Shannon parece tenerlo todo en la vida: belleza, fama, un novio, una gran amiga... pero cuando un «accidente» la deja completamente desfigurada e incapaz de hablar, pasa de ser un hermoso centro de atracción a convertirse en un monstruo invisible, tan horrible que nadie parece percatarse de su existencia. Nadie, salvo Brandy Alexander, un transexual a quien conoce en el hospital y que le ofrece la oportunidad de encontrar su nuevo destino, a partir de olvidar su pasado y construirse infinitos y simultáneos presentes. Así, tras secuestrar a Manus, su actual ex novio, partirán en una carrera desenfrenada que solo puede conducirlos hacia su aniquilación.
Monstruos invisibles
es una road movie alucinada cuyos protagonistas se lanzan en una aventura contra la imposición social de la belleza.
Palahniuk
, dueño de un universo muy personal, sacude y agita nuestras mentes de un modo brutal.
Chuck Palahniuk
Monstruos invisibles
ePUB v1.0
GONZALEZ24.04.12
Título original:
Invisible Monsters
Edición en formato digital: marzo de 2012
© 1999, Chuck Palahniuk
© 2003, Random House Mondadori, S. A.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2003, Catalina Martínez Muñoz, por la traducción
Diseño de la cubierta: Random House Mondadori
Ilustración de la cubierta: © Rodrigo Corral
ISBN: 978-84-397-2619-7
Para Geoff, que decía: «Esto va de robar drogas»
.
Y para Ina, que decía: «Esto es perfilador de labios»
.
Y para Janet, que decía: «Esto es crep georgette»
.
Y para Patricia, mi editora, que seguía diciendo
:
«Esto no tiene suficiente calidad»
.
Se supone que estáis en una de esas magníficas bodas de West Hills, en una enorme mansión llena de flores y champiñones rellenos. Esto es lo que se llama la puesta en escena: dónde está todo el mundo, quién está vivo y quién está muerto. Es el momento de la gran recepción de Evie Cottrell, en el día de su boda. Evie está de pie en mitad de las imponentes escaleras del vestíbulo de la mansión, desnuda bajo lo poco que queda de su traje de novia, con la escopeta en la mano.
Yo estoy al pie de la escalera, pero solo físicamente. Mi cabeza está no sé dónde.
De momento nadie ha muerto del todo, pero digamos que el reloj marca los segundos.
No es que ninguno de los personajes de este extraordinario drama sea un ser vivo y real. Para saber qué aspecto tiene Evie Cottrell basta con mirar algún anuncio televisivo de champú orgánico, solo que en este momento el traje de novia de Evie está quemado justo hasta los aros de la falda que orbitan alrededor de sus caderas y hasta los pequeños esqueletos de alambre de las flores de seda que llevaba en el pelo. Y el pelo rubio de Evie, cardado bien alto y como un arco iris en todos los tonos de rubio, bien fijado con laca, pues bien, el pelo de Evie también está quemado.
El único personaje aparte de nosotras es Brandy Alexander, que está tendida al pie de la escalera tras recibir un disparo, desangrándose.
Me llama la atención que el líquido rojo que fluye a borbotones por el orificio de la bala parece no tanto sangre como una herramienta sociopolítica. Eso de estar clonado a partir de los anuncios de champú también vale para Brandy Alexander y para mí. Matar a alguien de un tiro en esta habitación podría ser el equivalente moral de matar un coche, o una aspiradora o una muñeca Barbie. De borrar un disco duro. De quemar un libro. Es probable que esto sea lo mismo que matar a cualquier persona. Todos somos productos semejantes.
A Brandy Alexander, la reina suprema de las chicas de fiesta de la alta sociedad, con su talle esbelto como el bambú, se le salen las tripas por un orificio de bala a través de su increíble traje de chaqueta. El traje es de Bob Mackie, blanco, y Brandy lo compró en Seattle, con una falda recta muy ajustada que le oprime el culo formando un corazón perfecto. No os podéis imaginar lo que cuesta el traje en cuestión. El margen de beneficios es del tropecientos por cien. La falda es muy corta; las solapas y las hombreras son muy grandes. El corte de la fila de botones es simétrico, a excepción del agujero por el que sale la sangre.
Evie empieza a sollozar, en mitad de la escalera. Evie, el virus mortal del momento. Esta es nuestra clave para descubrir a la pobre Evie, a la pobre y triste Evie, despeinada, vestida de cenizas y embutida en el miriñaque de su falda quemada. Poco después suelta la escopeta. Con la cara sucia hundida entre las manos sucias, Evie se sienta y empieza a gemir, como si el llanto lo solucionara todo. La escopeta, cargada, del calibre treinta y algo, cae rebotando escaleras abajo y se desliza hasta el centro del suelo del vestíbulo, girando, apuntándome a mí, apuntando a Brandy, apuntando a Evie, que llora.
No creáis que soy un producto de laboratorio condicionado para no responder a la violencia, pero mi primer impulso es frotar las manchas de sangre con sosa.
He pasado la mayor parte de mi vida adulta posando a cambio de un fajo de billetes por hora, luciendo ropa y zapatos, bien peinada delante de un fotógrafo de moda que me dice lo que debo sentir.
El fotógrafo grita: Dame placer, cariño.
Flash.
Dame maldad.
Flash.
Dame desapego y hastío existencial.
Flash.
Dame intelectualidad rampante, como mecanismo compensatorio.
Flash.
Puede que sea la impresión de ver que mi peor enemiga se carga de un tiro a mi segunda peor enemiga. Bum, y todo el mundo sale ganando. Eso y el hecho de que a fuerza de tratar con Brandy he desarrollado un increíble talento dramático.
