Marea estelar (7 page)

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Authors: David Brin

Las sirenas de alarma sonaron. El forski, enloquecido, saltó por los aires y huyó aleteando hacia su refugio. Súbitamente, la cámara se llenó de pahas que corrían en todas direcciones.

—¡Un crucero tandu! —gritó el oficial táctico—. Naves dos a doce: acaba de aparecer en el centro de vuestra formación. ¡Maniobras de huida! ¡Rápido!

La nave almirante se encabritó al girar violentamente para evitar una lluvia de misiles.

En sus pantallas, Krat podía ver palpitar un punto marcado con el color azul del peligro: el audaz crucero de los tandu que había surgido de la nada en medio de su flota y que, en aquel preciso momento, abría fuego sobre los navíos soro.

¡Malditos sean ellos y su asquerosa propulsión probabilista! Krat sabía a la perfección que nadie podía rivalizar con los tandu en cuanto a velocidad, pues ninguna otra especie se exponía a correr tales riesgos.

Latidos de cólera atravesaron su espolón nupcial. ¡Ocupada como estaba en eludir los misiles, la armada soro había olvidado responder al fuego de sus enemigos!

—¡Imbéciles! —siseó Krat por el intercomunicador—. Naves seis y diez: mantened posiciones y concentrad el fuego sobre esa obscenidad.

Pero antes de que la orden juera transmitida a sus oficiales, antes siquiera de que un solo misil saliese de los flancos de la nave soro, la terrible nave de los tandu empezó a disolverse. Un segundo antes, el estrecho y alargado destructor estaba allí, feroz y asesino, atacando con fuego nutrido a un enemigo superior en número aunque sin defensas; pero al minuto siguiente, rodeado por un brillante halo de pálidas centellas, sus blindajes se habían plegado y el crucero había acabado por derrumbarse sobre sí mismo como un castillo de naipes.

Con un brillante fogonazo, el navío tandu desapareció, dejando tras de sí una nube de vapor. A través de los blindajes de su propia nave, Krai pudo sentir el terrible rugido psíquico.

Hemos tenido suerte, se dijo a sí misma mientras se extinguía aquel ruido. No les faltaba razón a quienes huían de los métodos de los tandu. Pero si aquella nave se hubiera quedado unos minutos más...

Habían salido del trance sin pérdidas, y Krat observó que su tripulación había cumplido con sus obligaciones. Sin embargo, algunos de sus miembros actuaban con cierta lentitud, y eso debía ser castigado...

Convocó al jefe táctico, un alto paha de complexión fornida. El guerrero se acercó a ella, procurando mantener una postura digna; pero sus caídas pestañas indicaban que sabía lo que le esperaba. Krat rugió desde el fondo de su garganta.

Ella empezó a hablar, pero en la emoción del momento, sintió una fuerte opresión en su interior. Krat gemía y se retorcía y el oficial paha desapareció cuando ella empezó a jadear. Finalmente, y tras emitir un grito, Krat se relajó. Un momento después, se agachaba para recoger el huevo que acababa de poner.

Apartando de su mente cualquier idea de combate o de castigo, lo tomó con una delicadeza infinita. Con un instinto que se remontaba a épocas anteriores a que su raza fuera educada por los Maestros huís, a casi dos millones de años atrás, respondió al olor de las feromonas y lamió el fluido viscoso que aún obturaba las pequeñas fisuras de aireación de que estaba provista la corteza del huevo.

Por puro placer, Krat lamió el huevo más de lo necesario, acunándolo luego con un gesto maternal que había atravesado intacto el océano de los siglos.

7
TOSHIO

En su sueño, naturalmente, había una embarcación. Desde que tenía nueve años, siempre estaban presentes en ellos. Al principio, eran de plastiacero y texgoma, y navegaban por los archipiélagos y estrechos de Calafia; después, naves espaciales.

Toshio había soñado con toda clase de naves, incluidas las pertenecientes a las poderosas razas tutoras galácticas, que había esperado ver algún día.

Pero en aquel momento, soñaba con una simple lancha.

La minúscula colonia de humanos y delfines de su mundo natal le había enviado, en compañía de Akki, a hacer un viaje de entrenamiento en un bote.

La insignia de la Academia de Calafia brillaba a la luz del sol de Alph y el día se anunciaba radiante.

Pero de pronto, el día se oscureció y todo lo que les rodeaba adquirió el color del agua.

El mar fue tornándose bilioso, luego negro, y por último adquirió un aspecto vacío.

Súbitamente, aparecieron estrellas por todas partes.

Se inquietó por el aire. Ni Akki ni él tenían escafandra ni trajes adecuados. ¡Era duro tener que respirar en el vacío!

Se disponía a virar para volver a casa, cuando vio que estaban persiguiéndolos.

Galácticos con cabezas de todas las formas y colores, con largos y sinuosos brazos, o pequeñas garras ávidas, o cosas aún peores, avanzando hacia él a paso regular y en formación apretada. Una pálida luz emanaba de las lisas proas de sus naves; una luz semejante a la de las estrellas.

