Matazombies (49 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Y en el centro de todo aquello había una escena tan extraña que hizo que Félix tropezara a causa de la conmoción. Parecía haber sido dispuesta como una parodia repugnante dé algún antiguo ritual de la cosecha, en la que el señor y la señora del territorio darían su bendición a los cultivos de los campesinos y brindarían por la generosidad de la naturaleza. Dentro del círculo había dos tronos, cada uno de los cuales tenía talladas el águila y la corona de Reikland, y retorciéndose sobre esos tronos estaban los cadáveres no muertos del graf Reiklander y la grafina Avelein, ataviados con los ropajes de los antiguos príncipes de Reikland. Ropones de piel de marta con puños de armiño cubrían sus huesudos hombros, enjoyadas coronas les caían hacia un lado sobre el encogido cráneo, cadenas distintivas les colgaban sobre el hundido pecho, sus manos marchitas sujetaban con torpeza espada y cetro, y en torno a ellos, apilados alrededor de los tronos, había un generoso banquete de hambruna que se pudría mientras Félix miraba.

Gavillas de trigo podrido se cruzaban a los pies de los cadáveres. Cerdos muertos yacían, atados, sobre bandejas, tan flacos que las costillas habían atravesado la piel desmenuzada. Cestas de manzanas, repollos y puerros, negros y marchitos, se aplastaban entre sacos derramados de harina agusanada y grano enmohecido. Los cráneos de vacas y huesos de ovejas, cabras y gansos formaban montones. Y de pie ante todo eso, con los ropones agitados por un viento antinatural y los brazos abiertos como un sacerdote que diera su bendición, estaba Kemmler, con el báculo rematado por una calavera en una mano, mientras chillaba un cacofónico encantamiento.

En torno a él se agitaba un nimbo negro que cuajaba el aire, y parecía estar extrayéndolo del graf y la grafina muertos, y de las inmundas ofrendas que había reunido en torno a ellos. Con cada sílaba de la salmodia, los cadáveres y las ofrendas parecían marchitarse más, mientras las coronas, espadas y cadenas que llevaban el graf y la grafina se oxidaban, ennegrecían y se desmenuzaban hasta caer en polvo a medida que la ondulante energía que rodeaba al nigromante se hacía más oscura y tangible.

Félix tuvo la certeza de que era otra vez el encantamiento de plaga, el mismo manto maligno que Kemmler había tendido sobre el castillo para envenenar el agua y estropear la comida, el hechizo que había hecho pasar hambre a los defensores para debilitarlos y hacer que fueran presa fácil para sus secuaces. Ahora estaba haciéndolo otra vez dentro del castillo Reikguard, sobre sus gobernantes, y si era verdad lo que habían dicho el padre Marwalt y el magíster Marhalt, afectaría a todas las tierras que conformaban sus dominios; la peste se propagaría por todo Reikland. Cada pozo quedaría envenenado. Toda la comida se marchitaría, pudriría y moriría. La gente perecería por inanición. El ejército moriría en marcha. Con un solo hechizo, Kemmler derrotaría a las fuerzas del Imperio antes de que su horda de no muertos diera un solo paso.

—¡Madre! —dijo Dominic con voz estrangulada—. ¡Padre!

Félix le tapó con fuerza la boca al muchacho con una mano, y miró a su alrededor, temeroso de que lo hubieran oído, pero un segundo después Gotrek pasó junto a ellos a grandes zancadas, en dirección al gran salón, mientras acariciaba con el dedo pulgar el filo del hacha y hacía manar sangre.

Félix lo miró con la boca abierta y se dispuso a llamarlo. Max se le adelantó.

—¡Gotrek! —exclamó el magíster con un sonoro susurro—. ¿Qué estás haciendo? ¡He dicho que no debíais luchar!

Gotrek apartó la mano sin alterar el paso.

—Nadie le hace eso a un matador —gruñó—. ¡Nadie!

