Misterio en la villa incendiada (19 page)

—Prosiga usted —instó el inspector—. ¿Vio usted a alguien más?

—Sí, en efecto —afirmó el vagabundo—. ¡Vi al propio señor Hick en persona!

Todos los presentes escuchaban conteniendo el aliento.

—Mientras me hallaba echado debajo de aquel arbusto diciéndome que el jardín estaba muy concurrido aquella noche, oí deslizarse a alguien a través del claro del seto, no lejos de mí. Atisbando entre el ramaje del arbusto, comprobé que se trataba del propio señor Hick. El hombre permaneció un buen rato en aquella zanja, y luego dirigiéndose a un gran grupo de zarzas, sacó de su interior una lata allí escondida.

Fatty exhaló un pequeño silbido. Resultaba extraordinario oír de los labios del vagabundo toda la historia que tan cuidadosamente habían reconstruido los muchachos. ¡Aquella lata debía de contener gasolina!

—Entonces el señor Hick se encaminó a la pequeña villa inmediata, y tras permanecer allí un rato, salió, cerró la puerta con llave y se ocultó de nuevo en la zanja —explicó el vagabundo—. Yo permanecí debajo de mi arbusto más quieto que un ratón. Al cabo de un rato, cuando había anochecido ya, oí salir al señor Hick de su escondrijo y encaminarse hacia la calle que conduce a la vía del tren. Luego vi un resplandor en la villa y, adivinando que estaba en llamas me alejé del lugar como alma que lleva el diablo. No me hacía ni pizca de gracia que me encontrasen allí y me acusasen de incendiarla.

—Gracias por su información —agradeció el inspector—. ¿No vio usted a nadie más?

—A nadie en absoluto —repuso sin titubear el vagabundo.

—Una estratagema muy ingeniosa, ¿eh? —comentó el inspector—. El señor Hick necesita dinero. Se las ingenia para sostener una disputa con una porción de gente aquel día a fin de que si por casualidad la compañía de seguros sospecha de un engaño, haya muchas personas con motivos para incendiar la villa por venganza. Por la tarde ordena a su chófer que le lleve a la estación para tomar el tren a la ciudad. Luego se apea en la primera estación, y a través de los campos regresa a su jardín, donde se esconde hasta la hora de pegar fuego al estudio. Hecho esto, vuelve a la vía y aguarda en el lugar donde el tren de Londres suele detenerse unos instantes. Amparado en la oscuridad, sube a un vagón vacío y llega a la estación de Peterswood, en la cual le aguarda su chófer para conducirle a casa, donde le dan la noticia de que se ha incendiado su estudio. Muy ingenioso, ¿eh?

—Creo que ha llegado la hora de formular unas pocas preguntas al señor Hick —intervino el policía de paisano.

—Comparto esa opinión —convino el inspector.

Luego, volviéndose a los niños, agregó:

—Ya os tendremos al corriente de lo que suceda. Permitidme repetir que estoy orgulloso de haber conocido a los Cinco Pesquisidores... y el perro. Confío en que trabajaremos juntos en la resolución de otros misterios en el futuro. Agradeceré infinitamente vuestra colaboración... y estoy seguro de que el señor Goon opina lo mismo que yo.

El Ahuyentador estaba muy lejos de compartir dicha opinión, pero hubo de limitarse a asentir, esbozando una forzosa sonrisa. Le contrariaba pensar que los cinco «entrometidos» habían desentrañado el misterio antes que él, y que su actuación merecía los elogios del inspector.

—Buenos días, Goon —dijo el inspector afablemente, dirigiéndose a su coche.

—Buenos días, inspector Jenks —murmuró el pobre Ahuyentador.

—¿Queréis que os lleve, muchachos? —inquirió el inspector—. ¿Voy en vuestra dirección?

Así era, en efecto, puesto que se dirigía a casa del señor Hick en compañía del policía de paisano. Los niños se amontonaron en el interior del gran automóvil henchidos de un sentimiento de superioridad, en espera de que todos los habitantes del pueblo les vieran ir en coche con su amigo, el gran inspector.

—Me figuro que sería demasiado pedir que intercediese usted por nosotros ante nuestros padres, ¿verdad? —aventuró Pip—. Verá usted: ¡el señor Goon formuló tantas quejas contra nosotros! Si usted hablase bien de nosotros, nos prestaría una inmensa ayuda.

