Matazombies (47 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Félix se sentó y ensartó unas cuantas lonchas de jamón de la fuente, y luego untó de mantequilla una rebanada de pan. «Así que esto es lo que comen los generales», pensó. No era de extrañar que todos engordaran, por muchas campañas que hicieran. Bueno, pues ahora estaba completamente a favor de eso, y se llenó la boca a dos manos. ¡Sigmar, qué buena era la comida! El jugo del jamón le corría garganta abajo como un elixir de vida. No quería dejar de comer jamás.

—Tenemos un reto ante nosotros,
herr
Jaeger —dijo el general Von Uhland mientras comía—. Los no muertos de Kemmler están desmantelando el castillo Reikguard. Ya han prendido fuego a todos los edificios y al patio de armas inferior, y las murallas exteriores han perdido la mayoría de las almenas. —Le dedicó una sonrisa torva—. Si esperáramos durante el tiempo suficiente, derruiría por completo las murallas y podríamos entrar a caballo y atacar. Pero no podemos esperar. No podemos permitir que el castillo Reikguard se convierta en algo imposible de defender. Tenemos que recuperarlo tan entero como sea posible.

—Pero ¿cómo vamos a entrar sin derribar las puertas o las murallas? —preguntó uno de los oficiales del general—. ¿Podemos trepar por ellas?

—Sería una carnicería —dijo otro hombre—. Los no muertos nos harían pedazos cuando llegáramos arriba.

—Con suerte, no llegaremos a eso —dijo Von Uhland, y le hizo un gesto de asentimiento a Dominic—. El señor Reiklander conoce un pasadizo secreto de entrada en el castillo, que va a dar a las dependencias de Karl Franz. Un destacamento escogido de hombres…

—Kemmler conoce esa ruta —dijo Félix—. La usó. Estará vigilada.

Dominic levantó la cabeza.

—¿Cómo? ¿Cómo se ha enterado de su existencia? ¿Quién traicionó el secreto?

Félix vaciló. Estaba bastante seguro de que había sido la madre de Dominic quien le había revelado la posición del pasadizo a Kemmler, pensando que invitaba a entrar al bondadoso anciano que curaría a su marido.

—No…, no lo sé —dijo.

—No importa mucho cómo lo ha sabido —dijo Von Uhland—. La pregunta es si la tendrán muy bien guardada.

Gotrek levantó la cabeza y tragó ruidosamente.

—Eso tampoco importa —dio—. Nada impedirá que vuelva a enfrentarme con Krell.

—¡Lo mismo va por Snorri! —dijo Snorri.

Gotrek le lanzó una mirada de enfado al viejo matador cuando dijo eso, pero Snorri no pareció darse cuenta.

—Abrigaba la esperanza de que dijerais eso, Matador Gurnisson —dijo Von Uhland—. Alguien tiene que entrar y abrirnos las puertas. Alguien que conozca el castillo y tenga la capacidad de llegar al cuerpo de guardia inferior. Alguien que esté muy dispuesto a morir.

—Un matador está siempre dispuesto a morir —dijo Gotrek.

—¡Yo también iré! —declaró Dominic.

El general frunció los labios.

—Mi señor Reiklander, no puedo, por supuesto, prohibiros que lo hagáis, pero al haber muerto vuestro padre, sois el último heredero del castillo Reikguard. Sería más prudente que os quedarais con la fuerza principal y lucharais durante el asalto.

—¡No! —dijo Dominic con los dientes apretados—. Reikguard es mi castillo. No aceptaré que me lo entregue la guardia de honor de mi tío. Lo tomaré yo. ¡Yo encabezaré infiltración!

Dio la impresión de que el general quería decir algo más, pero al final se limitó a asentir con la cabeza.

—Como deseéis, mi señor.

—Yo también iré —dijo Max—. Necesitaréis a alguien que os proteja de la brujería de Kemmler, y de su visión bruja.

