Memorías de puercoespín (4 page)

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Authors: Alain Mabanckou

Tags: #Humor

de hecho, mi querido Baobab, en aquella época no me había marchado de nuestro territorio con la idea de no regresar, te juro que tenía apego a la vida en comunidad, estaba convencido de que podía llevar una doble vida, vivir una vida de noche y otra de día, que podía a la vez estar cerca de mi dueño y seguir codeándome con mis congéneres, algo que por desgracia era incompatible con la naturaleza de doble, y fue entonces, durante mi periplo hacia Mossaka, cuando sentí en mi el liquido que acababan de hacer beber al joven Kibandi, me eché a vomitar, el mareo me enturbiaba la vista, los pinchos se me volvían cargas difíciles de llevar, sólo miraba al frente, algo así como si el chiquillo me pidiera socorro, me necesitaba, tenia que estar allí, de lo contrario le sucedería lo peor, tenía su vida entre mis patas, respiraba el aliento él recobraba, yo era él, él era yo, y para restablecer las cosas debía manifestarme con toda urgencia, el corazón estaba a punto de estallarme, ya no sabía quién era, dónde me hallaba y qué iba a llevar a cabo en Mossaka, debía avanzar, caminar, seguir la primera senda frente a mi, tenía kilómetros y kilómetros que recorrer, por supuesto no podía llegar el mismo día, pero debía partir, y como ese día llovía, al llegar a la mitad del recorrido, me vi obligado a retirarme en una cueva para pasar la noche y esperar el día siguiente, cabe decir que no me gusta mucho la lluvia porque un gran número de congéneres han perecido llevados por las aguas hasta el corazón de las cascadas del río Niari, en el interior sólo me crucé con sapos y ratoncitos que podía intimidar, alcancé los parajes de Mossaka al día siguiente a la puesta de sol, y entonces, llegado por fin a las puertas del pueblo, extenuado, con el hocico babeante, los párpados pesados, dormí detrás de una cabaña, no lejos de un río que descubría por primera vez, era un brazo del Niari que corta el país en dos, descansé allí, me dije que me tomaría tiempo para buscar la cabaña de la familia Kibandi a1 día siguiente por la mañana, porque, si me arriesgaba en plena noche, tropezaría con cazadores o perros batekes, y en mitad de la noche sentí una gran corriente de aire, unas hojas muertas que se elevaban por los aires, después un ruido extraño como si algo viniera hacia mi, «
por los pinchos de un puercoespín, es un hombre, es un hombre que me ha visto y quiere matarme, debo huir
» me dije presa del pánico, quise enseguida salir de mi escondrijo, salvar el pellejo, pero ay de mi, estaba paralizado, imposible mover una sola de mis patas, como si me hubieran dormido, de hecho me equivocaba, era más bien el ruido de un
bicho
que se desplazaba, entonces erguí mis pinchos sin haber identificado de antemano al animal que se acercaba, cada vez más, esperaba que fuera mas pequeño que yo, que temiera mis pinchos, estaba dispuesto a proyectarlos si hacia falta puesto que, a diferencia de la mayoría de mis semejantes, yo era capaz de ello, no tuve la necesidad de llegar a este punto, mucho ruido y pocas nueces, suspiré de alivio, me calmé cuando descubrí por fin al animal frente a mi, estuve a punto de echarme a reír y dar la razón a nuestro gobernador cuando sostenía que durante mis primeros meses en esta tierra me asustaba sólo de ver la cría de un lagarto, ese día no tenía por qué asustarme, no era más que una pobre rata que parecía haberse equivocado de camino y se encontraba frente a mí, le tuve compasión, a lo mejor quería información, nada podía hacer por ella, no conocía los alrededores, y después, mudando de parecer, me dije que bien mirado esa rata tenía una pinta rara, su paso de babosa desvelaba el peso de la edad que había acabado inmovilizándole las patas traseras, esa rata no era una rata como las demás, estaba allí por una razón precisa, quizá para eliminarme, impedirme llegar hasta el pequeño Kibandi, me desafiaba ahora con sus ojos desorbitados, irguió el morro, me quedé frío como el mármol, le di a entender que no sería una rata de Mossaka la que me haría estremecer, que en mi existencia había visto ratas más impresionantes, giré a mi alrededor, me olisqueó el sexo, lo lamió y desapareció por un hoyo al borde de una vivienda a unos cien metros de allí, comprendí por fin que esa vivienda era la que andaba buscando, la vieja rata era el doble nocivo del papá Kibandi, venía a confirmar mi estatuto de doble de su hijo, era el fin de la transmisión que había comenzado con la absorción del líquido iniciático, y la transmisión se efectúa de esta manera, de entrada entre los seres humanos, el iniciador y el iniciado a través de la absorción del
mayamvumbi
, después entre los animales, el doble animal del iniciador debe lamer el sexo del doble animal de su joven iniciado, de hecho el doble del papá Kibandi quería asegurarse de que el animal que viviría con su hijo era un animal valiente, un animal capaz de conservar la sangre fría frente al peligro, de haberle dado muestras de pánico, de haber intentado salir por patas, me habría eliminado sin sombra de vacilación, pero había sido bien servido, mi querido Baobab

