—¡Lucas, no! —le supliqué—. Mamá, dile que… ¿Dónde está mamá?
Estaba tan absorta en la pelea que no la había visto salir.
—Ha bajado a buscar ayuda —contestó mi padre con un gruñido—. La señora Bethany no tardará y se ocupará de esto.
Lucas vaciló solo un segundo.
—Bianca, lo siento. Lo siento mucho.
—¿Lucas?
Nuestras miradas se encontraron.
—Te quiero.
Echó a correr hacia la puerta y bajó los escalones como una exhalación. Al principio, nos habíamos quedado tan desconcertados que no supimos reaccionar, pero mi padre y Balthazar enseguida salieron detrás de él. Me volví hacia Patrice, que seguía hecha un ovillo a mi lado, en el suelo.
—¿Tú entiendes algo?
—No.
Se pasó las manos por el suave cabello trenzado, como si pudiera ahuyentar el pánico arreglándose el pelo. No le importaba nada más.
Aunque me temblaban las piernas, me levanté para salir tras ellos y bajé la escalera tropezando en los escalones. Desde allí arriba oí los gritos de Balthazar, que resonaban en las paredes de piedra.
—¡Detenedle! ¡Detenedle!
A continuación se oyó un gran estruendo, el sonido quebradizo de las esquirlas de cristal rebotando contra suelos y paredes, y mi padre soltó un taco. El corazón me latía con tanta fuerza que creí que me moriría si no paraba de correr, aunque también lo haría si me detenía, porque Lucas estaba en peligro y yo debía estar con él.
Bajé los últimos peldaños de la escalera de caracol como pude, medio corriendo, medio tropezando, y me encontré con Balthazar, mi padre y unos cuantos alumnos más allí plantados, mirando fijamente la ventana del cristal transparente del vestíbulo principal. La ventana estaba hecha añicos y comprendí que Lucas había utilizado la pata de la silla para romperla y escapar por allí. Ni siquiera había tenido tiempo para atravesar la distancia que lo separaba de la puerta. Probablemente mis padres no habían salido tras él porque el vestíbulo estaba lleno de alumnos humanos alucinados y a punto de ponerse a hacer preguntas comprometidas.
Mi madre entró en el vestíbulo principal, cogiéndose la muñeca. Unos pasos más atrás venía la señora Bethany, en cuya mirada hervía una rabia mal disimulada.
—¿Qué demonios ocurre aquí? —Raquel bajó la escalera detrás de mí—. ¿Ha habido…? ¿Ha habido una pelea o algo así?
La señora Bethany se puso muy derecha.
—Esto no es asunto suyo. Todo el mundo a sus habitaciones.
Raquel me miró mientras regresaba a nuestro piso. Era obvio que quería que se lo explicara, pero ¿qué iba a decirle? Estaba muy acalorada, aunque mi cuerpo fue enfriándose con cada latido de mi corazón; me faltaba el aire. No hacía ni cinco minutos que estaba sentada junto a Lucas, riéndonos de los chistes de mis padres.
Mis padres y Balthazar no se movieron de su sitio cuando los demás regresaron a sus habitaciones, y yo también me quedé con ellos.
En cuanto nos quedáramos solos, iba a preguntarle a mi padre qué significaba todo aquello, pero se me adelantaron.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la señora Bethany.
—Lucas es miembro de la Cruz Negra —contestó mi padre. La señora Bethany lo miró con ojos desorbitados, aunque no de espanto, sino de sorpresa; la primera vez que apreciaba una mínima vulnerabilidad en ella—. Acabamos de descubrirlo ahora mismo.
—La Cruz Negra. —Cerró las manos en un puño y miró fijamente la ventana rota. El viento azotaba la lluvia que entraba por el agujero bordeado de cristales afilados y volvió a oírse el estallido de un trueno—. ¿Qué pretenden?
—Tenemos que ir tras él de inmediato.
