Muerto en familia (36 page)

Read Muerto en familia Online

Authors: Charlaine Harris

—Y creías que él te ascendería a su lugarteniente —añadí—. Pero se decantó por Basim, que ya tenía experiencia en el cargo.

—Lo expulsaron de Houston —se defendió Ham—. No era ninguna hermanita de la caridad. —La ira se abrió paso a través de él, fluctuando del dorado al negro.

—Yo se lo habría preguntado y habría sabido si decía la verdad, pero ya no puedo, ¿no? Porque tú lo mataste y lo enterraste en un frío hoyo. —Lo cierto era que no estaba especialmente frío, pero sentí que me podía permitir una licencia dramática. Mi mente subió y bajó en picado, muy por encima de todas las cosas. ¡Podía ver mucho! Me sentía como Dios. Era divertido.

—¡Yo no maté a Basim! Bueno, puede que sí, pero ¡lo hice porque se estaba tirando a la chica de nuestro líder! ¡No podía soportar esa deslealtad!

—¡Bing! ¡Inténtalo de nuevo! —Volví a acariciar sus mejillas con mis dedos. Tenía que saber más cosas, ¿verdad? Había otra pregunta que aguardaba respuesta.

—Se encontró con otra criatura en tu bosque durante nuestra salida nocturna —balbuceó Ham—. Yo… No sé de lo que hablaron.

—¿Qué clase de criatura?

—No lo sé. Un tipo. Una especie de… Nunca había visto nada parecido. Era muy atractivo. Como una estrella de cine, o algo así. Tenía el pelo largo, muy largo y pálido, y desapareció tan pronto como había aparecido. Habló con Basim mientras éste se encontraba en su forma de lobo. Basim estaba solo. Después de comernos el ciervo, yo me quedé dormido detrás de unos arbustos de laurel. Cuando me desperté, los oí hablando. El tipo quería devolverte algo que le habías hecho. No sé el qué. Basim iba a matar a alguien y enterrarlo en tu propiedad antes de llamar a la policía. Así recibirías lo tuyo y luego el had… —La voz de Ham se apagó.

—Sabías que era un hada —le dije, sonriente—. Lo sabías. Así que decidiste adelantarte con el trabajo.

—Era algo que Alcide no hubiese querido que hiciera Basim, ¿no es así, Alcide?

Alcide no respondió, pero sus colores fluctuaban como la cola de un cohete desde la periferia de mi visión.

—Así que se lo contaste a Patricia. Y ella te echó una mano —deduje, acariciando su cara. Él quería que parase, pero no me importaba.

—¡Su hermana murió en la guerra! Era incapaz de aceptar a su nueva manada. Decía que yo era el único que se portaba bien con ella.

—Oh, qué generoso por tu parte ser amable con la atractiva loba —me burlé—. ¡El bueno de Ham! En vez de permitir que Basim matase a alguien y lo enterrase, tú mataste a Basim y lo enterraste a él. En vez de permitir que él recibiese la recompensa del hada, decidiste que tú eras mejor candidato. Porque las hadas son ricas, ¿no? —Hundí las uñas en sus mejillas—. Basim quería el dinero para librarse de la influencia de los del Gobierno. Tú lo querías sólo para enriquecerte.

—Basim tenía una deuda de sangre pendiente en Houston —confesó Ham—. No habría dicho una palabra a los detractores de los licántropos por ninguna razón. No puedo enfrentarme a la muerte con una mentira en el alma. Basim quería saldar la deuda que había contraído por matar a un humano amigo de la manada. Fue un accidente mientras estaba transformado en lobo. El humano lo pinchó con un azadón y Basim lo mató.

—Eso ya lo sabía —afirmó Alcide. No había hablado hasta ese momento—. Le dije a Basim que le prestaría el dinero.

