Medianoche (30 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

«Cuando lo mató Lucas».

—Bianca, cariño. —Mi madre se acercó. Se había puesto unos tejanos y unas botas. Por lo general, se negaba a vestirse con lo que seguía calificando como ropa de hombre, pero había hecho una excepción para ir tras Lucas—. Deberías ir a nuestra habitación. No es necesario que sigas aquí.

—¿Qué me vaya al piso a hacer qué? ¿A leer un libro? ¿A escuchar música? Creo que no.

La señora Bethany me fulminó con la mirada por encima del hombro de Iwerebon.

—Daremos con su rastro a pesar de la lluvia. No le contará jamás a nadie de esta escuela nada acerca de esta noche.

Cerré la tapa del arcón lentamente.

—Yo también voy.

—Bianca. —Mi madre negó con la cabeza—. No tienes por qué hacerlo.

—Sí, sí tengo que hacerlo.

—No. —Balthazar se acercó a mí—. Esto es totalmente nuevo para ti… y la Cruz Negra… Son muy buenos. Mortales. Puede que Lucas sea joven, pero es bastante obvio que sabe perfectamente lo que se hace.

—Lo que Balthazar no dice por educación es que puede ser peligroso. —Mi padre parecía furioso. Tenía la nariz roja e hinchada, probablemente rota. Incluso las heridas de los vampiros tardan un tiempo en curar—. Lucas Ross podría hacerte daño, incluso podría matarte.

Me estremecí, pero no di mi brazo a torcer.

—Podría mataros a cualquiera de vosotros y aun así iréis tras él.

—Nosotros nos ocuparemos del asunto —insistió Balthazar—. Lo peor de todo esto es lo que te hizo, Bianca. Tus padres no dejarán que Lucas se salga con la suya, y yo tampoco.

La señora Bethany enarcó una ceja. Era obvio que para ella mi corazón roto no era «lo peor de todo», por eso esperaba que arremetiera contra mí, como siempre.

—Que venga —dijo, en cambio.

Mi madre se la quedó mirando, incrédula.

—¡Solo es una niña!

—Fue lo bastante mayor para morder a un humano, lo bastante mayor para darle poderes, y eso la hace lo bastante mayor para afrontar las consecuencias. —Me miró fijamente—. ¿Necesitará un arma, señorita Olivier?

—No.

¿Cómo iba a clavarle un cuchillo a Lucas?

La señora Bethany malinterpretó mi negativa. Tal vez con toda la intención.

—Supongo que podría completar su transformación esta noche.

—¿Esta noche? —dijeron mis padres al unísono.

—Los niños crecen tarde o temprano.

«Quiere que vuelva a morder a Lucas, pero esta vez quiere que lo mate. Le prenderán fuego al cuerpo antes de que pueda volver a levantarse en forma de vampiro y habré perdido a Lucas para siempre».

La señora Bethany se dirigió hacia la puerta y la abrió de un empujón. Balthazar me puso un chubasquero sobre los hombros y yo intenté meter los brazos por las mangas, demasiado largas.

—Vamos.

Iniciamos nuestro descenso por la escalera hacia la oscuridad.

Mis padres me explicaron que eran vampiros en cuanto fui lo bastante mayor para saber guardar secretos, por lo que el hecho de no ser humana era algo tan normal y corriente para mí como que el cabello de mi madre tuviera un tono acaramelado o que a mi padre le gustara llevar el ritmo chascando los dedos al compás del jazz de los cincuenta. Bebían sangre sentados a la mesa en vez de ingerir alimentos, y les gustaba perderse en sus recuerdos acerca de los buques de vela, la rueca y, en el caso de mi padre, acerca de la vez que vio a William Shakespeare actuando en una de sus obras. No eran más que anécdotas, divertidas y enternecedoras, pero nunca escalofriantes. Nunca las había considerado como algo antinatural.

En cuanto iniciamos la persecución, comprendí lo poco que los conocía en realidad.

Avanzaban mucho más rápido que yo, más que la mayoría de los humanos. Lucas y yo creíamos estar desarrollando nuestros poderes cuando corríamos por los terrenos del internado semanas atrás, pero comparados con ellos éramos unas tortugas. Mis padres, Balthazar, todos avanzaban con paso seguro a pesar del fango, y podían ver en la oscuridad. Yo tenía que confiar en los haces de luz de las linternas y en sus voces para guiarme.

—¡Aquí! —El acento nigeriano del profesor Iwerebon era aún más cerrado cuando algo lo preocupaba—. El chico ha pasado por aquí.

«¿Cómo pueden saberlo?» Vi que Iwerebon apoyaba la mano sobre las ramas de un arbusto. Al tocarlo, sentí el vello de las suaves yemas de las hojas nuevas en mis manos heladas. Una de las ramas estaba partida. Lucas la había roto al pasar corriendo por el lado.

«Corre para ponerse a salvo. Debe de estar muerto de miedo».

«Dijo que me quería».

