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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (103 page)

El rey de Castilla ve Alarcos en peligro y se apresura a correr en su socorro. Las expectativas no son malas: tanto Alfonso IX de León como Sancho VII de Navarra están cerca de Toledo con sus huestes. El papa Celestino III, por su parte, acaba de hacer pública la concordia de Tordehumos y llama a los monarcas y príncipes de España a colaborar en la guerra contra el sarraceno, bajo pena de excomunión. Todo apunta, pues, a que será posible formar un ejército invencible, capaz de desmantelar la ofensiva almohade. Sólo es cuestión de esperar unos pocos días.

Pero Alfonso VIII no está tranquilo. El 16 de julio, los almohades se han acercado a Alarcos, han llegado hasta sus mismos alrededores y el ejército cristiano aún no está constituido. ¿Qué hacer? Si el rey de Castilla sigue esperando, aunque sólo sean dos días, se expone a perder esa plaza capital; por el contrario, si acude en solitario a Alarcos tal vez salve la ciudad, pero se expone a verse solo ante un enemigo muy superior. Las huestes de León y de Navarra no están quietas: se están moviendo hacia el sur con la intención de entrar en combate.Y sin embargo, Alfonso VIII de Castilla no puede esperar más. Podemos imaginar el cuadro que se dibujaba en su mente:Alarcos perdida, su frontera sur mutilada y un poderoso ejército almohade en el corazón mismo de La Mancha.Y en esa coyuntura, ¿de qué serviría tener un gran ejército en torno a Toledo si la baza fundamental ya se había perdido?

Alfonso de Castilla se vio envuelto en una de esas situaciones en las que hay que tomar una decisión a sabiendas de que, sea ésta cual fuere, las posibilidades de salir perdiendo crecen a cada minuto que pasa. Finalmente, bajo la presión de las circunstancias, el rey de Castilla decidió dar el paso: marcharía él solo a Alarcos para presentar batalla contra los almohades. Tal vez sabía que caminaba hacia su perdición.

El 17 de julio llegan a Alarcos las fuerzas castellanas. En primer lugar lo hace la caballería pesada, auténtica punta de lanza de la estrategia militar cristiana en esos tiempos: unos diez mil hombres al mando del señor de Vizcaya, Diego López de Haro. Los castellanos han visto ya a su enemigo: es tan numeroso que ni siquiera pueden hacerse una idea de su dimensión exacta. En ese momento las tropas de León están ya en Talavera, a unos doscientos kilómetros de Alarcos. En cuanto a las huestes de Navarra, aún no han llegado a Toledo. Desde Alarcos, el rey de Castilla observa a la muchedumbre almohade: sin cesar afluyen nuevas tropas. El ejército sarraceno, cuyas vanguardias ya ocupan los alrededores, aún no ha terminado de reunirse. Alfonso VIII decide atacar. Así se desatará la tragedia.

Retrato de un desastre

Alfonso VIII sale de Alarcos y envía a sus tropas contra la vanguardia del avance musulmán. Sin duda espera descomponer a la muchedumbre de Yusuf antes de que haya podido alinearse. Ingenua maniobra: el califa almohade no muerde el cebo y rehúye el combate; sabe que su verdadera fuerza estará en la aplastante superioridad numérica de su ejército.Termina el día 18 sin que los castellanos hayan podido cumplir su objetivo.Y esa misma madrugada, al alba ya del día 19 de julio, los ejércitos deYusuf II se despliegan en toda su inmensidad en torno a una colina cercana a Alarcos, «La cabeza». Se dará la batalla dondeYusuf quiere.

La estrategia musulmana siempre era la misma desde muchos años atrás. En primera línea se situaba a la nutrida tropa de los voluntarios de la yihad, carne de cañón cuya función era dar la vida ante las primeras embestidas cristianas, desgastando al enemigo y desorganizando sus líneas. En los flancos solía emplazarse a las fuerzas más ligeras, que debían envolver al enemigo a base de velocidad después del primer choque.Y en la retaguardia, sistemáticamente, se colocaban las unidades más experimentadas, con la misión de intervenir en un tercer momento para dar el golpe final al ejército contrario. Todo ello aderezado con un poderoso cuerpo de arqueros que debía someter al enemigo a una lluvia letal antes del cuerpo a cuerpo. Así se hizo también en Alarcos.Y conocemos quiénes formaron en cada punto del despliegue almohade.

¿Quiénes fueron en vanguardia, esa carne de cañón que iba a morir para detener la primera embestida cristiana? Fueron tres etnias bereberes dispuestas a modo de tres murallas humanas sucesivas: primero los benimerines, detrás los zenatas, tras ellos los hentetas. Entre sus dos últimas líneas situóYusuf a los arqueros. El mando de esta formación se le dio al visir del califa, que se llamabaAbuYahya.A la izquierda formaron los jinetes árabes. A la derecha, las fuerzas andalusíes.Y detrás quedó el califa con las mejores fuerzas almohades y su guardia negra de esclavos.

