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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (52 page)

—Será mejor que los de aquí también lo sean —dijo Nadia, echando una mirada a la gente con la que había estado hablando de techar el cañón.

En cualquier caso, los sufíes se mostraron entusiasmados con la idea de celebrar un congreso de la resistencia. Como señalaron, la suya era una religión sincrética, que había tomado alguno de sus elementos no solo de los varios tipos y nacionalidades de Islam, sino también de las religiones mas viejas de Asia, y también nuevas como la Baha'i. Algo similarmente flexible iba a ser necesario en Marte, dijeron. Mientras tanto su concepto del regalo ya había influido poderosamente en la resistencia, y algunos de sus teóricos trabajaban con Vlad y Marina en los detalles de la eco-economía. Mientras transcurría la mañana y esperaban la tardía salida del sol de invierno, de pie ante el gran ventanal y mirando al este sobre el cañón en sombras, hicieron sugerencias prácticas sobre la reunión.

—Tienen que hablar con los beduinos y los otros árabes lo antes posible —les dijo Dhu—. Ellos no querrán ser los últimos en la lista de los consultados.

Entonces, el cielo oriental se aclaró lentamente, desde el ciruela oscuro al lavanda. El acantilado opuesto era más bajo que el que ocupaban, y tenían una extensa vista hacia el este sobre el altiplano oscuro, limitado por una cadena baja de colinas. Los sufíes señalaron el desfiladero por el que saldría el sol, y algunos empezaron a cantar.

—Hay un grupo de sufíes en Elysium —les explicó Dhu— que están rastreando nuestras raíces en el mitraísmo y el zoroasirismo. Algunos dicen que ahora hay mitraístas en Marte, que veneran al sol, Ahura Mazda. Ellos consideran la soletta arte religioso, como la vidriera de una catedral.

Cuando el cielo fue de un intenso rosa claro, los sufíes se reunieron en torno a los cuatro huéspedes y los empujaron gentilmente hacia el ventanal: Nirgal junto a Jackie, Nadia y Art detrás de ellos.

—Hoy vosotros seréis nuestra vidriera —les dijo Dhu con voz queda. Unas manos levantaron el brazo de Nirgal hasta que su mano tocó la de Jackie, y él la tomó. Intercambiaron una mirada fugaz y entonces ambos volvieron la mirada a las colinas en el horizonte. Art y Nadia, también tomados de la mano, apoyaban la mano en los hombros de Nirgal y Jackie. La intensidad del cántico descendió y las vocales líquidas del parsí se alargaban interminablemente. Y entonces el sol quebró el horizonte y el manantial de luz exploto sobre la tierra, derramándose sobre ellos, cegándolos y calándoles los ojos de lágrimas. Debido a la soletta y la atmósfera más densa el sol era mucho más grande que en el pasado, un intervalo de bronce resplandeciendo a través de las distantes capas de inversión horizontales. Jackie oprimió la mano de Nirgal, y siguiendo un impulso él miró atrás. Allí, sobre la pared blanca sus sombras formaban una especie de encaje, negro sobre blanco, y a causa de la intensidad de la luz, el blanco que rodeaba sus sombras era el más brillante, teñido apenas por los colores del arcoiris que los envolvía a todos.

Siguieron el consejo de los sufíes, y cuando partieron se encaminaron hacia el agujero de transición de Lyell, uno de los cuatro situados a 70° de latitud sur. En esa región los beduinos de Egipto occidental tenían varios caravasares y Nadia conocía a uno de sus líderes. Así que decidieron encontrarse con él.

