adulto y como a un oficial. Sabía que las bromas y los chismorreos estarían presentes, tal y como era costumbre en su mundo natal entre el hombre y el delfín, aunque siempre en un clima de respeto mutuo. Pero no había sido así.

Other books

Seducing Samantha by Butler, R. E.
A Long Way From Chicago by Richard Peck
A Dog-Gone Christmas by Leslie O'Kane
The Leveling by Dan Mayland
Splat! by Eric Walters
14 Fearless Fourteen by Janet Evanovich
Shop Talk by Carolyn Haines