Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online

Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (104 page)

Pero quizá fue en el plano político donde más graves se manifestaron las consecuencias de la derrota de Alarcos. Recordemos que Alfonso de Castilla se había lanzado al combate sin esperar a los reyes de León y de Navarra. El de Navarra, Sancho VII, enojado, vuelve a Pamplona sin la menor consideración.Y el de León, Alfonso IX, enfurecido, acude a Toledo a pedir explicaciones. Explicaciones y algo más, porque en esa tesitura, con Castilla postrada, ha llegado el momento de exigir lo que hasta ahora el orgullo castellano se había negado a dar, y en particular los castillos señalados un año antes en el Tratado de Tordehumos.

Aquí jugó un papel de importancia Pedro Fernández de Castro, «el castellano», aquel magnate que había pasado al campo almohade por su hostilidad a Castilla. La participación de Castro en la batalla de Alarcos no había sido especialmente notable, pero, una vez acabada la lucha, será él quien se encargue de negociar con Diego López de Haro las condiciones de la rendición. Seguramente es a Pedro Fernández de Castro al que hay que atribuir las circunstancias relativamente benignas de la capitulación: Diego López de Haro salvó la vida y se le permitió marchar, así como a los demás supervivientes de Alarcos. Cautivos del moro sólo quedaron doce caballeros como rehenes para el pago de rescates, lo cual era una práctica habitual de la guerra en ese tiempo. Sabemos que esto irritó grandemente a los almohades de Yusuf, que sin duda hubieran preferido una degollina masiva, pero el califa dejó hacer a Castro. ¿A qué estaba jugando el califa? ¿Y a qué estaba jugando Castro?

Todo indica que los dos,Yusuf y Pedro Fernández de Castro, estaban jugando a utilizar la victoria mora de Alarcos para dibujar un nuevo equilibrio político en España. Antes de Alarcos, los cristianos habían formado frente común por insistencia del papa; pero ahora, después de Alarcos, los leoneses y los navarros estaban enojadísimos por la conducta del castellano, que había querido combatir solo. Por tanto, la ocasión la pintaban calva para provocar una nueva ruptura entre Castilla y León, lo cual aliviaría sobremanera la posición almohade. Es muy sintomático que quien negocie la rendición de Alarcos no sea un caudillo moro victorioso, sino un cristiano como Castro.Y aún más sintomático es que Castro, después de la batalla, aparezca de nuevo junto al rey de León.

¿Cuál era el objetivo de Pedro Fernández de Castro? Desde siempre, recuperar los territorios que el anterior rey de León había otorgado a su padre entre Trujillo y Montánchez, entre el Tajo y el Guadiana; esos territorios que Castilla se había quedado. Mientras duró la alianza entre Castilla y León, Pedro no podía tener la menor esperanza de recuperar aquel señorío familiar, y por eso pasó al lado almohade. Pero ahora, al calor de Alarcos, con Castilla debilitada, León podía plantear exigencias.Y el rey de León podía, además, contemplar la posibilidad de un nuevo pacto con el califa. ¿Quién era el intermediario idóneo para ese pacto? Sin duda, Pedro Fernández de Castro. El cual, por su parte, recuperaría el señorío de los Castro en la frontera.

Hubo pacto, en efecto, entre el califa y León. Hubo también pacto entre el califa y Navarra. Se trataba de pactos temporales y por separado que contemplaban, en el caso de León, una tregua, y en el caso navarro, la neutralidad del reino de Pamplona. Suficiente, en todo caso, para cumplir el objetivo que Yusuf II se había fijado: romper la alianza de los reinos cristianos. Algo, sin embargo, sucedió al margen del programa.Y es que los almohades, después de devastar a conciencia La Mancha y la Extremadura —con apoyo leonés—, marcharon contra los territorios que Castro consideraba suyos: Trujillo, Montánchez, etc. Pedro Fernández de Castro rompió sus relaciones con el califa almohade y pasó decididamente al lado del rey de León, que le nombró mayordomo mayor.

Pero al califa AbuYakubYusuf al-Mansur, seguramente, todo aquello le daba ya igual. Había obtenido su propósito, que era deshacer cualquier perspectiva de alianza cristiana contra él. Conseguido eso, volvió a África, donde le quedaba pendiente el problema del rebelde almorávide Ibn Ganiya. La última campaña de Yusuf II fue precisamente contra este último resto de la vieja dinastía. Confinados en el desierto de Libia, los de Ibn Ganiya no pudieron hacer otra cosa que morir con honor.Y una vez resuelto su último problema,Yusuf II entregó su vida en el año 1199. Había reinado quince años. En ese periodo el Imperio almohade conoció su mayor esplendor. Le sucedió su hijo Muhammad al-Nasir.

¿Y en la España cristiana? Lo que quedaba en la España cristiana era un paisaje de extrema inestabilidad. Vuelve a reproducirse el esquema de pactos y alianzas entre y contra los cinco reinos, en paz unas veces, en guerra otras, buscando cada cual la definición de su propio espacio político a costa del vecino. En los años inmediatamente posteriores a Alarcos, veremos a León atacando la Tierra de Campos castellana y a Navarra haciendo lo propio en La Rioja y Soria. Todo eso mientras la frontera sur castellana sufre algaradas diversas por parte musulmana.Vienen años dificiles. Como siempre.

