Authors: Charlaine Harris
Judith arqueó las cejas y atravesó el umbral.
—O amas a Bill o debes de ser tonta —dijo.
—Ninguna de las dos cosas, espero. ¿Te apetece una TrueBlood?
—Ahora no, gracias.
—Siéntate, por favor.
Me senté en el borde del sillón reclinable mientras Judith lo hacía en el sofá. Me parecía increíble que Lorena hubiese «creado» a Judith y a Bill. Se me agolparon innumerables preguntas, pero no quería ofender o irritar a esa vampira, que ya me había hecho un enorme favor.
—¿Conoces a Bill? —pregunté, yendo directamente al grano.
—Sí, lo conozco. —Parecía muy cauta, cosa extraña habida cuenta de que era infinitamente más fuerte que yo.
—¿Eres su hermana pequeña? —Aparentaba unos treinta; al menos ésa había sido su edad cuando murió. Tenía el pelo castaño oscuro y los ojos azules. Era bajita y de formas agradablemente redondeadas. Era una de las vampiras de aspecto menos amenazador que había conocido, al menos en cuanto a lo que saltaba a la vista. Y me resultaba extrañamente familiar.
—¿Perdón?
—Que si Lorena te convirtió después que a Bill. ¿Por qué te escogió?
—Fuiste la amante de Bill durante unos meses, ¿verdad? Es lo que entendí leyendo tu mensaje entre líneas —contraatacó ella.
—Sí, fuimos amantes. Pero ahora estoy con otra persona.
—¿Cómo es que nunca te explicó cómo conoció a Lorena?
—No lo sé. Supongo que no le apetecía.
—Qué extraño. —No se molestó en disimular su desconfianza.
—Todo es extraño hasta que deja de serlo —dije—. No sé por qué Bill no me lo ha contado, pero el caso es que no lo ha hecho. Si me lo quieres decir tú, bien. Adelante. Pero no creo que sea importante. Lo importante es que Bill no se está recuperando. Le mordió un hada con los dientes con punta de plata. Si tiene tu misma sangre, es posible que tenga alguna esperanza.
—¿Te ha insinuado que me la pidas a mí?
—No, señora, de ninguna manera. Pero odio verlo sufrir.
—¿Ha mencionado mi nombre?
—Eh, no. Investigué por mi cuenta hasta dar contigo. Pienso que, si también eres de la sangre de Lorena, su sufrimiento no debe de haberte pasado desapercibido. Me pregunto por qué no te has presentado antes.
—Te contaré por qué. —Su voz adquirió un tono ominoso.
Oh, genial, otro cuento de dolor y sufrimiento. Sabía que la historia no me iba a gustar.
Y tenía razón.
Judith empezó su relato con una pregunta:
—¿Has llegado a conocer a Lorena?
—Sí —respondí, y ahí lo dejé. Evidentemente, Judith no sabía exactamente cómo la había conocido, que fue pocos segundos después de atravesarle el corazón con una estaca, acabando con su larga y depravada vida.
—Entonces sabrás que es despiadada.
Asentí.
—Tienes que saber por qué me he mantenido apartada de Bill todos estos años, cuando lo cierto es que le tengo mucho aprecio —dijo Judith—. Lorena ha tenido una vida difícil. No tengo por qué creerme necesariamente todo lo que me ha contado, pero he podido corroborar algunas de sus afirmaciones. —Judith ya no me veía. Me atravesaba con la mirada, que se perdía en los años pasados, pensé.
—¿Cuántos años tenía? —pregunté para que no decayese la historia.
—Para cuando Lorena conoció a Bill, hacía muchas décadas que vivía como vampira. Un hombre llamado Solomon Brunswick la convirtió en 1788. A ella la conoció en un burdel de Nueva Orleans.
—¿La conoció como estoy pensando?
—No del todo. Acudió allí para beberse la sangre de otra prostituta, una que se especializaba en los deseos más extraños de los hombres. En comparación con sus demás clientes, un pequeño mordisco era una minucia.
—¿Era Solomon un vampiro antiguo? —Sentía curiosidad a pesar de mí misma. Los vampiros eran historia viva… Bueno, desde que salieron del ataúd, habían aportado mucho a los cursos universitarios. Si consigues llevar a un vampiro a tu clase para que cuente su historia, tendrás una buena audiencia asegurada.
—Hacía veinte años que Solomon era vampiro. Se convirtió por accidente. Era una especie de calderero. Vendía cazuelas y cacerolas, y también las arreglaba. Tenía objetos difíciles de encontrar en Nueva Inglaterra por aquel entonces: agujas, hilo y cosas por el estilo. Iba de pueblo en pueblo y de granja en granja con su caballo y su carro, solo. Una noche, mientras acampaba en el bosque, se encontró con uno de nosotros. Me contó que sobrevivió al primer encuentro, pero que el vampiro lo siguió durante la noche hasta su siguiente campamento y lo atacó de nuevo. El segundo ataque fue crítico. Solomon fue uno de los desafortunados que fueron convertidos accidentalmente. Como el vampiro que bebió de él lo dio por muerto, inconsciente del cambio (o al menos eso es lo que quiero creer), Solomon nació sin mentor y tuvo que aprenderlo todo por sí mismo.
