Matahombres (5 page)

Read Matahombres Online

Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

—Bueno —dijo Félix con el ceño fruncido—, no sé muy bien por dónde empezar. —Miró a Gotrek, y vio que el Matador estaba tumbado sobre el lecho, con el único ojo cerrado, y roncando suavemente.

Malakai también lo miró y chasqueó la lengua.

—Vaya, el muchacho se ha quedado dormido. Pues no es una mala idea, la verdad. Habrá que guardar la historia para después. Se conservará bien. Vamos, te buscaremos una cama.

* * *

Félix despertó con la ya familiar sensación que le producía abrir los ojos en un lugar desconocido, tantas veces experimentada durante los viajes con Gotrek. Se encontraba en una pequeña y limpia habitación que parecía una celda, y estaba tendido sobre una cama estrecha, aunque cómoda. Le latía la cabeza y, cosa extraña, los latidos parecían resonar en el mundo de la vigilia. Durante un largo momento desorientador no tuvo ni idea de dónde estaba. El lugar era demasiado agradable para tratarse de una prisión. Intentó recordar. Había habido una taberna, una pelea y un paseo de borrachos. Se había tumbado debajo de una fuente. ¿Se había quedado dormido? ¡No! ¡La Espíritu de Grungni!

De repente, todo volvió a su mente. Se encontraba en la zona de los dormitorios del Colegio de Ingeniería. Los latidos de la cabeza eran debidos a la borrachera de la noche anterior. Los latidos que hacían estremecer la estancia eran las prácticas matinales de costumbre de la Escuela Imperial de Artillería, situada a unas pocas calles de distancia. Félix se sentó y se frotó las sienes, gimiendo. ¿Tenían que empezar tan temprano? Era muy poco civilizado.

Después de ponerse los calzones y las botas, y de encontrar un lavabo y un retrete, pidió a un estudiante de ingeniería demasiado alegre y de rostro fresco que lo orientara, y se encaminó, por fin, arrastrando los pies, hacia el enorme taller de Malakai. La inundación de luz solar que entraba por la pared inacabada hirió los ojos de Félix, que parpadeó, para luego mirar a su alrededor. Habían despejado una mesa de trabajo donde Malakai y Gotrek devoraban un desayuno de huevos, salchichas, tocino, pan integral, jamón, tortas, cerveza suave, y aquella horrenda importación tileana que algunos llamaban petróleo de Nuln: café.

El apetito de Gotrek no parecía en absoluto menoscabado por los excesos de la noche anterior, pero a Félix se le revolvió el estómago a la vista de todos aquellos alimentos grasientos.

—¡Bienvenido, joven Félix! —exclamó Malakai con voz un poco demasiado alta—. Siéntate y come antes de que Gurnisson acabe con todo.

Félix reprimió el impulso de vomitar y se enjugó la frente mojada de sudor frío.

—¿Hay…, hay un poco de té, tal vez?

—Haré que uno de los muchachos prepare una tetera —dijo Malakai, y luego gritó hacia el fondo de la estancia—. ¡Petr! ¡Una tetera de té de Catai para nuestros invitados!

Félix se aferró la cabeza, convencido de que se le iba a hacer pedazos. Un joven con cara de luna, ingobernable pelo rubio y una estrecha franja de barba, asomó la cabeza de las entrañas de un tanque de vapor desmantelado. Tenía obsesivos ojos azul acuoso que parpadeaban con rapidez.

—Sí, profesor —dijo—, de inmediato. —Salió del tanque, pero se le atascó un pie en una válvula y cayó de cara al suelo cuan largo era. Al instante se puso de pie, con la nariz goteando sangre—. No ha sido nada —declaró—. No ha sido nada. —Se escabulló afuera de la estancia, y por el camino tropezó con un telescopio.

Malakai sacudió la cabeza.

