Memoria del fuego II (16 page)

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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

Su mirada sombría corta la risa.

Enciende un cigarro. Estudia el humo.

El asesino no se atreve a levantarse. Tartamudea gratitudes. Morelos le acerca la cara:

—Seré curioso —dice.

Comprueba el respingo del asesino y cuenta las gotas de transpiración que le bañan la frente. Demora la pregunta:

—¿Tiene usted sueño?

Y en seguida:

—¿Me haría usted el honor de dormir a mi lado?

Se tienden, separados por una vela que agoniza sin decidirse a morir. Morelos ofrece la espalda. Respira hondo, quizás ronca. Antes del amanecer, escucha los cascos del caballo que se aleja.

A media mañana, pide al asistente el recado de escribir.

Carta para Ignacio López Rayón:
Gracias por el aviso. En este campamento, no hay más barrigón que yo.

(348)

1811 - Campos de la Banda Oriental
«Naides es más que naides»,

dicen los jinetes pastores. La tierra no puede tener dueño, porque no lo tiene el aire. No se conoce mejor techo que las estrellas, ni gloria que se compare con la libertad de vagar sin rumbo, sobre el caballo amigo, a través de la pradera ondulada como mar.

Habiendo reses que voltear en campo abierto, hay casi todo. Los gauchos no comen más que carne, porque la verdura es pasto y el pasto es para las vacas. El asado se completa con tabaco y caña, y con guitarras que cantan sucedidos y milagros.

Los gauchos,
hombres sueltos
que el latifundio usa y expulsa, juntan lanzas en torno a José Artigas. Se encienden las llanuras al este del río Uruguay.

(277 y 278)

1811 - Orillas del Río Uruguay
El éxodo

Buenos Aires pacta con el virrey y retira las tropas que sitiaban Montevideo. José Artigas se niega a cumplir el armisticio, que devuelve su tierra a los españoles, y jura que continuará la guerra
aunque sea con los dientes, con las uñas.

Emigra el caudillo hacia el norte, a organizar el ejército de la independencia, y un pueblo disperso se une y nace en su huella. La hueste andariega junta gauchos montaraces, peones y labriegos, estancieros patriotas. Al norte marchan mujeres que curan heridos o empuñan la lanza y frailes que van bautizando, a lo largo de la marcha, soldados recién nacidos. Eligen la intemperie los bien abrigados y el peligro los tranquilos. Marchan al norte maestros de letras y maestros del cuchillo, doctores de palabra fácil y cavilosos matreros que deben alguna muerte. Marchan sacamuelas y manosantas, desertores de barcos y fortines, esclavos fugados. Los indios queman sus tolderías y se agregan con flechas y boleadoras.

Al norte va la larga caravana de carretas y caballos y gentes de a pie. A su paso se despuebla, queriendo patria, la tierra que se llamará Uruguay. Ella misma se va con sus hijos, se va en ellos, y atrás no queda nada. Ni siquiera ceniza, ni siquiera silencio.

(277)

1812 - Cochabamba
Mujeres

En Cochabamba, muchos hombres han huido. Mujeres, ninguna. En la colina, resuena el clamoreo. Las plebeyas cochabambinas, acorraladas, pelean desde el centro de un círculo de fuego. Cercadas por cinco mil españoles, resisten disparando rotosos cañones de estaño y unos pocos arcabuces; y combaten hasta el último alarido.

La larga guerra de la independencia recogerá los ecos. Cuando la tropa afloje, el general Manuel Belgrano gritará las palabras infalibles para devolver templanzas y disparar corajes. El general preguntará a los soldados vacilantes:
¿Están aquí las mujeres de Cochabamba?

(5)

1812 - Caracas
Bolívar

Un terremoto arrasa Caracas, La Guaira, San Felipe, Barquisimeto y Mérida. Son las ciudades venezolanas que han proclamado la independencia. En Caracas, centro de la insurrección criolla, diez mil muertos yacen bajo los escombros. No se escuchan más que letanías y maldiciones mientras la multitud busca cuerpos entre las piedras.

¿Será Dios español? El terremoto se ha tragado el patíbulo alzado por los patriotas y no ha dejado en pie ninguna de las iglesias que habían cantado el Tedeum en honor de la naciente república. En la arrasada iglesia de las Mercedes, se alza intacta la columna que luce el blasón imperial de España. Coro, Maracaibo, Valencia y Angostura, ciudades leales al rey, no han sufrido ni un rasguño.

En Caracas, arde el aire. Desde las ruinas se levanta un polvo espeso, que para la mirada. Un monje arenga al gentío. Proclama el monje que Dios ya no aguanta que le tomen el pelo.

—¡Venganza!