El estallido de un nuevo relámpago centelleó en el cielo y todo quedó iluminado por unos instantes como si fuera de día. Vi la silueta de la señora Bethany recortada contra el oscuro bosque y reconocí el paisaje: estábamos muy cerca del río. Era la primera vez desde hacía un buen rato que sabía dónde estábamos, porque las nubes cargadas de lluvia ocultaban las estrellas.

—No es uno de los caminos habituales que toman los alumnos —dijo la señora Bethany—. La Cruz Negra debe de haberlo entrenado lo bastante bien para que tuviera preparado un plan de fuga, y eso significa que ha tenido que marcar la ruta con antelación.

Un trueno estalló sobre nosotros y ahogó la respuesta del profesor Iwerebon. Con cansancio, saqué los pies del fango en el que se habían hundido. Balthazar me cogió por el codo para servirme de apoyo hasta que encontrara tierra firme.

«¿Cómo es posible que durante todo este tiempo en que creía que Lucas estaba protegiéndome, en realidad estuviera poniéndome en peligro?».

Noté la presión de los dedos de Balthazar en mi brazo.

—Por aquí, vamos.

Cuando un nuevo relámpago surcó el cielo, vi lo que Balthazar había encontrado: pisadas profundas en el barro que se dirigían hacia el río. Lucas había tenido que sacar los pies del fango como yo. A pesar de los nuevos poderes que compartíamos, Lucas no era ni tan rápido ni tan sobrenaturalmente etéreo como los vampiros que tenía a mi alrededor. Solo era un chico que corría hasta el límite de sus fuerzas, abriéndose camino a través de una tormenta, consciente de que se jugaba la vida si lo atrapaban.

Llovía con demasiada fuerza para que ese tipo de pisadas aguantaran mucho antes de que el agua las borrara. Ya estábamos muy cerca.

«Me mintió desde el principio. Desde el primer día. Mientras yo estaba angustiada por todos los secretos que no podía compartir con él, Lucas se burlaba de mí cada vez que nos besábamos».

—¡Rápido! —nos urgió la señora Bethany. A pesar de la larga falda, se movía más rápido que ninguno. Yo me quedaba rezagada, sin aliento y helada de frío, aunque lo bastante cerca de ellos para oír la lluvia rebotando contra sus chubasqueros—. Habrá cruzado el río. Eso nos hará perder tiempo.

El río.

Desde que tenía uso de razón, mis padres habían bromeado sobre el pánico que le tenían al agua en movimiento. Cuando íbamos de excursión, siempre intentaban seguir una ruta que no atravesara ningún río. Si había que hacerlo, lo hacían, pero solían demorarse bastante hasta que por fin se decidían: mi padre frenaba en cuanto aparecía un puente a la vista, mi madre se mordía las uñas angustiada y yo no podía parar de reír durante la media hora que necesitaban para encontrar el valor y decidirse a cruzarlo. Ambos describían su viaje en barco al Nuevo Mundo como la peor experiencia que jamás habían vivido.

«Los vampiros tienen problemas para cruzar el agua en movimiento».

Algunos alumnos humanos se habían preguntado por qué los profesores a los que les tocaba vigilarnos salían en dirección a Riverton antes que nosotros, aunque yo sabía que era porque querían cruzar el puente a su ritmo, sin testigos de lo que representaba para ellos esa experiencia. En ese momento, comprendí que Lucas también lo sabía y que contaba con ello para ponerse a salvo.

Seguimos adelante, hasta que todos se detuvieron unos pasos más allá. No hizo falta que ningún relámpago me mostrara el camino. Jadeando, les di alcance y pasé al lado del profesor Iwerebon, de Balthazar, de mis padres y, finalmente, de la señora Bethany, quien se había detenido a escasos pasos del puente.

—Espere aquí —ordenó—, continuaremos enseguida.

Frunció los labios, tal vez infundiéndose ánimos para superar su única debilidad.

—Escapará.

Pasé junto a ella.

—¡Señorita Olivier! ¡Deténgase inmediatamente!

Mis pies tocaron el puente. Era más sencillo caminar sobre unos viejos tablones de madera empapados de agua que por el fango.

—¡Bianca! —me llamó mi padre—. Bianca, espéranos. No puedes hacerlo sola.

—Sí, puedo.

Eché a correr. La lluvia me golpeaba la cara y me dolía el costado por culpa del flato. El chubasquero cargado de agua era como un peso muerto sobre los hombros. Lo único que quería era dejarme caer sobre el puente y llorar. Mi cuerpo estaba al límite de la extenuación.

Y sin embargo seguí corriendo. Corrí aunque las piernas me pesaban como el plomo y tenía un nudo en la garganta por las lágrimas reprimidas, mientras mis padres, mis profesores y mi amigo no dejaban de gritarme que volviera. Seguí corriendo, y a cada paso ganaba velocidad.

Desde que había llegado a Medianoche… No, en realidad durante toda mi vida había dejado que los demás solucionaran mis problemas. Nadie podía encargarse de aquello por mí. Tenía que enfrentarme yo sola.

No sabía si iba detrás de Lucas o si huía con él. Lo único que sabía era que debía correr.