—Pobre muchachito. Mi mejor estudiante. Puede calibrar un indicador de presión casi tan bien como un enano, pero no ve más allá de su propia mano y sería capaz de tropezar con una mota de polvo. —Rió entre dientes mientras se metía un trozo de jamón en la boca—. Irá a Middenheim para ayudar en la sala de máquinas, pero no se le permitirá subir al puente. Haría que nos estrelláramos.

Gotrek alzó la mirada. Su único ojo brillaba.

—¿Vais a volar hasta Middenheim?

—Sí. La Escuela Imperial de Artillería me ha pedido que lleve hasta allí un cargamento de cañones.

—Me llevarás también a mí —dijo Gotrek—. Quiero estar allí antes de que todo acabe.

—Por supuesto —dijo Malakai—. Siempre me complace ayudar a un Matador a que encuentre su fin.

—¿Podemos partir hoy mismo? —inquirió Gotrek.

Malakai rió entre dientes.

—Aunque me gustaría mucho que así fuera, muchacho, no. Los disparos de prueba del último cañón no podrán hacerse hasta mañana por la mañana. Nos marcharemos en cuanto lo hayan cargado a bordo.

Gotrek gruñó, descontento, pero Félix disimuló una sonrisa de agradecimiento. Una noche más en una cama de verdad le iría bien.

—Aun así, llegarás dos semanas antes que si fueras a pie —comentó Malakai, divertido.

Petr entró precipitadamente en la estancia con una tetera en una mano y una taza con platillo en la otra. Rodeó con éxito un hornillo de joyero, pero se le enredó un pie en un aparejo de poleas y cayó de cara, con un grito. Logró girar en el aire y aterrizar sobre un hombro, con lo que salvó tanto la tetera como la taza, pero se bañó las manos de té hirviendo.

Volvió a levantarse de un salto y dejó la tetera y la taza ante Félix, al mismo tiempo que hacía muecas de dolor.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —dijo. Tenía las manos rojas como langostas.

—Ve a remojártelas con agua fría, muchacho —dijo Malakai—. Debes evitar que se te hagan ampollas.

—Sí, profesor —replicó Petr.

Se alejó a toda prisa. Félix no podía soportar ver cómo caminaba.

—Estúpido de manos merdosas —murmuró Malakai. Se volvió a mirar a Gotrek y Félix, y suspiró—. Cuando acabéis de desayunar, os llevaré a la Escuela de Artillería para presentaros al señor Groot, el director. Como el viaje es un asunto imperial, él debe dar la aprobación a todos los tripulantes. Pero no os preocupéis. —Les hizo un guiño—. Os recomendaré bien.

* * *

Si el Colegio de Ingeniería era grande, la Escuela Imperial de Artillería era enorme, un complejo descomunal de talleres, pistas de tiro, forjas y dormitorios en torno a la alta majestad de granito negro del edificio de la escuela en sí, que se alzaba por encima de la ciudad como una máquina de guerra inimaginablemente grande, toda agujas y puntas, y almenas como sierras. Temibles gárgolas ennegrecidas por el hollín se asomaban a cada esquina y cornisa. Altas ventanas estrechas de rojos cristales destellaban entre los altos contrafuertes como los respiraderos de la puerta de hierro de algún horno infernal.

El señor Julianus Groot no parecía la persona más indicada para ocupar la dirección de un lugar tan formidable. Hombre grueso y alegre, provisto de una prominente barriga, con patillas canosas y unos pocos mechoncitos de pelo sobre la redonda cabeza calva, Groot parecía más un herrero de pueblo que el alto consejero de la Escuela Imperial de Artillería, como rezaba su título oficial. Llevaba un mandil chamuscado sobre el ropón de brocado negro del cargo, cuyas mangas perdidas estaban metidas dentro de los puños de unos pesados guantes de cuero.

—Cualquier amigo de Malakai Makaisson es amigo mío —dijo al mismo tiempo que estrujaba la mano de Félix con un fuerte apretón—. Mejor aliado no podría tener el Imperio.

