—Muy bien —murmuré—. Pero, Lucas…
—¿Qué?
—Algún día…
—Algún día —repitió Lucas con voz ronca.
Cerré los ojos y bajé la cabeza hasta que sus dedos tocaron mi mejilla. Ahora ya podía dormir. Ya podía creer que todo iba a salir bien. Tal vez no fuera más que otro sueño, pero estábamos en el lugar donde se nos permitía soñar.
—¿Lucas?
Oí una voz de mujer como a través de la bruma. Al principio me pregunté por qué Patrice estaría llamando a Lucas, pero luego comprendí que no era Patrice la que hablaba.
Asustada, me incorporé en la cama. Los sucesos de la noche anterior acudieron a mi memoria en un torrente, aturdiéndome mientras parpadeaba ante la súbita luz que inundaba la habitación. En vez de despertarme en mi dormitorio, estaba en la cama con Lucas, quien estaba desperezándose y pasándome una mano por el pelo alborotado… y había una mujer de unos cuarenta años plantada en la puerta de nuestra habitación del motel, mirándonos fijamente.
Lucas tragó saliva y luego sonrió.
—Hola, mamá.
V
ale que estemos en el siglo
XXI
y que no contara con que esperaras a casarte —la madre de Lucas se apoyó contra el marco de la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho —, pero para serte sincera, Lucas, sabías que venía. ¿De verdad tenías que restregármelo por la cara?
—No es lo que parece —se defendió Lucas. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? En vez de deshacerse en disculpas y explicaciones medio tartamudeando como hubiera hecho yo, él se limitó a poner una mano en mi hombro y sonreír—. Bianca y yo hemos compartido la habitación porque estábamos sin blanca. Incluso hemos tenido que empeñar algo para que nos dieran este cuarto. Además, nadie te obligó a forzar esa cerradura, así que tranquila, ¿vale?
La madre de Lucas se encogió de hombros.
—Casi tienes veinte años, tú sabrás lo que haces.
—¿Tienes veinte años? —susurré.
—Diecinueve y poco. ¿Importa?
—Supongo que no.
En comparación con lo que llevaba descubierto sobre Lucas en el último día, ¿qué importancia tenía que tuviera tres años más que yo?
Se levantó con toda naturalidad. Qué suerte la mía: la primera vez que lo veía en calzoncillos y ni siquiera podía relajarme para disfrutar del espectáculo.
—Bianca, te presento a mi madre, Kate Ross. Mamá, esta es la chica de la que te he hablado, Bianca.
La madre de Lucas me saludó con un gesto de cabeza.
—Llámame Kate.
Ahora que por fin estaba lo bastante despierta para centrarme, me fijé en lo mucho que se parecía a Lucas. Era alta, tal vez incluso más que él, llevaba una media melena de un tono castaño dorado quizá más claro que el de Lucas y tenía los mismos ojos de color verde oscuro. También compartía con su hijo los rasgos angulosos: mandíbula cuadrada y barbilla puntiaguda. Llevaba unos tejanos azules desteñidos y una camisa granate Henley tan ceñida que se le marcaban los músculos de los brazos. Creo que nunca había conocido a nadie con menos pinta de madre que ella. Es decir, ¿qué clase de madre encontraba a su hijo en la cama con una adolescente y se limitaba a sonreír?
Claro que eso también me ahorraba una escena.
—Hola —la saludé, levantando una mano, saludándola con torpeza.
—Lo mismo digo. Chicos, debéis de haber pasado una noche de perros. Vamos a por un café y veamos cómo podemos ayudar a Bianca.
Kate señaló la calle con un gesto de cabeza. Lucas ya se estaba peinando con los dedos y enfundándose en sus tejanos, muy poco cohibido delante de su madre, mientras que yo solo quería envolverme con la colcha o algo por el estilo, aunque eso hubiera sido incluso más humillante. Por fin me decidí, salté de la cama y me planté en el baño en un par de saltos. Una vez dentro, conseguí recuperar algo de dignidad mientras me vestía. Tenía la ropa seca, aunque arrugada. Me deshice la trenza con la que había dormido y el pelo me cayó alrededor de la cara en suaves ondas. No es que fuera el mejor de los apaños, pero en el siglo
XVII
no contaban con mucho más. Sentí cierta añoranza al recordar que me lo había enseñado mi madre.
—Vamos.
Lucas me miró intencionadamente cuando salíamos por la puerta tal vez tratando de dilucidar qué tal lo llevaba. Puede que mi falsa determinación convenciera a Kate, pero él me conocía bastante mejor. Levanté la barbilla con orgullo para que supiera que estaba decidida a hacer todo lo que estuviera en mis manos para salvar una situación que se complicaba cada vez más.
Kate nos acompañó hasta una camioneta de los años cincuenta bastante desvencijada, de un color turquesa desvaído y con unos faros que tenían la misma forma de los motores de la nave espacial Enterprise. Kate no dejó de vigilar a su alrededor hasta que llegamos junto al vehículo, examinando a todos los viandantes.