Durante el viaje Nirgal pensó mucho en los sufíes y en lo que su influencia revelaba sobre la resistencia y el demimonde. La gente había abandonado la superficie por diferentes razones, era importante recordarlo. Lo habían abandonado todo y habían arriesgado la vida, pero lo habían hecho con objetivos diferentes. Algunos esperaban fundar culturas radicalmente nuevas, como en Zigoto o Dorsa Brevia, o en los refugios bogdanovístas. Otros, como los sufíes, deseaban conservar culturas antiquísimas que sentían amenazadas por el orden terrano global. Todas esas facciones de la resistencia estaban diseminadas en las tierras altas del sur, mezcladas pero al mismo tiempo separadas. No había ninguna razón por la que quisieran convertirse en un solo movimiento. Muchos de ellos intentaban librarse de cualquier poder dominante — transnacionales, el Oeste, Norteamérica, el capitalismo—, de cualquier sistema de poder totalitario. Un sistema centralizado era precisamente aquello de lo que huían como de la peste. Eso no presagiaba nada bueno para los planes de Art, y cuando Nirgal compartió con los demás sus temores, Nadia coincidió con él.

—Tú eres estadounidense, y eso será un problema. —Art puso los ojos en blanco, y Nadia añadió:— Pero los Estados Unidos siempre han abogado por el crisol, por la idea del crisol. Era un país al que la gente podía ir desde cualquier lugar y del que podía formar parte. En teoría al menos. Podemos aprender mucho de ese modelo.

—La conclusión a la que Boone llegó finalmente es que no era posible inventar una cultura marciana partiendo de la nada —dijo Jackie—. Decía que debía ser una mezcla de lo mejor de todos los que viniesen aquí. Ésa es la diferencia entre los booneanos y los bogdanovistas.

—Si —dijo Nadia frunciendo el ceño—. Pero creo que ambos se equivocan. No creo que podamos inventar a partir de la nada, ni conseguir una mezcla. Al menos no durante mucho tiempo. Mientras tanto, todo se reducirá a la coexistencia de un montón de culturas distintas. Pero que tal cosa sea posible... —Se encogió de hombros.

Los problemas a los que se enfrentarían en cualquier congreso tomaron cuerpo durante la visita al caravasar. Esos beduinos explotaban los depósitos minerales de la región del lejano sur entre los cráteres Dana y Lyell, las Sisyphi Cavi y Dorsa Argentea, con la técnica empleada por primera vez en el Gran Acantilado y que ahora se había convertido en tradición: con las plataformas de perforación móviles recogían los depósitos de la superficie y luego seguían adelante. El caravasar era sólo una pequeña tienda, que quedaba fija en un lugar, como un oasis, para casos de emergencia o para cuando querían reposar un poco.

Ningún otro grupo podría haber contrastado más con los etéreos sufíes que los beduinos. Estos árabes reservados y poco sentimentales vestían monos modernos y eran en su mayoría hombres. Los viajeros llegaron cuando una caravana minera estaba a punto de partir, y una vez que los miembros de ésta se enteraron del propósito de la visita fruncieron el ceño y partieron igualmente.

—Más booneismo. No queremos tener nada que ver con eso.

Los viajeros comieron con un grupo de hombres en el rover más grande que poseían; las mujeres venían de un coche contiguo a través de un tubo para servir los platos. Jackie se mostró indignada por esto, luciendo una expresión hostil sacada directamente del rostro de Maya. Cuando el joven árabe que se sentaba a su lado trató de entablar conversación con ella, le fue difícil hacerlo. Nirgal reprimió una sonrisa, y escuchó a Nadia y a un viejo beduino llamado Zeyk, el líder del grupo, que Nadia conocía desde hacía tiempo.

—Ah, los sufíes —dijo Zeyk con cordialidad—. Nadie los molesta porque son inofensivos. Como pájaros.

Avanzada la comida, Jackie se mostró más amable con el joven árabe, un hombre extraordinariamente atractivo, con largas cejas negras que enmarcaban unos ojos marrones líquidos, de mirada aquilina, labios rojos y carnosos, mentón marcado y modales gráciles y seguros, que no parecía intimidado por la belleza de Jackie, en algunos aspectos semejante a la suya. Se llamaba Antar y pertenecía a una importante familia beduina. Art, sentado frente a ellos a la mesa baja, parecía sorprendido por esta súbita amistad, pero después de los años en Sabishii, Nirgal había adivinado lo que ocurriría. En cierto modo era un placer ver a Jackie en acción. Era todo un espectáculo, en verdad: ella, la orgullosa hija del matriarcado más importante desde la Atlántida, y Antar, el orgulloso heredero del patriarcado más feroz de Marte, un joven con una gracia y desenvoltura propias de un rey.

