Memoria del fuego II (14 page)

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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

Hasta este santuario llegaban los príncipes, radiante de polvo de oro el cuerpo desnudo, y al centro de la laguna dejaban caer las más bellas obras de los orfebres. Tras ellas se sumergían y nadaban. Si reaparecían limpios, sin una sola mota de oro en la piel, la diosa Furatena había aceptado las ofrendas. En aquellos tiempos, la diosa Furatena, diosa serpiente, gobernaba el mundo desde las profundidades.

(326 y 338)

1801
-
Bogotá
Mutis

El viejo fraile conversa mientras pela naranjas y una incesante espiral de oro se desliza hacia un tacho entre sus pies.

Por verlo, por escucharlo, Humboldt y Bonpland se han desviado de su ruta hacia el sur y han subido el río durante cuarenta días. José Celestino Mutis, patriarca de los botánicos de América, se duerme ante los discursos pero disfruta como nadie de las charlas cómplices.

Los tres hombres, sabios siempre atónitos ante la hermosura y el misterio del universo, intercambian plantas, ideas, dudas, descubrimientos. Mutis se entusiasma escuchando hablar de la laguna Guatavita, las salinas de Zipaquirá y el salto de Tequendama. Elogia el mapa del río Magdalena, que Humboldt acaba de dibujar, y discretamente sugiere algunos cambios, con la suavidad de quien mucho anduvo y mucho conoce y se sabe, muy al fondo, muy de veras, continuado en el mundo.

Y todo lo muestra y todo lo cuenta. Mientras come y ofrece naranjas, Mutis habla de las cartas que Linneo le escribía, y de cuánto esas cartas le enseñaron, y de los problemas que tuvo con la Inquisición. Y recuerda y comparte sus hallazgos sobre los poderes curativos de la corteza de quina, o la influencia de la luna en el barómetro, o los ciclos de vigilia y sueño de las flores, que duermen como nosotros y como nosotros se desperezan y despiertan poquito a poco, desplegando los pétalos.

(148)

1802 - Mar de las Antillas
Napoleón restablece la esclavitud

Escuadrones de patos salvajes escoltan al ejército francés. Huyen los peces. Por la mar turquesa, erizada de corales, los navíos persiguen las azules montañas de Haití. Pronto asomará en el horizonte la tierra de los esclavos victoriosos. El general Leclerc se alza a la cabeza de la flota. Su sombra de mascarón de proa es la primera en partir las olas. Atrás se desvanecen otras islas, castillos de roca, verdísimos fulgores, centinelas del nuevo mundo que hace tres siglos fue encontrado por quienes no lo buscaban.

—¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?

—El anterior.

—Pues, que se restablezca —decidió Napoleón.

Ningún hombre, nacido rojo, negro o blanco, puede ser propiedad de su prójimo, había dicho Toussaint Louverture. Ahora la flota francesa trae la esclavitud a las Antillas. Más de cincuenta naves, más de veinte mil soldados, vienen desde Francia a devolver el pasado a cañonazos.

En el camarote de la nave capitana, una esclava abanica a Paulina Bonaparte y otra le rasca suavemente la cabeza.

(71)

1802 - Pointe-á-Pitre
Los indignados

También en la isla de Guadalupe, como en todas las colonias francesas, los negros libres vuelven a ser esclavos. Los ciudadanos negros se reincorporan a los inventarios y a los testamentos de sus amos, en calidad de bienes muebles embargables; y nuevamente pasan a formar parte de las herramientas de las plantaciones, los aparejos de los barcos y el arsenal del ejército. El gobierno colonial convoca a los blancos que han abandonado la isla y les garantiza la devolución de sus propiedades. Los negros no reclamados por sus dueños se venden en provecho del tesoro público.

La cacería se vuelve carnicería. Las autoridades de Guadalupe pagan cuarenta y cuatro francos por cada cabeza de rebelde. Los ahorcados se pudren a perpetuidad en lo alto de la colina Constantin. En la plaza de la Victoria, en Pointe- á-Pitre, el quemadero de negros no se apaga nunca y las llamas son más altas que las casas.

Tres blancos protestan. Por dignos, por indignados, los condenan. A Millet de La Girardiére, viejo oficial del ejército francés, varias veces condecorado, lo sentencian a morir en jaula de hierro, expuesto al público, sentado desnudo sobre una hoja cortante. A los otros dos, Barse y Barbet, les romperán los huesos antes de quemarlos vivos.

En las cumbres del mundo

Trepan sobre nubes, entre abismos de nieve, abrazados al áspero cuerpo del Chimborazo, desgarrándose las manos contra la roca desnuda.

