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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (98 page)

Mientras tanto, los dos jóvenes Alfonsos, el de Castilla y el de Aragón, habían llegado a un acuerdo que sería trascendental: el Tratado de Cazola, en Soria, de 1179. Sería trascendental porque de aquí, de Cazola, arranca el reparto definitivo de territorios entre las dos coronas y la fijación de sus respectivos ámbitos de reconquista. Aquel tratado empezaba así:

Éste es el entendimiento fielmente hecho entre Alfonso ilustre, rey de Castilla, y Alfonso, rey de Aragón, conde de Barcelona y marqués de Provenza, sobre la división de la tierra de España.Ya que ellos dividen la tierra de España entre ellos según esta manera.

Lo que se acordó en Cazola fue que la corona de Aragón tenía derecho a reconquistar todo el Reino de Valencia hasta las plazas de Játiva, Denla, Biar y Calpe.Y que el Reino de Castilla podría hacer lo propio con los territorios y plazas situados al oeste del castillo de Biar. ¿Dónde está Biar? En el oeste de lo que hoy es la provincia de Alicante. Es decir que de aquí, de Cazola, arranca el derecho de Castilla a reconquistar Murcia, en perjuicio de Aragón. Pero Aragón también ganaba, porque dejaba de ser reino vasallo de Castilla. Por otro lado, en aquel momento Aragón estaba mucho más volcado en sus problemas con la Provenza. El acuerdo expresaba la voluntad común de que sus cláusulas fueran respetadas por los sucesores de los monarcas firmantes. Así terminaba el Tratado de Cazola:

Por lo tanto, dichos reyes hacen esta división, y la concesión y la definición entre ellos y sus sucesores de buena fe y sin cualquier fraude y engaño, con una mente dispuesta y un libre albedrío, para durar y ser válido siempre.Y convienen entre sí que ninguno de ellos se llevará para él o reducirá algo de la parte asignada, o que intrigará maliciosamente contra el otro sobre dicha división.

El Tratado de Cazola sirvió, además, para precipitar la solución de los otros dos problemas. En León, el rey Fernando vio que los dos Alfonsos formaban una alianza demasiado fuerte. Y en Navarra, el rey Sancho constató que más le valía aceptar el arbitraje de Enrique de Inglaterra. Inmediatamente, Sancho de Navarra y Alfonso de Castilla se entrevistaban en Logroño. Sancho devolvía a Castilla todas las tierras de La Rioja. Se quedaba, eso sí, con el control de las Provincias Vascongadas y también de Rueda de jalón y Albarracín, el viejo dominio de Zafadola.

Así, entre Fitero, Medina de Rioseco y Cazola, se termina de dibujar, a la altura de los años 1177-1180, el mapa de la España cristiana medieval. Pero nos falta una parte del mapa: la España musulmana.Y allí hemos de ir ahora, porque en Al-Ándalus vuelven a aparecer peligrosos movimientos.

El acabose del califa: la batalla de Santarem

Mientras la España cristiana se reorganiza, a veces por la paz y a veces por la guerra, la España musulmana vive un periodo de debilidad política. Toda la frontera almohade está siendo objeto de constantes incursiones cristianas. Al mismo tiempo que pelean entre sí, los reinos cristianos prodigan sus ataques al otro lado, en territorio musulmán. Las milicias de los concejos y las huestes de las órdenes militares someten al Imperio almohade a una presión sin tregua. Con frecuencia se tratará de campañas breves, de castigo y saqueo, muchas veces anárquicas, pero en otras ocasiones veremos a los propios reyes cristianos al frente de sus guerreros. Detrás de la línea de frente, la repoblación se intensifica: nacen ciudades, se repueblan los campos, se dictan fueros para los nuevos colonos… la Reconquista no cesa.