Mi padre parecía dispuesto a salir corriendo en cualquier momento.
—Siempre habrá cazadores —dijo mi madre en voz baja, poniéndole la mano buena en el brazo—. Nada ha cambiado.
La señora Bethany se volvió hacia ella, con la cabeza inclinada y los ojos entrecerrados.
—Su compasión no nos sirve de nada, Celia. Comprendo que desee ahorrarle sufrimientos a su hija, pero si su marido y usted hubieran puesto mayor cuidado, ahora no se encontraría en esta situación.
—Ese chico vino aquí con una misión y le hizo daño a nuestra hija para cumplirla. Le aseguro que averiguaré qué pretendía. —Mi padre escudriñó la oscuridad—. No puede avanzar tan rápido como nosotros en la tormenta. Deberíamos salir ahora mismo.
—Todavía hay tiempo para formar una expedición —insistió la señora Bethany—. El señor Ross pedirá ayuda en cuanto pueda, lo que significa que no es seguro que lo encontremos a solas. Señor y señora Olivier, ambos vendrán conmigo para alistar y armar a los demás.
—Yo también voy —dijo Balthazar, con determinación.
La señora Bethany lo miró de arriba abajo, evaluándolo.
—Muy bien, señor Moore. Por el momento le sugiero que se ocupe de la señorita Olivier. Explíquele la insensatez que ha cometido y procure que no vaya contándolo por ahí.
Mi madre me tendió una mano.
—Debería hablar con ella.
—Dada su inclinación a ignorar la realidad, será mejor que le deje esa tarea a una parte más neutral.
La señora Bethany señaló la escalera de caracol.
Todavía tenía la esperanza de que mi madre le dijera a la señora Bethany dónde podía meterse su prepotencia, pero mi padre la cogió por el brazo bueno y la empujó escalera arriba con él. La señora Bethany los siguió, levantando la larga falda con una mano. Me volví hacia Balthazar en cuanto estuvimos solos.
—¿Qué ha ocurrido?
—Chist, Bianca, cálmate.
Balthazar colocó sus manos en mis hombros, pero yo no estaba por la labor.
—¡Que me calme! Acabáis de atacar a mi novio y él se ha revuelto. ¡No entiendo nada de nada! Balthazar, por favor, dime… Dime… Por Dios, ¿qué…? ¡Si ni siquiera sé qué preguntar!
Había tantas preguntas agolpándose por salir, que era como si me atragantaran y me asfixiaran.
—Te han mentido. Nos han mentido a todos —contestó Balthazar, sin alterarse.
La pregunta que acudió a mis labios anuló todas las demás.
—¿Qué es la Cruz Negra?
—Cazadores de vampiros.
—¿Qué?
—La Cruz Negra es un grupo de cazadores de vampiros que lleva asediándonos desde la Edad Media. Nos siguen el rastro, nos separan de los nuestros y acaban con nosotros. —Balthazar me limpio las gotas de sangre de mi padre que me habían salpicado la cara, con tanta delicadeza como si fueran lágrimas—. Ya en una ocasión intentaron infiltrarse en la Academia Medianoche. De vez en cuando, un humano consigue entrar mediante zalamerías o sobornos y se le tolera para evitar llamar la atención. Uno de esos humanos resultó ser un miembro de la Cruz Negra.
—Hace ciento cincuenta años… —La historia que acababa de contar arriba, la que Lucas me había confiado cuando nos conocimos, cobró sentido de repente—. La pelea de la que hablaba… no fue un duelo, ¿verdad?
Balthazar negó con la cabeza.
—No, alguien descubrió que era miembro de la Cruz Negra y él consiguió escapar. Lo mismo que ha ocurrido esta noche.