Félix y Gotrek se encontraban, con el señor Groot y Malakai, en una sofocante sala de la forja, donde hileras de herreros sudorosos golpeaban acero para darle forma sobre hileras de yunques marcialmente dispuestos en filas, mientras los supervisores circulaban entre ellos para hacer observaciones y criticar. Aquello no mejoró el dolor de cabeza de Félix.

A Jaeger le sorprendió oír al consejero hablar con el acento llano, plebeyo, del Handelbezirk, el barrio mercantil que constituía el corazón de la red comercial de Nuln, siempre en expansión. Habría esperado que un hombre con título hablara con el más refinado y culto estilo de la nobleza. Tal vez Groot había comprado el título. Se rumoreaba que la condesa había hecho cosas más extrañas por dinero.

—Será buena cosa que unos guerreros experimentados den escolta a los cañones —dijo al estrechar la mano de Gotrek—. Cuando uno se enfrenta a los Poderes Malignos, ni siquiera una nave aérea es segura. Algunas de esas bestias tienen alas. También contarás con ayuda mágica, Makaisson.

—¿Ah, sí? —dijo Malakai, que entrecerró los ojos con suspicacia—. ¿Y de quién podría proceder esa ayuda?

Groot se volvió y gritó hacia la niebla de humo que velaba la habitación.

—¡Mago Lichtmann, ven a conocer a tus compañeros de viaje!

Gotrek, Félix y Malakai miraron en dirección al humo. Félix no sabía qué esperaba el consejero. ¿Alguna figura maléfica que saliera a grandes zancadas de la niebla, con los ojos encendidos? ¿Un arrugado anciano con sombrero puntiagudo? Lo que vio fue un hombre alto, de mediana edad, sin barba, inclinado sobre un yunque, que observaba atentamente mientras un herrero daba forma a una pieza de cañón. Alzó la cabeza y la luz del fuego se reflejó en sus gafas.

—¿Hummm? ¡Ay!, lo siento muchísimo, mi querido Groot.

El mago avanzó entre las forjas hasta llegar al consejero. Era delgado hasta el punto de ser esquelético, con una prominente nuez de Adán, un mentón débil y una nariz aguileña bajo un casquete de pelo castaño rojizo. Vestía los ropones naranja y rojo del Colegio Brillante y, al igual que Groot, protegía su atuendo con un mandil sucio de hollín. Las gafas que llevaba estaban hechas de delicado alambre de acero, y los ojos que había detrás de ellas eran verdes, jaspeados de dorado.

—Lo siento muchísimo —repitió con voz clara y educada, a la vez que se encaraba con cada uno e inclinaba la cabeza para saludarlo—. Julianus y yo hemos intentado conseguir una nueva aleación, usando una llama mágica para fundir metales a temperaturas imposibles de alcanzar sólo con el fuego mundano. Ahora mismo estaba observando cómo se comportaba bajo el martillo nuestra última prueba. —Le sonrió a Groot—. Es muy maleable, Julianus, aunque aún no tan fuerte como podría ser, según creo.

—Iré a verlo dentro de un momento, Waldemar —dijo Groot, y se volvió a mirar a los otros—. Profesor Makaisson, Matador Gurnisson, herr Jaeger, permitidme que os presente al mago Waldemar Lichtmann, magíster del Colegio Brillante, además de ingeniero de gran renombre.

El mago Lichtmann inclinó la cabeza y les tendió la mano izquierda, y en ese momento Félix vio que no tenía mano derecha. La manga estaba doblada y recogida justo por debajo del codo.

—Es un verdadero placer, profesor —dijo al estrechar la mano de Malakai—. Vuestros avances en ingeniería me son bien conocidos.

Sonrió con timidez y se volvió para estrechar la mano de Gotrek, y luego la de Félix.

—Os pido disculpas por daros la mano con la izquierda —dijo—. A menudo, a la gente le resulta un poco inquietante. Perdí la derecha en un incendio. Algo muy embarazoso para un hechicero del Colegio Brillante, pero por entonces yo era joven y aún no había aprendido a controlarme.

Malakai alzó una ceja con gesto incómodo.

—Espero que lo hayáis conseguido. Las naves aéreas son un pelín inflamables.

