Memorías de puercoespín (3 page)

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Authors: Alain Mabanckou

Tags: #Humor

no sé si te fijaste esta mañana cuando comencé a hablar contigo, no quise atraer tu atención sobre este hecho insólito, divisé un lagarto de cierta edad avanzar hacía mí, se detuvo a unos metros, miró detrás de sí, sacó la lengua, meneó la cola y vi sus ojos desmesuradamente abiertos por la estupefacción, parecía petrificado en estatua de sal, estaba tan aterrorizado por mi actitud de parlanchín sin interlocutor que mudó de aires, desapareció por su cuenta y riesgo en una madriguera de ratas, me reí como un descosido porque hacía tiempo que no me había reído igual, me apresuré a contener este estado porque hay personas que se murieron de risa en este pueblo, y cuando vuelvo a pensar en ese pobre lagarto, me digo que era quizá la primera vez que sorprendía a un animal comportándose como un ser humano, hablando en un lenguaje coherente, meneando la cabeza en señal de aprobación, señalando con una de sus dos patas anteriores hacia el cielo a fin de jurar, tuve compasión de ese reptil aunque nuestro gobernador solía pretender que yo tenía un verdadero pavor a los lagartos cuando era muy pequeño, el de esta mañana debió de decirse que estaba soñando, y yo continué hablándote como si nada

mi elección de ocultarme a tu pie no es producto del azar, no vacilé ni un momento en cuanto te divisé cuando iba por la orilla del río, me dije que aquí es donde me cobijaría, quiero de hecho sacar provecho de tu experiencia de grandevo, sólo hay que ver las arrugas que se entremezclan alrededor de tu tronco para comprender cómo supiste hacer malabarismos con la alternancia de las estaciones, incluso tus raíces se prolongan lejos, muy lejos en el vientre de la tierra, y, de vez en cuando, sacudes las ramas para imponer una dirección al viento, recordar a la naturaleza que sólo el silencio permite vivir tanto tiempo, y yo, por los pinchos de un puercoespín, estoy aquí charlando, espantándome cuando una hoja muerta se escapa de tu copa, sin embargo, tengo que respirar un poco antes de proseguir, me estoy quedando sin aliento, las ideas se me atropellan cada vez más, creo que hablo demasiado deprisa desde esta mañana, tengo ganas de beber un poco de agua, me contentaré con lamer el rocío sobre la hierba que me rodea, no voy a correr el riesgo de alejarme de tu pie, eso no, créeme

CÓMO ABANDONÉ EL MUNDO ANIMAL

qué lejos está la época en que debía separarme de mi entorno natural a fin de acercarme al que todavía no era más que un chiquillo y que llamaba con cariño «
el pequeño Kibandi
», han transcurrido años, los recuerdos son precisos como si fuera ayer, Kibandi y sus padres vivían por aquel entonces en el norte del país, muy lejos de aquí, en Mossaka, una región de agua, árboles gigantes, cocodrilos y tortugas grandes como montañas, había llegado la hora de que abandonara el universo de los animales y emprendiera mi existencia de doble, debía revelarme a mi joven dueño, y el pequeño Kibandi me
sintió
desde los primeros días en que empecé a manifestarme con más insistencia, a ayudarle a ver con más claridad en su vida, no se lo que habría pasado si nuestra fusión no hubiera tenido lugar con tanta celeridad, yo aparecí justo en el buen momento, él tenía diez años, la edad requerida para recibir un doble nocivo, y cuando llegué a las puertas de ese pueblo del Norte, vi al retoño detrás de su padre, parecía una silueta, sentí compasión por ese niño que acababan de iniciar, ese niño que ya no lograba apaciguar la embriaguez causada por la absorción del
mayamvumbi
, su padre acababa de hacerle salvar un gran muro, un nuevo mundo se abría ante él, se había vuelto otra criatura, el ser frágil que los aldeanos de Mossaka divisaban detrás del papá Kibandi ya no era mas que un monigote, una especie de sobre hueco cuyo contenido se había evaporado y esperaba en alguna parte su hora para reunirse con su doble, formar con él una única y misma entidad, el pequeño Kibandi ya no dormía, debía luchar contra los efectos de ese líquido ritual, y, durante ese tiempo, por mi parte, me agitaba cada vez más en el bosque, la sabana se volvía agobiante, un lugar que ya no soportaba, buscaba cómo sustraerme a ella para ir a vivir cerca del pueblo de mi joven dueño, ignoraba entonces que me ganaría la ira del viejo puercoespín que nos gobernaba, él que se pasaba todo el santo día poniendo a los humanos de vuelta y media