Félix no tenía ni idea de a qué se refería. ¿Matador? ¿Qué matador? ¿Estaba Snorri allí? ¿Acaso había despertado de su sopor y había llegado allí antes que ellos?

Entonces, vio lo que había visto Gotrek, y palideció. Rodi Balkisson estaba de pie junto a uno de los llameantes braseros, echando al fuego una cabeza cortada que había sacado de un cubo lleno de trozos de cuerpos que sujetaba con la mano izquierda. Tenía una terrible herida de hacha en el pecho, y le faltaban la mandíbula inferior y la barba, en cuyo sitio había un costroso agujero rojo. Pero la trenzada cresta y el sólido físico del matador eran inconfundibles. Era Rodi, y estaba muerto y, sin embargo, andaba. Y tampoco era el único. Kemmler también había hecho levantar a otros para que actuaran como sus sirvientes: Tauber, el sargento Leffler y Von Volgen también llevaban cubos, y alimentaban macabros fuegos.

Max, el padre Marwalt y el magíster Marhalt avanzaron frenéticamente, de puntillas, detrás de Gotrek, susurrándole que volviera. El Matador no les hizo caso. Entró a grandes zancadas en el comedor y le cortó a Rodi la cabeza de un solo tajo con su hacha relumbrante.

—Ve a reunirte con Grimnir, Rodi Balkisson —dijo Gotrek.

25

Kemmler se volvió e interrumpió el encantamiento cuando el cuerpo de Rodi y su cabeza sin mandíbula inferior cayeron al suelo, detrás de él, con golpes sordos.

—Has faltado al honor de los muertos de los enanos, nigromante —declaró Gotrek, al mismo tiempo que se lanzaba hacia él—. Morirás por ello.

Kemmler retrocedió de un salto, gritando de miedo, y desapareció dentro de una nube de oscuridad que emanó de su capa.

El Matador derrapó al detenerse, y miró a su alrededor con ferocidad, y luego rugió, cargó hacia la derecha y desapareció de la vista.

—¡Apártate, espectro! ¡El profanador morirá primero! —bramó.

—El enano está loco —susurraron el padre Marwalt y el magíster Marhalt, mientras Félix y Max corrían hacia la puerta.

—Es un Matador —respondió Max por encima de un hombro—. La cordura no entra en la ecuación.

—Entonces, también yo soy un matador —gritó Dominic, y cargó tras ellos, al mismo tiempo que desenvainaba la espada—. ¡Mi madre y mi padre deben ser vengados!

—¡Pero, mi señor, las puertas! —lo llamó el capitán Hoetker—. ¡Debemos abrir las puertas!

El joven señor no lo escuchó. Pasó entre Félix y Max cuando llegaban a la puerta, y continuó a la carga en la dirección que había seguido Gotrek.

Félix se quedó blanco al ver hacia qué corría el muchacho.

—¡Señor Dominic! ¡Volved!

El extremo derecho del gran salón era una plataforma elevada, el lugar que deberían haber ocupado los tronos del graf y la grafina. Por encima había una galería para músicos, provista de cortinas, y detrás se veía una pintura mural del joven Sigmar matando a Colmillo Negro el Jabalí. Ahora esa plataforma estaba desprovista de todo mobiliario, y atestada de esqueletos. Kemmler se encontraba de pie en el centro de una formación en cuadro de inmóviles esqueletos de guerreros, y salmodiaba otro encantamiento, mientras que por debajo de él, en la amplia escalera de la plataforma, Gotrek luchaba con Krell, el Señor de los No Muertos.

Félix echó a correr para intentar atrapar a Dominic, pero llegó demasiado tarde. El joven señor se situó hombro con hombro con el Matador, y comenzó a dirigir tajos contra el rey muerto como un leñador contra un árbol. Por desgracia, los golpes de espada eran descontrolados, desatinados y no lograron nada. Parecía un terrier que intentara ayudar a un bulldog a pelear contra un oso, y no tardó en correr la suerte del terrier. Cuando Krell dirigió un tajo hacia Gotrek, Dominic se interpuso en el camino y fue derribado de espaldas sobre las ofrendas de comida podrida que había al pie del trono de su padre, con la espada cortada por la mitad y la armadura abollada en un hombro.

