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Authors: David Brin

Marea estelar (9 page)

Sin duda, el peor comportamiento podía atribuírsele a Keepiru. Desde el comienzo del viaje lo había abrumado con sus duros sarcasmos y, ni por un momento, había dejado de molestarlo.

Entonces, ¿por qué estoy intentando salvarlo?

Le volvió a la memoria el valor con que Keepiru le había librado de la hierba estranguladora. No hubo entonces fiebre de ayuda. El fin tenía pleno control de su arnés.

Eso es, naturalmente, porque me considera como un niño, pensó Toshio con amargura.

¡No me haría caso aunque oyera mis gritos!

Sin embargo, ahora debía existir una posibilidad. Toshio se mordió el labio y deseó vanamente encontrar una alternativa. Para salvar la vida de Keepiru tendría que humillarse por completo. No era una decisión fácil, porque su orgullo se resistía a ella.

Pese a todo, profiriendo un feroz juramento, soltó el acelerador y colocó los alerones en posición de descenso. Subió el volumen de los hidrófonos al máximo, tragó saliva y gritó en una jerga ternaria:

Niño se ahoga, ¡muchacho en peligro!

Niño se ahoga, ¡muchacho en desgracia!

Niño humano, necesita ser salvado.

Niño humano, hará lo que pueda.

Repitió la llamada una y otra vez, silbándola entre unos labios resecos por la vergüenza.

Esta tonada infantil la habían aprendido todos los niños de Calaña en la guardería, pero cualquiera que la usara pasados los nueve años lo hacía para que lo llevaran a otra isla y escapar así de las burlas de que era objeto. Para un adulto, existían formas más dignas de pedir ayuda.

¡Pero ninguna otra de las que Toshio podía recordar sería captada por Keepiru!

Ruborizado, repitió la llamada.

No todos los niños de Calaña se habían relacionado bien con los fines. Sólo una cuarta parte de la población humana del planeta trabajaba en estrecha relación con el mar. Y eran estas personas las únicas que habían aprendido la forma de tratar con los delfines.

Toshio siempre había creído que él estaba entre los mejores.

Pero ahora, todo había terminado. Si volvía a bordo del Streaker, no tendría más remedio que esconderse en su camarote... al menos durante los días o semanas que tardaran en bajar los vencedores de la batalla que se desarrollaba sobre Kithrup para reclamar su presa.

En la pantalla del sonar, otra desdibujada línea de parásitos se aproximaba desde el oeste. No era eso lo que le preocupaba, y Toshio dejó que el trineo descendiera un poco más. Mientras seguía silbando sintió una especie de sollozo.

¿Dónde, dónde, dónde está el niño?

¿Dónde está el niño? ¿Dónde?

¡Delfiniano primal! ¡Muy cerca! Toshio olvidó su vergüenza. Sin dejar de silbar, asió las cuerdas que habían servido de anclaje a Brookida.

Un haz de grises reflejos centelleó sobre él. Toshio agarró la cuerda con ambas manos al tiempo que se acuclillaba. Sabía que Keepiru efectuaría un giro por debajo y subiría por el otro lado. Cuando entrevió el primer destello gris dirigiéndose como un rayo hacia arriba, se impulsó con las piernas y saltó del trineo.

En un precipitado intento motivado por el pánico, el velocísimo cuerpo del delfín se arqueó para evitar el choque. A pesar de ello, la cola del cetáceo le golpeó en el pecho y Toshio lanzó un grito. Pero era un grito de alegría más que de dolor. ¡Sus cálculos habían sido correctos!

Mientras Keepiru se arqueaba en sentido opuesto, Toshio se echó hacia atrás permitiendo así que el fin pasase entre su cuerpo y la cuerda. Sujetó con firmeza sus piernas alrededor de la cola del delfín y tiró de la cuerda con todas sus fuerzas.

—¡Te pesqué! —gritó.

Y, en ese mismo instante, la siguiente ola golpeó.