como hacía ya cuatro días y cuatro noches que había desaparecido de la sabana para ir a Mossaka, el asunto corrió de hocico en hocico entre los animales de nuestra ramificación, se difundió entonces un rumor respecto a un puercoespín muerto al pie de una palmera, mis congéneres acudieron allí a toda velocidad, dieron la vuelta a los despojos del pobre animal roído por las hormigas rojas varias veces, sin embargo, concluyeron que ese puercoespín no se parecía a mí en absoluto porque tenía una malformación en el hocico, no se hicieron más ilusiones, no iban a pasarse la vida buscándome, debían rendirse a la realidad, tomar las disposiciones que se imponían, partieron de nuevo hacia la sabana en fila india, me imaginaba ya a nuestro gobernador confirmando con satisfacción mi muerte a los demás, explicándoles que había caído en las trampas de los chiquillos de Mossaka, me figuraba que añadiría que yo era tozudo por naturaleza, que era altanero como los hombres, que hablaba demasiado, que mi pretensión me había llevado a la ruina, que prefería la vida doméstica a la libertad de la sabana, me imaginaba también que, como de costumbre, sin duda con el propósito de asestarme la coz de ese animal idiota que los humanos llaman asno, se lanzaría en un largo discurso moralizador y que para ilustrar sus palabras evocaría una fábula que nos contaba con deleite, una fábula que nos invitaba a la reflexión,
La Rata Ciudad y la Rata de Campo
, me dije que les narraría que un de la Rata de Ciudad había invitado a la Rata de Campo y esos dos animales estaban comiendo donde los hombres cuando oyeron llegar al dueño de la casa, pusieron patas en polvorosa y cuando el ruido cesó por fin y el peligro pareció haberse disipado, la Rata de Ciudad propuso de nuevo a su comadre del campo regresar a la casa para terminar el almuerzo, la Rata de Campo declinó la proposición, recordó a su comadre que en la sabana nadie le interrumpía cuando meneaba el bigote, y entonces, mi querido Baobab, nuestro anciano gobernador revelaría quizá en una fórmula mordaz la moraleja de esta fábula que una vez más muchos de mis congéneres no habían captado pese a las explicaciones que yo les susurraba cuando el viejo concluía impertérrito «
huye del placer que el temor puede corromper
», y murmuraría «
de qué sirve el banquete cuando no se tiene la libertad, eh
», luego, créeme, seguro que demostraría que lo que me había sucedido podía suceder a todos los que se vieran tentados de aventurarse donde los hombres, «
he aquí cómo termina el destino de un inconsciente, un pequeño berreón que vi nacer, que recogí, un pequeño que se moría de miedo delante de los lagartos, que defecaba por todas partes, un pequeño de lo más desagradecido porque la naturaleza ha querido que carguemos todos con pinchos, la piel del cervato ha servido de tambor a los hombres, que os sirva de ejemplo
», tal vez concluiría, y sería, lo imagino todavía, un día triste para mis semejantes, y no por ello el viejo puercoespín interrumpiría su sermón porque, con lo locuaz que era, le gustaba ilustrar bien sus palabras como mínimo con dos o tres fábulas que había sacado de sus propios abuelos, estoy seguro de que evocaría la fábula preferida de mis congéneres,
La Golondrina y los pájaros
, al parecer existía antaño una Golondrina que había viajado mucho, visto mucho, aprendido mucho, retenido mucho de sus viajes hasta el punto que auguraba la tormenta a los marineros, y la Golondrina en cuestión, segura de su saber y su experiencia de ave migratoria, se dirigió un día a los pajarillos despreocupados para ponerlos en guardia contra el peligro al que se exponían con el inicio de la siembra efectuada por los hombres, la Golondrina les advirtió que la siembra pronto los llevaría a la ruina, había que sabotear los granos a toda costa, comerlos uno tras otro, de lo contrario tendrían como único destino la jaula o la marmita, ninguno de esos pajarillos escuchó a la Golondrina sabia, se taparon los oídos con las alas para no oír esas disquisiciones filosóficas de una criatura con plumas que, según ellos, había perdido el sentido del discernimiento a fuerza de recorrer el mundo sin objeto preciso, y cuando se cumplió la predicción para mayor sorpresa de la asamblea de los pajarillos, varios de ellos fueron capturados, esclavizados, tal vez en esta etapa del relato nuestro gobernador concluiría su fábula diciendo «
y sólo creemos el mal cuando ha venido
», tampoco dudo que se aventuraría de paso con unas cuantas alegorías más que nadie descifró en mi ausencia puesto que, como ya te dije, era yo el que intentaba desvelar a los demás el sentido oculto de las parábolas y los símbolos del viejo puercoespín, y cuando terminase de contar
La Golondrina y los pajarillos
, orgulloso de su sabiduría, soltaría con un aire grave que sólo él sabia afectar «
yo soy la Golondrina en cuestión y vosotros sois los pajarillos inconscientes, no podéis entenderlo, son palabras juiciosas que no os caben en la cabeza
», y si mis congéneres seguían perplejos, el viejo seguro que les espetaría una fórmula todavía más mordaz, del tipo «
no comprenderéis ni jota, solo el viejo sabio puede oír al grillo eyacular
», pero esta vez seguro que diría con más gravedad en la voz, «
venga, otra cosa mariposa, nadie es irreemplazable en la sabana, pero para ese cervato que se comportaba como los humanos
»