La Cruz Negra. Cazadores de vampiros. Lucas nunca me había mencionado que hubiera encontrado algo por el estilo en los libros que la señora Bethany le había prestado, y en ese momento comprendí que me lo había ocultado. Lucas había acudido a Medianoche para cazar y matar criaturas como yo. Incluso me había embaucado para que volviera a morderle… y así proporcionarle la fuerza y el poder que necesitaba para defenderse. Me había utilizado para convertirse en un asesino más eficiente, había intentando matar a mis padres y me había mentido en todo, desde el principio.
«En un primer momento, antes de que Lucas supiera que yo era un vampiro, había intentado protegerme. Yo creí que se preocupaba por mí porque me sentía sola, pero no era por eso; él pensó que yo era una humana rodeada de vampiros, y por eso se preocupaba por mí. Pero desde que ha descubierto lo que soy, me ha estado utilizando para adentrarse en los entresijos de Medianoche, para asumir nuestros poderes, para llegar a donde deseaba. Me hizo sentir culpable por haberle mentido cuando él me estaba contando una mentira aún mayor».
Lo que parecía amor era traición.
M
e senté aturdida en el último escalón de la escalera, atenta a los preparativos que estaban llevándose a cabo a mi alrededor.
La expedición de la señora Bethany estaba compuesta por cinco vampiros: mis padres, Balthazar, el profesor Iwerebon y ella. Todos llevaban impermeables pesados y puñales sujetos a las pantorrillas y los antebrazos.
—Deberíamos llevar pistola para enfrentarnos a este tipo de situaciones —apuntó Balthazar.
—Solo hemos tenido que enfrentarnos a «este tipo de situaciones» en dos ocasiones en más de doscientos años —contestó la señora Bethany, más glacial que nunca—. Nuestras aptitudes suelen ser más que suficientes para tratar con los humanos. ¿O acaso no cree estar preparado para lo que se le encomienda, señor Moore?
«Lucas es un cazador de vampiros. Lucas vino aquí para matar gente como mis padres. Me dijo que no me fiara de ellos. Supongo que creyó que me habían raptado siendo un bebé. Intentó abrir una brecha entre nosotros. Creí que solo estaba siendo grosero, pero tal vez estaba decidido a matarlos».
—Sé arreglármelas yo solo —dijo Balthazar —, pero es posible que Lucas también vaya armado. Es un cruz negra. Es imposible que viniera aquí a pecho descubierto. Es muy probable que haya encontrado un escondite para su arsenal dentro de la escuela y le aseguro que ahí estarán sus armas.
«Subimos la escalera de la torre norte juntos y estuvo rezongando todo el camino. Creí que era porque Lucas me tenía miedo, que temía a los vampiros, pero no se trataba de eso. Incluso una vez en el suelo, cuando estábamos besándonos, me pidió que volviéramos a vernos a solas, pero en otro lugar».
—En la habitación que hay en lo alto de la torre norte —dije de repente con una voz extraña que apenas reconocí como mía—. Está allí.
La señora Bethany se puso muy tensa.
—¿Usted lo sabía?
—No, es una corazonada.
—Comprobémoslo. —Balthazar me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie—. Vamos.
Parecía que todo estaba igual que la última vez que Lucas y yo estuvimos allí arriba juntos. La señora Bethany cerró los ojos un momento, consternada.
—La habitación de archivo. Si ha estado aquí arriba, habrá leído casi toda nuestra historia. Los lugares donde se ocultan muchos de los nuestros… Y ahora la Cruz Negra los conoce.
—Muchos de estos archivos llevan décadas desfasados —intentó razonar mi padre—. Los años más recientes están en el ordenador.
—Creo que también ha tenido acceso a esos —dije, recordando el día que había encontrado a Lucas saliendo a hurtadillas del despacho que la señora Bethany tenía en la cochera.
La señora Bethany se volvió en redondo hacia mí, a punto de perder los estribos.
—Vio que Lucas Ross incumplía las normas y jamás avisó a nadie de dirección. Dejó que un miembro de la Cruz Negra campara a sus anchas por Medianoche durante meses, señorita Olivier. No crea que voy a olvidarlo.