Han dejado las mulas a mitad de camino. Humboldt carga a la espalda una bolsa llena de piedras que hablan del origen de la cordillera de los Andes, nacida de un descomunal vómito desde el vientre incandescente de la tierra. A cinco mil metros, Bonpland ha capturado una mariposa y más arriba una mosca increíble y han seguido subiendo, a pesar de la helazón y el vértigo y los resbalones y la sangre que les brota de los ojos y las encías y los labios partidos. Los envuelve la niebla y continúan, a ciegas, volcán arriba, hasta que un hachazo de luz rompe la niebla y deja desnuda la cumbre, alta torre blanca, ante los atónitos viajeros. ¿Será, no será? Jamás hombre alguno ha subido tan cerca del cielo y se dice que en los techos del mundo aparecen caballos volando hacia las nubes y estrellas de colores en pleno mediodía. ¿Será pura alucinación esta catedral de nieve alzada entre el cielo del norte y el cielo del sur? ¿No los engañan los ojos lastimados?

Humboldt siente una plenitud de luz más intensa que cualquier delirio: estamos hechos de luz, siente Humboldt, de luz nosotros y de luz la tierra y el tiempo, y siente unas tremendas ganas de contárselo ya mismo al hermano Goethe, allá en su casa de Weimar.

(338)

1803 Fort Dauphin
La isla requemada

Toussaint Louverture, jefe de los negros libres, murió prisionero en un castillo de Francia. Cuando el carcelero abrió el candado, al alba, y descorrió el cerrojo, encontró a Toussaint helado en su silla.

Pero la vida de Haití ha mudado de cuerpo y sin Toussaint el ejército negro ha vencido a Napoleón Bonaparte. Veinte mil soldados franceses han caído por degüello o fiebre. Vomitando sangre negra, sangre muerta, se desplomó el general Leclerc, y fue su mortaja la tierra que él había querido avasallar.

Haití ha perdido a la mitad de su población. Se escuchan tiros todavía, y martillos clavando ataúdes, y fúnebres tambores, en el vasto cenizal regado de cadáveres que los buitres desprecian. Esta isla, incendiada hace dos siglos por un ángel exterminador, ha sido nuevamente comida por el fuego de los hombres en guerra.

Sobre la tierra humeante, los que fueron esclavos proclaman la independencia. Francia no perdonará la humillación.

En la costa, forman hileras de lanzas las palmeras inclinadas contra el viento.

(71)

1804 - Ciudad de México
La más rica colonia de España

Todavía los profesores de teología ganan cinco veces más que sus colegas de cirugía o astronomía, pero Humboldt encuentra, en la ciudad de México, un asombroso vivero de jóvenes científicos. Ésta es la herencia de algunos sacerdotes jesuitas, amigos de la física experimental, la nueva química y ciertas teorías de Descartes, que aquí enseñaron y contagiaron, a pesar de la Inquisición; y es también la obra del virrey Revillagigedo, hombre abierto a los vientos del tiempo, desafiador de dogmas, que hace pocos años gobernó estas tierras con angustiosa preocupación por la falta de máquinas y laboratorios y obras modernas que leer.

Humboldt descubre y elogia la Escuela de Minas y a sus sabios profesores, mientras México produce más plata que todo el resto del mundo, creciente río de plata que fluye hacia Europa por el puerto de Veracruz; pero a la vez advierte Humboldt que la tierra se trabaja poco y mal y que el monopolio colonial del comercio y la miseria del pueblo bloquean el desarrollo de las manufacturas.
México es el país de la desigualdad, escribe: salta a la vista la desigualdad monstruosa de los derechos y las fortunas.
Los condes y los marqueses pintan sus recién comprados escudos de armas en los carruajes y el pueblo malvive en una indigencia enemiga de toda industria. Los indios padecen espantosa penuria. Como en toda América, también aquí
la piel más o menos blanca decide la clase que ocupa el hombre en la sociedad.

(163 y 217)

1804 - Madrid
El fiscal del Consejo de Indias aconseja no exagerar en la venta de cédulas de blancura

con el objeto de que los pardos no intenten generalizar estas gracias, y a su sombra, creyéndose igualados por ellas a los blancos sin otra diferencia que la accidental de su color, se estimen capaces de obtener todos los destinos y empleos y enlazarse con cualquier familia legitima y limpia de mezcla… consecuencias que es preciso evitar en una monarquía, donde la clasificación de clases contribuye a su mejor orden, seguridad y buen gobierno…

Los pardos o morenos provenientes de mezclas infectas, constituyen una especie muy inferior, y por su viciada índole, su orgullo e inclinación a la libertad, han sido y son poco afectos a nuestro gobierno y nación…

1804 - Catamarca
El pecado de Ambrosio

Atado al poste de la Plaza Mayor de Catamarca, Ambrosio Millicay recibe veinticinco azotes.

