Muerte de la luz (15 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Jamis-León escribía que Alto Kavalaan se había librado al fin del pecado cuando las
eyn-kethy
fueron nuevamente confinadas en las cavernas de donde habían salido, lejos de la luz del día para que no expusieran su vergüenza. Vikary escribía que los sobrevivientes kavalares habían resistido lo mejor que podían. Ya no contaban con medios tecnológicos para construir cámaras herméticas esterilizadas, pero sin duda que el rumor sobre la existencia de tales lugares se había difundido con los años, en tanto que ellos conservaban alguna esperanza de que fueran refugios eficaces contra la enfermedad. De modo que las mujeres sobrevivientes fueron encerradas en hospitales que parecían mazmorras, en lo más profundo y seguro del clan, lo más lejos posible del viento, la lluvia y el agua contaminados. Hombres que antes exploraban, cazaban y guerreaban en compañía de las esposas, ahora salían en parejas con otros hombres, y ambos lamentaban a la mujer perdida. Para aliviar las tensiones sexuales —y conservar lo mejor posible el grupo genético, si es que entendían algo al respecto—, los hombres de la época de la Plaga Dolorosa hicieron de las mujeres una propiedad sexual común. Para propiciar una prole numerosa, las transformaron en nodrizas perpetuas que vivían a salvo del peligro y en un estado de preñez constante. Los clanes que no adoptaron esas medidas no pudieron sobrevivir, los otros conformaron una tradición cultural.

También sobrevinieron otros cambios. Tara había sido un mundo religioso, sede de la Iglesia Católica Romano-Irlandesa Reformada, y no era fácil erradicar los impulsos monogámicos, que dieron lugar a dos formas transmutadas; los fuertes lazos emocionales que se desarrollaron en las parejas de cazadores fueron el fundamento de la plena e intensa relación
teyn-y-teyn
, mientras que los hombres que deseaban una relación semiexclusiva con una mujer, transformaban en
betheyn
a las que capturaban en clanes enemigos. Según Jaan Vikary, los caudillos estimulaban esas incursiones; mujeres nuevas significaba sangre nueva, más hijos, una población más numerosa y por lo tanto, más probabilidades de supervivencia. Que un hombre poseyera exclusivamente a una
eyn-kethy
era inconcebible, pero si podía traer una mujer de afuera era recompensado con honores y un sitial en el consejo, y tal vez, más importante, con la misma mujer.

Estos eran los hechos, alegaba Vikary, las verdades evidentes acerca del origen de la moderna sociedad kavalar. Jamis-León Taal, cuando recorrió mucho más tarde la faz del mundo, veía todo con los ojos de su cultura y era incapaz de concebir un mundo donde las mujeres pudieran tener otra ubicación; y cuando las fuentes folklóricas en que abrevó lo indujeron a pensar de otro modo, la idea le pareció de una perversidad intolerable. Y así fue que reescribió toda la literatura oral al forjar su ciclo de los
Demonios.
Transformó a Kay Smith en Kay Herrero, un gigante colérico, y la Plaga Dolorosa en una balada acerca de la malignidad de las
eyn-kethy
, creando la impresión general de que el mundo siempre había sido tal como él lo conocía. Los poetas posteriores edificaron sobre esos cimientos.

Las fuerzas que forjaron la sociedad de clanes de Alto Kavalaan habían desaparecido tiempo atrás. En la actualidad había una cantidad equivalente de hombres y mujeres, las epidemias eran sólo fábulas de viejas, casi todos los peligros de la superficie del planeta estaban domeñados. No obstante, las coaliciones persistían. Los hombres se batían a duelo, estudiaban la nueva tecnología, trabajaban en las granjas y las fábricas y tripulaban las naves estelares mientras las
eyn-kethy
vivían en vastas barracas subterráneas como compañeras sexuales de todos los hombres del clan, trabajando en las tareas que los consejos de altoseñores juzgaban seguras y apropiadas, y dando a luz, aunque ahora con menos frecuencia. La población kavalar estaba bajo control estricto. Otras mujeres, pero no muchas, gozaban de ínfimas libertades bajo la protección del jade-y-plata. Una
betheyn
no podía haber nacido dentro del clan, lo cual en la práctica significaba que todo joven ambicioso debía retar y matar a un altoseñor de otra coalición, o bien reclamar una de las
eyn-kethy
de un clan enemigo y enfrentar al defensor designado por el consejo. La segunda alternativa rara vez daba buenos resultados pues el consejo invariablemente elegía como defensor al duelista más consumado. De hecho, tal designación era un honor singular. El hombre que lograba ganar una
betheyn
de inmediato asumía los altonombres y conquistaba un sitial entre los gobernantes. Se decía que había dado a sus
kethi
el presente de las dos sangres: la sangre de la muerte, un enemigo vencido, y la sangre de la vida, una nueva mujer. La mujer gozaba de los privilegios del jade-y-plata hasta que alguien mataba a su altoseñor. Si lo mataba alguien del mismo clan, ella pasaba a ser una
eyn-kethy
; de lo contrario quedaba en manos del vencedor.

