Medianoche (20 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

—Que todo el mundo suba al autocar y vuelva a la escuela. Encontraremos a Raquel, no os preocupéis —dijo.

—Yo me quedo para ayudaros a buscarla —le dije a mi padre, alejándome de Lucas—. Somos amigas. Se me ocurren algunos sitios a los que habría podido ir.

—Muy bien. —Mi padre asintió con la cabeza—. Arriba todo el mundo.

Sentí la mano de Lucas en el hombro. Aquella no era la despedida romántica que había planeado; sin embargo, él no parecía egoístamente decepcionado. Lo único que vi en él fue preocupación por Raquel y por mí.

—Yo también debería quedarme para ayudaros.

—No van a dejarte. Incluso me sorprende que me hayan dejado a mí.

—Es peligroso —insistió, en voz baja.

Sentí mucha lástima por él, desesperado por protegerme y completamente inconsciente de lo bien que sabía protegerme yo sólita, así que le dije lo único que creí que podría tranquilizarlo:

—Mi padre cuidará de mí. —Me puse de puntillas para besar a Lucas en la mejilla y luego volví a acariciar mi broche con la punta de los dedos—. Gracias. Muchas gracias.

A Lucas no le hacía gracia dejarme allí, pero todo había quedado arreglado al mencionara mi padre. Me dio un beso fugaz.

—Nos veremos mañana.

En cuanto arrancó el autocar, mi padre y yo nos dirigimos a toda prisa hacia las afueras del pueblo.

—¿De verdad sabes adónde ha podido ir? —me preguntó mi padre.

—No tengo ni la más remota idea —admití —, pero necesitáis toda la gente de la que podáis disponer. Además, ¿y si precisáis que alguien cruce el río?

A los vampiros no les gustaba el agua en movimiento. A mí no me importaba, al menos por el momento, pero mis padres se ponían frenéticos cada vez que tenían que cruzar hasta el más ridículo de los riachuelos.

—Mi niña sabe cuidar de sí misma. —Su orgullo de padre me cogió con la guardia baja, aunque para bien—. Estás madurando mucho aquí, Bianca. Todo este tiempo en Medianoche te está cambiando para mejor.

Alcé la vista al cielo, cansada del sermón paternal de «tu padre sabe lo que es mejor para ti».

—Es lo que ocurre cuando tienes que sobreponerte a la adversidad.

—Información de última hora: eso es el instituto.

—Lo dices como si hubieras ido.

—Créeme, la adolescencia también era una lata en el siglo
XI
. La Humanidad avanza, pero hay ciertas cosas que nunca cambian: la gente hace tonterías cuando se enamora, desea lo que no puede tener y esa edad entre los doce y los dieciocho años ha sido, es y será siempre la peor. —Mi padre volvió a ponerse serio cuando abandonamos la calle principal—. No tenemos a nadie en la orilla oeste del río. Quédate cerca de la ribera si crees que vas a perderte.

—No puedo perderme. —Señalé arriba, al firmamento estrellado, donde las constelaciones esperaban para guiarme—. Hasta luego.

Aunque todavía no habíamos visto caer la primera nevada, el invierno ya se había hecho amo y señor de los campos. La tierra crujía bajo mis pies a causa de la escarcha, y la hierba marchita y los matorrales desnudos me rozaban los tejanos mientras avanzaba a lo largo de la orilla. Los pálidos troncos de las hayas sobresalían entre los demás árboles como rayos en un cielo tormentoso. Al final opté por no alejarme del río, y no porque me preocupara perderme, sino porque Raquel sí podría estarlo, y si se había aventurado en esa dirección, tal vez habría intentado encontrar el río para orientarse.

«No debería haberse alejado del pueblo. Si Raquel ha pasado por aquí, puede que perderse sea el menor de sus problemas».

Mi desbocada imaginación, siempre presta a concebir el peor de los panoramas posibles, se empeñó en bombardearme con escenas horripilantes: Raquel víctima de un atraco a manos de uno de los chicos del pueblo deseoso de robar a uno de los «niños ricos» del colegio; Raquel intentando huir de los obreros de la construcción, borrachos, que había visto en la pizzería y que el miedo había transformado de protectores de mujeres a violadores; Raquel superada por la tristeza que la agobiaba, entrando en las heladas aguas del río y siendo atraída hacia el fondo por su poderosa corriente…

Di un respingo al oír un repentino y huidizo ruido por encima de mi cabeza, pero solo se trataba de un cuervo que revoloteaba de una rama a otra. Suspiré aliviada y entonces me fijé en que un poco más allá, hacia el oeste, había algo brillante entre los matorrales.

Me dirigí hacia allí sin perder tiempo, a la carrera. Iba a abrir la boca para llamarla, pero la cerré de inmediato sin pronunciar su nombre. Si se trataba de Raquel, lo averiguaría enseguida. Si no era así, tal vez lo mejor era no llamar la atención.

Al acercarme, con la respiración entrecortada a causa del esfuerzo, oí la voz de Raquel, aunque la alegría que hubiera podido sentir al encontrarla quedó aniquilada por su voz aterrada.