Con ese dibujo táctico, la estrategia cristiana dependía de una sola cosa: ser capaces de romper la primera línea mora, la de los voluntarios de la guerra santa, con la contundencia y rapidez suficientes para que las otras formaciones del cuadro musulmán quedaran en posición poco ventajosa. Si la vanguardia mora se quebraba en los primeros compases, de nada serviría el movimiento envolvente de las alas musulmanas, porque los cristianos habrían quedado dueños del campo con sus líneas intactas. Y entonces podría avanzar la segunda línea, el grueso de la tropa, mandada en esta ocasión por el propio rey Alfonso VIII, para terminar la faena. Por el contrario, si la primera carga cristiana no lograba romper la línea de vanguardia mora, las cosas se pondrían muy feas.

Quien debía dar el primer paso por parte cristiana era, como siempre, la caballería pesada: miles de jinetes con armaduras, sobre caballos igualmente protegidos, que se lanzaban al galope contra la primera línea enemiga. Fue la caballería de don Diego López de Haro la que corrió con esta responsabilidad. Se hace dificil imaginar la enorme violencia del choque: millares de caballos estrellándose a toda velocidad contra una muralla de carne humana.

La primera carga se estampó contra las cohortes de benimerines y zenatas. No fue, sin embargo, lo suficientemente fuerte: los jinetes se trabaron en la marca de infantes enemigos y tuvieron que volver grupas. Ejecutaron entonces una segunda carga, con el mismo resultado. La tercera carga, con la línea enemiga debilitada, fue más eficaz: la vanguardia mora se deshizo, los voluntarios benimerines, zenatas y hentetas huyeron hacia lo alto de una colina y el propio jefe de la primera línea mora, el visir AbuYahya, pereció en el combate. Quizá los caballeros cristianos pensaron que las cosas se ponían de su parte, pero la batalla no había hecho más que comenzar.

Con la vanguardia mora deshecha y la caballería cristiana en medio del campo, había llegado la hora de los movimientos envolventes: esas rá pidas maniobras moras por las alas para encerrar al enemigo. Los cristianos conocían el procedimiento. Por eso, para anticiparse a la maniobra musulmana, los jinetes de Diego López de Haro cargaron contra uno de los flancos moros: el de las tropas andalusíes. En condiciones de igualdad numérica, la contramaniobra cristiana habría descompuesto el plan almohade, porque no es posible hacer tenaza con uno de los brazos roto. Pero aquí, en Alarcos, el número de los musulmanes era de una superioridad aplastante.Y así, a pesar del acertado movimiento de López de Haro, la marabunta almohade cayó sobre la caballería cristiana.

La situación de la caballería castellana se convierte pronto en un infierno. Los de López de Haro no han logrado romper el ala andalusí. Al mismo tiempo, el otro ala mora, la de la caballería ligera, se ha precipitado sobre la vanguardia cristiana y le ha cerrado la salida. Por si fuera poco, los arqueros sarracenos hacen su trabajo y cubren de flechas el cielo. Los jinetes cristianos se encuentran ahora rodeados por todas partes y expuestos a la lluvia de saetas del enemigo. Se cumplen ya tres horas de combate bajo el duro sol del verano manchego. Sangre. Calor. Sed. Fatiga. Es en ese momento cuando Alfonso VIII de Castilla ordena su segundo movimiento: el grueso de su ejército avanzará contra los musulmanes. Pero…

Pero era demasiado tarde. O para ser más precisos: los almohades eran tantos que cualquier movimiento llegaba fatalmente tarde. «Oscureciose el día con la polvareda y vapor de los que peleaban —dice la crónica mora—, tanto que parecía noche: las cábilas de voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia, y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid con sus andaluces, zenatas, musamudes, gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas».

Encomia mucho la crónica mora el número de los cristianos. Eso es fantasía: fue precisamente la superioridad numérica musulmana lo que inhabilitó la maniobra castellana. Porque por mucho que corrieran los refuerzos de los cristianos, los musulmanes eran más.Y tenían gente suficiente para trabar a la caballería pesada, hacer frente al socorro de este segundo cuerpo y, además, lanzarse al ataque de la posición castellana junto a Alarcos. No había nada que hacer.

Las tropas de refresco moras, las huestes almohades y la guardia del califa, salieron entonces de su quietud y se lanzaron contra las posiciones cristianas. Dentro del escenario principal del combate, rodeado de una muchedumbre de enemigos, Diego López de Haro trataba de abrirse paso. ¿Hacia dónde? Hacia Alarcos, el castillo inacabado. Detrás quedaban en el campo, inermes, los cuerpos de numerosos jefes cristianos: el maestre de la Orden de Santiago, Sancho Fernández de Lemos; el maestre de la Orden portuguesa de Évora, GonzaloViegas; Ordoño García de Roda, obispo de Ávila; Pedro Ruiz de Guzmán, obispo de Segovia; Rodrigo Sánchez, obispo de Sigüenza.