Esas eran las condiciones a que se había sometido Gwen Delvano al ceñirse el brazalete de Jaan en la muñeca.

Dirk permaneció despierto largo rato, pensando en cuanto acababa de leer y mirando fijamente el cielo raso, y cuanto más pensaba más se enfurecía. Cuando las primeras luces del alba empezaron a filtrarse por el ventanal, había tomado una resolución. En cierta forma ya no le importaba que Gwen volviera a él o no, siempre y cuando abandonara a Vikary, Janacek y el enfermizo mundo de Alto Kavalaan. Pero por mucho que lo deseara, ella no podía romper el lazo por sí sola. Arkin Ruark tenía, pues, razón; muy bien, la ayudaría. La ayudaría a ser libre. Después habría tiempo para pensar acerca de ellos dos.

Finalmente, una vez que tomó una decisión, Dirk se durmió.

Despertó al mediodía, bruscamente, con una sensación de culpa. Se incorporó, parpadeó y recordó que le había prometido a Gwen que subiría esa mañana. Pero se había dormido, la mañana había pasado ya. Se apresuró a levantarse y vestirse, echó una rápida ojeada en busca de Ruark —el kimdissi se había ido sin dejar indicado adonde ni por cuánto tiempo—, y luego subió al departamento de Gwen, con la tesis de Vikary firmemente aferrada bajo el brazo.

Lo atendió Garse Janacek.

—¿Sí? —preguntó el kavalar, frunciendo el ceño. Estaba desnudo hasta la cintura, vestido sólo con holgados pantalones negros y el eterno brazalete de hierro-y-piedraviva en el brazo derecho. Dirk advirtió de inmediato por qué Janacek no usaba las blusas de cuello en V que parecían gustarle tanto a Vikary; una larga cicatriz curva, dura y lustrosa le partía el costado izquierdo desde la axila hasta el pecho. Janacek se sintió observado.

—Un duelo fallido —barbotó—. Pecados de juventud. No volverá a suceder. ¿Qué está buscando, t'Larien?

Dirk se sonrojó.

—Quiero ver a Gwen —dijo.

—No está aquí —dijo Janacek con una mirada glacial y poco amistosa, luego se dispuso a cerrar la puerta.

—Espere —Dirk sostuvo la puerta con la mano.

—¿Qué más quiere?

—Gwen. Había quedado en verla. ¿Dónde está?

—Fuera de la ciudad, t'Larien. Me agradaría que usted recordara que ella es ecóloga y está aquí cumpliendo una importante misión encomendada por los altoseñores de Jadehierro. Por llevarlo a pasear a usted, olvidó esa misión dos días enteros. Ahora ha vuelto a trabajar, como corresponde. Ella y Arkin Ruark tomaron sus instrumentos y se fueron al bosque.

—Anoche no me dijo nada —insistió Dirk.

—Ella no le debe explicaciones —dijo Janacek—, y tampoco necesita del permiso de usted. No hay ningún lazo entre ambos.

Dirk recordaba la discusión que había oído la noche anterior, y de pronto entró en sospechas.