Después de la comida los dos desaparecieron. Nirgal lo encajó con apenas una punzada, y habló con Nadia y Art, y con Zeyk y la esposa de éste, Nazik, que se les había unido. Zeyk y Nazik eran veteranos en Marte: habían conocido a John Boone y habían sido amigos de Frank Chalmers. Contrariamente a la predicción de los sufíes, acogieron de buen grado la propuesta del congreso, y estuvieron de acuerdo en que Dorsa Brevia sería un buen lugar para celebrarlo.

—Lo que necesitamos es igualdad sin conformidad —dijo Zeyk en cierto momento, escogiendo cuidadosamente las palabras. Esto se acercaba mucho a lo que Nadia había dicho durante el camino, y atrajo poderosamente la atención de Nirgal—. No es una relación que se pueda establecer fácilmente, pero tenemos que intentarlo, tenemos que evitar las peleas. Haré correr la voz entre la comunidad árabe, o al menos entre los beduinos. Debo decir que hay árabes en el norte que están muy relacionados con las transnacionales, sobre todo con la Amexx. Las naciones árabes africanas se están uniendo a Amexx, una tras otra. Una extraña alianza. Pero el dinero... —Se frotó los dedos.— Ya saben. En fin, contactaremos con nuestros amigos. Y los sufíes nos ayudarán. Se están convirtiendo en los mullah marcianos, y a los mullah no les gusta, pero a mí sí.

Otros sucesos le preocupaban más.

—Armscor ha absorbido al Grupo del Mar Negro, y ésa es una combinación peligrosa: la dirección es afrikáner y la seguridad corre a cargo de los estados miembros, la mayoría de ellos estados policiales: Ucrania, Georgia, Moldavia, Azerbaiján, Armenia, Bulgaria, Turquía, Rumania. —Fue contándolos con los dedos, y frunció los labios.— ¡Piensen en la historia de esos países! Han construido bases en el Gran Acantilado, una banda alrededor de Marte, en verdad. Y son uña y carne con la Autoridad Transitoria. —Meneó la cabeza.— Nos aplastarán en cuanto se presente la ocasión.

Nadia asintió con un movimiento de cabeza, y Art, sorprendido con esta declaración, bombardeó a Zeyk con preguntas.

—Pero ya no se esconden —señaló en cierto momento.

—Disponemos de refugios en caso de necesidad —dijo Zeyk—. Y estamos preparados para luchar.

—¿Cree que se llegará a eso? —pregunto Art.

—Estoy seguro.

Más tarde, después de otras tacitas de café espeso, Zeyk, Nazik y Nadia hablaron sobre Frank Chalmers, los tres con una sonrisa de afecto en los labios. Nirgal y Art escucharon, pero era difícil hacerse una idea de aquel hombre, muerto mucho antes de que Nirgal naciese. En verdad era un brusco recordatorio de lo viejos que eran los issei, que habían conocido a una figura que aparecía en las videograbaciones. Al fin, Art exclamó:

—¿Pero cómo era él?

Los tres ancianos reflexionaron.

—Frank era un hombre airado —dijo Zeyk despacio—. Escuchaba a los árabes, sin embargo, y nos respetaba. Vivió un tiempo con nosotros y aprendió nuestra lengua, y verdaderamente hay pocos norteamericanos que lo hayan hecho. Por eso lo amábamos. Pero no era un hombre fácil de conocer. Y estaba enfadado, no sé por qué. Alguna cosa ocurrida en sus años en la Tierra, supongo. Nunca hablaba de ellos. En realidad, nunca hablaba de sí mismo. Pero tenía un giroscopio en su interior, que giraba como un pulsar. Y tenía humores sombríos. Muy sombríos. Nosotros lo enviábamos en los rovers de exploración, para ver si eso lo ayudaba. No siempre funcionaba. De cuando en cuando nos agredía, a pesar de que era nuestro huésped. —Zeyk sonrió, recordando.— Una vez, nos llamó esclavistas en nuestra propia cara, mientras tomábamos el café.