Por lo general, yo solía encogerme cuando me hablaba de ese modo; sin embargo, esa vez repliqué.
—¡Fue usted quien lo admitió aquí en primer lugar!
Después de eso, todo el mundo guardó silencio unos segundos. Solo lo había dicho para defenderme, pero comprendí que la señora Bethany había metido la pata, pero hasta el fondo, y su intento por endiñarle la culpa a otro le había salido mal.
En vez de estrangularme, la señora Bethany me dio la espalda, muy estirada, para inspeccionarla estancia.
—Abran las cajas, miren en los armarios y en las vigas. Quiero saber qué guardaba aquí arriba el señor Ross.
El recuerdo de los momentos que Lucas y yo habíamos pasado juntos me abrumaba, pero intenté concentrarme en un día en concreto: el día que subimos a esa habitación. Lucas se había sentado inmediatamente sobre el enorme arcón que había colocado contra una pared. En aquel instante pensé que estaría cansado, pero tal vez lo había hecho por un motivo bien distinto: para que yo no lo abriera.
Balthazar miró hacia donde apuntaban mis ojos. No dijo nada, pero enarcó una ceja a modo inquisitivo. Asentí con la cabeza y se dirigió hacia el arcón para abrir la tapa. No pude ver lo que había dentro, pero mi madre dio un grito ahogado y el profesor Iwerebon maldijo entre dientes.
—¿Qué es? —pregunté.
La señora Bethany se acercó y echó un vistazo al interior del arcón. Mantuvo una expresión de absoluta frialdad al agacharse y sacar una calavera.
Ahogué un grito y me sentí como una estúpida.
—Eso tiene que ser muy antiguo. Vaya, mirad qué pinta tiene.
—Nuestros cuerpos se descomponen muy deprisa al morir, señorita Olivier. —La señora Bethany no paraba de darle vueltas al cráneo, lo que me recordó sus clases sobre
Hamlet
—. Para ser exactos, se deterioran hasta alcanzar el estado de descomposición que tendrían si hubieran muerto siendo humanos. A pesar de que los huesos están limpios, conservan restos de piel… Lo que nos sugiere que este cráneo pertenecía a un vampiro que murió hace décadas, tal vez incluso un siglo.
—Erich —dijo Balthazar de pronto—. Una vez comentó que había muerto en la Primera Guerra Mundial. Lucas y Erich siempre se estaban buscando. Si Lucas lo atrajo hasta aquí y Erich no tenía ni idea de que estaba tratando con un cazador de la Cruz Negra, el resultado es fácil de imaginar.
—Sobre todo si Lucas contaba con uno de éstos. —Mi padre había abierto otra caja, de la que había sacado un cuchillo enorme; no, un machete—. Con esto podría despachar a cualquiera de nosotros en un abrir y cerrar de ojos.
Balthazar dejó escapar un prolongado silbido mientras examinaba la hoja.
—Esos dos solían pelearse, pero Erich siempre pudo con Lucas. O bien Lucas perdía a posta, o sabía que si demostraba lo que era capaz de hacer lo hubiéramos descubierto.
—Creía que Erich se había escapado —protesté.
Tenía que ser así; Lucas y Erich se habían peleado, pero Lucas no podía haberlo matado.
—Es lo que creímos todos, pero nos equivocamos. —La señora Bethany devolvió el cráneo de Erich al arcón sin ceremonias—. Sigamos buscando.
Los demás obedecieron. Temblorosa, me acerqué al arcón para mirar dentro. Había un montón de huesos, un uniforme polvoriento de Medianoche y, en un rincón, un redondel de color marrón. Con un sobresalto comprendí que se trataba de la pulsera de cuero que Raquel había perdido. Era imposible que Lucas se la hubiera robado. No, se la había quitado Erich y la llevaba cuando murió.