Memoria del fuego II (20 page)

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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

(55, 271 y 342)

1826 - Panamá
Patrias que son soledades

La criatura dijo sus primeras palabras. Fueron las últimas. De los invitados al bautismo, solamente cuatro llegaron a Panamá, y en vez de bautismo hubo extremaunción. El dolor, dolor de padre, encoge la cara de Bolívar. Las piedades y condolencias le suenan a hueco.

Doblan las campanas por la unidad de Hispanoamérica.

Bolívar había convocado a las nuevas patrias a unirse, bajo el amparo inglés, en una sola patria. No invitó a los Estados Unidos ni a Haití,
por ser extranjeros a nuestros arreglos americanos;
pero quiso que Gran Bretaña integrara la liga hispanoamericana, para defenderla del peligro de la reconquista española.

Ningún interés tiene Londres en la unidad de sus nuevos dominios. El congreso de Panamá no ha parido más que edificantes declaraciones, porque los viejos virreinatos han parido países atados al nuevo imperio de ultramar y divorciados entre sí. La economía colonial, minas y plantaciones produciendo para afuera, ciudades que prefieren el bazar a la fábrica, no abre paso a una gran nación sino a un gran archipiélago. Los países independientes se están desintegrando mientras Bolívar sueña con la patria grande. No han firmado ni un solo acuerdo comercial entre ellos, pero están inundados de mercancías europeas y casi todos han comprado la doctrina del librecambio, que es el principal producto británico de exportación.

En Londres, el primer ministro George Canning exhibe su trofeo ante la Cámara de los Comunes.

(202 y 207)

1826 - Londres
Canning

Habla la perla de la corona. El plebeyo George Canning, jefe de la diplomacia británica, consagra su obra ante la Cámara de los Comunes. Canning despliega sus brazos, sus alas de halcón:

—Yo llamé a la vida al Nuevo Mundo
—proclama el arquitecto del imperio—
para enderezar la balanza del Viejo.

En algún rincón, resuena una risita burlona. Sigue un largo silencio. Canning alza en la oscuridad su afilado perfil de fantasma y estalla entonces la mayor ovación jamás escuchada en esta sala.

Inglaterra es el eje del planeta. Lord Castlereagh había hecho mucho por el proyecto imperial hasta que una noche, abrumado, se abrió la garganta con una navaja. Apenas llegó al poder, Canning, el heredero de Castlereagh, anunció que la era de los caballeros había quedado atrás. Las glorias militares debían dejar paso a las astucias diplomáticas. Más habían hecho por Inglaterra los contrabandistas que los generales; y era llegado el tiempo de que los mercaderes y los banqueros ganaran las verdaderas batallas por el dominio del mundo.

La paciencia del gato es más eficaz que la furia del tigre.

(172 y 280)

1828 - Bogotá
Aquí la odian

Sin bajar la voz la llaman
la Forastera o la Mesalina,
y secreteando le dan nombres peores. Dicen que por ella anda Bolívar pesado de sombras y acribillado de arrugas y que en la cama quema sus talentos.

Manuela Sáenz ha peleado a lanza en Ayacucho. Los bigotes que arrancó a un enemigo fueron talismán del ejército patriota. Cuando Lima se amotinó contra Bolívar, ella se disfrazó de hombre y recorrió los cuarteles con una pistola y una bolsa de dinero. Aquí, en Bogotá, se pasea a la sombra de los cerezos, vestida de capitana y escoltada por dos negras que llevan uniformes de húsares. Hace algunas noches, en una fiesta, fusiló a un muñeco de trapo contra la pared, bajo un letrero que decía:
Francisco de Paula Santander muere por traidor.

Santander ha crecido a la sombra de Bolívar, en los años de la guerra: fue

Bolívar quien lo nombró vicepresidente. Ahora Santander quisiera asesinar al
monarca sin corona
en algún baile de máscaras o asalto a traición.

El sereno de Bogotá, farol en mano, da la última voz. Le contestan las

campanas de la iglesia, que asustan al Diablo y llaman a recogerse.

Suenan balazos, caen los guardias. Irrumpen los asesinos escaleras arriba. Gracias a Manuela, que los distrae mintiendo, Bolívar alcanza a escapar por la ventana.

(53, 202 y 295)

De la carta de Manuela Sáenz a su esposo, James Thorne

¡No, no, no más, hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme usted escribir, faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta usted, sino hacerme pasar por el dolor de decir a usted mil veces no? Señor: usted es excelente, es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted, sería nada.

…Yo sé muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi esposo? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente.

Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no… Allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores, digo, pues en lo demás., ¿quiénes más hábiles para el comercio y la marina?). El amor les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminado, despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa. Éstas son formalidades divinas; pero yo, miserable mortal, que me río de mí misma, de usted y de estas seriedades inglesas, ¡qué mal que me iría en él cielo!

(238)

1829 - Corrientes
Bonpland

Descubrió América a lo largo de nueve mil leguas y sesenta mil plantitas. Cuando volvió a París, América le hizo falta. Por revelación de su nostalgia, Aimé Bonpland supo que pertenecía a la misma tierra que las raíces y las flores que había recogido. Esa tierra lo llamaba como nunca lo había llamado Europa; y por ella descruzó la mar.

Fue profesor en Buenos Aires y labrador en los yerbales del alto Paraná. Allá lo sorprendieron los soldados de Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Supremo y Perpetuo del Paraguay. Lo molieron a palos y se lo llevaron en canoa río arriba.

Nueve años ha estado preso en Paraguay. Por espía, dicen que dijo el dictador Francia, que reina mediante terror y misterio. Reyes, emperadores y presidentes intercedieron por la libertad del célebre sabio; pero de nada valieron gestiones ni misiones, súplicas ni amenazas.

El dictador lo había condenado un día de viento norte, viento que le pone agria el alma. Un día de viento sur, decide liberarlo. Como Bonpland no quiere irse, el dictador lo expulsa.

Bonpland no había estado preso en celda. Trabajaba tierras que le daban algodón, cañas y naranjas, y había creado una destilería de aguardiente, un taller de carpintería y un hospital; atendía los partos de las mujeres y las vacas de toda la comarca y regalaba jarabes infalibles contra el reuma y la fiebre. El Paraguay amó a su prisionero descalzo, de camisa flotante, buscador de plantas raras, hombre de mala suerte que tan buena suerte da; y ahora él se marcha porque se lo llevan a la fuerza los soldados.

No bien cruza la frontera, en territorio argentino, le roban los caballos.

(255)

1829 - Asunción del Paraguay
Francia, el Supremo

No hay ladrones en Paraguay, como no sea bajo tierra, ni hay ricos, ni mendigos. Al llamado del tambor, no de la campana, acuden los niños a la escuela. Aunque todo el mundo sabe leer, no existe ni una imprenta, ni una biblioteca, ni se recibe de afuera ningún libro, ni diario, ni boletín, y el correo se ha extinguido por falta de uso.

Acorralado río arriba por la naturaleza y los vecinos, el país vive en guardia, esperando el zarpazo de Argentina o Brasil. Para que los paraguayos se arrepientan de su independencia, Buenos Aires les ha cortado la salida al mar, y se pudren sus barcos junto a los muelles; pero ellos persisten pobreando en su dignidad. Dignidad, soledad nacional: alzado sobre los vastos esteros, Gaspar Rodríguez de Francia manda y vigila. El dictador vive solo, y a solas come el pan y la sal de su tierra en platos que previamente prueban los perros.

Todos los paraguayos son espías o espiados. Muy de mañanita, mientras afila la navaja, el barbero Alejandro brinda al Supremo el primer informe del día sobre rumores y conspiraciones. Ya entrada la noche, el dictador caza estrellas con el telescopio; y también ellas le cuentan qué andan tramando los enemigos.

(82 y 281)

1829 – Río de Janeiro
La bola de nieve de la deuda externa

Hace siete años que el príncipe Pedro se proclamó emperador del Brasil. El país nació a la vida independiente golpeando a las puertas de los banqueros británicos: el rey Juan, padre de Pedro, había desvalijado el banco y se había llevado a Lisboa hasta el último gramo de oro y plata. Pronto llegaron, desde Londres, los primeros millones de libras esterlinas. Las rentas de la aduana fueron hipotecadas en garantía y los intermediarios nativos recibieron el dos por ciento de cada préstamo.

Ahora el Brasil debe el doble de lo que recibió y la deuda rueda y crece como bola de nieve. Los acreedores mandan; y cada brasileño nace debiendo.

En solemne discurso, el emperador Pedro revela que el tesoro público está exhausto,
en estado miserable,
y que la ruina total amenaza al país. Anuncia, sin embargo, la salvación: el emperador ha resuelto tomar
medidas que destruirán de un golpe la causa de la calamidad existente.
Y explica cuáles son esas radicales medidas: consisten en nuevos empréstitos que el Brasil espera recibir de las casas Rothschild y Wilson, de Londres, con intereses caros pero honorables.