—¿Esclavistas?

Zeyk agitó una mano, como quitándole importancia.

—Estaba enfadado.

—Él nos salvó allí, al final —le dijo Nadia a Zeyk, saliendo de los pensamientos profundos en los que había estado perdida—. En el sesenta y uno. —Les habló del largo viaje en rover por Valles Marineris, cuando el agua del acuífero de Compton inundó el gran cañón; ya casi habían salido de él cuando la corriente atrapó a Frank y se lo llevó.— Se había apeado para liberar el coche de roca, y si él no hubiese actuado tan deprisa, también habría arrastrado el coche.

—Ah —dijo Zeyk—. Una muerte venturosa.

—No creo que él opinase lo mismo.

Los issei rieron brevemente, y luego alzaron las tazas vacías e hicieron un pequeño brindis por el amigo perdido.

—Lo echo de menos —dijo Nadia al bajar la taza—. Nunca pensé que lo diría.

Calló, y mientras la observaba Nirgal sintió que la noche los protegía, los ocultaba. Nunca la había oído hablar de Frank Chalmers. Muchos de los amigos de Nadia habían muerto en la revolución. Y su compañero también, Bogdanov, a quien tantos seguían aún.

—Airado hasta el final —dijo Zeyk—. Para Frank, una muerte venturosa.

Desde Lyell viajaron en sentido contrario a las agujas del reloj alrededor del Polo Sur, deteniéndose en todos los refugios o ciudades tienda e intercambiando noticias y productos. Christianopolis era la ciudad tienda más grande de la región, centro de intercambio para todas las colonias menores al sur de Argyre. Los refugios de la zona estaban ocupados principalmente por rojos. Nadia pedía a cuantos rojos encontraban que enviasen noticias del congreso a Ann Clayborne.

—Se supone que tenemos un enlace telefónico, pero nunca responde a mis llamadas.

Muchos rojos no ocultaban que el congreso les parecía una mala idea,

o al menos una pérdida de tiempo. Al sur del Cráter Schmidt se detuvieron en una colonia de comunistas de Bolonia que vivían en una colina vaciada, perdida en una de las zonas más agrestes de las tierras altas del sur, por la que era muy difícil viajar a causa de los numerosos escarpes y diques sinuosos que detenían a los rovers. Los boloñeses les proporcionaron un mapa con algunos de los túneles y ascensores que ellos habían instalado en la zona para salvar esas dificultades.

—Si no los hubiésemos tenido, nuestros viajes no serían otra cosa que rodeos.

Cerca de uno de los diques había una pequeña colonia polinesia. Vivían en un corto túnel de lava, que habían transformado en un lago con tres islas. El flanco meridional del dique estaba cubierto de nieve y hielo, pero los polinesios, la mayoría originarios de Vanuatu, mantenían el interior del refugio a la temperatura del hogar terrano; el aire estaba demasiado caliente y húmedo para Nirgal, casi irrespirable, aun sentado en una playa de arena, entre una laguna oscura y una hilera de palmeras inclinadas. Evidentemente, pensó mientras recorría el lugar con la vista, los polinesios se encontraban entre aquellos que trataban de crear una cultura incorporando aspectos ancestrales. Se revelaron además muy versados en las primitivas formas de gobierno de todo el mundo, y les entusiasmó la idea de compartir lo que habían aprendido en el congreso; no fue difícil convencerlos de que debían asistir. Para celebrar el proyecto se reunieron en la playa. Art, sentado entre Jackie y una bella polinesia llamada Tanna, sonreía con beatitud mientras sorbía de la cáscara de medio coco llena de kava. Nirgal estaba tendido en la arena delante de ellos, escuchando la charla animada de Tanna y Jackie a propósito del movimiento indígena, como lo llamaba Tanna. No era simplemente un nostálgico retorno al pasado, dijo, sino más bien un intento de crear una cultura que incorporase algunos aspectos de civilizaciones antiguas en la alta tecnología de las formas marcianas.

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