Matahombres (8 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

—¡Maldito seas! —gimoteó—. ¡La he vendido! ¡Se la he vendido a quienes me encargaron que la robara! ¡No sé adonde se la han llevado!

Gotrek se puso de pie y arrastró al chorreante halfling hasta la pared. Un descomunal bloque de piedra se estrelló justo en el sitio que acababan de abandonar. Nod tragó, con los ojos desorbitados.

Gotrek lo empujó contra la pared y le apoyó un brazo en la tráquea.

—¿Quién la compró?

—No lo sé.

Gotrek presionó. Los hombres de Nod pasaban de largo, demasiado concentrados en escapar como para preocuparse del jefe.

—Vamos, Gotrek —dijo Félix—. Sácalo afuera. Es hora de marcharse.

—No hasta que hable.

—¡No lo sé! ¡De verdad! —chilló el Gran Nod—. Llevaban capas con capucha y se cubrían la cara con pañuelos. ¡No les vi la cara en ningún momento!

—Es la verdad, enano —dijo el fornido barbudo con quien Gotrek había hablado primero—. Venían a vernos por la noche. Nunca se acercaban a la luz.

Otro enorme bloque de piedra se estrelló en el suelo, junto a ellos. Félix sintió el impacto a través de las suelas de las botas. El Gran Nod lanzó un sonoro gimoteo.

Gotrek gruñó y arrastró al halfling hacia la puerta. Félix se apresuró a seguirlos, aliviado. Cuando estaban a medio camino, un destello blanco atrajo su mirada hacia lo alto. Allí arriba había alguien. Una figura ataviada de negro andaba por los cabrios. Apenas logró verla antes de que desapareciera a través del agujero del tejado; el blanco pelo había destellado a la luz de las estrellas. Félix frunció el ceño. Algo en aquella figura le había resultado inquietantemente familiar, algo que tenía la seguridad de que debería haber reconocido, pero el recuerdo permanecía de forma atormentadora fuera de su alcance.

En cuanto se encontraron al otro lado de las cortinas de cuero, Gotrek volvió a sujetar al Gran Nod contra la pared.

—Y ahora, ¿qué? —chilló el halfling—. Ya te lo hemos dicho. No les vimos la cara. ¡Déjame en paz!

—No te creo —gruñó Gotrek—. Los ladrones siempre se aseguran de saber quién los contrata.

El hombre fornido negó con la cabeza e hizo el signo de Taal.

—Eran hombres peligrosos. Magos, sin duda. —Tragó—. Dijeron que podían matarnos a través de los sueños si los traicionábamos.

—Y pagaron el doble de lo que valía el trabajo —dijo el Gran Nod. Volvió los ojos hacia la bodega—. Aunque no bastará para reparar esto, malditos seáis. ¡Nos habéis arruinado!

—Os habéis arruinado vosotros mismos —replicó Gotrek.

—¿Eran de Nuln? —preguntó Félix—. ¿Pudisteis deducir eso, al menos?

—No eran de Las Chabolas —dijo el halfling—. Eso sí que lo sé. Hablaban con elegancia, como tú. Grandes palabras.

Eso era algo, por lo menos. Félix iba a formular otra pregunta cuando oyó gritos y golpes sordos procedentes de lo alto de la rampa. Alzó la mirada. Hacia ellos bajaban hombres vestidos con el uniforme de la guardia de la ciudad, que intentaban apresar a los trabajadores que se escabullían.

—¡Sargento! —gritó el Gran Nod, agitando frenéticamente los brazos, sujeto por Gotrek—. ¡Arrestad a estos villanos! ¡Han atacado a mis hombres y han destrozado mi bodega! ¡Mirad mi tejado!

Los guardias avanzaron hacia ellos.

—Estos son los ladrones que robaron la pólvora de la Escuela Imperial de Artillería —declaró Félix—. Acaban de confesárnoslo.

—¡Eso es mentira! —dijo el halfling—. Son unos lunáticos, sargento. No me extrañaría que fueran mutantes.