—Y nosotros —anunciaron el magíster y el sacerdote de Morr al unísono—. Estamos muy habituados a ocuparnos de los no muertos.

—Y yo —dijo Félix—. También voy.

Gotrek lo miró a él, y luego a Snorri con dureza.

—Tú me has hecho una promesa, humano. ¿Abjuras de ella?

Félix bajó los ojos, incapaz de sostenerle la mirada.

—Kat está ahí dentro, Gotrek. Si vive, tengo que salvarla. Si ha muerto, tengo que vengarla. Estoy dispuesto a morir por eso. Lo siento, pero…

—Olvídalo, humano —gruñó Gotrek—. No te lo impediré. —Volvió su ojo hacia Snorri—. Pero hay uno que no ira.

Mientras el general Uhland y sus capitanes se levantaban salían de la tienda comedor con el fin de prepararse para la marcha, Max se acercó a la mesa de Gotrek, y se sentó junto a Félix.

—Me alegro de ver que te has recuperado, Gotrek —dijo—. Parece un milagro.

Gotrek se encogió de hombros y siguió comiendo.

—Los enanos tenemos una constitución fuerte.

—Aun así —insistió Max— hace menos de tres horas te contaba entre los muertos, y ahora pareces haberte recobrado del todo.

—Todavía no —lo contradijo Gotrek—. Para eso harán falta unas cuantas cervezas más.

Max rió; luego se quedó pensativo y miró a Snorri, a quien sonrió con expresión interrogativa.

—¿Sí, Snorri?

Félix se volvió a mirar y vio que Snorri miraba fijamente al magíster desde el otro lado de la mesa, con el ceño fruncido.

—A Snorri le resultas familiar —dijo el viejo matador—. ¿Te conoce Snorri?

Max alzó una ceja.

—Max Schreiber, Snorri. ¿No te acuerdas?

—Snorri recuerda a Max Schreiber —dijo Snorri—. ¿Lo conoces tú?

Max miró a Gotrek y Félix, confuso. Gotrek se limitó a gruñir y apartar la mirada.

Félix tragó saliva, y se inclinó para hablarle a Max al oído.

—Snorri tiene algunas… dificultades con la memoria.

Max miró a Snorri, y luego asintió con la cabeza, sombrío.

—Me había planteado si esto podía llegar a suceder —murmuró—. Ya había signos que lo anunciaban cuando lo vi por última vez, en Praag, hace veinte años. Había abrigado la esperanza de que encontrara su fin antes…

Gotrek se levantó con brusquedad, se alejó a grandes zancadas y salió precipitadamente de la tienda comedor a la noche.

Max lo observó, confuso.

—¿He dicho algo incorrecto?

Félix tosió, y luego se llevó a Max un poco más lejos a lo largo de la mesa.

—Snorri ha olvidado su vergüenza —dijo Félix en voz baja—. Según Gotrek, no será recibido en los Salones de Grimnir mientras no la recuerde, lo cual significa que…

—Que no puede morir hasta que haya recuperado la memoria —lo interrumpió Max, al mismo tiempo que asentía tristemente con la cabeza—. No puede actuar como debe hacerlo un matador.

Snorri alzó la mirada hacia ellos, perplejo. Al parecer, no se habían alejado lo bastante como para escapar a su agudo oído de enano.

—Snorri no sabe de qué estáis hablando —dijo Snorri cuando Félix se sonrojó—. Snorri recuerda su vergüenza.

Félix parpadeó mientras el corazón se le aceleraba con repentina esperanza.

—¿La…, la recuerdas? —preguntó—. ¿De verdad?

—Por supuesto —replicó Snorri—. ¿Cómo podría olvidarla Snorri? Fue…

Félix y Max esperaron mientras la mirada del viejo matador se volvía introspectiva, y él se detenía con el tenedor a medio camino de la boca.