—Suena horrible —comenté, muy convencida de ello.
Ella asintió.
—Debió de serlo. Se desplazó a Nueva Orleans para evitar a los que le conocían y pudieran preguntarse por qué no envejecía. Allí conoció a Lorena. Tras beber de un desdichado, iba a salir por la parte de atrás cuando la vio en un patio en penumbra. Estaba con un hombre. El cliente pretendía irse sin pagar y, en menos que canta un gallo, Lorena lo agarró y le cercenó el cuello.
Sí, así era la Lorena que yo había conocido.
—Solomon quedó impresionado por su brutalidad y excitado por el olor de la sangre. Cogió al moribundo y acabó de desangrarlo. Cuando lanzó su cuerpo al patio de la casa de al lado, se encontró a una Lorena impresionada y fascinada. Quería ser como él.
—Encaja, la verdad.
Judith esbozó una leve sonrisa.
—Era analfabeta, pero tenaz y tremendamente dotada para la supervivencia. Él era mucho más inteligente, pero menos hábil para matar. A esas alturas, Solomon ya había aprendido algunas cosas, y pudo enseñárselas a Lorena. De vez en cuando intercambiaban sangre y eso les dio el valor para encontrar a otros como nosotros, para aprender lo que necesitaban y vivir en condiciones en vez de limitarse a la supervivencia. Practicaron para convertirse en vampiros de éxito, pusieron a prueba los límites de su naturaleza y formaron un equipo excelente.
—Entonces, Solomon sería como tu abuelo —deduje—. ¿Qué pasó después?
—Con el tiempo, la rosa fue perdiendo su frescor —dijo Judith—. Sire e hijo suelen permanecer juntos más tiempo que una pareja unida sólo por el sexo, pero no para siempre. Lorena le traicionó. La encontraron con el cuerpo de un niño medio desangrado, pero logró comportarse como una humana de forma bastante convincente. Dijo a los hombres que la sorprendieron que Solomon era uno de los responsables de lo que le había pasado al niño y que le había obligado a llevar el cuerpo, razón por la cual estaba manchada de sangre. Solomon apenas logró salir vivo de la ciudad. Estaban en Natchez, Misisipi. Solomon no volvió a ver a Lorena. Tampoco llegó a conocer a Bill. Lorena lo encontró después de la Guerra de Secesión.
»Bill me contó más tarde que una noche Lorena merodeaba por esta zona. Por aquel entonces era mucho más difícil pasar desapercibido, sobre todo en zonas rurales. También era cierto que no había tanta gente dispuesta a cazarte, y los medios de comunicación eran escasos, por no decir que nulos. Pero los forasteros llamaban mucho la atención, y con la escasa población la variedad de presas era inferior. La muerte de una persona pasaba menos desapercibida. Había que esconder los cadáveres con mucho cuidado o planificar la muerte muy meticulosamente. Al menos, las autoridades no estaban muy organizadas.
Procuré no mostrarme asqueada. Aquello no suponía nada nuevo. Ésa había sido la forma de vida de los vampiros hasta hacía escasos años.
—Lorena vio a Bill y su familia a través de las ventanas de su casa —dijo Judith apartando la mirada—. Se enamoró. Acechó a la familia durante varias noches. De noche, excavaba un agujero en el bosque y se enterraba. Por la noche, observaba.
»Finalmente decidió actuar. Se dio cuenta (hasta ella se dio cuenta) de que Bill jamás la perdonaría si mataba a sus hijos, así que aguardó a que saliera en medio de la noche para ver por qué había dejado de ladrar el perro. Cuando Bill salió con su escopeta, ella lo sorprendió por la espalda.
La idea de que Lorena hubiese estado tan cerca de mi familia, en el bosque, me dio un escalofrío… Podría haberse encaprichado con mis bisabuelos con la misma facilidad, y toda mi historia familiar habría sido diferente.
—Lo convirtió esa misma noche, lo enterró y lo ayudó a resucitar tres noches después.
Imaginé lo destrozado que debió de sentirse Bill. Lo había perdido todo en un abrir y cerrar de ojos: una vida arrebatada y devuelta de una terrible forma.
—Imagino que se lo llevó de aquí —supuse.
—Sí, eso era esencial. Incluso escenificó una muerte para él. Roció un claro con su sangre y dejó unos jirones de su ropa con una pistola. Me dijo que fue como si una pantera lo hubiese matado. Así que emprendieron una travesía juntos y, aun estando vinculado a ella, no dejó de odiarla. Su existencia junto a ella fue muy penosa, pero Lorena seguía obsesionada con él. Al cabo de treinta años intentó hacerle más feliz convirtiendo a una mujer que se parecía mucho a su esposa.
—Oh, Dios —exclamé, intentando contener las arcadas—. ¿Eras tú? —Por eso me había resultado familiar. Había visto las viejas fotos de Bill.
Judith asintió.