—Vamos, vamos —dijo el sargento, un tipo cuadrado y robusto, de pelo gris y enorme bigote—. Uno por vez. Y dejad al halfling en el suelo.

Gotrek lo miró con ferocidad durante un momento, y luego bajó al Gran Nod, a regañadientes, y le soltó el cuello.

El halfling retrocedió con paso tambaleante, jadeando, mientras se cogía el contuso cuello y miraba ferozmente a Gotrek.

—¡Destructores de corazón negro! ¡Ahora veréis! ¡Para vosotros será la Torre de Hierro, asquerosos…!

—Callad, si tenéis la amabilidad, señor —dijo el sargento—. Nada de eso. Ya os tocará el turno de hablar. —Se volvió a mirar a Félix—. Bien, ¿y quiénes sois vosotros? ¿Y qué interés tenéis en saber quién robó no-sé-qué de la Escuela de Artillería?

Félix vaciló durante un momento, al recordar que él y Gotrek eran hombres que estaban en busca y captura dentro del Imperio: él, por vandalismo e incitación, y Gotrek, por matar a caballeros imperiales durante los tumultos del impuesto sobre las ventanas. Luego, se reprendió por necio. Todo eso había sucedido hacía mucho tiempo, y en Altdorf, no en Nuln. Era seguro que nadie lo recordaba, ¿verdad? Parecía imposible.

—Yo soy Félix Jaeger. Mi compañero es Gotrek Gurnisson. Somos huéspedes del Colegio de Ingeniería y…

El sargento parpadeó.

—¿Vos sois Félix Jaeger? —lo interrumpió—. ¿Y éste es Gotrek el Matador?

A Félix se le cayó el alma a los pies. Sí que los recordaban. Después de todos los años pasados, continuaba ofreciéndose un precio por sus cabezas. Increíble. Bajó la mano a la empuñadura de la espada. Gotrek tendió una de las suyas hacia el hacha.

Pero el sargento rió y se volvió para mirar a sus hombres.

—¡Fijaos, muchachos! ¡Son los salvadores de Nuln, que han regresado para protegernos de alguna nueva amenaza!

Los hombres también rieron, tétrica y desagradablemente, y con tono despectivo repitieron: «los salvadores de Nuln».

—Tenéis mucha imaginación, herr Jaeger —dijo el sargento con una sonrisa presumida—. Hombres rata en las cloacas de Nuln… ¿Skavlings, los llamasteis? Y vos y vuestro amigo fuisteis los únicos que pudisteis salvar la situación. La guardia era una colección de torpes incompetentes. Vuestros libros han servido para que riéramos a gusto en el puesto de la guardia nocturna.

Félix estaba boquiabierto. Eso era lo último que hubiera esperado.

—¿Vos habéis…, habéis leído mis libros?

—El capitán Niederling nos los leyó, que es el que sabe leer. En toda mi vida no había oído historias más disparatadas.

—¿De qué libros habla? —gruñó Gotrek, al mismo tiempo que volvía hacia Félix su ojo único.

Félix se sonrojó. Había tenido intención de contárselo a Gotrek la noche anterior, pero el enano había estado de tan malhumor que lo había pospuesto, y luego lo había olvidado.

—Te…, te lo explicaré más tarde.

—No me importa quiénes sean —dijo el halfling—. Me han destrozado el local. ¡Encerradlos!

—Estábamos buscando la pólvora —dijo Félix—. Ellos la robaron de la Escuela de Artillería y la vendieron esta mañana.

El sargento alzó una ceja.

—¿Estáis representando uno de vuestros libros, herr Jaeger? En el futuro, tal vez deberíais mantener vuestras aventuras limitadas al papel. —Alzó una mano cuando Félix y el halfling comenzaron a hablar al mismo tiempo—. Vamos, vamos. Creo que lo mejor será que ambos me acompañéis a la comisaría de la guardia y se lo expliquéis todo al capitán. —Sonrió—. El capitán estará encantado de conoceros, herr Jaeger. Le entusiasman vuestros libros. Dice que son muy imaginativos.