—¿Qué queréis de mí? —les gritó, mientras remaba con todas sus fuerzas. (Pero, ¿no tenía la canoa motor al empezar el sueño?)

—¿Quién es tu Maestro? —le aullaron en cien lenguas diferentes—. ¿Es el que está contigo?

—¡Akki es un fin! ¡Y lo fines son nuestros pupilos! Nosotros los hemos elevado y luego los hemos dejado en libertad.

—Entonces, son libres —respondieron los galácticos, acercándose cada vez más—.

Pero a vosotros, ¿quién os elevó? ¿Quién decretó vuestra libertad?

—¡No lo sé! ¡Quizá lo hayamos hecho nosotros mismos! —y, bajo las risas de todos los galácticos, aumentó la fuerza que ponía en los remos y luchó para hacer penetrar en sus pulmones el mordiente frío del vacío—. ¡Dejadme tranquilo! ¡Dejadme volver a casa!

Repentinamente, la Flota surgió frente a él. Las naves parecían grandes como lunas... de mayor tamaño que las estrellas. Eran oscuras y silenciosas, y su aspecto parecía intimidar incluso a los galácticos.

La más cercana de aquellas antiquísimas esferas comenzó a abrirse. En aquel momento, Toshio se dio cuenta de que Akki se había ido, su embarcación se había ido, los ETs se habían ido.

Le hubiera gustado poder gritar, pero el aire era tan escaso...

Un penetrante silbido le hizo volver a la realidad en un doloroso y desorientado instante. Se incorporó bruscamente y sintió que el trineo saltaba en respuesta a su torpe movimiento. Mientras sus ojos miraban la borrosa mezcla que era para ellos el horizonte, una fuerte brisa le azotó el rostro y el aroma de Kithrup penetró en su nariz.

—No tan deprisa, Trepador de Escalas. Casi nos habías asustado.

Toshio respondió con un vago gesto del brazo antes de ver a Hikahi, que flotaba cerca de él, inspeccionándole con un ojo.

—¿Todo va bien, pequeño Ojos Vivos?

—Bueno... sí. Creo que sí.

—En ese caso, lo mejor será que te ocupes inmediatamente de tu tubo. Hemos tenido que romperlo de una dentellada para que te entrara aire.

Toshio tanteó el cortante reborde de la rotura y notó, en aquel momento, que tenía las manos vendadas.

—¿Hay alguien más herido? —preguntó, buscando con la mano su maletín de herramientas.

—Quemaduras leves, eso es todo. En cuanto supimos que estabas bien, huimos.

Gracias por habernos permitido recuperar a Ssassia. Si no hubieras sido atrapado por la planta e indicado el lugar donde te encontrabas, nunca se nos hubiera ocurrido buscarla en aquella zona. Ya se están ocupando de liberar su cuerpo.

Toshio comprendió que tenía que estar agradecido a Hikahi por el enfoque que estaba dando a aquel asunto. En realidad, lo que él merecía era una buena bronca por haber abandonado de forma tan imprudente la formación, poniendo en peligro su vida. Pero todavía estaba demasiado confuso hasta para sentir gratitud hacia la teniente delfiniana.

—Supongo que no habrán encontrado a Phip-pit.

—No hemos encontrado ni rastro.

La lenta rotación de Kithrup había situado al sol en una posición similar a la que tiene en la Tierra a las cuatro de la madrugada. Al este del horizonte estaban agrupándose algunas nubes bajas. Las aguas, hasta entonces tranquilas, empezaban a agitarse.

—Creo que dentro de poco tendremos una pequeña borrasca —dijo Hikahi—. Quizá sea imprudente fiarse de instintos terrestres estando en otro mundo, pero pienso que no hay nada que temer...

Toshio miró el cielo. Había algo hacia el sur... Entrecerró los ojos.

Aquello volvía a empezar. Primero un fogonazo, después otro. Dos minúsculas explosiones de luz se produjeron en rápida sucesión, casi invisibles sobre los destellos del mar.

—¿Cuánto tiempo hace que empezaron? —preguntó, señalando con el dedo el horizonte meridional.

—¿De qué hablas, Toshio?

—De esos relámpagos. ¿Hay tormenta?

Los ojos de la delfina se dilataron y su boca se curvó ligeramente. Luego, agitando la cola, Hikahi se alzó a una posición vertical y miró hacia el sur, primero con un ojo y luego con el otro.

—No veo nada, Ojos Vivos. Dime lo que tú ves.

—Relámpagos multicolores. Bruscos saltos de luz. Montones de... —Toshio dejó de enrollar su tubo de aire y, durante un momento, se esforzó en recordar. Después continuó lentamente—. Mientras combatía con la planta me pareció recibir una llamada de Akki.

¿Has captado algo por tu propio aparato?

—No, Toshio, nada. Pero no olvides que los fines no estamos todavía en condiciones de pensar en otras cosas mientras luchamos. Por favor, intenta recordar lo que te dijo.