En ese momento, entre 1183 y 1184, Fernando II de León opera en la provincia de Cáceres,Alfonso VIII de Castilla lo hace en torno a Cuenca y Alfonso II de Aragón acaba de encomendar a la Orden de Calatrava que asegure el área de Alcañiz, en Teruel. Lo mismo está ocurriendo en el oeste, en Portugal, donde los cristianos se han recuperado de los últimos golpes y han recobrado la iniciativa. Con Alfonso Enríquez en el invierno de su existencia, es ahora el príncipe heredero, Sancho, el que acaudilla el movimiento reconquistador. Los portugueses han tomado Beja y han rechazado un ataque musulmán en Évora. La debilidad musulmana estimula a los cristianos.

El califa almohade,AbuYakub, tiene que reaccionar. Aunque se resiste a abandonar África, donde no le faltan los problemas, está obligado a devolver los golpes. Así pone sus ojos en un punto muy concreto del mapa: Santarem. ¿Por qué Santarem? Porque esta ciudad se había convertido, desde cuarenta años atrás, en la base privilegiada de las expediciones portuguesas contra el Imperio almohade.Y eran precisamente esas campañas, las portuguesas, las que más cerca llegaban de la capital almohade: Sevilla. Así se preparó el escenario para la batalla de Santarem. Poco podía imaginar el califa que le iría la vida en ello.

Es mayo de 1184. El califa almohade, Abu Yakub Yusuf, cruza el Estrecho al frente de un inmenso ejército. Trae consigo a sus propias huestes reforzadas con cábilas bereberes y, una vez en la Península, con tropas de todas las provincias de Al-Ándalus. El punto de reunión es Sevilla. Allí, dice la tradición, el califa ordenó comenzar la construcción de la Giralda para que le sirviera de observatorio. Acto seguido,AbuYakub marcha decididamente contra el Reino de Portugal.Y su primer objetivo es el corazón del rival: Lisboa.Así lo relató el cronista moro al-Himyari:

Las tropas que acompañaban al califa estaban compuestas por cuarenta mil hombres entre los mejores jinetes árabes, sin contar los almohades, los soldados del ejército regular, los voluntarios y los caballeros de Al-Ándalus. Más de cien mil guerreros llegaron al país. La flota del soberano fondeó frente a Lisboa y la sitió durante veinte días.

El alarde de Abu Yakub frente a Lisboa pretendía amedrentar a los portugueses y desplazar hacia el norte el escenario bélico. Era una jugada inteligente, pero no contó con un factor importante: si el asedio de Lisboa fallaba, lo único que iba a conseguir era dar tiempo a los cristianos para alinear un ejército capaz de afrontar el reto.Tal vez el califa almohade creía que la bien conocida desavenencia entre Portugal y León iba a dejar a los portugueses solos frente al peligro. Además, en ese momento Fernando estaba ocupado poniendo sitio a Cáceres. Pero Abu Yakub se equivocaba.Y ese error sería fatal.

En efecto, Portugal y León estaban en perpetua desavenencia, pero los reinos cristianos ya habían demostrado con anterioridad los límites de sus hostilidades: entre sí podían estar a palos, pero les costaba poco unirse ante la amenaza del enemigo exterior.Y así el rey Fernando II de León, a pesar de sus continuos tropezones con los portugueses, no dudará un instante en socorrer a su incómodo vecino. El príncipe heredero Sancho no está solo. Cuando Abu Yakub levanta el infructuoso asedio de Lisboa, veinte días después de llegar ante sus costas, en León ya están poniéndose en marcha las columnas que auxiliarán a Portugal.

Después de Lisboa, Abu Yakub marchó directamente contra Santarem. Tal era en realidad el principal objetivo estratégico de la campaña, porque era la plaza que más amenazaba la estabilidad del Algarve. Santarem, inexpugnable sobre un peñasco cortado a cuchillo en el Tajo —el barranco del Alfanje—, desafiaba a los sitiadores y golpeaba sin piedad las tierras moras. El califa almohade llegó al lugar, desplegó a sus tropas y mandó instalar su ancha y lujosa tienda roja frente al barranco del Alfanje, para ver cómo caía su presa. Pero Santarem iba a resistir.

