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Authors: Charlaine Harris

Muerto en familia (14 page)

—Sí, eso es lo que hacen.

—No aparecerá ningún cuerpo. Sobre todo porque el chaparrón de anoche habrá eliminado cualquier rastro. —Pam parecía jactarse de ello—. Nadie puede culparnos.

Me quedé parada, con el teléfono pegado a la oreja, en una acera vacía en medio de la ciudad, apenas a unos metros de una farola. Pocas veces me había sentido más sola.

—Ojalá hubiese sido Victor —deseé desde lo más profundo de mi corazón.

—¿Quieres matar a otra persona? —Pam parecía un poco sorprendida.

—No. Quiero que se acabe. Quiero que todo vuelva a la normalidad. No quiero más muertes. —Sam salió en ese momento del restaurante y reparó en la tensión de mi voz. Sentí su mano sobre mi hombro—. Tengo que dejarte, Pam. Mantenme informada.

Cerré la tapa del móvil y me volví hacia Sam. Parecía preocupado, y la luz de la farola proyectaba hondas sombras sobre su rostro.

—Tienes problemas —dijo.

No contesté.

—Sé que ahora no puedes hablar de ello, pero si alguna vez te apetece hacerlo, ya sabes dónde encontrarme —se ofreció.

—Lo mismo te digo —respondí, porque me imaginé que, con una novia como Jannalynn, Sam debía de estar en una situación muy parecida a la mía.

Capítulo
5

El viernes por la mañana el teléfono se puso a sonar mientras estaba en la ducha. Como tenía contestador, lo ignoré. Cuando estiré el brazo para buscar la toalla a tientas, sentí que alguien me tiraba de la mano. Con un jadeo ahogado, abrí los ojos para ver a Claude completamente desnudo.

—Es para ti —dijo, entregándome el inalámbrico de la cocina. Se fue sin más.

Me lo llevé automáticamente a la oreja.

—¿Diga? —pregunté como pude. No sabía en qué pensar primero: si en que había visto a Claude como vino al mundo, si en que él me había visto desnuda a mí o si en el hecho de que éramos familiares y habíamos estado en la misma habitación los dos desnudos.

—¿Sookie? Pareces afectada —preguntó una voz masculina que me resultaba familiar.

—Oh, es que me ha pillado por sorpresa —me excusé—. Lo siento… ¿Con quién hablo?

La voz se rió con un sonido tibio y amistoso.

—Soy Remy Savoy, el padre de Hunter —dijo.

Remy había estado casado con mi prima Hadley, que ahora estaba muerta. Su hijo Hunter y yo teníamos un vínculo que debíamos explorar. Tenía pendiente la intención de llamar a Remy para establecer unas pautas de visita a Hunter, y decidí que era el momento de resolverlo.

—Espero que llames para decirme que puedo ver a Hunter este fin de semana —sugerí—.Tengo que trabajar el domingo por la tarde, pero libro el sábado, es decir, mañana.

—¡Genial! Iba a preguntarte si podría llevarlo a tu casa esta noche; quizá podría pasar la noche allí.

Eso era mucho tiempo que pasar con un crío al que apenas conocía; más aún, un crío que no me conocía en absoluto.

—Remy, ¿tienes algún plan especial, o algo?

—Claro. Mi tía murió ayer y tengo que preparar el funeral para mañana a las diez. Pero el velatorio es esta noche. No me gusta la idea de llevar a Hunter al velatorio o al funeral… Sobre todo teniendo en cuenta, ya sabes, su… problema. Puede ser algo muy duro para él. Ya sabes cómo es… No puedo estar seguro de lo que dirá.

—Comprendo. —Y así era. Es complicado tener por ahí a un telépata en edad preescolar. Mis padres habrían comprendido el apuro en que se encontraba Remy—. ¿Qué edad tiene ya?

—Cinco. Acaba de ser su cumpleaños. Estaba preocupado con la fiesta, pero salió bien.