Félix corrió hacia él cuando los caballeros de la Reiksguard entraron como una tromba. Estaba aturdido y gemía de dolor, pero, por fortuna, el hacha de Krell no parecía haberle hecho corte ninguno.

—¿Está vivo? —preguntó el capitán Hoetker al pasar apresuradamente.

—Sí —dijo Félix.

—Bien; mantenedlo apartado de la lucha.

Los caballeros cargaron para atacar a Krell, y una marea de zombies y necrófagos los siguió al interior de la sala. —¡Padre! —gritó Max—. ¡Magíster!

Los gemelos se volvieron, y el magíster Marhalt retrocedió de la puerta, murmurando hechizos al mismo tiempo que se sacaba algo de las mangas, mientras el padre Marhalt extraía una barra de carbón de dentro de sus ropones y comenzaba a recitar una plegaria dirigida a Morr.

Al pie de la plataforma, Krell hizo girar su hacha en un amplio arco cuando los caballeros de la Reiksguard formaron junto a Gotrek, para atacarlo. Dos de los caballeros intentaron desviar el golpe con el escudo, y cayeron con éste partido en dos, y los brazos mutilados y salpicados de negras esquirlas.

—¡Retroceded, estúpidos! —gruñó Gotrek, y Max recogió la orden.

—¡Caballeros! —gritó—. ¡Dejadle Krell al Matador! ¡Matad a los esqueletos! ¡Atacad a Kemmler!

En la puerta, el magíster Marhalt tendió un cráneo humano tallado en oro hacia los no muertos que entraban en la habitación arrastrando los pies, y gritó una frase arcana. Los enjoyados ojos del cráneo emitieron una luz violeta que los atravesó como una onda expansiva. Fueron lanzados de vuelta al vestíbulo de entrada, derribando a los que tenían detrás y desintegrándose al caer, cuando brazos, piernas y torsos se partieron en pedazos putrefactos.

Con la puerta momentáneamente despejada, el padre Marwalt corrió hasta ella y trazó una gruesa línea negra sobre el umbral con la barra de carbón, y luego retrocedió. Los zombies y necrófagos volvieron a avanzar, pero cuando intentaron pasar por encima de la línea, la carne se les ennegreció y resquebrajó como si los hubieran consumido unas llamas invisibles. No podían cruzar.

Félix se volvió a mirar hacia la plataforma. Los caballeros de la Reiksguard habían obedecido la orden de Max y estaban atacando la formación de esqueletos que protegían a Kemmler, tras dejar a Gotrek luchando en solitario contra Krell.

El Matador se deleitaba con el combate, y descargaba una lluvia de golpes sobre el rey de los muertos, mientras una sonrisa maníaca le contorsionaba la cara. Este, al fin, era el combate que Gotrek había estado buscando desde que había cruzado hachas con Krell sobre las murallas del castillo, siete días antes. Ahora no había distracciones de ninguna clase; ni serpiente alada no muerta que se interpusiera ni permitiera a Krell escapar, ni rivales que interfirieran, ni preocupaciones por mantener a Snorri con vida. Sólo había una lucha hasta el final con un enemigo que merecía la pena.

El enano y el guerrero no muerto estaban tan igualados que parecía que ninguno de ellos lograría jamás sacarle ventaja al otro. Por muy velozmente que se moviera el hacha de Gotrek, la de Krell estaba allí para parar el golpe. Por potentes que fueran los golpes de Krell, Gotrek los devolvía con igual fuerza, y el aire vibraba con el estruendo de la obsidiana contra el acero.