ese período fue el más tumultuoso de mi existencia puesto que debía compaginar a ese chiquillo con nuestra pequeña familia de puercoespines, el patriarca descargaba en mi sus berrinches, se volvía cada vez más intransigente, como si se hubiera olido los trastornos que se operaban en mi vida, como si hubiera presentido lo que iba a ocurrirme, ahora multiplicaba las reuniones, la tomaba con nosotros, alzaba el tono, se expresaba con gestos afectados, se acariciaba la perilla con sus garras para después cruzar sus patas anteriores, con el hocico orientado hacia el cielo a semejanza de un humano que invoca a Nzambi Ya Mpungu
[1]
, no teníamos nada que objetar puesto que él decía la última palabra, nos aseguraba por ejemplo que tal río pasaba antaño por el otro lado y cuando le preguntábamos cuánto tiempo había tardado el río para operar ese cambio espectacular el anciano agitaba sus pinchos usados, fingía reflexionar con los ojos cerrados, nos mostraba el cielo, yo me reía a carcajada limpia, eso lo incordiaba tanto que nos amenazaba, profería su ultimátum que conocíamos de memoria, «
si es así ya no os diré nada más acerca de los hombres y sus costumbres, sois unos ignorantes
», y como no parábamos de reír, agregaba, enigmático, «
cuando el sabio muestra la luna, el imbécil siempre mira el dedo
», pero como yo ya no refrenaba las ganas de ir a ver lo que pasaba donde los primos hermanos del mono, nuestro viejo puercoespín se enfurecía y pedía a los demás que me pisaran las patas, acaso sabía que yo debía entrar en escena desde que el chiquillo Kibandi acababa de beber el líquido iniciático, eh, no lo sabía, él, mi querido Baobab, me eclipsaba a la chita callando, a veces con la complicidad de dos o tres más a los que prometía contar las verdaderas costumbres de los humanos puesto que nuestro viejo puercoespín predicaba más bien la exageración, apelando casi a la guerra de la especie animal contra la especie humana, mis desapariciones de la sabana duraban días y noches, sólo me sentía mejor en las inmediaciones del pueblo de mi futuro dueño, el gobernador estaba fuera de si cuando regresaba a nuestro territorio, me ponía de hoja de perejil, y, para empañar todavía más mi imagen, repetía a mis congéneres que los humanos habían acabado haciéndome perder la razón, que iba derechito hacia la boca del zorro, que corría el riesgo de olvidar nuestros hábitos, que iba a alejarme de aquello que hacia de nosotros los animales más nobles de la sabana, y nuestro anciano filósofo juro que un día caería yo en las trampas que tendían los hombres en la sabana, peor aun, hasta podría sucumbir a las trampas ridículas de los chiquillos de Mossaka, que aprendían a capturar los pájaros mediante la palangana de aluminio de su madre, los demás puercoespines se desternillaban de risa porque, para ellos también, más valía caer en una trampa tendida por un verdadero cazador que en la de un ser humano que todavía mamaba de su madre, y, esas trampas de chiquillos las veíamos por todas partes en el pueblo del Norte, pero hay que decir, mi querido Baobab, que sólo los pájaros de Mossaka se dejaban capturar de esta manera, me refiero sobre todo a los gorriones, que son los pájaros más tontos de este país, no quiero generalizar y atribuir su idiotez a las demás especies de vertebrados cubiertos de plumas, dotados de pico y cuyos miembros anteriores sirven para el vuelo, ah no, estoy seguro de que hay especies inteligentes entre los pájaros, ahora bien, los gorriones de Mossaka tenían un cociente intelectual tan bajo que me inspiraban lástima, todos los gorriones del mundo serán iguales, comprendo que, de tanto volar de un lado para otro, se hayan distanciado de la realidad de lo que sucede en la tierra, las trampas de los chiquillos del Norte les estaban destinadas, esos pequeños humanos disponían en medio de un vasto terreno palanganas sostenidas con un palo, alrededor del cual ataban un largo hilo; apenas visible, se escondían entonces en un bosquecillo, a unos cien metros, y los pobrecillos, atraídos por los granos esparcidos alrededor de la palangana, se atropellaban, piaban en las copas de los arboles antes de decidirse unánimemente a aterrizar, sin tomar la precaución de designar a varios vigilantes para que los alertaran en caso de peligro, entonces los chiquillos tiraban del hilo de la trampa engañabobos y los gorriones se encontraban prisioneros debajo del recipiente, pero lo raro, mi querido Baobab, es que ninguno de ellos se olía el peligro que habría saltado a la vista de cualquier animal incluso desprovisto de cacumen, acaso esos seres volátiles no podían preguntarse que era curioso encontrar un recipiente en medio de un descampado, que era sospechoso que hubiera granos en el suelo y que otros bichos picudos pasaran de ellos, nunca me había metido en esos atolladeros, de lo contrario no estaría aquí hablándote de todo esto, y entonces, mis congéneres, adoctrinados por nuestro gobernador, se imaginaban ya que me dejaría atrapar en esas trampas, «
el tambor esta hecho con la piel del cervato que se alejó de su mamá
», profetizaba nuestro australopiteco, persuadido de que yo no captaba el sentido de esas palabras, y su declaración suscitaba un gran barullo en el grupo, varios congéneres la repetían a las primeras de cambio, imitaban los gestos del patriarca, incluso habían empezado a pitorrearse de mi llamándome El Cervato hasta el día en que, harto de esas bromas que ya no me hacían reír, les expliqué que el cervato, al igual que el gamezno o el corcino, era la cría de un venado, de un ciervo, un gamo o un corzo, respectivamente, en cambio yo era un puercoespín, un puercoespín orgulloso serlo