Los remolinos lo agarraban y tiraban de él. Trozos de desechos flotantes le golpeaban mientras la succión se apoderaba de su cuerpo en aparente alianza con el loco y furioso delfín.

Esta vez, Toshio no tuvo miedo de la ola. Se sentía invadido por un salvaje y ardiente deseo de luchar. La adrenalina ardía en él como un río de lava. Era feliz al someter a Keepiru, como si lo castigara por las semanas de humillación que le había infligido.

El delfín se debatía lleno de pánico. Mientras la ola los sobrepasaba, Keepiru gritó en demanda de aire y, desesperado, se impulsó hacia la superficie.

Emergieron, y Toshio evitó por poco ser abatido por la espuma que surgió del agujero respiratorio de Keepiru, el cual inició una serie de cabriolas, sacudiéndose para librarse de su indeseable jinete.

Cada vez que se sumergían, Toshio intentaba hacerle entrar en razón.

—¡Maldito Keepiru! Eres una criatura inteligente —jadeaba—. ¡Eres... eres un piloto de naves espaciales!

Hubiera sido preferible halagarlo hablando en ternario, pero no le era posible intentarlo cuando todos sus esfuerzos estaban centrados en defender su vida.

—¡Tú, cerebro de mosquito... símbolo fálico! —gritó mientras las olas le golpeaban con violencia—. ¡Pez engreído! ¿Es que quieres matarme, condenado? ¡Si Calaña cae ahora en manos de los ETs es porque vosotros los fines os vais mucho de la lengua! ¡Nunca hubiéramos debido traeros al espacio!

Eran palabras llenas de odio, despectivas. Por fin, pareció que Keepiru le oía. Salió del agua con una cabriola, como un semental colérico. Toshio sintió que se le escapaba su presa, y salió despedido como una muñeca de trapo para caer al agua ruidosamente.

En cuarenta generaciones de educación delfiniana, sólo se conocían dieciocho casos en los que un fin hubiera atacado a un humano con ánimo homicida. En cada uno de estos casos, todos los fines emparentados con el criminal fueron esterilizados. Toshio esperaba ser aplastado en cualquier momento, pero no le importaba. Había comprendido, finalmente, la causa de su depresión. Se le había hecho evidente mientras luchaba con Keepiru.

No era la posibilidad de regresar a casa lo que había estado inquietándole durante las últimas semanas. Se trataba de otro hecho, en el que no se había permitido pensar ni siquiera una vez desde la batalla de Morgran.

Los ETs... los extra terrestres... los galácticos de cualquier rango y filosofía que perseguían al Streaker... no iban a renunciar a capturar la nave tripulada por delfines.

Por lo menos una raza de ETs habría pensado que el Streaker podía ocultarse con éxito. A menos que imaginaran, erróneamente, que su tripulación había logrado transmitir su descubrimiento a la Tierra. De cualquier modo, el siguiente paso de una u otra de las más inmorales o viciosas razas galácticas sería coaccionarlos.

Era posible que la Tierra tuviese capacidad para defenderse por sí misma. Y seguramente ocurriría lo mismo con Omnivarium y Mermes. Los tymbrimi podrían defender las colonias de Canaán.

Pero lugares como Calafia o Atlast ya estarían conquistados en este momento. Habrían tomado rehenes... su familia y todos sus conocidos. Y Toshio reconoció que estaba culpando de ello a los fines.

Una nueva ola llegaría en pocos minutos, pero a Toshio no le importaba.

A su alrededor, flotaban restos de desechos marinos. A no más de un kilómetro de distancia divisó la colina metálica. Al menos parecía la misma. No podía distinguir si había o no delfines encallados en la orilla.

Un despojo más grande que los demás se movió junto a él. Le costó un buen rato descubrir que se trataba de Keepiru.

Toshio siguió flotando mientras abría su mascarilla.