A perro flaco, todo son pulgas

No hay mejor bálsamo que la victoria ni peor veneno que la derrota. Después del desastre de Alarcos, todas las querellas entre los cinco reinos de la España cristiana vuelven a salir a la luz.Y ahora Castilla lleva las de perder. Sancho VII aprovecha la derrota castellana de Alarcos, fortifica el castillo de Cuervo, próximo a Logroño, y desde allí lanza devastadoras expediciones contra Soria y Almazán. Alfonso IX de León hace lo mismo: entra en la Tierra de Campos y llega hasta Carrión y Villalcázar de Sirga, y lo hace, además, acompañado de huestes almohades. La guerra llena el paisaje.

Y sin embargo, estos años de guerra y hostilidad van a ser también años de acuerdos y paces. Parece que tuvo una importancia decisiva en este asunto la peregrinación de Alfonso II de Aragón a Santiago de Compostela. El Rey Trovador aún no tenía cuarenta años, pero debía de sentirse muy enfermo, porque ya hemos visto que era costumbre de los reyes peregrinar a Santiago antes de rendir la vida. Alfonso de Aragón, de hecho, va a morir pocas semanas después. La cuestión es que a la vuelta de Santiago, ya entrado el año de 1196, Alfonso II aprovechó el viaje para llamar a entendimiento a los caudillos de la España cristiana. Aunque al rey de León no le entusiasmaba particularmente la idea, los otros monarcas —el de Castilla y el de Navarra— sí aceptaron encontrarse con el Rey Trovador en Tarazona. El acuerdo sirvió, ante todo, para pacificar las fronteras. La paz durará poco, pero al menos marcaba una pausa en el conflicto.

Es indudable que en este gesto del Rey Trovador influyó decisivamente la política papal: el ancianísimo papa Celestino III —noventa años en 1196— mantenía su programa de paz entre los cristianos y guerra contra el musulmán, programa que incluía la excomunión para el cristiano que colaborara con los sarracenos. Esta política dejaba en muy mal lugar a los cristianos que, como el rey de León Alfonso IX, habían pactado treguas con los almohades.Y por el contrario, beneficiaba a los que, como Alfonso VIII de Castilla, mantenían a todo trance la lucha contra los musulmanes. Cuando los dos Alfonsos —el de Castilla y el de Aragón— recuperaron el espíritu de amistad que les caracterizó en su juventud, dejando de lado al tercer Alfonso —el de León—, el mapa político de la Península volvió a cambiar.

Murió inmediatamente después Alfonso II de Aragón, el Rey Trovador, y le sucedió su hijo Pedro II. Murió también el papa Celestino III, con más de noventa años, y le sucedió Inocencio III: un joven jurista de familia aristocrática, enérgico y de una integridad moral ejemplar. Pero estos cambios no modificaron el mapa político, al revés. Pedro II ratificó los pactos de su padre con Castilla. Inocencio III acentuó el programa cruzado de su predecesor.Y ahora, en España, dos reyes quedaban en situación francamente desairada: Sancho VII de Navarra y, una vez más, Alfonso IX de León.

¿Por qué Sancho de Navarra quedaba en posición desairada? Porque, desde mucho tiempo atrás, todo pacto entre Castilla y Aragón implicaba siempre el reparto de Navarra entre sus dos vecinos. Sancho lo sabía y trató de oponer resistencia, pero en vano. A partir de mayo de 1198, castellanos y aragoneses golpean las fronteras navarras. Pedro de Aragón conquista el Roncal, Burguí y Albar; Alfonso de Castilla se queda con Miranda de Arga e Inzura. Sancho de Navarra reacciona con una jugada política: como no puede enfrentarse a la vez a castellanos y aragoneses, trata de neutralizar a estos últimos. ¿Cómo? Ofreciendo al rey Pedro II de Aragón la mano de una hermana suya. Era un matrimonio imposible por consanguinidad, pero sirvió para detener la ofensiva aragonesa. No pudo, sin embargo, frenar a los castellanos, que en los meses siguientes intensifican su actividad en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Sancho se ve acorralado y toma una decisión arriesgadísima: entra en tratos con los almohades. El papa, en consecuencia, excomulgará al rey de Navarra.

El otro que quedaba en posición dificilísima era Alfonso IX de León, y ello por los pactos que había suscrito con los moros. La política leonesa en ese momento, ya lo hemos visto, consistía en golpear a Castilla con la seguridad de que la tregua con los almohades mantendría tranquila la frontera sur. Pero ahora todo daba la vuelta: el pacto con los moros y la agresión a Castilla convertían al rey de León en objeto de excomunión, y castellanos y aragoneses, juntos de nuevo, constituían un bloque al que Alfonso no estaba en condiciones de desafiar. Para dejar claras sus intenciones, las huestes de Aragón y de Castilla entran juntas en la Tierra de Campos y toman varias plazas fuertes, mientras Alfonso VIII fortifica la Transierra. Pero ése no era el único problema del rey de León: porque Sancho de Portugal, aprovechando la excomunión de Alfonso IX, se apresura a sacar tajada e invade también el territorio leonés.Va a ser una larga guerra de tres años (entre 1196 y 1199) durante los que veremos una serie ininterrumpida de expediciones de saqueo. Sólo hubo una batalla realmente importante: la de Ervas Tenras, cerca de Pinhel, donde cayó una porción notable de la nobleza portuguesa.