debo decirte que con mi desaparición seguro que muchos se sintieron afligidos, sobre todo los que se pirraban por las historias de hombres que les contaba cuando el viejo nos daba la espalda, pretendía entregarse a una profunda meditación, nos decía que lo dejáramos tranquilo en su recogimiento de patriarca, se subía a la copa de un árbol, cerraba los ojos, salmodiaba plegarias a trompicones, me parecía oír palabras proferidas por un verdadero primo hermano del mono puesto que los gruñidos y los murmullos de un puercoespín tienen una asombrosa sonoridad humana, no obstante, lo que me llena de orgullo hasta ahora es que estoy convencido de que varios de mis congéneres no perdieron la esperanza de volver a verme un día, era demasiado prudente para dejarme capturar como un ardilla o los pajarillos de Mossaka, se acordarían de que les había hablado mil veces de esas trampas que tomábamos a risa, reconocían mi lucidez, mi olfato, mi inteligencia, mi velocidad, mi astucia, sabían que odia sortearlas en un erguir y bajar de pinchos, o sea que mis compañeros se les antojo quizá imaginar el día de mi regreso con ellos, un gran día, se reirían a los morros del gobernador, le dirían que sus ramalazos de sabio no son más que fantochadas, me harían mil preguntas sobre mi desaparición, mi intrusión en el mundo de los primos hermanos de los mono, por qué ocultarte que las primeras preguntas que me habrían hecho se habrían referido a la condición humana, la relación entre los hombres con los animales, mis congéneres siempre habían querido saber si los primos hermanos del mono estaban convencidos de que éramos capaces de reflexionar, concebir una idea, llevarla a cabo, siempre habían querido saber también si los hombres eran conscientes del mal que infligían a los animales, si se daban cuenta de su arrogancia, su superioridad autoproclamada, pues sí, varios de ellos sólo conocían de los hombres los prejuicios que nos largaba el gobernador porque nunca habían puesto las paras en el corazón de un pueblo, o sea que sólo miraban a los hombres de lejos, les daba entonces por retorcerse de risa, tener lástima de los humanos porque éstos no utilizan los miembros superiores para moverse de un punto a otro, dado que prefieren imponerse un desplazamiento con la ayuda de sus dos pies, sólo para demostrar a las demás especies que son superiores a ellas, mis congéneres escuchaban con interés la caricatura que nuestro gobernador elaboraba de la especie humana, éste proclamaba que el Hombre es indefendible, que no merece ninguna absolución, que es la peor de las criaturas que pueda existir sobre esta tierra, que no tiene circunstancia atenuante alguna, y puesto que los humanos nos las hacen pasar canutas, puesto que son hostiles a nuestra llamada a la coexistencia pacífica y se hacen los sordos a ella, puesto que vienen a cazarnos a la sabana, puesto que no comprenderán la necesidad de un acuerdo hasta después de una larga batalla que los diezme, que les deje marcas indelebles en la mayoría, pues vaya, hay que pagarles con la misma moneda, hay que tomarla hasta con sus hijos que acaban de ver la luz del día porque «
las crías del tigre no nacen sin sus zarpas
», así hablaba nuestro gobernador, y como ves, mi querido Baobab, el género humano no era santo de su devoción