—¡Déjame en paz!

—Eh, pero ¿qué problema hay? —También conocía esa voz. Demasiado tranquila, ligeramente desdeñosa—. Te comportas como si no nos hubiéramos visto nunca.

Era Erich. No había ido al pueblo en el autocar de la escuela. Ninguno de los «típicos» alumnos de Medianoche se acercaba a Riverton. Por lo visto lo encontraban aburrido o lo más probable es que esperaran impacientes a que los demás se fueran para poder pasar un rato y comportarse como eran en realidad sin tener que ocultar su verdadera naturaleza. Sin embargo, Erich parecía estar preocupantemente cerca de su verdadera naturaleza en esos momentos. Estaba visto que nos había seguido hasta Riverton con la esperanza de que alguien fuera a dar una vuelta solo. Y ese alguien había sido Raquel.

—Ya te he dicho que no quiero hablar contigo —insistió Raquel. Estaba aterrorizada. Normalmente solía dar una imagen de chica dura, pero el acoso de Erich la había espantado tanto que había perdido todo su arrojo—. Así que deja de seguirme.

—Te comportas como si fuera un extraño. —Sonrio. Sus dientes blancos relucieron en la oscuridad y me recordó las películas de tiburones que había visto—. Nos sentamos juntos en Biología, Raquel. ¿Qué problema hay? ¿Qué crees que voy a hacerte?

Ahora ya sabía qué había ocurrido. Erich la había encontrado sola en la ciudad y había empezado a seguirla. En vez de esperar en la plaza con los demás, donde Raquel hubiera tenido que soportar su presencia o tal vez incluso tener que acabar sentándose con él en el autocar, había intentado escabullirse. Y en esas había terminado alejándose cada vez más del centro de Riverton y, al final, había salido del pueblo. A esas alturas Raquel debía de saber que había cometido un error, pero para entonces Erich ya la tenía donde él quería y a solas. A pesar de lo fría que era la noche, Raquel había recorrido casi tres kilómetros en dirección al colegio, y me sentí henchida de orgullo por su coraje y tozudez.

De acuerdo, también había sido una tontería, pero Raquel no tenía razones por las que temer que uno de sus compañeros de clase quisiera matarla.

—¿Sabes qué? Tengo hambre —dijo Erich con toda naturalidad.

Raquel palideció. Era imposible que ella supiera a qué estaba refiriéndose en realidad, pero sintió lo mismo que yo: lo que hasta el momento no había pasado de una provocación estaba a punto de convertirse en algo más. La energía potencial que fluía entre ellos empezaba a transformarse en energía cinética.

—Me voy —dijo Raquel.

—Ya veremos si te vas —contestó él.

—¡Eh! —grité con todas mis fuerzas.

Ambos se volvieron en redondo hacia mí y una expresión de alivio apareció en el rostro de Raquel al instante.

—¡Bianca!

—Esto no es asunto tuyo —me espetó Erich —. Lárgate.

No podía creerlo. Se suponía que sería él quien se largaría en cuanto comprendiera que lo habían pillado con las manos en la masa, pero estaba visto que no iba a ser así. En otras circunstancias, ese hubiera sido el momento en que yo habría empezado a acobardarme, pero esta vez no. Sentí que la adrenalina corría por mis venas, pero en vez de notar frío o ponerme a temblar, mis músculos se tensaron como cuando estás a punto de participar en una carrera. Mi olfato se agudizó y percibí el sudor de Raquel, la loción barata para después del afeitado de Erich, incluso el pelo de los ratoncitos entre las hierbas. Tragué saliva y mi lengua rozó los incisivos, que crecían lentamente a causa de la tensión.

«Empezarás a reaccionar como un vampiro», me había dicho mi madre. Aquello formaba parte de lo que había querido decirme.

—No soy yo la que va a irse, sino tú.

Me dirigí hacia ellos y Raquel se acercó a mí tambaleante, demasiado temblorosa para poder correr.

Erich frunció el ceño, irritado. Parecía un niño malhumorado al que le hubieran negado una golosina después del colegio.

—¿Qué pasa, acaso tú eres la única que puede saltarse las normas?

—¿Saltarse las normas? —preguntó Raquel, confundida, con voz rayando en la histeria—. Bianca, ¿de qué está hablando? ¿Por qué no nos vamos de aquí?

Palidecí. Erich esbozó una sonrisilla desdeñosa y en ese momento sentí la amenaza: estaba a punto de decirle a Raquel quiénes y qué éramos. Si Erich revelaba el secreto de Medianoche y convencía a Raquel de que éramos vampiros —y por las anteriores sospechas de Raquel estaba bastante segura de que no le sería difícil conseguirlo —, ella intentaría salir huyendo para alejarse de ambos y eso le ofrecería a Erich una magnífica oportunidad para atacarla. Después él incluso podía alegar que lo había hecho para borrarle la memoria. Tal vez podría intentar detenerlo gracias al instinto luchador que sentía agudizándose dentro de mí, pero todavía no era un vampiro por completo. Erich era más fuerte y más rápido que yo. Me vencería y se abalanzaría sobre Raquel. Y estaba a un paso de conseguirlo, solo le bastaban un par de palabras.