Después de cruzar el puente, no tuve demasiados problemas para seguir el rastro de Lucas sin ayuda de nadie. Estaba muy oscuro y no poseía la visión o el oído extrasensoriales de los verdaderos vampiros. Sin embargo, era obvio que Lucas se dirigía a Riverton, y en ese lugar había muy pocos caminos que le llevaran al sitio al que se dirigía. Lucas sabía que no tenía tiempo que perder y que, por tanto, tenía que alejarse de allí lo antes posible.

Después de que se fuera a casa a pasar las vacaciones de Navidad, yo había acompañado a Raquel hasta la estación de autobuses. Aunque ella ansiaba abandonar Medianoche cuanto antes, su familia no iba a estar en casa hasta un poco más tarde, así que estuvimos esperando uno de los últimos autobuses, el que salía hacia Boston a las 8:08. Ya casi eran las ocho y estaba segura de que Lucas iba a intentar subir a ese autobús. El siguiente no pasaría hasta al cabo de un par de horas y eso era demasiado margen. La señora Bethany y los demás caerían antes sobre él. El autobús a Boston era la única oportunidad real que Lucas tendría de escapar.

El centro de la ciudad estaba casi desierto. No había coches en las calles y los pocos negocios que se habían molestado en seguir abiertos parecían vacíos. A nadie le apetecía salir en una noche como aquella. Con el pelo empapado pegado a la cabeza, lo consideré lo más normal del mundo. Miré en un par de tiendas abiertas, incluido el establecimiento donde encontramos el broche. Lucas no estaba.

«No. Sabe que es el primer lugar donde mirarían».

En ese momento, comprendí que tenía una ventaja sobre la señora Bethany y mi padres, algo que ni siquiera siglos de experiencia y poderes sobrenaturales podían darles: conocía a Lucas y eso significaba que sabía lo que iba a hacer.

Era probable que ellos también imaginaran que Lucas no intentaría esconderse en un lugar público. Incluso puede que hicieran la inferencia que yo hice: que se ocultaría tan cerca de la estación de autobuses como le fuera posible para no exponerse demasiado en el pueblo antes de poder subir al autobús y salir de allí. Sin embargo, la estación de autobuses estaba en el mismo centro de la ciudad, rodeada por un puñado de tiendas y, por lo que ellos sabían, él podría estar en cualquiera de ellas.

Lucas había ido conmigo a ver una película antigua y me había comprado el broche en la tienda de ropa vieja. Y antes de salir corriendo me había dicho que me quería.

Lo que significaba que tal vez, solo tal vez, escogería para ocultarse el mismo lugar que hubiera escogido yo.

Me dirigí de nuevo hacia la tienda de antigüedades del extremo más alejado de la plaza, sorteando los charcos de agua. Cualquier duda que hubiera podido albergar acerca de mi corazonada se desvaneció en cuanto llegué a la puerta trasera de la tienda y vi que la habían dejado entornada.

La abrí poco a poco. Las bisagras no chirriaron y avancé con cuidado sobre los tablones de madera. Con las luces apagadas, la oscuridad era prácticamente completa. Apenas conseguía distinguir la silueta de los objetos extraños que me rodeaban. Al principio no podía creer lo que estaba viendo: una coraza, un zorro disecado, un bate de criquet, hasta que comprendí que la amalgama de objetos tenía una razón de ser: formaban parte del almacén de la tienda de antigüedades, cosas que compraba muy poca gente. Todo era un poco surrealista, como si viviera una pesadilla estando completamente despierta.

Al principio intenté no hacer ruido, pero a medida que avanzaba comprendí que eso podía ser peligroso. Puede que Lucas estuviera dispuesto a atacar a los demás que iban tras él, pero estaba convencida de que a mí no me haría nada.

—¿Lucas? —Nadie contesto—. Lucas, sé que estás aquí. —Silencio, aunque sabía que alguien me observaba—. Estoy sola, pero ellos están cerca. Si tienes algo que decirme, será mejor que me lo digas ahora.

—Bianca.

Lucas dijo mi nombre en un suspiro, como si estuviera demasiado cansado para seguir reteniéndolo. Intenté escudriñar la oscuridad, pero no lo vi. Lo único que sabía era que su voz procedía de algún lugar por delante de mí.

—¿Es cierto lo que dicen de ti?

—Depende de lo que digan.

Oí unas pisadas que se acercaban poco a poco en mi dirección. Me apoyé con una mano temblorosa sobre el objeto que tenía más cerca para que me sirviera de sostén, una silla tapizada de terciopelo gastado.

—Dicen que eres miembro de una organización llamada la Cruz Negra. Cazadores de vampiros. Que has estado mintiéndome a mí… Y a todos.

—Es cierto. —Nunca me había parecido tan cansado—. ¿De verdad estás sola? No te culpo si me has mentido.

—Solo te he mentido una vez y no voy a empezar a hacerlo de nuevo ahora.

—¿Una vez? Se me ocurren bastantes veces en las que se te pasó por alto comentarme que eras un vampiro.

—¡Tú tampoco me dijiste que eras un cazador de vampiros!

Lo habría abofeteado. Mi rabia no pareció conmoverlo en lo más mínimo.

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