—Fue…

Una expresión de pánico comenzó a extenderse por la alegre cara fea de Snorri, y sus ojos fueron a toda velocidad de izquierda a derecha, como si su memoria pudiera estar oculta en algún rincón de la tienda.

—Fue…

La mano de Snorri bajó con lentitud, y volvió a dejar el tenedor cargado de carne sobre el plato. Ahora sus ojos estaban perdidos en alguna distancia inimaginable.

—Snorri ha olvidado su vergüenza —dijo en voz baja—. Eso es malo.

Félix hizo una mueca de dolor.

—Snorri, eso ya lo sabías —le dijo—. Nos lo contaste cuando íbamos hacia las Colinas Desoladas. Vas a ir a Karak Kadrin a rezar en el santuario de Grimnir para pedir que la memoria te sea devuelta.

Snorri se metió la carne dentro de la boca y la masticó con enojo.

—Snorri lo recuerda —dijo—. Sólo ha olvidado por un momento que lo había olvidado.

Pero el dolor que se reflejaba en la cara del viejo matador le indicó a Félix que estaba mintiendo. La pérdida era tan viva como la primera vez que se dio cuenta de lo que sucedía.

Félix y Max intercambiaron otra mirada, y el primero tuvo que apartar los ojos. ¡Qué horrible tener que experimentar una y otra vez el dolor de enterarte de que has olvidado lo más importante de tu vida, la clave de tu única posibilidad de redención!

—Hechicero, ven aquí.

Félix y Max se volvieron. Gotrek se encontraba de pie en la entrada de la tienda, y miraba a Snorri con rostro pétreo y hermético. Max se le acercó, y Félix se levantó y fue con él.

—¿Qué sucede, Gotrek? —preguntó Max.

—Snorri Muerdenarices va a necesitar un trago que lo haga dormir —dijo.

Max miró a Snorri por encima de un hombro.

—¿Ahora? Pero si falta menos de una hora para que nos pongamos en marcha hacia el castillo.

—Ahora —replicó Gotrek con los dientes apretados—. Snorri no irá con nosotros.

Max frunció el ceño, y luego asintió.

—¡Ah! Entiendo. Muy bien, Matador. Así se hará.

Gotrek gruñó y volvió a girar sobre sí mismo, para adentrarse en la oscuridad. El dolor que había detrás de su furia era casi más duro de observar que la confusión de Snorri. Gotrek era la persona más honrada que Félix había conocido en su vida —no la más bondadosa, por nada del mundo, pero nunca mentía ni se entregaba a artimañas—, así que aquello de verse obligado a obrar a espaldas de Snorri y drogarlo para que se quedara atrás y no buscara su fin estaba matándolo, obviamente, aunque significara salvar la vida eterna de su viejo amigo.

24

Max le llevó a Snorri una enorme jarra de cerveza cuando estaba comiéndose el tercer plato de salchichas, y para cuando el ejército de Von Uhland se puso en marcha hacia el castillo Reikguard, una hora más tarde, el viejo matador roncaba sonoramente, con la cabeza apoyada en la mesa y la jarra de cerveza aún sujeta en la mano.

Félix no se atrevió a permitir que su mirada se encontrara con la de Gotrek cuando dejaron al viejo matador atrás y siguieron a Max, el padre Marwalt, el magíster Marhalt Dominic Reiklander y seis caballeros escogidos de la Reiksguard fuera del campamento. Gotrek estaba tan tenso como una trampa para osos, y a Félix no le apetecía que le cortara una pierna al dispararse. Esperaba que los demás fueran lo bastante listos como para percibir también su humor, o con toda probabilidad se produciría una situación de violencia antes de llegar al castillo.