Hay que conocer Santarem para calibrar toda la dificultad de tomar esta plaza desde el sur: es literalmente una muralla que se alza sobre el Tajo. Las tropas almohades eran muy numerosas, pero la única manera de conquistar la ciudad era cruzar el río, que aquí alcanzaba una anchura de hasta doscientos metros, para envolver el objetivo por los flancos. Con este plano de situación, los combates que empiezan a desarrollarse en torno a Santarem obedecen siempre a una rutina que termina haciéndose enojosa: intentos de ruptura del frente por parte almohade, salidas de los cristianos de la ciudad para desbaratar el intento, refriega y retirada a las posiciones iniciales de cada cual.Y así día tras día, semana tras semana.

A medida que los refuerzos de León van llegando a Santarem, la posición almohade se va haciendo más comprometida. A veces las escaramuzas cotidianas parecen inclinarse del lado musulmán: el 27 de junio muere en el curso de una de estas refriegas el maestre de la Orden de Santiago, don Pedro Fernández. Pero el peso de las huestes cristianas va haciéndose cada vez más ostensible; entre otros contingentes, llegan veinte mil hombres movilizados por el arzobispo de Santiago de Compostela, Pedro Suárez de Deza.Y el propio rey de León, Fernando II, hace acto de presencia en la zona. Es ya el mes de julio de 1184.

Parece que la dureza del asedio y la nula expectativa de éxito movieron al califa almohade a tomar la decisión de volver a Sevilla. Sin embargo, un desdichado incidente iba a cambiar el destino. En una de las últi mas refriegas entre sitiadores y sitiados, las tropas cristianas, que ya habían tomado la iniciativa, alcanzan el campamento del califa. El ataque es rechazado, pero, cuando los cristianos se retiran, los almohades descubren con horror que un cuerpo ha quedado tendido en el campo: el del propio califa.

Unas fuentes dicen que fue un saetazo. Otras, que fue un lanzazo. Según cuenta al-Marrakusi, fue una lanza lo que vino a clavarse en el vientre del califa almohade AbuYakubYusuf. En aquel tiempo, una herida de ese género era mortal de necesidad: aunque no causara una muerte inmediata, la herida se infectaba, provocaba una peritonitis y el herido moría sin remedio a los pocos días.Y eso le pasó al califa. Así lo contó otro cronista, al-Himyari, aunque eludiendo la causa real de la muerte:

Yusuf, a la cabeza de numerosos contingentes, hizo una demostración militar ante Santarem y allí cogió la enfermedad que después le sería fatal. Se le trasladó en una litera, acostado, sobre una montura, aumentando sin cesar su debilidad. Al cabo de algunas millas quisieron examinar su estado, pero ya había muerto. Su hijoYakub al-Mansur tomó el poder.Volvió con el cuerpo expedicionario a Sevilla, donde fue proclamado. Después regresó a Marrakech.

La victoria de Santarem fue muy importante para los reinos cristianos. Literalmente salvó la supervivencia del Reino de Portugal, que en caso de derrota habría visto abiertas las puertas de su territorio al enemigo musulmán. En ese mismo momento, además, Alfonso de Castilla estaba tomando Alarcón y nuevas desavenencias despertaban en el territorio navarro. En esa situación, un Imperio almohade en buena forma habría sido letal para la España cristiana. Pero, después de Santarem, nada había que temer por el sur… de momento.

La muerte del califa obligó a los almohades a replantear todo su plan. Ya no era posible mantener la presión militar sobre el Tajo. Además, los problemas en el interior del imperio se intensificaban con el incendio de un nuevo frente: las Baleares, controladas por los descendientes de los almorávides.Y el asunto balear iba a poner al poder almohade al borde mismo del colapso. El nuevo califa,Yakub al-Mansur, llamadoYusuf II, se estrenaba con un desafio de primera magnitud.