El mago rió; fue una sonora y áspera carcajada.

—Ya lo creo; he mejorado un poco desde entonces, gracias. Puedo guardarme las llamas para mí.

—El mago Lichtmann va a Middenheim para ayudar en la lucha —explicó Groot.

—Estoy deseando intervenir —dijo Lichtmann—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que entré en batalla, y nunca lo hice en algo de esta envergadura. No obstante, en tiempos como éste, un hombre de conciencia no puede continuar escondiéndose en los pasillos de la academia. Debe actuar. Debe hacer lo que le corresponde por su tierra natal y su pueblo. Y tengo la esperanza de poner a prueba en esa guerra algunas de las nuevas ideas que Groot y yo hemos estado desarrollando.

—Bueno, os doy la bienvenida a bordo, magíster —dijo Malakai—. Me alegra saber que voy a tener a alguien con quien charlar. Esa aleación parece interesante.

—Ya lo creo que lo es —dijo Lichtmann, cuyos ojos brillaron—. Es una idea simple, pero difícil de ejecutar sin la habilidad que tiene un hechicero del Colegio Brillante para controlar la temperatura del fuego. Veréis…

Cuando Lichtmann comenzaba la explicación —y los ojos de Félix se volvían vidriosos—, un joven vestido con los colores de la escuela asomó la cabeza por la puerta del taller, vio a Groot y se le acercó apresuradamente, con expresión tensa.

—Mi señor —murmuró al oído del consejero—. ¿Puedo hablar con vos?

Groot asintió con la cabeza y se volvió hacia los otros.

—¿Me disculpáis un momento?

Se apartó y escuchó, mientras el estudiante le susurraba al oído con urgencia. Félix y Gotrek aguardaron, sudando en el calor de la forja, en tanto el mago Lichtmann continuaba parloteándole a Malakai acerca de temperaturas de fundición y resistencia a la tracción, fuera lo que fuera eso.

Pasado un momento, Groot asintió con la cabeza.

—Sí —dijo—, es una mala cosa —y a continuación dio una rápida serie de órdenes y envió al muchacho corriendo de vuelta por donde había llegado.

El consejero suspiró y regresó junto a los visitantes.

—Disculpad la interrupción. Se ha producido un robo. Me temo que vuestro viaje podría verse retrasado, Malakai.

—¿Qué? —gritó Gotrek, cuyo único ojo pareció encenderse.

—¿Qué ha sucedido? —quiso saber el ingeniero.

—Durante la noche, fue robada una gabarra cargada de pólvora —explicó Groot—, pólvora destinada a los cañones que transportaréis vosotros. El Gremio de la Pólvora de los enanos la entregó ayer en nuestro muelle, cerca del puente de la Gloria, con vistas a cargarla mañana en la Espíritu de Grungni. Estuvo muy bien vigilada durante toda la noche, pero por la mañana los guardias habían desaparecido junto con la gabarra y la pólvora. —Se encogió de hombros y se rascó violentamente la calva—. Ojalá me lo hubieran dicho antes, pero han desperdiciado dos horas en corretear por ahí para ver si alguien del Consejo Ciudadano había ordenado que cambiaran de sitio la gabarra.

—¿No podemos marcharnos sin la pólvora? —preguntó Félix.

—Los cañones son inútiles si no hay pólvora para dispararlos —gruñó Malakai—. Sin pólvora no son más que bonitas piezas de hierro, y no hay razón alguna para llevarlos hasta Middenheim.

—Es un sabotaje —dijo el mago Lichtmann—. Esto es una vileza. Alguien ha hecho esto para debilitar las defensas de la Fauschlag.

Other books

A Rage to Live by Roberta Latow
Last Wrong Turn by Amy Cross
Guernica by Dave Boling
Welcome to Envy Park by Esguerra, Mina V.
Star Spangled Murder by Meier, Leslie
The Silent Enemy by Richard A. Knaak
Ghost in the Wind by E.J. Copperman
Miss Fortune by Lauren Weedman