La multitud se apiña a su alrededor, en lo que era el convento de San Jacinto. Encaramado sobre los restos del altar, el monje exige el castigo de los culpables de la ira de Dios.

—¡Venganza!
—ruge el azote de Cristo, y su dedo acusador señala a un oficial patriota que, cruzado de brazos, contempla la escena. La multitud se vuelve contra el oficial, corto, huesudo, de brillante uniforme, y avanza para aplastarlo.

Simón Bolívar no suplica ni retrocede: embiste. Sable en mano atraviesa la furia, trepa al altar y voltea al apocalíptico fraile de un planazo.

El pueblo, mudo, se dispersa.

(116)

1815 - Chilpancingo
La independencia es revolución o mentira

En tres campañas militares, Morelos ha ganado buena parte del territorio mexicano. El Congreso de la futura república, Congreso errante, peregrina tras el caudillo. Los diputados duermen en el suelo y comen ración de soldados.

A la luz de un velón de sebo, Morelos redacta las bases de la Constitución nacional. Propone una América libre, independiente y católica; sustituye los tributos de los indios por el impuesto a la renta y aumenta el jornal del pobre; confisca los bienes del enemigo; establece la libertad de comercio, pero con barreras aduaneras; suprime la esclavitud y la tortura y liquida el régimen de castas, que funda las diferencias sociales en el color de la piel, de modo que
sólo distinguirán a un americano de otro, el vicio y la virtud.

Los criollos ricos van de susto en susto. Las tropas de Morelos marchan expropiando fortunas y dividiendo haciendas. ¿Guerra contra España o levantamiento de los siervos? Esta independencia no les conviene. Ellos harán otra.

(348)

1814 - San Mateo
Boves

En Venezuela, la palabra
independencia
no significa, todavía, mucho más que
libertad de comercio
para los criollos ricos.

El jefe de los españoles, un hércules de barba roja y ojos verdes, es el caudillo de los negros y los pardos. En busca de José Tomás Rodríguez Boves, el Taita Boves, huyen los esclavos. Diez mil jinetes de los llanos incendian plantaciones y degüellan amos en nombre de Dios y del rey. La bandera de Boves, una calavera sobre fondo negro, promete saqueo y revancha, guerra a muerte contra la oligarquía del cacao que pretende independizarse de España. En los campos de San Mateo, Boves entra a caballo en la mansión de la familia Bolívar y a punta de cuchillo graba su nombre en la puerta del vestíbulo principal.

La lanza no se arrepiente, la bala no se arrepiente. Antes de matar con plomo, Boves fusila con salvas de pólvora, por el gusto de ver la cara que ponen las víctimas. Entre sus soldados más valientes reparte a las señoritas de las mejores familias. Disfruta toreando a los patriotas de buen trapío, después de clavarles banderillas en la nuca. Decapita como si fuera chiste.

De aquí a poco, una lanza lo atravesará. Lo enterrarán con los pies atados.

(160)

1815 - San Cristóbal Ecatepec
El lago viene a buscarlo

En el espinoso lomerío de Tezmalaca, los españoles atrapan a José María Morelos. Después de muchos errores y derrotas, le dan caza en las zarzas, solo, la ropa en jirones, sin armas ni espuelas.

Lo encadenan. Lo increpan. Pregunta el teniente coronel Eugenio Villasana:

—¿Qué haría usted si fuera el vencedor, y yo el vencido?

—Le doy dos horas para confesarse
—dice el cura Morelos—
y lo fusilo.

Lo llevan a las celdas secretas de la Inquisición.

Lo degradan de rodillas. Lo ejecutan de espaldas.

Dice el virrey que el rebelde ha muerto arrepentido. Dice el pueblo mexicano que el lago ha escuchado la descarga de fusilería y se ha encrespado y se ha desbordado y ha venido a llevarse el cuerpo.

(178 y 332)

1815 - París
Navegantes de mares o bibliotecas

Julien Mellet, escritor viajero, cuenta al público europeo sus aventuras en la América meridional. Entre otras cosas, describe
una danza muy viva y lasciva
que se baila mucho en Quillota, en Chile, y que ha sido traída
por los negros de la Guinea
. Mellet copia, haciéndose el distraído, la descripción de una danza de los negros de Montevideo, tal cual la publicó el viajero Anthony Helms, hace ocho años, en Londres. A su vez, Helms había robado su texto, línea por línea, del libro que Dom Pernetty había publicado en París en 1770. Pernetty, por su parte, había retratado de primera mano el baile de los esclavos de Montevideo con palabras asombrosamente iguales a las que el padre Jean Baptiste Labat había consagrado a los negros de Haití, en un libro editado medio siglo antes en La Haya.

Desde el Caribe hasta la ciudad chilena de Quillota, pasando por Montevideo, y desde La Haya hasta París, pasando por Londres, esas frases del padre Labat han viajado mucho más que su autor. Sin pasaporte ni disfraz.