Respiré hondo. En su momento dije que ayudaría a Hunter con su problema.

—Vale, puede quedarse conmigo esta noche.

—Gracias. Te lo agradezco mucho, en serio. Lo llevaré cuando salga hoy de trabajar. ¿Te viene bien? Podríamos estar allí a eso de las cinco y media.

Yo saldría de trabajar entre las cinco y las seis, dependiendo de que mi relevo llegase a tiempo y de la concurrencia del bar. Di a Remy mi número de móvil.

—Si no estoy en casa, llámame al móvil. Llegaré lo antes posible. ¿Qué le gusta comer?

Hablamos de la rutina de Hunter durante unos minutos y colgamos. Para entonces ya estaba seca, pero el pelo me colgaba en mechones húmedos. Tras unos minutos con el secador, fui a hablar con Claude, ya adecuadamente vestida con mis prendas de trabajo.

—¡Claude! —grité desde el fondo de las escaleras.

—¿Sí? —preguntó con absoluta despreocupación.

—¡Baja ahora mismo!

Apareció en lo alto de las escaleras con el cepillo en la mano.

—¿Sí, prima?

—Claude, el contestador automático habría registrado la llamada. Por favor, no entres en mi habitación sin llamar, ¡y menos aún en mi baño! —Tenía claro que, en lo sucesivo, echaría el pestillo. Creo que nunca lo había usado antes.

—No me digas que eres una mojigata. —Parecía genuinamente curioso.

—¡No! —Pero, al cabo de un momento, añadí—: ¡Aunque puede que, comparada contigo, sí! Me gusta tener privacidad. Yo decido quién me ve desnuda. ¿Lo comprendes?

—Sí, aunque, objetivamente, prefiero tus otros argumentos.

Estaba convencida de que me iba a estallar la cabeza como una olla a presión.

—No esperaba esto cuando accedí a que te quedaras conmigo. Te gustan los hombres.

—Oh, sí, definitivamente los hombres son lo mío. Pero sé apreciar la belleza. He tenido ocasión de visitar el otro lado de la valla.

—Probablemente no te habría permitido mudarte conmigo de haberlo sabido —contesté.

Claude se encogió de hombros, como si dijese: «Entonces ¿no hice bien en no decírtelo?».

—Escucha —empecé a explicar, y me callé. Me estaba poniendo nerviosa. Al margen de las circunstancias, ver desnudo a Claude… Bueno, la primera reacción primaria no había sido la ira—. Mira, te voy a decir un par de cosas y quiero que las tomes muy en serio.

Aguardó, cepillo en mano, mostrando atención por pura cortesía.

—Primero: tengo novio, es vampiro y no me interesa ponerle los cuernos, y eso incluye ver a otros hombres desnudos… en mi cuarto de baño —añadí apresuradamente, pensando en cambiantes de toda condición—. Si no eres capaz de comprender eso, tendrás que marcharte y volver a tu casa. Segundo: esta noche espero una visita, un niño pequeño al que voy a cuidar, y más te vale actuar de forma apropiada delante de él. ¿Comprendes lo que te estoy diciendo?

—Nada de nudismo y ser bueno con el crío humano.

—Eso es.

—¿El crío es tuyo?

—Si fuese mío, puedes apostar tu dinero a que lo estaría criando yo. Es de Hadley. Era mi prima, la hija de mi tía Linda. Era la, eh…, novia de Sophie-Anne. Sabes, ¿no? La antigua reina. Al final también se convirtió en vampira. Tuvo a Hunter antes de que le pasara todo esto. Lo está criando su padre. —¿Estaría Claude emparentado con Hadley? Sí, por supuesto, y, por lo tanto, con Hunter también. Señalé eso también.

—Me gustan los niños —comentó Claude—. Me portaré bien. Y lamento haberte sobresaltado. —Me chirrió ese tono de contrición.

—Es curioso, porque no parece que lo lamentes.