—Bueno, estarás orgulloso de ti mismo, ¿verdad? —le preguntó.

Keepiru giró suavemente sobre su costado, y un ojo oscuro miró al muchacho. La protuberancia de la parte superior de la cabeza del cetáceo, donde los humanos habían manipulado para crear un aparato vocal a partir de la primitiva fosa nasal, emitió un largo, suave y melodioso sonido.

Toshio no pudo saber con certeza si se trataba sólo de un suspiro. Podía ser una disculpa en delfiniano primal. Y esta posibilidad le sacó de quicio.

—¡Vete a la mierda! Sólo quiero saber una cosa. ¿Tengo que hacerte regresar a la nave? ¿O crees que tendrás el suficiente sentido para ayudarme el tiempo que sea necesario? Contéstame en ánglico, ¡y procura hacerlo con una sintaxis correcta!

Keepiru gimió angustiado. Durante un momento siguió respirando con fuerza, y por fin contestó pronunciando cuidadosamente.

—¡No me hagasss regresar! ¡Todavía siguen pidiendo ayuda! ¡Haré lo que tú me ordenesss! Toshio dudó.

—De acuerdo. Desciende hacia el trineo. Y cuando lo encuentres ponte una mascarilla.

No quiero verte salir a respirar a cada instante y, además, necesitas algo que te recuerde constantemente tu obligación. Luego acerca el trineo a la isla... ¡pero no demasiado!

Keepiru movió la cabeza de arriba a abajo en señal de asentimiento.

—¡Sssí! —gritó. Agitó las aletas y se sumergió. Parecía que iba a obedecer todas sus órdenes.

De hecho, se hubiera sentido frustrado si hubiese conocido cuáles eran los planes inmediatos de Toshio.

Se encontraba a un kilómetro de la isla, y sólo existía un modo de llegar a ella rápidamente sin herirse con la punzante superficie de los corales metálicos de su orilla.

Miró los indicadores, y un descenso en el nivel del agua le advirtió que se aproximaba otra ola.

Parecía que la cuarta sería más suave que las anteriores. Pero supo que se equivocaba. Estaba en aguas lo bastante profundas para que la ola llegase hasta él en forma de suave movimiento del océano y no como un maremoto de fuerza desmedida. Se sumergió bajo la enorme masa de agua y nadó contra corriente durante cierto tiempo antes de salir de nuevo a la superficie.

Debía medir bien la distancia. Si nadaba con demasiada rapidez no tendría tiempo de llegar a la isla pues la cresta de la ola le alejaría de ella. Permanecer sobre la ola, por el contrario, le llevaría hasta la playa empujado por la resaca.

Todo ocurrió demasiado deprisa. Nadaba con energía, pero no podía saber si había sobrepasado o no la cresta de la ola. Entonces, algo le hizo comprender que ya era demasiado tarde para rectificar. Se dio la vuelta y se encontró frente a la colina cubierta de vegetación.

Le separaban cien metros de la línea de rompientes, pero el rápido descenso de la ola disminuía la base del rizo y lo convertía en una cresta monstruosa. Mientras la ola avanzaba hacia la playa, la cresta retrocedió hacia Toshio.

Cuando le alcanzó, el muchacho se preparó para recibirla. Pensó que sólo vería un precipicio bajo él, y luego nada.

Lo que vio, sin embargo, fue una catarata de espuma blanca mientras la ola empezaba a morir. Gritó con todas sus fuerzas para mantener los oídos abiertos, y comenzó a nadar furiosamente tratando de no quedar atrapado en el torbellino de espuma y desechos.

De repente, a su alrededor todo fue verde. Arboles y lianas que habían resistido los anteriores asaltos se agitaban bajo aquel nuevo ataque. Algunos habían sido incluso arrancados de raíz mientras Toshio los dejaba atrás. Otros aguantaron y le golpearon con violencia cuando pasó cerca de ellos.