(19)

1815 Mérida de Yucatán
Fernando VII

Los almidonados señores de Yucatán atraviesan la Plaza de Armas de Mérida, blanca de polvo y sol, y en muy solemne procesión entran en la catedral. Desde la sombra de los portales, los indios vendedores de tamales y collares no entienden por qué se alegran tanto las campanas, ni saben de quién es esa cara coronada que los señores llevan en estandarte.

La aristocracia colonial está celebrando las novedades de Madrid.

Con demora se ha sabido que los franceses han sido expulsados y que Fernando VII reina en España. Cuentan los mensajeros que en torno al monarca se escucha gritar:
¡Vivan las cadenas!
Mientras tintinean las sonajas de los bufones, el rey Fernando manda encarcelar o fusilar a los guerrilleros que lo han traído al trono, restaura la Inquisición y devuelve sus privilegios al clero y a la nobleza.

(339)

1815 - Curuzú-Cuatiá
El ciclo del cuero en el río de la Plata

En la punta de la lanza, la filosa media luna busca las patas del animal que huye. Un solo tajo: el jinete golpea, certero, y el novillo cojea y boquea y cae. El jinete desmonta. Degüella y desuella.

No siempre mata así. Más fácil resulta arrear a gritos al ganado cimarrón y pasarlo a cuchillo en los corrales, miles y miles de reses o caballos salvajes corridos en estampida hacia la muerte; y más fácil todavía es sorprender a los animales monte adentro, en la noche, mientras duermen.

El gaucho arranca el cuero y lo estaquea al sol. Del resto, lo que no quiere la boca queda para los cuervos.

Los hermanos Robertson, John y William, mercaderes escoceses, andan por estas tierras con talegas que parecen salchichas rellenas de monedas de oro. Desde una estancia de Curuzú-Cuatiá, envían diez mil cueros hacia el pueblo de Goya, en sesenta carretas.

Giran quejándose las enormes ruedas de madera y las picanas empujan a los bueyes. Cortan campo las carretas; trepan lomas, atraviesan esteros y arroyos crecidos. Al anochecer, las carretas rodean los fogones. Mientras los gauchos fuman y matean, el aire se vuelve espeso aroma de carne dorándose a las brasas. Después del asado, suenan cuentos y guitarras.

Desde el pueblo de Goya, los cueros seguirán viaje al puerto de Buenos Aires y atravesarán la mar hacia las curtiembres de Liverpool.

El precio se habrá multiplicado muchas veces cuando los cueros regresen al río de la Plata, tiempo después, convertidos en botas, zapatos y rebenques de manufactura británica.

(283)

1815 Buenos Aires
Los próceres buscan rey en Europa

La pluma de ganso escribe:
José Artigas, traidor a la patria.

En vano le han propuesto oro y galones. Tenderos expertos en varas de medir y balanzas de precisión, los patricios de Buenos Aires calculan el precio de Artigas vivo o muerto. Están dispuestos a pagar seis mil duros por la cabeza del caudillo de los campos rebeldes.

Para exorcizar a estas tierras del demonio gaucho, Carlos de Alvear las ofrece a los ingleses:
Estas provincias,
escribe Alvear a lord Castlereagh,
desean pertenecer a la Gran Bretaña sin condición alguna. Y suplica a lord Strangford: La Nación Británica no puede abandonar a su suerte a los habitantes del río de la Plata en el acto mismo en que se arrojan a sus brazos generosos…

Manuel de Sarratea viaja a Londres en busca de un monarca para coronar en Buenos Aires. El interior, republicano y federal, amenaza los privilegios del puerto, y el pánico se lleva por delante cualquier juramento. En Madrid, Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia, que habían sido republicanos ardientes, proponen el trono al infante Francisco de Paula, hermano de Fernando VII. Los emisarios porteños prometen un poder hereditario, que abarcaría toda la región del río de la Plata, Chile y Perú. El nuevo reino independiente tendría bandera azul y blanca; serían sagradas la libertad y la propiedad y formarían la corte distinguidos criollos ascendidos a duques, condes y marqueses.

Nadie acepta.

(2 y 278)

1815 - Campamento de Purificación
Artigas

Aquí, donde el río se enoja y se revuelve en hervores y remolinos, sobre la meseta purpúrea rodeada de fosas y cañones, gobierna el general Artigas. Estos mil fogones de criollos pobres, estos ranchos de barro y paja y ventanas de cuero, son la capital de la confederación de pueblos del interior del río de la Plata. Ante la choza de gobierno, los caballos esperan a los mensajeros que galopan trayendo consultas y llevando decretos. No luce alamares ni medallas el uniforme del caudillo del sur.

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