Marte Verde (7 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

En aquella ciudad, como en todas, ocultas o expuestas, Coyote fue recibido efusivamente. Tras las salutaciones se instaló en una esquina del gran garaje del borde del cráter e inició un ajetreado intercambio de bienes, desde semillas a software, bombillas, piezas de recambio y maquinaria pequeña. Todo esto al cabo de largas sesiones de consulta y regateo con sus huéspedes que Nirgal no pudo entender. Después de una breve visita a la ciudad en el fondo del cráter, que se parecía extraordinariamente a Zigoto bajo la brillante cúpula púrpura, partieron de nuevo.

Camino de otro refugio Coyote intentó explicarle, con poco éxito, esos regateos.

—¡Estoy liberando a la gente de su ridícula noción de la economía, eso es lo que estoy haciendo! La economía del regalo está muy bien, pero no está lo suficientemente organizada para nuestra situación actual. Hay artículos esenciales que todo el mundo necesita, y la gente tiene que darlos, lo cual es una contradicción, ¿no es cierto? Por eso estoy tratando de crear un sistema racional. En realidad son Vlad y Marina quienes lo están elaborando, pero yo intento mejorarlo, lo que significa que me llevo todas las quejas.

—Y ese sistema...

—Bien, es una especie de vía de doble sentido: pueden seguir dando cuanto quieran, pero se asigna un valor a los artículos de primera necesidad y se los distribuye de manera adecuada. Y no te puedes imaginar la de discusiones que me trae el asunto; la gente puede ser muy insensata. Yo sólo intento asegurarme de que todo contribuya a una ecología estable, como en los sistemas de Hiroko, en la que cada refugio cubra sus necesidades y provea su especialidad. ¿Y qué consigo?

¡Insultos, nada más que insultos! Trato de evitar el despilfarro y me llaman salteador de caminos, trato de evitar el acaparamiento y me llaman fascista. ¡Banda de idiotas! ¿Qué piensan hacer si ninguno es autosuficiente y la mitad están paranoicos perdidos? —Suspiró con aire dramático.— En uno de todos modos estamos haciendo progresos. Christianopolis tiene bombillas, y Mauss Hyde cultiva nuevos tipos de vegetales, como has visto, y Bogdanov Vishniac fabrica las cosas grandes y complicadas, como las barras para los reactores y los vehículos de camuflaje y la mayor parte de los grandes robots, y tu Zigoto está a cargo del instrumental científico, y así todos. Y yo lo distribuyo.

—¿Eres el único que hace este trabajo?

—Mas o menos. En realidad, todos los refugios son autosuficientes salvo en esos artículos esenciales. Todo el mundo tiene programas y semillas, es decir, tienen cubiertas las necesidades básicas. Y además, no muchos conocen la localización de todos los refugios secretos.

Nirgal digirió la información y sus implicaciones mientras continuaban su viaje nocturno. Coyote habló entonces del patrón de peróxido de hidrógeno y nitrógeno, un sistema nuevo ideado por Vlad y Marina, y él se esforzó por seguir la explicación, pero ya fuese por la dificultad de los conceptos o porque Coyote aderezaba el discurso despotricando sobre las dificultades que había encontrado en algunos refugios, le resultó imposible. Decidió que preguntaría a Sax o Nadia sobre el tema cuando regresara a casa y dejó de escuchar.

En la región que atravesaban predominaban los anillos de cráteres; los más recientes se superponían y a veces incluso enterraban a los antiguos.

—A esto se le llama cráteres de saturación; es un terreno muy antiguo.

Un gran número de cráteres no tenían bordes, sólo eran agujeros circulares en el suelo, poco profundos y de fondo llano.

—¿Qué ha pasado con los bordes?

—Se han desgastado.

—¿Qué los ha desgastado?

—Según Ann, el hielo y el viento. Asegura que a lo largo del tiempo las tierras altas del sur perdieron un kilómetro a causa de la erosión.

—¡Pero eso lo arrasaría todo!

—También trajo nuevos materiales. Éste es un terreno muy antiguo. Entre los cráteres la superficie estaba cubierta de rocas sueltas y era increíblemente irregular: había depresiones y pendientes, hondonadas y lomas, zanjas y fosas tectónicas, elevaciones, colinas y valles. Ni un solo centímetro llano, excepto los bordes de los cráteres y algunas crestas bajas, que Coyote utilizaba como carreteras siempre que podía. Pero el sendero que seguía a través de ese paisaje accidentado era tan tortuoso y complicado que a Nirgal le costaba creer que pudiera memorizarse, y lo dijo en voz alta. Coyote rió.

—¿Qué quieres decir con memorizado? ¡Nos hemos extraviado! Aunque en realidad no se habían extraviado, o al menos no por mucho tiempo. El penacho de una nube termal apareció en el horizonte y Coyote avanzó hacia él.