Toshio se pasó la mano por la frente. El encuentro con la planta no era algo que deseara recordar precisamente en aquel momento. Éste se confundía con su pesadilla: una mezcla de colores, ruidos y caos.

—Creo que... creo que dijo algo sobre la conveniencia de no utilizar la radio y volver inmediatamente... algo sobre una batalla espacial que ya había empezado, ¿es posible?

Hikahi emitió un silbante quejido, y saltó fuera del agua para volver a zambullirse.

Emergió inmediatamente, agitando la cola.

Atrapados,

Encerrados,

¡Mejor que ser... hundidos!

Un ternario bastante chapucero. Aquello contenía elementos de delfiniano primal que Toshio, por supuesto, no podía entender, pero que le produjeron escalofríos en la espina dorsal. Hikahi era la última de los fines de quien hubiera esperado expresiones en primal.

Cuando terminó de arreglar el tubo de aire, fue dolorosamente consciente de las consecuencias que podía acarrearles a todos ellos su tardanza en comunicar a Hikahi las órdenes de la nave.

Bajó su visera de un manotazo y se sentó con violencia para comprimir la válvula de flotación del trineo, comprobando simultáneamente los indicadores de los extremos de su escafandra. Revisó los controles de preinmersión con la rapidez que sólo podía tener un colono calafiano de la cuarta generación.

El trineo se hundió rápidamente mientras que, a su derecha, el mar entraba en erupción. Siete delfines rompieron la superficie en medio de un surtidor de espuma y exhalaron el aire de su respiración.

—S-ssassia está atada a tu popa, Toshio —le dijo Keepiru—. ¿Quieres que salga despedida? ¡Ahora no hay tiempo para andar vagueando por ahí sssilbando cancioncillas!

Toshio hizo una mueca. ¿Cómo podía Keepiru haber peleado con tanta energía para salvarle la vida a alguien a quien ridiculizaba constantemente?

Recordó el modo en que Keepiru se había lanzado al ataque contra la planta, el destello de desesperación que había visto en los ojos del delfín y que luego se convirtió en llama vengadora. Sin embargo, en aquel momento, aquellos mismos ojos sólo expresaban un desprecio cruel y burlón.

Una viva ráfaga de luz destelló en el este, haciendo palidecer el cielo que estaba sobre ellos. Los fines chillaron casi al unísono y se sumergieron; salvo Keepiru, que se quedó junto a Toshio mientras las nubes salpicaban de fuego el cielo de la tarde.

El trineo acabó de sumergirse pero, en el último momento, Toshio y Keepiru presenciaron un fantástico combate de titanes.

Una enorme nave espacial, con forma de punta de flecha, cayó en picado hacia ellos, agujereada y ardiendo. El viento arrastraba el humo violáceo que salía de las roturas que se habían producido en sus costados, llevándolo hacia atrás dentro del estrecho perfil de choque de su vuelo supersónico. La onda de choque desvió incluso el reflejo de los escudos protectores de la gran nave, los depósitos de gravedad y plasma que centelleaban por los efectos de una malsana sobrecarga.

Dos destructores con forma de tridente la perseguían a una distancia menor de cuatro veces la longitud de la nave. De cada una de sus tres puntas surgían rayos de antimateria acelerada, que en dos ocasiones alcanzaron su objetivo en medio de terribles explosiones.

Toshio se encontraba a cinco metros por debajo de la superficie cuando se produjo el estallido sónico. Éste hizo volcar al trineo, zarandeándolo en medio de un estrépito semejante al de una casa al derrumbarse. El agua se transformó en un remolino de burbujas y cuerpos.

Mientras forcejeaba con su máquina, Toshio agradeció a la Infinidad no haber estado en la superficie mientras se desarrollaba la batalla. En Morgran había presenciado la destrucción de varias naves, pero nunca a tan corta distancia.

El ruido se redujo finalmente a un largo y bajo gruñido. Toshio consiguió por fin dominar el trineo.

El cadáver de Ssassia seguía atado en la parte posterior. Los otros fines, demasiado prudentes o temerosos para subir a la superficie, empezaron a turnarse a fin de utilizar los pequeños depósitos de aire que se alineaban en los extremos del fondo del aparato.

Toshio se veía obligado a mantener el equilibrio del trineo. Y no era fácil en aquel agua alborotada, pero él lo lograba automáticamente, sin necesidad de pensar.

Estaban cerca de la vertiente occidental de una enorme colina de metal parduzco. En algunos lugares, se veían crecer plantas marinas que no se parecían en nada a la hierba estranguladora, pero que suscitaban su temor.

Toshio estaba cada vez más disgustado por verse obligado a permanecer en aquel planeta. Deseaba estar en su casa, en un mundo donde los peligros eran sencillos y fácilmente manejables (algas acidas, islas de tortugas y cosas así); y donde no había ETs.

—¿Va todo bien? —le preguntó Hikahi al pasar cerca de él.

La teniente delfín irradiaba serenidad.

—Estoy bien —refunfuñó—, pero mejor hubiera sido no esperar tanto para transmitirte el mensaje de Akki. Tienes toda la razón para estar furiosa conmigo.

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