—¿Puedo entrar? —preguntó—. Quiero devolverle esto a Jaan, y comentárselo —añadió mostrándole a Garse la tesis encuadernada en cuero; en realidad quería encontrar a Gwen, descubrir si no la mantenían oculta. Pero insinuar algo semejante no habría sido precisamente una cortesía; Janacek destilaba hostilidad, y tampoco era muy prudente tratar de empujarlo a un lado.

—Jaan no está en casa ahora. Estoy solo y me dispongo a salir. Le aceptaré esto, sin embargo —tendió el brazo y le arrebató la tesis de las manos—. Gwen nunca debió entregárselo a usted.

—¡Caramba! —dijo Dirk, y de pronto tuvo un impulso—. La historia es muy interesante —dijo—. ¿Puedo entrar a comentarla con usted? Un par de segundos… No le haré perder tiempo.

De pronto Janacek pareció cambiar de actitud. Sonrió y se hizo a un lado, invitándole a entrar con un gesto.

Dirk echó un rápido vistazo. La sala parecía desierta, el hogar frío, no había nada llamativo o fuera de lugar. El comedor, visible a través de una arcada abierta, también estaba vacío. Todo el departamento estaba en silencio. No había indicios de Gwen ni de Jaan. Por lo que se veía, Janacek le había dicho la verdad.

Titubeante, Dirk vagabundeó por la habitación, deteniéndose frente a la chimenea y las gárgolas. Janacek lo observaba en silencio, luego se marchó y regresó de inmediato. Se había ceñido el cinturón de malla de acero con la funda del arma, y cuando entró de nuevo, estaba abotonándose una descolorida camisa negra.

—¿Adonde va? —preguntó Dirk.

—Salgo —replicó Janacek con una vaga sonrisa; desprendió la tapa de la funda y extrajo la pistola láser, examinó el indicador de carga de la culata, luego enfundó el arma y volvió a desenfundarla moviendo ágil y diestramente la mano derecha. Clavó los ojos en Dirk—. ¿Lo asusté?

—Sí —dijo Dirk, alejándose del hogar.

Janacek sonrió nuevamente y enfundó la pistola.

—Soy muy hábil en el duelo con láser —dijo—, aunque en realidad mi
teyn
es mejor. Desde luego, tengo que usar sólo el brazo derecho; el izquierdo todavía me duele. Con los tirones del tejido cicatricial, los músculos de ese lado del pecho no reaccionan tan eficazmente como los de la derecha. Pero no tiene mucha importancia. Manejo sobre todo la mano derecha. El brazo derecho siempre vale más que el izquierdo, ¿sabe? —al hablar, apoyaba la mano en la pistola láser y las piedravivas incrustadas en el hierro negro destellaban como opacos ojos purpúreos a lo largo del antebrazo.

—Es una lástima que le hirieran.

—Cometí un error, t'Larien. Era demasiado joven, tal vez. Pero eso no es una disculpa. Errores semejantes suelen ser muy serios, y en cierto modo no lo pagué tan caro —miraba muy fijamente a Dirk—. Uno debería cuidarse de cometer errores.

—Así es —murmuró Dirk con una sonrisa de inocencia.

Janacek guardó silencio un instante.

—Pienso que usted sabe de lo que estoy hablando —dijo al fin.

—¿De veras?

—Sí. Usted no es tonto, t'Larien. Yo tampoco. Sus tretas infantiles no me divierten. Usted, por ejemplo, no tiene nada que discutir conmigo. Simplemente quería entrar en esta habitación por algún otro motivo.

Dirk dejó de sonreír y asintió.

—De acuerdo. Un truco imbécil, sin duda, ya que usted lo pescó de inmediato. Quería encontrar a Gwen.

—Le dije que ella ha salido a trabajar.

—No le creo —dijo Dirk—. Ella me habría comentado algo ayer. Usted no quiere que la vea. ¿Por qué? ¿Qué está pensando?

—Nada que a usted le concierna —dijo Janacek—. Compréndame, t'Larien, hágame el favor; tal vez le parezco un mal hombre, igual que a Arkin Ruark. Puede que ésa sea la opinión de usted. No me importa. No soy un mal hombre. Por eso le prevengo contra los errores. Por eso le dejé entrar aunque sé perfectamente que no tiene nada que decirme. Pues yo sí tengo algo que decirle.