—Se lo diré a la señora Bethany —dije sin pensarlo.

La sonrisa zalamera de Erich fue desdibujándose poco a poco de su rostro. Incluso él sabía lo poco sensato que era tener a la señora Bethany en contra, sobre todo después de los discursos grandilocuentes de la directora acerca de la necesidad de mantener a los alumnos humanos a salvo para proteger la escuela. No, a la señora Bethany no iba a gustarle nada de nada la actitud de Erich.

—Ni se te ocurra —dijo Erich —. Déjalo ya, ¿vale?

—Déjalo tú. Largo de aquí. Vete.

Erich fulminó a Raquel con la mirada y luego se adentró en el bosque con paso airado, solo.

—¡Bianca!

Raquel se abrió camino con paso inestable entre las últimas ramas que se interponían entre nosotras. Me pasé la lengua por los dientes rápidamente, intentando calmarme para volver a parecerme y a comportarme como una humana.

—Dios, pero ¿qué le pasa a ese tío?

—Que es un capullo.

Cierto, aunque no fuera toda la verdad. Raquel se abrazó a mí con fuerza.

—Que busca… Que se comporta como si… Por favor. Vale. Venga.

Entrecerré los ojos para escrutar en la oscuridad y asegurarme de que Erich se alejaba de verdad. Sus pasos se habían perdido en la distancia y ya no se veía su abrigo de color claro. Se había ido, al menos por el momento, aunque no me fiaba de él.

—Vamos, daremos un rápido rodeo.

Raquel me siguió de vuelta al río, demasiado aturdida para preguntar. Solo tuvimos que andar medio kilómetro antes de dar con un pequeño puente de piedra. Hacía mucho tiempo que no se utilizaba y alguna de las piedras estaba suelta, pero Raquel no se quejó ni hizo preguntas mientras cruzábamos al otro lado.

Erich podía cruzar el río si quería, pero su aversión natural al agua en movimiento junto con el temor reverencial que le infundía la señora Bethany casi seguro que serían suficientes para mantenernos a salvo.

—¿Cómo estás? —le pregunté ya en la otra orilla.

—Bien. Estoy bien.

—Raquel, dime la verdad. Erich te siguió hasta el bosque y… ¡Pero si todavía estás temblando!

—¡Estoy bien! —insistió Raquel, casi chillando. Tenía la piel sudorosa. Nos miramos fijamente y en silencio por unos instantes y luego añadió en un susurro—. Bianca, por favor. No me ha tocado. Estoy bien.

Algún día Raquel estaría preparada para hablar de aquello, pero no esa noche. Esa noche necesitaba alejarse de allí y cuanto antes mejor.

—Muy bien, volvamos a la escuela.

—Quién iba a decirme que algún día me alegraría de volver a Medianoche. —Su risa sonó ligeramente entrecortada. Empezamos a caminar, pero se detuvo enseguida—. ¿No vas a llamar a nadie? A la policía, a los profesores, no sé, a alguien…

—Se lo diremos a la señora Bethany en cuanto lleguemos.

—Podría intentar llamar desde aquí. Tengo el móvil… En la ciudad funcionaba…

—Ya no estamos en la ciudad. Sabes que aquí no hay cobertura.

—Es increíble. —Temblaba con tanta violencia que hasta le castañeaban los dientes—. ¿Por qué esas brujas ricas no hacen que sus mamás y sus papás pongan un repetidor?

«Porque la mayoría de ellos todavía siguen sin acostumbrarse a los fijos», pensé.

—Vamos, anda.

No me permitió pasarle el brazo por encima de los hombros por el camino que nos alejaba del bosque helado, y no dejó de retorcer una y otra vez su pulsera de cuero.

Esa noche fui a ver a la señora Bethany a la oficina de la cochera después de que Raquel se fuera a la cama. Teniendo en cuenta la actitud desdeñosa con que solía tratarme, asumí que dudaría de mi palabra, pero no fue así.

—Nos ocuparemos del asunto —dijo—. Puede retirarse.

Vacilé unos segundos.

—¿Eso es todo?

—¿Cree que debería dejarle decidir su castigo? ¿Puede que incluso deseara imponérselo usted? —Enarcó una ceja—. Sé cómo mantener la disciplina en mi propia escuela, señorita Olivier. ¿O le gustaría escribir otro trabajo como recordatorio?

—Me refería a qué vamos a decirle a la gente. Querrán saber qué le ocurrió a Raquel. —Estaba imaginándome el bello rostro de Lucas volviendo a cuestionarse si no ocurriría nada extraño en Medianoche—. Raquel le dirá a la gente que fue Erich. Solo habría que decir que le estaba gastando una broma o algo por el estilo, ¿no?

—Eso parece razonable. —¿Por qué tenía la sensación de que le divertía la situación? Comprendí la razón cuando la señora Bethany añadió—: Está convirtiéndose en toda una maestra del engaño, señorita Olivier. Por fin progresamos.

Lo que más temía era que tuviera razón.

Capítulo diez

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