Mientras tanto, los diarios informan que mil fiestas se preparan para celebrar el casamiento del emperador con la princesa Amelia. Los avisos de los diarios ofrecen esclavos negros en venta o alquiler, quesos y pianos recién llegados de Europa, casacas inglesas de paño fino y vinos de Burdeos. El Hotel do Globo, en la calle Quitanda, busca
cocinero blanco y extranjero, que no sea borracho ni pitador de cigarros,
y en la calle Ouvidor 76 necesitan
una dama que hable francés para cuidar a un ciego.

(186 y 275)

1830 - Río Magdalena
Baja la barca hacia la mar

Tierra verde, tierra negra. Allá lejos la niebla desvanece montañas. El Magdalena se lleva a Simón Bolívar río abajo.

—No.

En las calles de Lima, están quemando su Constitución los mismos que le habían regalado una espada de diamantes. Quienes lo llamaban «Padre de la Patria» están quemando su efigie en las calles de Bogotá. En Caracas lo declaran, oficialmente, «enemigo de Venezuela». Allá en París arrecian los artículos que lo infaman; y los amigos que saben elogiarlo no saben defenderlo.

—No puedo.

¿Era esto la historia de los hombres? ¿Este laberinto, este vano juego de sombras? El pueblo venezolano maldice las guerras que le han arrebatado a la mitad de sus hijos en remotas comarcas, y nada le han dado. Venezuela se desgaja de la Gran Colombia y Ecuador también se aparta, mientras Bolívar yace bajo un sucio toldo en la barca que baja por el río Magdalena hacia la mar.

—No puedo más.

Los negros siguen siendo esclavos en Venezuela, a pesar de las leyes. En Colombia y en Perú, las leyes dictadas para
civilizar
a los indios se aplican para despojarlos. El tributo, impuesto colonial que los indios pagan por ser indios, ha vuelto a imponerse en Bolivia.

¿Era esto, era esto la historia? Toda grandeza se hace enana. En la nuca de cada promesa, asoma la traición. Los próceres se convierten en voraces terratenientes. Los hijos de América se destrozan entre sí. Sucre, el preferido, el heredero, que se había salvado del veneno y del puñal, cae en los bosques, camino de Quito, volteado por una bala.

—No puedo más. Vámonos.

En el río se deslizan caimanes y maderos. Bolívar, piel amarilla, ojos sin luz, tiritando, delirando, baja por el Magdalena hacia la mar, hacia la muerte.

(53 y 202)

1830 - Maracaibo
Proclama el gobernador:

…Bolívar, el genio del mal, la tea de la anarquía, el opresor de su patria, ha dejado de existir.

(202)

1830 - La Guaira
Divide et impera

El cónsul norteamericano en La Guaira, J. G. Williamson, profeta y protagonista de la desintegración de la Gran Colombia, envió al Departamento de Estado un certero informe. Con un mes de anticipación, anunció la separación de Venezuela y el fin de los aranceles que no convienen a los Estados Unidos.

Simón Bolívar ha muerto el 17 de diciembre. Otro 17 de diciembre, hace once años, había fundado la Gran Colombia, que nació de la fusión de Colombia y Venezuela y sumó luego a Ecuador y Panamá. La Gran Colombia ha muerto con él.

Otro cónsul norteamericano, William Tudor, ha contribuido desde Lima a tejer la urdimbre de la conspiración contra el proyecto americano de Bolívar, el peligroso loco de Colombia. No sólo preocupaba a Tudor la lucha de Bolívar contra la esclavitud, mal ejemplo para el sur de los Estados Unidos, sino también, y sobre todo, el engrandecimiento excesivo de la América liberada de España. Con toda razón ha dicho el cónsul que
Inglaterra y Estados Unidos tienen razones de Estado comunes y poderosas contra el desarrollo de una nueva potencia.
El almirante británico Fleming, mientras tanto, iba y venía entre Valencia y Cartagena alentando la división.

(207 y 280)

1830 - Montevideo
Láminas escolares: La Jura de la Constitución

El gobierno inglés, había dicho lord John Ponsonby, no consentirá jamás que sólo dos Estados, Brasil y Argentina, sean dueños exclusivos de las costas orientales de la América del sur.

Por influjo de Londres, y a su amparo, el Uruguay se hace país independiente. La más rebelde provincia del río de la Plata, que ha expulsado a los brasileños de su suelo, se desgarra del viejo tronco y cobra vida propia. El puerto de Buenos Aires se libera, por fin, de la pesadilla de esta arisca pradera donde Artigas se alzó.

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