—Supongo que querría ganárselo por su cuenta —sugirió Ham de modo triste (descubrí que esa sensación era de color púrpura)—. Pensaba que se volvería a reunir con el hada, descubriría qué quería exactamente, iría al depósito a buscar un cadáver, o recogería el de algún borracho de la calle, y lo dejaría en el terreno de Sookie. Eso satisfaría las necesidades del hada. Nadie sufriría daño. Pero, en vez de ello, decidí… —Empezó a sollozar y su color se volvió de un gris desgastado, el color de la fe cuando se desvanece.

—¿Dónde os ibais a encontrar? —pregunté—. ¿Dónde te iba a dar el dinero? Dinero que te habías ganado, no digo que no. —Estaba orgullosa de mi equidad. La equidad es azul, por supuesto.

—Iba a reunirme con él en el mismo sitio del bosque —contó—. En el lado sur, junto al cementerio. Esta noche.

—Muy bien —murmuré—. ¿No te sientes mejor ahora?

—Sí —contestó sin el menor rastro de ironía en su voz—. Me siento mucho mejor y estoy listo para aceptar el veredicto de la manada.

—Yo no —chilló Patricia—. Evité la muerte en la guerra de las manadas al rendirme. ¡Dejad que vuelva a hacerlo! —Cayó de rodillas, igual que Annabelle—. Os ruego perdón. Sólo soy culpable de amar al hombre equivocado. —Como Annabelle. Patricia agachó la cabeza, derramando su oscura trenza sobre un hombro. Se llevó las tensas manos a la cara. Toda una escena.

—No me amabas —rebatió Ham, genuinamente pasmado—. Hemos follado. Estabas enfadada con Alcide porque no te llevó a la cama. Yo estaba enfadado con él porque no me eligió como su lugarteniente. ¡Eso era todo lo que teníamos en común!

—Sus colores se están avivando ahora mismo —observé. La pasión de su mutua acusación estaba convirtiendo sus auras en algo combustible. Intenté resumirme lo que había aprendido, pero todo se volvió confuso. Puede que Jason me ayudase a desenmarañarlo más tarde. Todo ese rollo chamán era bastante agotador. Sentía que no tardaría demasiado en dejarme caer, como si tuviese la meta de una maratón a la vista—. Es hora de decidir —le comuniqué a Alcide, cuyo intenso rojo seguía invariable.

—Creo que Annabelle debe ser castigada, pero no desterrada de la manada —sentenció Alcide, pero hubo un coro de protestas.

—¡Mátala! —exclamó Jannalynn con su pequeña cara llena de determinación. Estaba más que dispuesta a hacer los honores. Yo esperaba que Sam fuese consciente de con quién estaba saliendo. Parecía tan alejado en ese momento.

—Éste es mi razonamiento —explicó Alcide con tranquilidad. La sala fue cayendo en el silencio a medida que la manada prestaba su atención—. Según ellos —prosiguió, señalando a Ham y Patricia—, la única culpa de Annabelle es moral, por acostarse con dos hombres a la vez mientras les prometía su fidelidad. No sabemos qué le dijo a Basim.

Alcide decía la verdad…, al menos tal como él la veía. Miré a Annabelle y la vi en todas sus facetas: la disciplinada mujer que había servido en las Fuerzas Aéreas; la mujer equilibrada que compaginaba la manada con el resto de su vida; la mujer que perdía todo su pragmatismo y autocontrol cuando el sexo llamaba a su puerta. En ese momento, Annabelle era un arco iris de colores, ninguno de ellos feliz, salvo la vibrante y blanca franja de alivio que había provocado Alcide al contemplar salvarle la vida.

—En cuanto a Ham y Patricia, el primero ha asesinado a un miembro de la manada. En vez de un desafío abierto, escogió el camino de la traición. Eso requeriría un castigo severo, puede que la muerte. Deberíamos considerar la posibilidad de que Basim fuese un traidor; no sólo un miembro de la manada, sino un impostor dispuesto a tratar con gente de fuera y conspirar contra nuestros intereses y el buen nombre de una amiga de la manada —prosiguió Alcide.

—Oh —murmuré hacia Jason—. Ésa soy yo.

—Y Patricia, que prometió ser fiel a la manada, ha roto su juramento —añadió Alcide—. Deberíamos desterrarla de por vida.