—Chicos, ¿creéis que os siguieron? A los profesores no suelen caerles demasiado bien los alumnos que se dan a la fuga.
—Llegaron hasta Riverton, pero nosotros ya nos habíamos ido —me apresuré a contestar mientras me acomodaba sin perder el tiempo en el centro y Lucas se sentaba a mi lado—. El agua en movimiento los retuvo.
Kate se quedó helada, con la mano paralizada sobre la llave de contacto, y miró fijamente a Lucas. Sin embargo, no se trató de la típica mirada de madre disgustada en la que adivinas que estás a dos segundos de ser castigado, sino de una mucho más dura. Siempre había imaginado que era así cómo el jefe de un ejército enviaba a los traidores al pelotón de fusilamiento.
—¿Se lo has contado?
—Mamá, escúchame un momento. —Lucas respiró hondo para tranquilizarse y alargó las manos, como sí así pudiera detenerla—. Bianca ya sabía lo de Medianoche. Yo solo le expliqué lo de la Cruz Negra porque no me quedó más remedio. Ella sabía de la existencia de los vampiros de antes, ¿vale?
—No, no vale. Puede que tu error sea comprensible, pero no por eso deja de ser un error. A estas alturas ya deberías saberlo. —Se retiró el flequillo hacia atrás y me miró con mayor detenimiento que antes. La actitud despreocupada de Kate había desaparecido—. ¿Cómo te enteraste de su existencia?
Al principio creí que hablaba de la Cruz Negra, pero enseguida comprendí que se refería a la existencia de los vampiros. Lucas no le había explicado qué era yo en realidad y, al sentir cómo se removía en su asiento a mi lado, adiviné que le había ocultado la verdad para protegerme. Estaba claro que tampoco le habría mencionado el hecho de que, hasta cierto punto, ahora él también tenía poderes vampíricos.
Por eso hice lo que estaba visto que a Lucas y a mí se nos daba mejor: mentir.
—Había todo tipo de pistas: que la escuela no sirviera comida a los alumnos y que por eso todo el mundo comiera en privado; ardillas muertas por todas partes; las actitudes e ideas más propias de otros tiempos que mostraba mucha gente… No fue tan difícil.
—Pues a mí no me parecen pruebas demasiado convincentes. —Recelosa, Kate puso el motor en marcha y enfiló a toda velocidad una carretera que conducía fuera de la ciudad—. Es la primera vez que te topas con lo sobrenatural y ¿con eso te basta para averiguar lo que está ocurriendo?
—Bianca te está ocultando parte de la verdad para no asustarte —intervino Lucas—. Ella fue la que me ayudó cuando me ocurrió esto.
Se abrió el cuello de la camisa con sumo cuidado. Todavía podían apreciarse las oscuras marcas rosadas en la piel, las cicatrices que le habían quedado después de mi segundo mordisco.
—Dios mío. —Kate se inclinó sobre mí inmediatamente para tocar el brazo de Lucas. Así que, después de todo, le podía la madre que llevaba dentro, aunque no lo demostrara siempre—. Sabíamos que esto podía ocurrir, lo sabíamos, pero yo quise engañarme convenciéndome de que no ocurriría.
Lucas se zafó de ella, avergonzado.
—Mamá, estoy bien.
—Habéis escapado. ¿Cómo lo habéis conseguido?
—Maté a uno de ellos, a un vampiro llamado Erich que había estado amenazando a varios alumnos humanos. Nos enzarzamos en una pelea y él se llevó la peor parte. En realidad no hay mucho más que contar.
El don de Lucas para el engaño era más fácil de admirar cuando la víctima de sus mentiras era otra. Sin embargo, lo verdaderamente admirable era que en realidad Lucas no estaba inventándose nada; ciñéndonos a lo ocurrido, todo lo que le había dicho a su madre hasta el momento era cierto. Él simplemente se había limitado a explicar los hechos de un modo que conduciría a Kate a creer que los acontecimientos se habían desarrollo de un modo distinto y, según los cuales, Erich habría mordido a Lucas y yo sería la chica encantadora, espabilada y completamente normal que le había ayudado a recuperarse.
—Entonces sabes a qué nos enfrentamos —dijo Kate, dirigiéndose a mí con mayor respeto que antes. Estaba visto que quien ayudara a su hijo merecía su consideración. No apartó la vista de la carretera en ningún momento, conduciendo a toda velocidad por las calles mal pavimentadas. Nos dirigíamos a un barrio más pequeño que parecía bastante más viejo y abandonado—. Es un trabajo peligroso y no estás preparada para ello, pero a mi entender tenemos la responsabilidad de mantenerte a salvo. Si esa mala pécora de la señora Bethany averigua que estás ayudando a un miembro de la Cruz Negra, tu vida no valdrá nada.
No dudaba que la señora Bethany haría cualquier cosa por proteger sus secretos, pero me costaba mucho creer que estuviera dispuesta a matar, y mucho menos a mí.
—Tanto tiempo desperdiciado y tantos peligros, ¿para qué? Porque dudo que al final consiguieras averiguar el gran secreto —le dijo a Lucas—. Supongo que si lo supieras habría aparecido mencionado en tus informes.