El mulato Ambrosio, que pertenece al maestre de campo Nieva y Castillo, fue denunciado a las autoridades porque había cometido el delito de aprender a leer y a escribir. Le acribillaron la espalda a latigazos
para escarmiento de indios y mulatos tinterillos metidos a españoles.

Boca abajo sobre las piedras del patio, Ambrosio gime y delira y sueña venganzas:

—Permisito —pide en sueños, y clava el cuchillo.

(272)

1804 - París
Napoleón

Los graves acordes del órgano convocan a los sesenta reyes que en Francia fueron, y quizás a los ángeles, mientras el papa de Roma ofrece la corona a Napoleón Bonaparte.

Napoleón ciñe su propia frente con el laurel de los césares. Después desciende, lento, majestuoso de armiño y púrpura, y coloca la diadema que consagra a Josefina primera emperatriz de la historia de Francia. En carroza de oro y cristal han llegado al trono de esta nación el pequeño extranjero, gran guerrero, brotado de las ásperas montañas de Córcega, y su esposa Josefina, nacida en la Martinica, antillana que dicen que abrazando carboniza. Napoleone, el teniente de artillería que odiaba a los franceses, se convierte en Napoleón I.

El fundador de la dinastía que hoy se inaugura, ha ensayado mil veces esta ceremonia de coronación. Cada personaje del cortejo, cada actor, se ha vestido como él decidió, se ha situado donde él quiso, se ha movido tal como él mandó.

—¡Ah, José! Si nuestro padre nos viera…

La voraz parentela, príncipes y princesas de la nueva nobleza de Francia, ha cumplido su deber. Es verdad que se ha negado a venir la madre, Letizia, que está en palacio murmurando rencores, pero Napoleón ordenará a David, artista oficial, que otorgue a Letizia lugar prominente en el cuadro que relatará estos fastos a la posteridad.

Los invitados desbordan la catedral de Notre-Dame. Entre ellos, un joven venezolano estira el pescuezo para no perder detalle. A los veinte años, Simón Bolívar asiste, alucinado, al nacimiento de la monarquía napoleónica:
No soy más que un brillante del puño de la espada de Bonaparte…

En estos días, en un salón dorado de París, Bolívar ha conocido a Alexander von Humboldt. El sabio aventurero, recién llegado de América, le ha dicho:

—Creo que su país está maduro para la independencia, pero no veo al hombre que pueda…

(20 y 116)

1804 - Sevilla
Fray Servando

Por querer la independencia de México, y por creer que el dios pagano Quetzalcóatl era el apóstol santo Tomás en persona, fray Servando ha sido condenado al destierro en España.

De cárcel en cárcel y de fuga en fuga, el hereje mexicano recibió hospedaje en los más diversos calabozos españoles. Pero este artista de la lima, el túnel y el salto de altura, ha logrado andar mucho camino en el viejo continente.

Trotamundos, rompemundos: pajarito de alas ágiles y pico de acero, fray Servando se defiende de la fascinación de Europa maldiciendo todo lo que ve.
Soy mexicano
, dice y se dice a cada paso, y opina que las mujeres francesas tienen cara de rana chata y bocona, que en Francia los hombres son como mujeres y las mujeres como niños, que la lengua italiana está hecha para mentir y que Italia es la patria del superlativo y del fraude, aunque hay allá una ciudad que vale la pena, Florencia, porque se parece bastante a las ciudades de México. Contra España, este fraile impertinente reza un rosario de insultos: dice que los españoles imitan como monos a los franceses, que la Corte es un lupanar y el Escorial no más que un montón de piedras, que los vascos clavan clavos con la frente y los aragoneses también, pero con la punta hacia afuera; que los catalanes no dan un paso sin linterna ni admiten visita de pariente que no traiga la comida y que los madrileños son enanos fundadores de rosarios y herederos de presidios, condenados a un clima de ocho meses de invierno y cuatro de infierno.

Ahora, en un calabozo de Sevilla, fray Servando se está arrancando los piojos del pecho, a puñados, mientras un ejército de chinches hace olas en la frazada y las pulgas se burlan de los manotazos y las ratas de los palazos. Todos quieren almorzar a fray Servando y él pide, por favor, una tregua. Necesita un ratito de paz para ultimar los detalles de su próxima fuga, que ya la tiene casi a punto.

(318 y 346)

1806 - Isla de Trinidad
Aventuras, desventuras

Tras muchos años de inútil espera, Francisco de Miranda se va de Londres. Los ingleses le han brindado un sueldo de buen pasar, unas cuantas promesas y benevolentes sonrisas, pero ni una bala para su expedición libertadora. Miranda escapa del tablero de la diplomacia británica y prueba suerte en los Estados Unidos.

En Nueva York consigue un barco. Doscientos voluntarios lo acompañan. Desembarca en las costas venezolanas del golfo de Coro, al cabo de treinta y seis años de exilio.

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