Félix apartó del camino a Dominic, que continuaba medio inconsciente, cuando Gotrek lanzó a Krell hacia el círculo ritual de Kemmler, donde se estrelló, y saltó tras él.

—Mi señor —dijo Félix cuando Krell volvió a ponerse en pie de un salto y la batalla continuó hacia ellos—. ¿Podéis levantaros?

El muchacho sólo gimió, y Félix lo arrastró un poco más lejos.

Detrás de su protectora muralla de esqueletos, el encantamiento de Kemmler llegaba a un crescendo, pero Max, el magíster Marhalt y el padre Marwalt estaban haciendo hechizos propios para contrarrestarlo. El magíster Marhalt dirigió las enjoyadas cuencas oculares del cráneo de oro hacia el nigromante y lo bañó con su abrasadora mirada violeta. Max trazó palabras relumbrantes en el aire con una mano, mientras agitaba un redondo espejo metálico con la otra. Del disco manó una luz blanca dorada, como si reflejara el sol, y el haz abrasó los ojos de Kemmler. El padre Marwalt sostuvo en alto una parpadeante vela negra y recitó las tradicionales plegarias de enterramiento del culto de Morr, destinadas a poner los muertos a descansar y mantenerlos así, y dio la impresión de que estaban funcionando, porque las hachas cubiertas de cardenillo de los esqueletos de Kemmler parecían moverse con más lentitud, y las espadas de los caballeros de la Reiksguard atravesaban sus defensas y cortaban bronce y hueso.

Pero aunque la luz de Max lo cegaba y el fuego del magíster Marhalt lo quemaba, Kemmler logró declamar las últimas palabras del encantamiento, y adelantó con violencia su báculo rematado por un cráneo.

Del báculo salió disparada una onda de sombras, que hizo que Max y los gemelos lanzaran una exclamación ahogada y se tambalearan. Lo mismo le sucedió a Félix, al doblársele las rodillas a causa de una ola de debilidad que le causó mareo. Los caballeros de la Reiksguard también se vieron afectados, y de repente, eran sus espadas las que vacilaban, y los esqueletos los hacían retroceder a ellos. Félix gimió. Le temblaban los brazos y el corazón le latía con rapidez, pero débilmente. Era como si todos los días de sed y hambre que había vivido durante el asedio se repitieran ahora concentrados en un minuto.

Luego, justo cuando sentía que iba a desplomarse junto al señor Dominic, lo atravesó un resplandor dorado y el debilitante mareo disminuyó, aunque no desapareció del todo. Volvió la cabeza. Max estaba de pie ante la plataforma, inclinado como si luchara contra un vendaval, con los brazos extendidos y temblorosos, empujando las paredes de una esfera de luz dorada hacia ellos para rodearlos a todos.

Protegidos por el hechizo de Max, los gemelos renovaron sus plegarias y encantamientos, aunque sus manos realizaban los movimientos rituales como si estuvieran sumergidos hasta el cuello en arenas movedizas. Kemmler también había levantado un escudo, un torbellino de formas espectrales y caras vistas a medias que giraban en torno a él, gritando y muriendo al bloquear la luz púrpura.

Los únicos que no parecían afectados por todas las plegarias, hechizos y contrahechizos eran Gotrek y Krell, que continuaban luchando, sin reparar en nada que no fuera su combate cuerpo a cuerpo. Krell lanzó a Gotrek de espaldas contra un montón de mesas que redujo a astillas, y luego cargó al mismo tiempo que el Matador rodaba para salir del desastre, y dirigía un tajo hacia atrás con el hacha. El golpe le arrancó a Krell una greba y una bota, y lo dejó cojeando con un pie de hueso desnudo, pero a pesar de eso cargó, y su siguiente golpe lanzó a Gotrek contra los braseros que rodeaban el círculo, lo que provocó que salieran volando hacia todas partes manos, pies y cabezas en llamas.

Félix volvió a apartar a Dominic del camino, y el muchacho se levantó por fin, tambaleante.

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