Alarcos, no obstante, no era ni mucho menos un lugar seguro: tan sólo un conjunto de construcciones sin muros sólidos ni protección suficiente. Pronto cinco mil sarracenos sitian el lugar. Las posibilidades de defensa son nulas. «Allí fue muy sangrienta la pelea para los cristianos, y en ellos hicieron horrible matanza», dice la crónica mora. Los que pueden, tratan de escapar hacia el collado donde Alfonso VIII ha plantado su tienda. Los demás morirán a manos de los almohades. Diego López de Haro rinde la plaza. Quien negocia la rendición por parte mora es un cristiano: Pedro Fernández de Castro, que apenas si había participado en la batalla, pero que a partir de ahora jugará un papel importante en nuestra historia. En todo caso, con rendición y todo, la entrada de los almohades en Alarcos fue una carnicería. La crónica mora lo describe con delectación:

Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas y matando a los que las defendían; apoderándose de cuanto allí había, y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado, cautivaron muchas mujeres y niños, y mataron muchos enemigos que no se pudieron contar, pues su número cabal sólo Dios que los crio lo sabe. Halláronse en Alarcón veinte mil cautivos.

Dice la crónica mora queYusuf II, para gran irritación de sus tropas, liberó a los cautivos. Quizá el califa quiso mostrarse generoso en el momento de la victoria, o tal vez trató de enviar un mensaje político a los otros monarcas cristianos, aquellos que, por falta de tiempo y por la precipitación del rey castellano, no habían llegado al campo de batalla. Sea como fuere, el balance de la batalla ya estaba escrito: un desastre sin paliativos para las armas cristianas.Y un desastre cuyas consecuencias se iban a extender sobre los años siguientes.

Paisaje después de la batalla

Alfonso VIII de Castilla nunca debió dar la batalla aYusuf en Alarcos sin esperar a que llegaran los refuerzos de León y de Navarra. Pero el hecho es que la dio y la perdió.A primera vista, la batalla no tuvo efectos inmediatos: los almohades levantaron el campo, renunciaron a seguir hacia el norte y se replegaron de nuevo hacia Andalucía. El propio califa,Yusuf, abandonó España y volvió a Marruecos. Pero el golpe ya estaba haciendo su efecto: Castilla se asfixiaba.

La primera consecuencia de Alarcos fue, evidentemente, militar: la potencia castellana, temible hasta ese momento, quedó seriamente quebrantada. No sabemos cuánta gente murió en Alarcos, pero basta repasar la lista de los notables que se dejaron allí la vida para imaginarlo: tres obispos, dos maestres de órdenes militares, etc. Recordemos que en ese momento los reinos cristianos no poseían fuerzas permanentes y que su ejército era la suma de las huestes que los magnates pudieran aportar. Hay que deducir, por tanto, que aquellos jefes militares y religiosos murieron allí con sus hombres. Eso eleva el cálculo a un número de bajas que oscila entre los veinte mil y los treinta mil. Un auténtico desastre.Y Castilla, con su ejército deshecho, se volvía sumamente vulnerable.

La batalla de Alarcos, todo sea dicho, también fue una carnicería para los musulmanes, que se dejaron en el campo decenas de miles de hombres. Pero el Imperio almohade podía permitirse un número elevado de bajas porque tenía cómo reponerlas. De hecho, por esoYusuf abandonó la Península: volvió a África para reclutar nuevas columnas entre las tribus bereberes del norte y los pueblos negros del sur de su imperio. Por el contrario, los reinos cristianos, que no podían sacar tropas más que de sus propios territorios, tardaban mucho en recomponer su fuerza. Un dato: después de Alarcos, los cristianos tardarán nada menos que diecisiete años en estar en condiciones de lanzar nuevas ofensivas, sin más excepción que algunas cabalgadas de las órdenes militares. Diecisiete años: lo que tarda en llegar a la edad adulta una nueva generación.

Alarcos también tuvo consecuencias graves en el dibujo territorial de la frontera. Por decirlo en dos palabras, a los moros se les abrió el camino de Toledo. Se vino abajo todo el lento y tenaz trabajo de repoblación que se había llevado a cabo en los decenios anteriores, y que había colonizado y fortificado la ancha llanura que se extiende desde la sierra de Guadarrama hasta Sierra Morena. En efecto, después de esta batalla vamos a ver cómo caen una tras otra las fortalezas cristianas en La Mancha: Calatrava, Caracuel, Benavente, Malagón… Todo el frente que guardaba la Orden de Calatrava se hunde y la frontera mora sube hasta rebasar la altura de Ciudad Real. Desde sus nuevas posiciones, los almohades no dejarán de hostigar una frontera cristiana que saben debilitada. La seguridad de Toledo, la propia capital castellana, vuelve a estar en entredicho. Con La Mancha abierta a las tropas sarracenas, los almohades no tardarán en golpear sobre el valle del Tajo y Extremadura. No ganarán nuevos territorios, pero convertirán la vida de la frontera en un infierno. La repoblación cristiana se frena en seco.

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