—Por supuesto. Bill me vio entrar en la casa de un vecino para celebrar una fiesta con su familia. Me siguió y me observó porque el parecido casi lo había embrujado. Cuando Lorena descubrió su nueva fuente de interés, pensó que Bill estaría más abierto a seguir con ella si le proporcionaba una compañera.
—Lo siento —me excusé—. De verdad que lo siento.
Judith se encogió de hombros.
—No fue culpa de Bill, pero espero que comprendas por qué me lo pensé antes de responder a tu mensaje. Solomon ahora está en Europa, de lo contrario le habría pedido que me acompañase también. Odiaba la idea de volver a encontrarme con Lorena, y tenía miedo…, miedo de que estuviese aquí, miedo de que hubieses acudido también a ella para ayudar a Bill. Ella habría sido capaz de inventarse toda esta historia para traerme hasta aquí. ¿Está…, está por aquí?
—Lorena está muerta. ¿No lo sabías?
Los redondos ojos azules de Judith se abrieron como platos. No podía estar más pálida, pero consiguió cerrar los ojos durante un largo instante.
—Sentí una fuerte distorsión hace unos dieciocho meses… ¿Fue la muerte de Lorena?
Asentí.
—Por eso no me ha convocado. Oh, esto es maravilloso, ¡maravilloso!
Judith parecía una mujer diferente.
—Supongo que me sorprende un poco que Bill no se haya puesto en contacto contigo para decírtelo.
—Quizá pensó que estaba al corriente. Los hijos están vinculados a sus creadores. Pero no estaba segura. Parecía demasiado bueno para ser verdad. —Judith sonrió y de repente se me antojó muy guapa, a pesar de los colmillos—. ¿Dónde está Bill?
—Está al otro lado del bosque —respondí, señalando la dirección—, en su vieja casa.
—Podré seguirle el rastro cuando salga —dijo alegremente—. ¡Oh, poder estar con él sin Lorena cerca!
Eh, ¿cómo?
Hasta hacía un momento, Judith no había tenido reparos en sentarse y calentarme la oreja, pero de repente estaba deseando salir disparada como un gato escaldado. Yo me quedé sentada con los ojos entrecerrados, preguntándome qué había hecho.
—Lo curaré, y seguro que te lo agradece —dijo, y yo me sentí como si me hubiera destituido—. ¿Estaba Bill presente cuando murió Lorena?
—Sí —respondí.
—¿Fue castigado por matarla?
—No la mató él —contesté—. Fui yo.
Se quedó petrificada, mirándome como si acabase de anunciar que era King Kong.
—Te debo mi libertad —agradeció—. Bill debe de tenerte en muy alta estima.
—Eso creo —respondí. Para mi bochorno, ella se inclinó y me besó la mano. Sus labios estaban helados.
—Ahora Bill y yo podemos estar juntos —anunció—. ¡Por fin! Espero verte otra noche para expresarte lo agradecida que me siento, pero ahora debo ir con él. —Y, antes de poder decir «esta boca es mía», salió disparada hacia el bosque en dirección sur.
Me sentía como si un enorme puño me hubiese golpeado en la cabeza.
Habría sido una arpía si no me hubiese sentido feliz por Bill. Ahora podía pasarse los siglos con Judith, si eso era lo que deseaba. Con la duplicada inmortal de su mujer. Me obligué a sonreír.
Cuando aparentar felicidad no me hacía feliz, hacía veinte sentadillas seguidas de veinte flexiones. «Vale, así está mejor», pensé, tumbada sobre el estómago en el salón de mi casa. Ahora me avergonzaba de que me temblasen los músculos de los brazos. Recordé los ejercicios por los que nos había hecho pasar la entrenadora de las Lady Falcons de softball, y sabía que la entrenadora Peterson me habría pateado el trasero si me hubiese visto en ese estado. Por otra parte, tenía que admitir que ya no tenía diecisiete años.
Al girarme para tumbarme sobre la espalda, medité ese particular sobriamente. No era la primera vez que notaba el paso del tiempo, pero sí la primera en que me daba cuenta de que mi cuerpo había perdido eficiencia. Tendría que contrastarlo con los numerosos vampiros a los que conocía. Al menos el noventa y nueve por ciento de ellos habían sido convertidos en la flor de la vida. Algunos incluso más jóvenes, como Alexei, y otros con más edad, como la anciana pitonisa. Pero la mayoría rondaban una franja de edad que iba de los dieciséis a los treinta y cinco en su primera muerte. Nunca tendrían la necesidad de una Seguridad Social o un seguro privado. Nunca tendrían que preocuparse por una sustitución de cadera, un cáncer de pulmón o una artritis.
Para cuando alcanzara la mediana edad (con suerte, ya que mi vida podía considerarse de «alto riesgo»), yo iría estando en peor forma física de un modo bastante perceptible. Después, las arrugas no harían sino ampliarse y hacerse más profundas; la piel se iría soltando y mostraría alguna que otra mancha, al tiempo que el pelo empezaría a escasear. La barbilla se me combaría ligeramente y los pechos se me descolgarían. Las articulaciones empezarían a dolerme cada vez que permaneciese sentada en una misma posición durante demasiado tiempo. Tendría que llevar gafas para leer.