Gotrek gruñó en lo más profundo de la garganta, y Félix le lanzó una mirada de advertencia. No sería buena cosa que el Matador asesinara a un oficial de la guardia. Acababan de regresar al Imperio, y Félix no tenía ganas de volver a exiliarse tan pronto. Por otro lado, una hacha clavada en la frente de ese sargento y de su capitán podría ser justamente lo que necesitaban. ¡Muy imaginativos! Cada palabra que había escrito en los diarios era la verdad. Los skavens habían atacado Nuln, desde luego. Y él y Gotrek habían desempeñado un papel en su derrota. ¿Acaso pensaban que era un proveedor de melodramas malos? ¿Un Detlef Sierck? ¡Cómo se atrevían!

* * *

—¿De qué libros habla, humano?

Félix tragó, nervioso. Había estado esperando que el Matador formulara la pregunta.

Habían pasado muchas horas. Gotrek y Félix regresaban a pie al Colegio de Ingenieros, siguiendo a Malakai Makaisson y al señor Groot, que hablaban ansiosamente del día siguiente. Al parecer, el señor Pfaltz-Kappel había obtenido más fondos, el Gremio de la Pólvora de los enanos había conseguido más pólvora y el viaje de la Espíritu de Grungni volvía a estar programado.

Al final, había sido necesaria la intervención de Groot y Makaisson, y la reacia confesión del halfling y sus secuaces, antes de que la guardia se dejara convencer para poner en libertad a Gotrek y a Félix. Los habían entregado a la custodia del señor Groot como si fueran niños traviesos que devolvían a un padre, y les habían dicho que dejaran la investigación en manos de las autoridades.

Gotrek se había comportado notablemente bien durante todo el proceso. No se podía decir que se hubiera mostrado cooperador en ningún sentido. Había maldecido a Nuln y a la guardia, y se había negado a entregar el arma y a responder a cualquier pregunta, pero, por otro lado, no había matado a nadie, ni había roto muebles, ni le había dado un puñetazo en la cara al capitán cuando se rió de las agudezas del sargento respecto a que ellos eran los «salvadores de Nuln» y cuando llamó «divertidas fantasías» a las historias sobre hombres rata de Félix.

De hecho, siempre que se habían mencionado los libros de Félix, Gotrek había vuelto hacia él aquel feroz ojo destellante y lo había mirado fijamente, en silencio. Y Félix se había estremecido cada vez que eso había sucedido. Le recordaba la ocasión en que Gotrek lo había atacado en la tumba del Durmiente, una experiencia que no estaba ansioso por repetir.

Y ahora, por fin, Gotrek había formulado la temida pregunta.

—¿Eh…? —dijo Félix—. Bueno, como ya sabes, a lo largo de los años he escrito diarios de nuestros viajes, notas que tomaba para el poema épico que escribiré sobre tu muerte. Y…, y siempre que nos encontrábamos en un puerto amigo, enviaba a casa los que había acabado, para que mi hermano los guardara. Y él…, bueno, él los publicó sin que yo lo supiera. —Tragó. Gotrek continuaba mirándolo fijamente. ¿Iba a atacarlo allí, en ese preciso momento?—. Tenía…, tenía intención de contártelo anoche, pero de algún modo…

—¿Así que ya has comenzado a contar mi saga? —lo interrumpió Gotrek.

—Eh, sí —replicó Félix—. En cierto modo, sí. Aunque no puedo responder por la calidad. Aún no he comenzado a leer los libros, y no tengo ni idea del tipo de corrección que mi hermano…

—Bien —volvió a interrumpirlo Gotrek—. Si mi fama es lo bastante grande, puede que mi contrincante definitivo me busque, con lo que me ahorraré tener que buscarlo yo. Tengo una deuda con tu hermano.