puesto que el animal que se convierte en el doble nocivo de un ser humano debe abandonar su entorno natural, su familia, fue pues allí, en Mossaka, donde se consumó mi escisión con los miembros de nuestro grupo, y eso que teníamos la suerte de vivir en comunidad cuando se sabe que el puercoespín tiene la reputación de ser un animal solitario, y nuestro viejo gobernador celebraba consejo cada tarde, profería sus generalidades, yo veía perfectamente que hablaba de mí con indirectas cuando afirmaba que nadie es irreemplazable en el bosque, que puercoespines pretenciosos, había conocido a manta, que sabía cómo volver a ponerlos en su sitio, y como yo no chistaba, puntualizaba más, mascullaba comentarios de tipo «
el pez que se pavonea en el afluente ignora que tarde o temprano terminará como pescado salado vendido en el mercado
», ya no vacilaba en recordar que yo era huérfano, que sin él no habría sido un puercoespín en vida, contaba que mis procreadores eran tan tozudos como yo, que habían dejado esta tierra poco después de mi venida al mundo, cuando tenía yo apenas tres semanas, y nuestro gobernador se jactaba de haberme recogido, él y su difunta hembra, exponía con todo lujo de detalles cómo me pasaba todo el santo día defecando, que no era más que un perezoso, y cómo las crías de los lagartos me llenaban de pavor, y los demás se carcajeaban todavía más, también por él me enteré de las costumbres de mis progenitores, al parecer les gustaba frecuentar a la especie humana, desaparecían por la noche, erraban donde los humanos de Mossaka, no regresaban hasta al día siguiente al amanecer, muertos de sueño, con los ojos enrojecidos y las garras enlodadas, se pasaban el día entero durmiendo como lirones, el gobernador no tenía ninguna explicación para esto, yo había empezado a reconstituir cachito a cachito lo que había sido su existencia, ya no me cabía ninguna duda respecto a ellos, eran dobles nocivos, llegué a esta conclusión el día en que sentí en mí la llamada del joven Kibandi, acepté la idea de que descendía de un linaje de puercoespines cuyo destino era servir a los humanos, no para lo mejor sino para lo peor, y el gobernador me daba grima cada vez que hablaba de la muerte de mis progenitores, pretendía que había tratado de espiarlos una noche para ver donde se dirigían con tanto frenesí, pero se habían librado de él entre los bosquecillos porque el viejo ya en aquella época tenía problemas de vista, pasó una semana sin que dieran señales de vida, luego hubo ese día sombrío, el octavo día de su desaparición, ese día fatídico en que un búho con la pata triturada por las trampas de los hombres sobrevolaba nuestro territorio y vino, al parecer, a anunciar al gobernador la mala noticia que estaba en hocico de la mayoría de los animales de nuestra comarca, le informó de que un cazador había matado a mis progenitores no lejos de Mossaka, toda la manada tuvo que mudarse a toda prisa y encontrar un territorio a varios kilómetros de allí

el caso es que yo no tomaba en cuenta el destino de mis procreadores puesto que no los había conocido, dejaba que el viejo gobernador contara sus mentiras a los demás, me fiaba de mi instinto, desaparecía de la sabana cada vez más a menudo, además ya no distanciaba mis escapadas, y por primera vez me desvanecí durante cuatro días y cuatro noches, no hacía más que tirar millas, ya nada podía detenerme, era superior a mi, y los congéneres asustados, me buscaron por todas partes, registraron los bosquecillos de los lugares donde teníamos la costumbre de abrevarnos mientras uno de nosotros vigilaba por si había cazadores emboscados en las inmediaciones, yo no estaba allí, y, como último recurso, solicitaron información a otros animales de nuestra especie, éstos no comprendían de qué puercoespín se les hablaba cuando se les daba mi descripción, algunos decían que yo avanzaba huroneando cada centímetro cuadrado, otros agregaban que solía esconderme detrás de los árboles como si temiera constantemente un peligro, y ese día el gobernador precisó que tenía los andares de un puercoespín que se rompió la pata debido a la trampa de un hombrecillo que todavía mama de su mamá, pretendió que cojeaba, renqueaba, varios de mis congéneres pusieron el grito en el cielo ante esa gran mentira, continuaron sus pesquisas porque me apreciaban y como me gustaba acurrucarme en los huecos de los troncos de los árboles, en particular de los árboles como tú, escrutaron primero las cavidades de los baobabs, luego de las palmeras alrededor, de rebote disturbaron la intimidad de las ardillas, que no se privaron de acribillarlos con nueces de palma antes de proferirles injurias en su lengua, y yo, entretanto, me hallaba en los parajes de Mossaka a fin de impregnarme del niño cuyo doble iba a ser, tenía una idea vaga respecto a él porque lo veía en sueños cuando, en el corazón de la noche, sentía en mi una vibración procedente de no sé dónde y que sólo perciben los animales predispuestos a fusionarse con un ser humano, ahora bien, quería estar seguro de que no me equivocaba de chiquillo, estaba lejos de pensar que iba a eternizarme en Mossaka, que iba a abandonar a mis congéneres para siempre

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