—Lo haré con muchísimo gusto —brindóse el inspector, poniendo en marcha su potente auto—. Pasaré por tu casa después de interpelar al señor Hick.

El policía cumplió su promesa. Aquel mismo día visitó a la madre de Pip con objeto de ponerle de manifiesto su admiración por los Cinco Pesquisidores.

—Son unos niños muy listos —declaró a la impresionada señora—. Estoy seguro de que está usted de acuerdo conmigo. Me siento orgulloso de conocerles.

Los muchachos le rodearon ávidamente.

—¿Qué hay del señor Hick? ¿Qué ha dicho?

—Le he interrogado minuciosamente dándole cuenta de que lo sabíamos todo y de que, además, estábamos en posesión de sus zapatos —manifestó el inspector—. Al principio, lo ha negado, pero al ser instado a explicar cómo se las arregló para oír aquellos aeroplanos volando por aquí a una hora en que aseguraba hallarse en Londres, perdió la serenidad y confesó todo. De resultas de lo cual, me temo que el señor Hick tendrá que abandonar su confortable casa y pasar una larga temporada con la policía. A estas horas, ya está camino de la comisaría, y la pobre la señora Minns se halla en un estado de gran excitación.

—Supongo que Lily se alegrará de que Horacio se vea libre de sospecha —comentó Daisy—. Ahora propongo que vayamos a contárselo todo al señor Smellie y a pedirle perdón por meternos en su casa y llevarnos su zapato. ¿Cree usted que el señor Goon se lo devolverá, inspector Jenks?

—Ya se lo ha devuelto —declaró el hombretón—. Bien, muchachos. Ahora tengo que marcharme. Espero volver a veros algún día. Habéis demostrado mucha habilidad con vuestras pistas y vuestra lista de sospechosos.

—Sólo nos ha fallado una pista —confesó Larry sacándose del bolsillo la fosforera con el pedacito de franela gris en su interior—. No pudimos encontrar ningún sospechoso con una chaqueta de franela gris rasgada por algún sitio.

—Bien —repuso el corpulento inspector, solemnemente—. Si no tenéis inconveniente, os expondré una idea que pondrá en claro este particular.

—¡Oh, sí! —exclamó Bets.

El inspector atrajo a Larry hacia sí, y obligándole a ponerse de espaldas, mostró a los demás una diminuta rasgadura en su chaqueta de franela gris, junto al sobaco izquierdo.

—¡He aquí la procedencia de vuestro pedacito de franela gris! —declaró el policía con fuerte cloqueo—. Todos vosotros atravesasteis aquel claro del seto cuando ibais en busca de huellas, ¿no es eso? Entonces, Larry debió de prenderse la chaqueta en una espina y el muchacho que le seguía viendo el fragmento de tela gris en la ramita, pensó que era una pista. ¡Menos mal que no advertisteis que Larry tenía la chaqueta rasgada! ¡De lo contrario, aun «le» habríais incluido en la lista de sospechosos!

Todos se rieron.

—¿Cómo es posible que ninguno de nosotros se fijase en ese detalle? —exclamó Bets, asombrada—. ¡Pensar que descubrimos tantas cosas y nos pasó por alto una cosa tan sencilla!

—Adiós, muchachos —dijo el inspector subiendo a su coche—. Gracias por vuestra ayuda. ¡Estoy seguro de que todos estáis de acuerdo conmigo en que el desenlace ha sido altamente satisfactorio!

—¡Completamente de acuerdo! —exclamaron todos a una—. ¡Adiós! ¡Fue una suerte muy grande encontrarle a usted en la orilla del río, inspector!

El automóvil alejóse, zumbando calle arriba. Tras su desaparición, los niños entraron de nuevo en el jardín.

—¡Qué semana más emocionante hemos pasado! —comentó Daisy—. Supongo que una vez aclarado el misterio se disolverá la asociación de los Pesquisidores.

—Nada de eso —repuso Fatty. Seguiremos siendo los Cinco Pesquisidores y el perro, por la sencilla razón de que puede surgir otro misterio por desentrañar. Es cuestión de estar a la expectativa.

Y, en efecto, nuestros amigos aguardan... Y no cabe duda de que la ocasión se presentará.

Aunque, claro está, eso será objeto de otra historia.

FIN

NOTAS

‹ 1 ›
Equivalente al español «hipo». En inglés queda divertido al juntar Hick y Cup (taza).

‹ 2 ›
«Smellie» significa maloliente.

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