Continuó andando sin decir una sola palabra más. Félix lo miró, boquiabierto. Había esperado cólera, incluso un descuartizamiento. En ningún momento se le había ocurrido que el Matador pudiera aprobarlo. Por otro lado, era verdad que le había pedido que escribiera el poema épico. ¿Por qué le sorprendía que Gotrek se sintiera complacido porque había comenzado?

Capítulo 4

A Félix volvió a despertarlo una detonación atronadora. Esa vez había sido completamente fuera de su cabeza y había sonado mucho más fuerte que las anteriores. El estallido había hecho que se sentara bruscamente en la cama. ¿Había sido un disparo de cañón? De ser así, tenía que haberse producido en un lugar cercano. Tal vez había explotado uno de los inventos de Malakai. No habría sido la primera vez.

Parpadeó, soñoliento, en la mortecina luz previa al amanecer, y miró a su alrededor mientras las reverberaciones de la explosión se apagaban y la gente de las habitaciones cercanas hablaba en voz alta, alarmada. No había dormido bien. Tenía la mente inquieta. Las imágenes de la figura ataviada de negro, con el pelo blanco, que había visto en los cabrios de la cámara frigorífica le daban vueltas interminablemente por la cabeza e intentaban resolverse en un recuerdo que se negaba a presentarse.

Ahora había gente corriendo por los pasillos. Gimió y salió de la cama con movimientos cansados. Cuando encontró la ropa, se vistió y se puso las botas; entonces, alguien llamó a su puerta con rápidos golpes. Al abrirla, vio que Gotrek y Malakai estaban ante ella, con expresión ceñuda.

—Se ha producido una explosión en el campo de pruebas que la Escuela Imperial de Artillería tiene en el islote del Aver —dijo Malakai—. El último cañón del envío debía ser probado esta mañana. Ahora vamos hacia allí para ver qué ha pasado, exactamente.

* * *

Gotrek aferraba el hacha como si tuviera intención de matar a alguien con ella. Su cara estaba rígida de cólera.

—Los dioses conspiran para mantenerme alejado de mi sino —dijo con voz ronca.

Félix asintió con la cabeza. La verdad era que parecía que alguna fuerza ultraterrena estaba intentando impedir que Gotrek llegara a Middenheim a tiempo para luchar contra las fuerzas que la asediaban. Él y el Matador se encontraban sobre el césped pulcramente recortado del campo de pruebas de la Escuela Imperial de Artillería, que estaba situado en el islote del Aver, una isla pequeña que había en el centro del río, unida mediante puentes al distrito Neuestadt por el norte, al distrito Halbinsel por el sur, y que tenía al oeste la imponente isla de la Torre de Hierro, la famosa prisión de los cazadores de brujas. El campo de pruebas era un lugar fresco y extrañamente plácido a esa hora de la mañana, silencioso y envuelto en arremolinadas nieblas que ascendían del río, pero ante ellos humeaban las pruebas de que una terrible tragedia había destrozado recientemente esa paz.

Sobre el césped se veía un enorme cañón roto, con el profusamente decorado tubo partido a lo largo en cinco trozos que se enroscaban hacia atrás, de modo que parecía una orquídea negra de las selvas de Lustria. El carro de madera sobre el que iba montado el cañón estaba destrozado y humeaba, y el césped en torno a él estaba chamuscado. En el suelo quedaban manchas rojas donde habían caído los cuerpos de los artilleros al producirse la explosión.

Malakai, el señor Groot y los demás hombres de la Escuela Imperial de Artillería y el Colegio de Ingeniería rodeaban el cañón, lo examinaban de cerca y hablaban entre sí. Detrás de ellos, otros hombres se acercaban por el césped con un robusto carro, preparados para transportar el cañón de vuelta a la escuela. El mago Lichtmann permanecía a un lado, murmurando encantamientos y haciendo gestos extraños con la mano izquierda y el muñón del brazo derecho. Junto al edificio de la armería, el capitán de distrito Wissen hablaba con los administradores del campo de pruebas. Una compañía de guardias de la ciudad esperaba cerca de la puerta de reja.

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