Pero ninguna rama le hirió de gravedad. Ni fue estrangulado por ninguna liana. Dando tumbos en un torbellino de confusión, consiguió finalmente descansar abrazado al tronco de un inmenso árbol, mientras la ola se arremolinaba y empezaba por fin a retroceder.

Milagrosamente podía mantenerse en pie, era el primer hombre que pisaba el suelo de Kithrup. Miró sor prendido todo lo que le rodeaba, sin creer todavía que hubiera sobrevivido.

Abrió a toda prisa su mascarilla y se convirtió también en el primer hombre que vomitaba sobre el suelo de Kithrup.

8
GALÁCTICOS

—¡Acabad con ellos! —exigía el sumo sacerdote jofur—. ¡Hay que abatir esos cruceros de combate de Thennanin que han quedado aislados en nuestro sexto cuadrante!

El almirante de la flota de los jofur inclinó los doce anillos de su torso ante el sumo sacerdote.

—¡Los thenanios son nuestros aliados, aunque sólo sea por el momento! ¿Cómo podemos enfrentarnos a ellos sin antes celebrar los rituales secretos de traición? ¡Nos enfrentaríamos a la cólera de sus ancestros!

El sumo sacerdote jofur extendió sus seis anillos externos de savia y se levantó sobre el estrado que ocupaba en el fondo de la sala de mando.

—¡Éste no es momento para celebrar ritos! Ahora que nuestra alianza ha barrido este sector y se ha convertido en la más fuerte. Ahora, precisamente en la tensa calma de esta fase de la batalla. Ahora, que los locos thenanios nos han abierto sus flancos. ¡Ahora es cuando podemos hacerles más daño!

El almirante se agitaba nervioso y todos sus anillos externos de savia palidecían por la emoción.

—Podemos modificar las alianzas a nuestra conveniencia, ¿verdad? Podemos traicionar a nuestros aliados, ¿verdad? Podemos hacer cualquier cosa para conseguir la victoria, ¿verdad? ¡Pero no podemos hacer nada sin celebrar los rituales! ¡Son los rituales quienes nos convierten en caminos para la voluntad de los antiguos! ¡Podemos convertirnos en caminos heréticos!

La tribuna temblaba bajo la cólera del sumo sacerdote.

—¡Mis anillos deciden! ¡Mis anillos son los del sacerdocio! ¡Mis anillos...!

El pico oratorio del sumo sacerdote piramidal explotó en un geiser de ardiente y tornasolada savia que se esparció por el puente de la nave del jefe jofur.

—Seguid luchando —dijo el almirante haciendo oscilar su brazo lateral para exhortar a la tripulación a volver a su trabajo—. Avisad al Cuartel General de la Religiosidad. Que nos envíen anillos para consagrar un nuevo sumo sacerdote. Y seguid luchando mientras nos preparamos para celebrar los rituales de traición.

El almirante se inclinó ante la atenta sección de jefes.

—Apaciguaremos a los ancestros de los thenanios antes de atacarlos. Pero recordad que los thenanios no deben sospechar nuestras intenciones.

9
FRAGMENTO DEL DIARIO DE GILLIAN BASKIN

Hace ya tiempo que no soy capaz de escribir nada coherente en este diario personal.

Desde las Syrtes parece que vivimos en permanente confusión... Primero, el descubrimiento del milenio; luego, la emboscada de Morgran; y desde entonces no hemos dejado de luchar por nuestras vidas. Apenas consigo ver a Tom. Está siempre allí abajo, en las máquinas o en los puestos de combate, y yo estoy en el laboratorio o ayudando en la enfermería.

Makanee, la cirujano de la nave, tiene demasiados problemas. Los fines siempre han sido propensos a la hipocondría. Una quinta parte de la tripulación se presenta en cada revisión médica con problemas de carácter psicosomático. No se les puede decir que todo son cosas de su imaginación, hay que mimarlos y decirles lo valientes que son, y que todo va a solucionarse muy pronto.

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