Alfonso IX de León necesitaba buscar una salida para cerrar los frentes abiertos. Castilla, por su parte, también quería solucionar el contencioso leonés, porque no podía permitirse mantener una guerra en el norte mientras la frontera permanecía abierta a los moros en el sur. El interés común era llegar a un acuerdo. ¿Cuál? Un matrimonio, como era costumbre en esos tiempos: Alfonso IX de León desposaría a la infanta Berenguela, la hija mayor de Alfonso VIII de Castilla. El rey de León tenía en ese momento veintisiete años; Berenguela, dieciocho, y era la única heredera del trono castellano. El primero había estado casado con Teresa de Portugal; ella, con Conrado de Rothenburg, un hijo del emperador Federico Barbarroja. Berenguela aportaba como dote las fortalezas que Castilla había conquistado a León. Si el matrimonio tuviera un descendien te, esos castillos pasarían al hijo; si no, volverían a León. Mientras tanto, los castillos de la discordia serían gobernados por nobles castellanos y leoneses. Era una manera de frenar en seco las guerras fronterizas.

El matrimonio de Berenguela de Castilla y Alfonso de León fue extremadamente polémico. Los esposos eran parientes (Alfonso era tío segundo de Berenguela), de manera que muchos pidieron la nulidad del enlace. Entre quienes la pidieron con mayor vigor figuran, por supuesto, el resto de los monarcas cristianos de España, que no querían en modo alguno ver en la Península un bloque de poder castellano-leonés. Habrá nuevos enfrentamientos y nuevas guerras. El papa terminará anulando el matrimonio. Pero, entre tanto, Berenguela y Alfonso tuvieron un hijo cuya legitimidad sería reconocida. Ese hijo se llamaba Fernando. Pasará a la historia como Fernando III el Santo y bajo su cetro se unirán de nuevo Castilla y León. Pero aún quedaban algunos años para eso.

De momento, quien iba a pasarlo francamente mal era SanchoVII de Navarra. Todas las alianzas que se iban fraguando en España le perjudicaban.Alfonso VIII de Castilla insiste en ganar territorios al norte. ¿Por qué? Por el valor estratégico y comercial de los puertos vascos. Así, en torno a 1199, puede hablarse abiertamente de asedio en toda la línea de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado. Sancho de Navarra está ya en Murcia, primero, y en Marruecos después, buscando ayuda. Será todo en vano. Más aún, terminará preso en África, y es allí donde, ya entrado el año 1200, se entera de que Vitoria, San Sebastián y Fuenterrabía han caído en manos castellanas.

Particular importancia tuvo la pérdida deVitoria, una ciudad que había sido construida veinte años antes por el anterior rey de Navarra, Sancho VI, precisamente como valladar frente a los castellanos.Vitoria se rindió después de un largo asedio de ocho meses. Defendía la plaza un tal Martín Chipía, que saldría vivo de allí, pero que mientras tanto dejaría huella de una tenacidad sin límites. De hecho, Martín Chipía, a pesar de haberse quedado sin víveres ni agua, no se rindió hasta que el propio rey Sancho dio su permiso. Fue el obispo de Pamplona, García Fernández, quien acudió a Marruecos para ver al rey y contarle que todo estaba perdido. SanchoVII se resignó.Y sólo entonces el bravo Martín Chipía abrió las puertas de Vitoria.

Aquella ofensiva castellana sobre lo que hoy es el País Vasco tuvo un enorme alcance.A Castilla le abrió los puertos del Cantábrico —en aquella época sólo controlaba Santoña, en Santander— y las rutas comerciales que pasaban porVitoria.A Navarra la obligó a volcar su política hacia el norte, a las tierras de Gascuña, y pronto veremos barcos navarros en el puerto de Bayona. Se reconfigura así el paisaje de los cinco reinos, que empiezan a evolucionar al ritmo que marcan los acontecimientos.

Los reyes aumentan su poder a costa de los nobles

Un reino medieval no es un estado moderno: es otra cosa. ¿Por qué? Porque nuestros reinos todavía no tienen una unidad de poder propiamente dicha, ni unidad económica, ni unidad jurisdiccional. Sin embargo, es ahora, en el siglo xii, cuando los reinos españoles comienzan a adoptar una estructura política que, poco a poco, evolucionará hasta formar algo que ya podemos considerar como embrión del estado.Y lo más notable es que todos nuestros reyes, los tres Alfonsos el de Castilla, el de León y el de Aragón— y los dos Sanchos —el de Navarra y el de Portugal— van a vivir este proceso a la vez.

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