Convulsiones en el Imperio almohade

El difunto califa Abu Yakub Yusuf dejaba un imperio ancho, fuerte, poderoso y rico, pero con demasiados frentes abiertos. El cambio de poder precipitó dos crisis: una en Ifriquiya (o sea, Túnez), donde el poder almohade no era sólido, y la otra en las Baleares.Y será en nuestras islas donde el califa novato,Yusuf II, tendrá que demostrar sus dotes.

Entonces, entre 1170 y 1180, las Baleares ofrecían el mismo aspecto que a principios de siglo: un rico emporio independiente, gobernado por una casta que había encontrado en la piratería una suculenta fuente de recursos. Esa casta era la rama almorávide de los Banu Ganiya, descendientes del sultánYusuf, que habían logrado mantener su poder frente a la ola almohade. Seguros en el archipiélago, protegidos por el mar, los Banu Ganiya habían manifestado su obediencia al califa de Damasco o sea, que se habían declarado enemigos del califa almohade de Marrakech— y, más aún, se proclamaban herederos de la legitimidad almorávide, sin renunciar a que Al-Ándalus y el Magreb volvieran algún día a la obediencia de la vieja dinastía. Seguimos en guerras entre moros.

Como los Banu Ganiya estaban solos, no tardaron en darse cuenta de que les convenía trenzar alianzas con alguien. No podían pactar con los almohades, porque eso significaría humillarse ante su enemigo ancestral.Y entonces optaron por acercarse a sus viejos enemigos: las repúblicas comerciales italianas, Génova y Pisa, que por otra parte estaban extremadamente interesadas en librar a sus barcos mercantes de la amenaza pirata. Pisanos y genoveses obtuvieron concesiones comerciales en las Baleares.A cambio, los corsarios mallorquines encontraron vía libre para atacar cualesquiera otros puntos del Mediterráneo. En 1178, por ejemplo, saquearon la plaza de Tolón, entonces bajo dependencia aragonesa. Pero aquella gente no limitaba sus ataques a los cristianos, sino que los extendía también a los musulmanes, y así comenzaron a actuar en las costas de A1-Ándalus, asolando las rutas comerciales almohades. Eso sí: para templar las cosas, tomaron la costumbre de enviar al califa almohade frecuentes regalos procedentes del botín de sus rapiñas.

Ahora hemos de fijarnos en un hombre: Ishak ibn Ganiya, valí almorávide de Mallorca, dueño absoluto de las islas desde 1155. Ishak había llegado al poder de una manera ostensiblemente siniestra: matan do a su padre y a su hermano mayor. Eso da la talla del personaje, y su trayectoria posterior no hará sino aumentar tan sanguinaria fama: de hecho, asesinará con frecuencia a sus ministros. Este Ishak es el principal cerebro de la Mallorca mora, con esa ambigua política de pactar con los cristianos y a la vez atacarles, saquear las rutas almohades y a la vez agasajar al califa con regalos obtenidos de esas mismas rapiñas. Un hombre de negocios, después de todo. Pero un hombre de negocios cuya crueldad terminó pasándole factura: a la altura del año 1180, su almirante Ibn Maymun se pasó a los almohades. Ishak se encontró en una posición muy comprometida. Como correspondía a su temperamento, lo primero que hizo fue entrar en negociaciones con los almohades él mismo. En todo caso, la suerte de Ishak estaba echada: hacia 1183 murió en el curso de una sublevación de cautivos cristianos en la isla. Quien a hierro mata…

Al terrible Ishak le sucedió su hijo Muhammad. La principal preocupación de éste fue restablecer las relaciones con los almohades, prometiendo al califaYusuf II la sumisión de Mallorca. Pero esa gente estaba enferma de poder: al poco tiempo Muhammad es derrocado por sus hermanos Alí, Talha yYahya. El que manda es Alí: un caudillo de la misma pasta que su padre Ishak, que adopta una actitud claramente ofensiva contra los almohades. Enterado del fracaso y muerte del califa AbuYakub frente a Santarem, no tarda un minuto en preparar una flota y atacar las costas argelinas.Alí tiene un sueño: restaurar el poder almorávide.Y a ello se emplea.

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