Mientras la fuerza principal de Von Uhland se separaba de ellos para marchar hacia el este a lo largo del camino principal, el señor Dominic condujo al grupo de infiltración, a la luz de una lámpara, a través de los árboles hasta los bosques que había al norte de los campos de cultivo que rodeaban el castillo Reikguard, donde dijo que estaba oculta la entrada del túnel secreto. Félix se puso en guardia al aproximarse, porque aquellos eran los bosques de los que había salido la horda de Kemmler. Los murciélagos habían surgido de esos bosques, y las torres de asedio habían sido construidas en su linde. Pero ahora, al parecer, estaban abandonados. No oyó ni vio rastro alguno de no muertos, ni de ningún otro ser. No cantaban pájaros en las ramas de los árboles. Ni conejos, ni zorros ni tejones agitaban el sotobosque al recorrerlo, y dado que las ramas invernales aún no tenían brotes, parecía que se movían por un mundo muerto, como si pudieran ser los últimos hombres vivos del Imperio.

Mientras caminaba con Gotrek al final de la fila, Félix se dio cuenta de que no dejaba de mirar a los hermanos gemelos, el padre Marwalt y el magíster Marhalt, que caminaban lado a lado en el centro de la fila, con las cabezas unidas como si mantuvieran una conversación privada, pero sin pronunciar una sola palabra. Al fin, la curiosidad pudo con él, y se acercó con disimulo a Max, que iba justo delante de él en la fila.

—Max —dijo en voz baja, a la vez que indicaba hacia delante con la cabeza—. El padre y el magíster, ¿son…? ¿Tienen algún tipo de conexión?

Max sonrió con picardía.

—¿Aparte de la obvia? —preguntó—. Sí, pueden hablar sólo con la mente. De hecho, en parte fue así como llegaron a escoger su profesión.

Se rezagó para quedar junto a Félix, y continuó hablando, mientras llenaba la pipa de tabaco.

—Había un tercer hermano, Marnalt, otro gemelo, y los tres podían hablar entre sí de esa manera desde su nacimiento; pero luego Marnalt fue asesinado por un nigromante y utilizado para inmundos experimentos. Sin embargo, después de su muerte, el hermano asesinado visitó a los vivos en sueños, y descubrieron que podían comunicarse entre sí igual que cuando estaban todos vivos. —Max hizo aparecer una llama en la punta del índice para encender la pipa, y luego la extinguió—. Marnalt les imploró a sus hermanos que buscaran una manera de liberarlo de su no vida fantasmal para permitirle entrar en el reino de Morr, y así encontraron los hermanos su vocación. Marwalt buscó la respuesta a la difícil situación de su hermano en las enseñanzas de Morr, mientras Marhalt entraba en el Colegio Amatista para buscar una solución mágica, y en el proceso ambos descubrieron que tenían grandes habilidades naturales, que desde entonces han usado para luchar contra la nigromancia en todas sus formas.

—¿Y lograron liberar a su hermano? —preguntó Félix.

—Sí, desde luego —asintió Max—, y denunciaron, arruinaron y destruyeron al villano que había aprisionado su alma y las almas de un millar de niños más. —Sonrió y fijó la mirada ante sí—. Desde entonces, han estado muy solicitados.

Un rato más tarde, con ambas lunas bajas en el cielo, el señor Dominic ralentizó el paso y se detuvo, para luego señalar hacia delante.

—El pasadizo está enfrente de nosotros —dijo—. A unos cincuenta pasos.

Max asintió con la cabeza.

—Continuemos en silencio, entonces —dijo—. Podría haber guardias.

Félix, Gotrek y los caballeros de la Reiksguard desenvainaron las armas, mientras Dominic cerraba la lámpara, y Max y los gemelos murmuraban hechizos y encantamientos. Cuando todos estuvieron preparados, volvieron a avanzar con cautela, y pasado un minuto, llegaron a un pequeño claro. A un lado se veían los restos de la choza de un carbonero que hacía tiempo había ardido hasta los cimientos, y que poco a poco era ganada por el bosque. Las enredaderas cubrían los muros exteriores y la hierba seca se abría paso por entre las tablas del pequeño porche.

—No percibo la presencia de nadie —dijo Max.

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