—Ya lo sabía yo —murmuró—. Ése es el agujero de transición de Vishniac. Se trata de un pozo vertical de un kilómetro de profundidad que llega hasta el lecho de roca. Se empezaron a excavar cuatro agujeros alrededor de la línea de setenta y cinco grados de latitud, pero dos fueron abandonados, ni siquiera quedan los robots. Vishniac es uno de esos dos y un grupo de bogdanovistas se han instalado allí. —Soltó una carcajada.— Muy bien pensado, porque pueden excavar en la pared lateral siguiendo la carretera que lleva al fondo, y ahí abajo pueden generar todo el calor que quieran sin que nadie sospeche que no proviene de la emisión de gases del agujero. Así que pueden hacer cualquier cosa, incluso procesar el uranio para las barras de combustible de los reactores. Se ha convertido en una ciudad industrial y es uno de mis lugares favoritos: organizan unas fiestas estupendas.

Metió el rover en una de las muchas zanjas que cortaban la superficie; luego frenó y tecleó en la pantalla. Una gran roca se abrió a un lado de la zanja, descubriendo un túnel oscuro. Entraron en él y la puerta de piedra se cerró tras ellos. Nirgal creía que ya nada podía sorprenderlo, pero miró con ojos desorbitados mientras avanzaban por el túnel, cuyas paredes rugosas permitían apenas el paso del rover-roca. Parecía no tener fin.

—Han excavado unos cuantos túneles de entrada, y así el agujero parece abandonado. Nos quedan aún unos veinte kilómetros de marcha.

Coyote apagó los faros y el coche avanzó en esas tinieblas color berenjena. Seguían una carretera de pendiente muy pronunciada que parecía bajar en espiral por la pared que bordeaba el agujero. Las luces del panel de instrumentos del rover semejaban linternas diminutas y al mirar a través de su propio reflejo en la ventana Nirgal vio que la carretera era cuatro o cinco veces más ancha que el coche. No alcanzaba a verse toda la extensión del agujero, pero a juzgar por la curva que describía el camino tenía que ser inmenso.

—¿Estás seguro de que vamos a la velocidad adecuada? —le peguntó con ansiedad a Coyote.

—Confío en el piloto automático —contestó Coyote irritado—. No conviene discutir con él.

Después de descender durante más de una hora, el panel de instrumentos emitió un pitido y el coche giró y se arrimó a la pared de roca a su izquierda. Y allí lo tenían, un tubo-garaje que resonó con estrépito metálico al pegarse a la antecámara exterior del coche.

En el garaje fueron recibidos por una veintena de personas. Después de los saludos los guiaron a través de una hilera de recintos altos que daban a una especie de caverna. Las salas que los bogdanovistas habían excavado en el flanco del agujero eran grandes, mucho mayores que las de Prometheus. Las posteriores tenían unos diez metros de altura, y algunas casi doscientos metros de profundidad. Y en cuanto a la caverna principal, rivalizaba con Zigoto en amplitud y tenía grandes ventanales que daban sobre el agujero de transición. Al mirar de reojo por la ventana, Nirgal advirtió que el cristal visto desde fuera tenía el aspecto de la roca. Además, los revestimientos filtrantes habían sido escogidos con astucia, porque cuando llegó la mañana la luz entró a raudales. Aunque desde las ventanas sólo se veía la pared opuesta del agujero y un giboso fragmento de cielo, los recintos parecían extraordinariamente amplios y luminosos, una sensación que la cúpula de Zigoto nunca podría brindar.

Ese primer día un hombre menudo de piel oscura llamado Hilali tomó a Nirgal a su cuidado y lo llevó por las diferentes salas, interrumpiendo a la gente en sus ocupaciones para presentarlo. Todos lo recibieron con cordialidad.

—Tú tienes que ser uno de los chicos de Hiroko. ¡Ah, eres Nirgal! ¡Encantados de conocerte! ¡Eh, John, ha llegado Coyote, habrá fiesta esta noche!

Lo llevaron a unos recintos más pequeños, detrás de los que daban al agujero, y le mostraron las diferentes actividades: bajo la luz brillante había granjas y fábricas que parecían extenderse hacia el interior de la roca hasta el infinito. En todas partes hacía mucho calor, como si estuviesen en una sauna, y Nirgal no dejaba de sudar.

—¿Qué hacen con la roca que extraen en las excavaciones? —le preguntó a Hilali, porque una de las ventajas de cavar una cúpula bajo el casquete polar era que el hielo extraído simplemente sublimaba, había dicho Hiroko.

—Se ha utilizado para empedrar la carretera cerca del fondo del agujero de transición —le explicó Hilali, complacido por la curiosidad de Nirgal, como los demás. En general, los habitantes de Vishniac parecían felices, una muchedumbre ruidosa que siempre celebraba la llegada de Coyote. Una excusa tan buena como otra, concluyó Nirgal.

Hilali recibió una llamada de Coyote y llevó a Nirgal a un laboratorio, donde le tomaron una muestra de piel del dedo. Entonces regresaron a la caverna sin prisas y se unieron a la gente que hacía cola frente a las ventanas de la cocina, al fondo.