—Líder, eres demasiado compasivo —aportó Jannalynn con vehemencia—. Es evidente que Ham merece morir por su deslealtad. Al menos él.

Se produjo un largo silencio, roto por un zumbido de discusiones. Paseé la mirada por la sala, captando cómo el color de la meditación de los allí presentes (marrón, por supuesto) se multiplicaba en todo tipo de tonalidades a medida que afloraban las pasiones. Jason me rodeó con sus brazos desde atrás.

—Tienes que alejarte de esto —susurró. Sus palabras se volvieron rosadas y encrespadas. Me quería. Me eché una mano a la boca para no soltar una carcajada. Empezamos a retroceder. Un paso, dos, tres, cuatro, cinco. Conseguimos llegar hasta el vestíbulo—. Tenemos que irnos —dijo Jason—. Si van a matar a dos chicas tan guapas como Annabelle y Patricia, no quiero estar cerca para verlo. Si no vemos nada, no tendremos que testificar ante ningún tribunal, llegado el caso.

—No debatirán mucho más. Creo que Annabelle sobrevivirá a la noche. Alcide dejará que Jannalynn le convenza de que maten a Ham y Patricia —supuse—. Lo sé por sus colores.

Jason se quedó con la boca abierta.

—No sé qué te has tomado o has fumado ahí arriba —dijo—, pero tenemos que irnos ahora mismo.

—Vale —acordé, dándome cuenta de repente de que me sentía fatal. Conseguimos salir a una zona de arbustos antes de vomitar. Aguardé a la segunda oleada de arcadas antes de meterme en la camioneta de Jason—. ¿Qué diría la abuela si viera que me voy antes de ver los resultados de mis obras? —le pregunté con tristeza—. Me fui después de la guerra de los licántropos, mientras Alcide celebraba su victoria. No sé cómo celebráis esas cosas las panteras, pero, créeme, no me apetecía nada estar allí mientras se tiraba a una de sus lobas. Bastante horrible ya fue ver cómo Jannalynn ejecutaba a los heridos. Por otra parte… —Perdí el hilo de mis pensamientos a manos de otra oleada de arcadas, aunque ésta no era tan violenta.

—La abuela diría que no tienes ninguna obligación de ver cómo la gente se mata entre sí. Además, no fue culpa tuya, sino de ellos —contestó Jason de forma seca. Saltaba a la vista que mi hermano, si bien dispuesto, no estaba muy entusiasmado con llevarme de vuelta a casa con el estómago tan volátil—. Escucha, ¿te importa que te deje en casa de Eric? —preguntó—. Sé que tiene uno o dos baños. Así podré mantener limpia la camioneta.

En cualquier otra circunstancia me habría negado, ya que Eric se encontraba en una situación bastante comprometida. Pero me sentía fatal, y aún veía colores por todas partes. Me metí en la boca dos antiácidos que había en la guantera y me enjuagué varias veces con un Sprite que Jason guardaba en alguna parte. Tuve que admitir que lo mejor sería pasar la noche en Shreveport.

—Puedo volver para recogerte por la mañana —se ofreció mi hermano—. O, a lo mejor, su encargado de día te podría llevar hasta Bon Temps.

Bobby Burnham preferiría llevar un cargamento de pavos.

Mientras dudaba, sentí que, ahora que no estaba rodeada de licántropos, la desdicha afloraba plenamente a través de mi vínculo de sangre. Era la emoción más intensa y activa que sentía de Eric en días. La desdicha creció y derivó en una tristeza y un dolor físico sobrecogedores.

Jason abrió la boca para preguntarme qué me había tomado antes de la reunión de la manada.

—Llévame a casa de Eric —pedí—. Rápido, Jason. Está pasando algo malo.

—¿Allí también? —se quejó, pero salimos disparados por el camino privado de Alcide.

Estaba temblando prácticamente de los nervios cuando paramos en la entrada para que Dan, el guarda de seguridad, pudiera echarnos un vistazo. No había reconocido la camioneta de Jason.