Dirk se reclinó contra el respaldo del diván y cabeceó.

—De acuerdo, Janacek. Adelante.

Janacek arrugó el ceño.

—El problema de usted, t'Larien, es que sabe poco y entiende menos acerca de Jaan, de mí y de nuestro mundo.

—Sé más de lo que usted piensa.

—¿Le parece? Usted ha leído lo que escribió Jaan acerca de
El Cantar de los Demonios
, y sin duda ha escuchado otros comentarios. ¿Y qué hay con eso? Usted no es kavalar y no comprende a los kavalares, diría yo, y sin embargo advierto que nos observa para enjuiciarnos. ¿Con qué derecho? ¿Quién es usted para enjuiciarnos? Apenas nos conoce y… Le daré un ejemplo: hace un instante me llamó Janacek.

—¿Es el nombre de usted, verdad?

—Es parte de mi nombre, la última parte, la parte más pequeña y menos relevante de mí. Es mi nombre-elegido, el nombre de un antiguo héroe de la Congregación de Jadehierro que vivió una vida larga y fructífera, y muchas veces defendió honorablemente a su clan y sus
kethi
en la guerra. Sé por qué me llama así, desde luego. En el mundo de usted se acostumbra a interpelar a quienes se trata con distancia u hostilidad por el último componente del nombre… A un amigo le llamaría por el primero, ¿verdad?

—Es más o menos así —asintió Dirk—, aunque no tan simple. Pero está bastante cerca de la verdad.

Janacek esbozó una sonrisa; los ojos azules parecían destellar.

—Como ve, comprendo bastante las costumbre del pueblo de usted. Y tengo la deferencia de respetarlas. A usted le llamo t'Larien porque le soy hostil, y actúo correctamente. Sin embargo, usted no responde a mis atenciones. Me llama Janacek, sin detenerse a reflexionar si es apropiado, imponiéndome con toda deliberación un sistema de nombres que me es ajeno.

—¿Cómo debería llamarle? ¿Garse?

Janacek gesticuló con brusquedad e impaciencia.

—Garse es mi verdadero nombre, pero no es el adecuado para usted. Según la costumbre kavalar, el uso de ese nombre revelaría una relación que de hecho entre nosotros no existe. Garse es un nombre para mi
teyn
, mi
cro-betheyn
y mis
kethi
, no para un forastero. En rigor usted debería llamarme Garse Jadehierro, y a mi
teyn
, Jaantony alto-Jadehierro. Es lo que tradicionalmente corresponde a un igual, un kavalar de otra estirpe con quien estoy en buenos términos. Le dejo el beneficio de múltiples dudas —sonrió—, y ahora comprenda, t'Larien, que esto que le digo es apenas un ejemplo. Me importa un rábano si usted me llama Garse o Garse Jadehierro o señor Janacek. Llámeme como se le antoje, no lo tomaré como ofensa. Sé que el kimdissi Arkin Ruark me llama Garsey…, y sin embargo, reprimo el impulso de ponerle a prueba.

"En cuanto a esos asuntos de cortesía y etiqueta, no necesito que Jaan me recuerde que son viejas herencias de días más complejos y a la vez más primitivos, tradiciones que en los tiempos modernos van perdiendo vigencia. Hoy los kavalares navegan de una estrella a otra, dialogan y comercian con criaturas que en otra época habríamos exterminado como demonios, e incluso modelan planetas, como lo hemos hecho en Worlorn. El kavalar antiguo, la lengua de los clanes durante miles de años normales, apenas se habla en la actualidad, aunque hay vocablos que perduran y seguirán perdurando puesto que nombran realidades que las lenguas de los viajeros estelares mal podrían designar con la requerida exactitud, realidades que no tardarían en desaparecer si olvidáramos sus nombres, los términos del kavalar antiguo. Todo ha cambiado, hasta los habitantes de Alto Kavalaan, y Jaan sostiene que tenemos que cambiar más aún, si queremos cumplir nuestro destino en las historias del hombre. Así las viejas normas referentes a los nombres y el parentesco dejan de respetarse, y hasta los altoseñores emplean el lenguaje con poco rigor, y Jaantony alto-Jadehierro se hace llamar Jaan Vikary.

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