Lucas sacudió la cabeza cansinamente.
—No, no tengo ni idea, pero no hace falta que me machaques, ¿vale?
—¿Qué secreto? —Pensé que tal vez podría ser algo que mis padres hubieran mencionado alguna vez. Si podía ayudar a Lucas, si había algún tipo de información que pudiera revelarle sin perjudicar a mis padres o a Balthazar, se la daría—. ¿Qué estabais tratando de averiguar en Medianoche?
—Es el primer año que admiten alumnos humanos. El miembro de la Cruz Negra que se infiltró antes que Lucas y los pocos humanos a los que les han abierto las puertas a lo largo de su historia son casos muy especiales, excepciones que los vampiros de Medianoche hacen para echarle el guante a grandes sumas de dinero y no llamar la atención. Sin embargo, no sé que se traerán entre manos, pero ahora es diferente. Han admitido a un mínimo de treinta humanos. ¿Por qué han cambiado las normas?
La señora Bethany había dicho que habían permitido la entrada de «alumnos nuevos» en Medianoche para que nosotros pudiéramos tener una visión más amplia del mundo. En realidad, eso era lo último que ella deseaba. Sí, los alumnos iban allí para conocer mejor el mundo que les rodea, pero el propósito de la señora Bethany era otro, y tener alumnos humanos en Medianoche comprometía ese propósito.
Raquel no había tardado mucho en darse cuenta de que algo no funcionaba, aunque no sabía exactamente qué, y el ejemplo de Lucas hablaba por sí solo. Además, los vampiros se veían obligados a ocultar lo que eran en uno de los pocos lugares de la tierra donde se suponía que podían relajarse y ser ellos mismos. Únicamente un motivo muy poderoso podía llevar a la señora Bethany a permitir algo por el estilo, pero ¿cuál?
—Pues no lo sé —admití.
—¿Cómo ibas a saberlo? —Kate se encogió de hombros, enfilando una calle sombreada. Las casas tenían aspecto destartalado y un par de ellas parecían abandonadas. Frenó en la entrada trasera de uno de esos edificios deshabitados, aunque pronto comprendí que no se trataba de una casa cualquiera. Era un centro cívico, uno de esos que hay en casi todos los pueblos de Nueva Inglaterra, aunque era evidente que hacía décadas que nadie lo utilizaba. Al menos la mitad de las ventanas estaban rotas y la pintura blanca se estaba descascarillando y tenía manchas de humedad—. Solo que conservaras el juicio después de lo que has descubierto sobre los chupa-sangres es más de lo que mucha gente soportaría. Lucas es un profesional. Si no ha conseguido averiguar el secreto, es que lo han enterrado muy bien.
—Un profesional, ¿eh? —dijo Lucas, bajando de la furgoneta con una sonrisa de oreja a oreja.
Me dio la impresión de que su madre no solía elogiarlo a menudo, pero que, cuando lo hacía, Lucas lo recibía como el agua de mayo.
Kate asintió con la cabeza y vi que su sonrisa y la de Lucas se parecían mucho.
—Lo siento, pero me temo que un profesional que vuelve a estar de servicio. Hay mucho que hacer.
Me pregunté a qué se referiría.
—¿De servicio?
Kate recuperó su compostura habitual.
—No me refiero a ti, Bianca, tú ya has hecho suficiente. Siempre estaré en deuda contigo, siempre. Has ayudado a Lucas a salir de ese agujero infecto, incluso le has salvado la vida… —Me sonrió mientras nos dirigíamos a la puerta trasera de la casa—. No voy a compensarte enviándote a correr peligros. Te quedarás aquí, a salvo. Nosotros nos ocuparemos de todo lo demás.
—Cuando dices «nosotros» te refieres a…
—La Cruz Negra.
Kate giró la llave en la cerradura sin más y le dio un empujón a la puerta. Me estremecí intranquila al dirigirme hacia la oscuridad, pero mi visión se adaptó rápidamente a la penumbra y enseguida divisé la escena que se desarrollaba en su interior. Había cerca de una docena de personas reunidas en una sala alargada y rectangular con suelo de madera, tan viejo que los tablones se habían encogido y estaban separados. Todavía quedaban pegados a la pared unos cuantos bancos, también de madera, tan pulposa y vieja que se astillaba. Había armas en todos ellos, como si las hubieran dispuesto de aquella manera para realizar un inventario: cuchillos, estacas, incluso hachas. Las personas que había allí reunidas eran de lo más variopintas, no podrían ser entre ellas más diferentes: altas y bajas; gordas, flacas y musculosas; vestidas con ropa de diario de diversos estilos. Había una chica alta y negra que no parecía mucho mayor que Lucas, con una sudadera con capucha varias tallas más grande junto a un anciano de pelo corto y plateado que llevaba una chaqueta de punto muy ancha de color gris y gafas de lectura colgadas de un cordón marrón. Lo único que todas aquellas personas parecían tener en común fue el suspiro de alivio unánime que soltaron al reconocer a Lucas.