mi muerte pronto se convirtió en una certeza en nuestra comunidad, supongo que fue el gobernador el que decidió que el grupo debía cambiar de lugar cuanto antes porque, mi querido Baobab, cuando uno de nosotros moría, emigrábamos enseguida durante dos o tres días en busca de un nuevo territorio, dos razones nos empujaban a tan dolorosa migración, pensábamos de entrada que el cambio de lugar era el único escudo contra nuestras angustias y espantos dado que abrigábamos un miedo tremendo al más allá, creíamos de hecho que el otro mundo: no era más que un universo de criaturas aterradoras, además el gobernador sacaba partido de ello al explicarnos que cuando un puercoespín muere regresa al cabo de unos días entre sus congéneres vivos can los rasgos de un espíritu maligno, se vuelve gigante, con los pinchos erguidos, más largos y más puntiagudos que las azagayas de los cazadores, y todavía, según él, los pinchos de un puercoespín rozan las nubes, tapan el horizonte e impiden al día nacer, vivíamos entonces con el temor a este fantasma que regresaría del reino de los muertos con el designio de aterrorizarnos, impedirnos el sueño, arrancarnos los bonitos pinchos, amenazarnos con sus largas espinas envenenadas, pero la segunda razón que nos empujaba a emigrar tras la muerte de uno de los nuestros se desprendía más bien del instinto de supervivencia, estábamos convencidos de que un hombre que ha matado a un animal en un lugar determinado se vería tentado a volver
in silu
, «
animal prevenido vale por dos
», decía el gobernador cuando el miedo al fantasma de un puercoespín malintencionado ya no bastaba para convencernos de la necesidad de una migración, y ni se nos ocurría dar calabazas a su decisión a pesar de esas intimidaciones, lanzaba un misterioso «
hacedme caso, soy como un sordo que corre /hasta perder el aliento
», empalmaba entonces «
y si veis a un sordo correr, mis pequeños, no os hagáis preguntas, seguidlo porque él no oyó el peligro, lo vio
», por esas razones, pues, los míos se fueron quizá del territorio en que estábamos establecidos desde hacia cierto tiempo, no dejaron ningún indicio que hubiera podido conducirme hasta su nuevo territorio, e incluso si a algunos se les paso por la cabeza orientarme hacia ese nuevo lugar por medios encubiertos, por ejemplo abandonando nueces de palma a lo largo de un sendero, pinchos por el suelo, esparciendo excrementos o orina por ahí, marcando el tronco de cada árbol a zarpazos, triturando la cabeza de las cañas, no habría servido de nada, el gobernador habría embrollado esas indicaciones, es probable que se apostara detrás de la banda a fin de observar mejor el periplo, reñir a los listillos y, sobre todo, hacer desaparecer esos indicios

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