—Vengo a ver a Eric. Él es mi hermano —dije, intentando aparentar normalidad.

—Pasen —permitió Dan—. Hacía tiempo que no la veía por aquí.

Al entrar por el camino privado, vi que la puerta del garaje de Eric estaba abierta, aunque la luz estaba apagada. De hecho, toda la casa estaba a oscuras. Quizá estuvieran todos en Fangtasia. No. Sabía que Eric estaba allí. Sencillamente lo sabía.

—Esto no me gusta —dije, irguiéndome sobre el asiento. Luché contra los efectos de la droga. A pesar de sentirme algo mejor, era como si contemplase el mundo a través de una gasa.

—¿No suele dejar la puerta abierta? —preguntó Jason, oteando por encima del volante.

—No, nunca se la deja abierta. ¡Y mira! La puerta de la cocina también está abierta. —Salí de la camioneta y oí que Jason hacía lo mismo por su lado. Las luces permanecieron encendidas automáticamente durante un instante, así que no me costó llegar hasta la puerta de la cocina. Siempre llamaba a la puerta cuando Eric no me esperaba, ya que no sabía con quién podía estar o de qué podían estar hablando, pero esta vez me limité a abrir la puerta del todo. Podía ver hasta cierta distancia gracias a los faros del vehículo. La inquietud se me evaporó en una nube a merced de las sensaciones que mi sentido extraordinario y el extra de la droga me habían aportado. Me alegraba de tener a Jason justo detrás. Podía oír su respiración, demasiado rápida y ruidosa—. Eric —llamé con mucha prudencia.

Nadie respondió. No se oía una mosca.

Puse un pie en la cocina justo cuando las luces de la camioneta se apagaron. Había farolas en la calle que proporcionaban una levísima iluminación.

—¿Eric? —insistí—. ¿Dónde estás? —La tensión me quebró la voz. Estaba pasando algo muy malo.

—Aquí —contestó su voz desde algún punto del interior de la casa. El corazón me dio un respingo.

—Gracias a Dios —dije, llevando la mano hasta el interruptor de la luz. Lo accioné y la estancia se inundó de luz. Miré alrededor. La cocina estaba impoluta, como de costumbre.

Así que las cosas horribles no habían ocurrido allí.

Me deslicé desde la cocina hasta el gran salón de Eric. Enseguida supe que alguien había muerto allí. Había sangre por todas partes. Algunas manchas aún estaban frescas. Otras eran verdaderos charcos. Oí que a Jason se le atascaba la respiración en la garganta.

Eric estaba sentado en el sofá con la cabeza aferrada entre las manos. Era el único ser «vivo» de la habitación.

Si bien el olor de la sangre casi me asfixia, corrí a su lado sin dudarlo.

—¿Cariño? —dije—. Mírame.

Cuando levanté la cabeza, vi que un terrible corte le surcaba la frente. Había sangrado copiosamente por la herida. Tenía la cara llena de sangre seca. Cuando se irguió, vi que también tenía la camisa blanca manchada de sangre. La herida de la cabeza se estaba curando, pero la otra…

—¿Qué te ha pasado debajo de la camisa? —pregunté.

—Me he roto las costillas y han atravesado la carne —respondió—. Se curarán, pero llevará tiempo. Tendrás que colocarlas de nuevo en su sitio.

—Dime qué ha pasado —le pedí, intentando parecer calmada por todos los medios. Por supuesto, él sabía que no lo estaba.

—Aquí hay un tipo muerto —informó Jason—. Es humano.

—¿Quién es, Eric? —Le subí los pies descalzos al sofá para que pudiera tumbarse.

—Es Bobby —contestó—. Intenté sacarlo de aquí a tiempo, pero él estaba convencido de que podría ayudarme. —Eric parecía increíblemente cansado.

Other books

The Lifeboat Clique by Kathy Parks
Dangerous Girls by Abigail Haas
The Last Honorable Man by Vickie Taylor
Of Poseidon by Anna Banks
American Diva by Julia London
While I Live by John Marsden
The Camelot Spell by Laura Anne Gilman