Después de una comida especiada de alubias y patatas empezó la fiesta. Una nutrida e indisciplinada banda de percusión empezó a tocar melodías en staccato y la gente bailó durante horas, deteniéndose de cuando en cuando para beber un licor atroz que llamaban kavajava o para participar en algún juego. Después de probar el kavajava y de tragar la tableta de omegendorfo que le había dado Coyote, Nirgal tocó un rato con la banda y luego se sentó sobre un pequeño montículo herboso en el centro de la cámara sintiéndose demasiado borracho para seguir de pie. Coyote había bebido sin parar pero no tenía ese problema: bailaba salvajemente, con grandes saltos y riendo.

—¡Nunca sabrás lo maravillosa que es tu propia gravedad, muchacho! —le gritó a Nirgal—. ¡Nunca lo sabrás!

La gente se acercaba y se presentaba. Algunos pedían a Nirgal que les hiciese una demostración de su tacto caliente; un grupo de chicas de su edad insistieron en que les calentara las mejillas, que previamente habían enfriado con el hielo de sus bebidas, y cuando él las calentó ellas rieron y abrieron mucho los ojos y lo invitaron a darles calor en otras partes del cuerpo. En lugar de eso, Nirgal salió a bailar, sintiéndose mareado y torpe, y corrió en pequeños círculos para descargar un poco de energía. Cuando regresó al montículo, Coyote llegó abriéndose paso entre la multitud y se sentó pesadamente a su lado.

—Es tan fantástico bailar con esta g, nunca me canso de hacerlo. Coyote, las trenzas grises cayéndole sobre la cara, le echó una mirada desenfocada a Nirgal y éste advirtió de nuevo que la cara del hombre parecía de algún modo quebrada, quizá a la altura de la mandíbula, y que una mitad era más ancha que la otra. Algo por el estilo. Se le hizo un nudo en la garganta.

Coyote lo agarró por el hombro y lo sacudió con fuerza.

—¡Por lo visto yo soy tu padre, chico! —exclamó.

—¡Bromeas! —dijo Nirgal.

Un estremecimiento eléctrico le recorrió la espalda y le sonrojó la cara. Se miraron y Nirgal se maravilló de cómo el mundo blanco podía sacudir el mundo verde tan completamente, como el rayo latiendo a través de la carne. Al fin se abrazaron.

—¡No estoy bromeando! —dijo Coyote. Volvieron a mirarse.

—No me extraña que seas tan listo —continuó Coyote, y rió con ganas—. ¡Ja, ja, ¡a! ¡Ka bum! ¡Espero que te parezca bien!

—Pues claro que sí —dijo Nirgal, sonriendo con cierto malestar. No conocía bien a Coyote, y el concepto de padre era para él aún más vago que el de madre. Nirgal no sabía cómo se sentía. Herencia genética, sí, ¿pero qué significaba eso? Todos habían sacado sus genes de algún sitio, y los de los ectógenos eran transgénicos al fin y al cabo, o eso decían.

Pero Coyote, que en ese momento maldecía de cien maneras distintas a Hiroko, parecía contento.

—¡Esa zorra, esa tirana! ¡Matriarcado y un cuerno! ¡Está loca! Me sorprenden las cosas que llega a hacer. Aunque hay una cierta justicia en eso, desde luego que la hay. Porque en el amanecer de los tiempos Hiroko y yo fuimos novios, en nuestra juventud allá en Inglaterra. Ésa es la razón por la que estoy en Marte. Toda mi vida he sido un polizón en el armario de Hiroko. —Rió y le palmeó el hombro a Nirgal.— Bueno, muchacho, con el tiempo averiguarás qué tal te sienta la noticia.

Salió a bailar otra vez, y dejó a Nirgal sumido en sus pensamientos. Al mirar los giros de Coyote, Nirgal sacudió la cabeza. No sabía qué pensar; además, en esos momentos pensar le resultaba increíblemente difícil. Sería mejor que bailara o buscase los baños.

Pero allí no tenían baños públicos. Dio varias vueltas alrededor de la pista de baile, haciendo de la carrera un baile, y regresó al montículo. Pronto se le unieron Coyote y un grupo de bogdanovistas.

—Es como ser el padre del Dalai Lama, ¿eh? ¿No te dan un título por eso? —dijo uno.

—¡Vete al cuerno! Como estaba diciendo, Ann asegura que dejaron de excavar los agujeros de transición de la línea de los setenta y cinco grados porque allí la litosfera es más delgada. —Coyote meneó la cabeza con aire profético.— Me propongo ir a uno de esos agujeros fuera de servicio, poner a trabajar a los robots y ver si excavan tan hondo como para activar un volcán.

Todos rieron, salvo una mujer, que sacudió la cabeza con desaprobación.

—Si lo haces, vendrán aquí a ver lo que pasa. Si estás decidido, sería mejor que fueses hacia el norte y atacases uno de los agujeros de la latitud sesenta, que también están abandonados.

—Pero Ann dice que la litosfera es más gruesa allí.

—Pues claro, pero los agujeros son más profundos también.

Coyote no contestó y la conversación derivó hacia cuestiones más serias, sobre todo las inevitables escaseces o los progresos de la reconstrucción allá en el norte. Sin embargo, al final de esa semana, cuando dejaron Vishniac por un túnel distinto y más largo, enfilaron hacía el norte.

—Todos mis planes tirados por la borda. Es la historia de mi vida, chico.

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