Parece que estoy llorando cuando me pongo un pañuelo por debajo del velo para respirar a través de él. Para filtrar el aire porque apenas se puede respirar a causa del humo, porque la enorme mansión de Evie se está quemando.
Yo, arrodillada junto a Brandy, podría llevarme las manos a cualquier parte del vestido y encontrar Darvon y Dolantina y dextropropoxifeno. Esa es la clave para entenderme. Mi vestido es una imitación de saldo de la Sábana Santa de Turín, principalmente marrón y blanca, drapeado y cortado de manera que los brillantes botones rojos oculten los estigmas. Además, llevo metros y metros de velo de organdí blanco en la cabeza, adornado con estrellitas de cristal austríaco talladas a mano. La verdad es que no os podéis imaginar la pinta que tengo, pero esa es más o menos la idea. Mi aspecto es elegante y sacrílego, y me hace sentir santa e inmoral.
Alta costura, cada vez más alta.
El fuego avanza centímetro a centímetro por el papel pintado del vestíbulo. Soy yo quien ha prendido fuego, para realzar la escenografía. Los efectos especiales pueden hacer maravillas a la hora de intensificar un estado de ánimo, y esto para nada se parece a una casa de verdad. Lo que está ardiendo es una recreación de una casa de época diseñada a partir de una copia de una copia de una copia de la maqueta de una mansión estilo Tudor. Cien generaciones la separan de cualquier cosa original, pero ¿no es cierto que a todos nos ocurre lo mismo?
Justo antes de que Evie baje las escaleras gritando y dispare a Brandy Alexander, yo derramo varios litros de Chanel Número Cinco, lo prendo con una invitación de boda. . . y bum, estoy reciclando.
Tiene gracia pensar que hasta el más trágico de los incendios no es más que una reacción química. La quema de Juana de Arco.
La escopeta, que, sigue girando en el suelo, me apunta, apunta a Brandy.
Otra cosa es que, por mucho que creas que quieres a alguien, te echas atrás cuando el charco de su sangre se acerca demasiado.
Al margen de todo este drama, hace un día espléndido. Hace un día agradable y soleado, y la puerta principal está abierta al porche y al jardín. El fuego del piso de arriba transporta hasta el vestíbulo el olor tibio de la hierba recién cortada, y se oye a los invitados que están fuera. Los invitados se llevaron lo que quisieron, el cristal y la plata, y salieron al jardín para esperar la llegada de los bomberos y la ambulancia.
Brandy abre una de sus manos cubiertas de anillos y se palpa el agujero, derramando su sangre sobre el suelo de mármol.
Brandy dice:
—Mierda. Ya no podré cambiar el traje.
Evie se descubre el rostro, embadurnado de hollín, de mocos y de lágrimas, y grita:
—¡Odio esta vida tan aburrida!
Evie le chilla a Brandy Alexander:
—¡Resérvame una mesa junto a la ventana en el infierno!
Las lágrimas trazan limpias líneas en las mejillas de Evie, que grita:
—¡Amiga! ¡Tienes que contestarme a gritos!
Como si la situación no tuviese suficiente dramatismo, Brandy levanta la vista y me ve arrodillada junto a ella. Con los ojos de color berenjena dilatados como flores, dice:
—¿Se va a morir Brandy Alexander?
Evie, Brandy y yo; todo se reduce a una lucha de poder para ver quién chupa más cámara. Todas queremos ser yo, yo, yo la primera. La asesina, la víctima, la testigo, todas pensamos que nuestro papel es el protagonista.
Tal vez esto sea aplicable a cualquiera.
Todo es espejo, espejo en la pared, pues la belleza es poder como el dinero es poder y un arma es poder.
Además, cuando veo en el periódico la foto de una chica de veintitantos años raptada, sodomizada, atracada y finalmente asesinada, que aparece en portada, joven y sonriente, en lugar de pensar que se trata de un crimen atroz, mi primera reacción es: uau, estaría buenísima si no tuviera esa narizota. Mi segunda reacción es: me gustaría tener a mano una pistola para pegarme un par de tiros en el caso de que me secuestrasen y me sodomizasen hasta matarme. Mi tercera reacción es: bueno, al menos esto pone fin a la competición.
Por si ello no bastase, el vaporizador que uso es una suspensión de fragmentos fetales inertes diluidos en aceite mineral hidrogenado. Lo cierto es que, honestamente, mi vida entera gira en torno a mi persona.
Eso a menos que la cámara esté rodando y algún fotógrafo gritando: Dame empatía.
Y luego salta el flash de la estroboscópica.
Dame simpatía.
Flash.
Dame una franqueza brutal.
Flash.
—No me dejes morir aquí en el suelo —dice Brandy. Y se aferra a mí con sus manos enormes—. Mi pelo —dice—, se me está aplastando por detrás.
Lo cierto es que sé que Brandy está a punto de morir, pero no consigo meterme en la escena.
Evie solloza cada vez más fuerte. Para colmo, las sirenas de los bomberos terminan por convertirme en la reina de Villa Migraña.
La escopeta sigue girando en el suelo, aunque cada vez más despacio.
Brandy dice:
—Esta no es la vida que Brandy Alexander quería. En primer lugar, se supone que es famosa. Se supone que sale por televisión en el intermedio de la Super Bowl bebiendo una Coca-Cola light y desnuda, moviéndose a cámara lenta antes de morir.
La escopeta deja de girar y no apunta a nadie.
Al oír los sollozos de Evie, Brandy grita:
—¡Cállate!
—¡Cállate tú! —responde Evie, también a gritos. A su espalda, el fuego va devorando la alfombra de las escaleras.