—Lloro por dentro —añadió con una sonrisa traviesa.

—Oh, por el amor de Dios —protesté, dando media vuelta para completar mi rutina higiénica a solas y sin espectadores.

Cuando me fui a trabajar ya estaba más tranquila. «Después de todo —pensé—, Claude ha debido de ver a miles de personas desnudas en su vida». La mayoría de los seres sobrenaturales no tenían ningún problema con la desnudez. El hecho de que Claude y yo estuviésemos remotamente emparentados (mi bisabuelo era su abuelo) no suponía ninguna diferencia para él; de hecho, no supondría ninguna diferencia para la gran mayoría de los seres sobrenaturales. Así que, me dije decididamente, pelillos a la mar. Cuando las horas empezaron a dilatarse en el trabajo, dejé un mensaje en el móvil de Eric diciéndole que iba a cuidar de un niño esa noche. «Si puedes venir, genial, pero quería que supieras que habrá otra persona», le dije al contestador de voz. Hunter haría de carabina ideal. Entonces recordé a mi nuevo vecino del piso de arriba. «Se me olvidó contarte una cosa la otra noche, y probablemente no te guste demasiado. También te echo de menos». Sonó un pitido. Se me había agotado el tiempo de mensaje. Bueno…, vale. Ni siquiera sabía qué le habría dicho a continuación.

Heidi, la rastreadora, llegaría a Bon Temps esa misma noche. Parecía que había pasado un año desde que Eric decidiera mandarla a explorar mis tierras. Al pensar en su llegada me sentí algo preocupada. ¿Seguiría pensando Remy que un funeral era malo para Hunter cuando averiguara lo que se iba a reunir en mi casa? ¿Estaba siendo irresponsable? ¿Estaba arriesgando la integridad del niño?

No, pensar así era una paranoia. Heidi venía sólo a registrar el bosque.

A punto de llegar la hora de dejar el Merlotte’s, había conseguido librarme de mis preocupaciones. Kennedy había vuelto a sustituir a Sam porque éste había hecho planes con Jannalynn, su novia licántropo, para ir a los casinos de Shreveport y cenar. Deseaba que se portase bien con él. Se lo merecía.

Kennedy se contorsionaba delante del espejo detrás de la barra, tratando discernir cuánto peso había perdido. Bajé la mirada hasta mis propios muslos. Jannalynn estaba realmente delgada. De hecho, diría que estaba flacucha. Dios había sido generoso conmigo en cuanto al busto, pero Jannalynn era dueña de unos pechos como albaricoques que exhibía con sus corpiños y camisetas de tirantes sin sujetador. Se confería cierta actitud (y altura) poniéndose un calzado alucinante. Yo llevaba unos Keds. Suspiré.

—¡Que pases buena noche! —me deseó Kennedy con alegría, y estiré los hombros, sonreí y le dije adiós con la mano. Mucha gente pensaba que la alegría y los buenos modales de Kennedy eran una fachada, pero yo estaba convencida de que era sincera. Su madre, obsesionada con los concursos de belleza, la había entrenado para tener siempre una sonrisa en la cara y una palabra amable en los labios. Tenía que concedérselo; Danny Prideaux no desconcertaba a Kennedy en absoluto, y eso que yo tenía la sensación de que ponía nerviosas a la mayoría de las chicas. Danny, que había sido criado en la filosofía de que el mundo estaba esperándole para tumbarlo y que por ello debía ser el primero en golpear, levantó un dedo hacia mí para unirse a la despedida de Kennedy. Tenía un refresco de Cola delante, ya que no bebía mientras estaba de servicio. Parecía feliz jugando al
Mario Kart
en su Nintendo DS, o simplemente sentado en la barra observando cómo trabajaba Kennedy.

Por otra parte, muchos hombres estarían nerviosos compartiendo trabajo con Kennedy, pues había estado en la cárcel por homicidio. Y seguro que también algunas mujeres. Pero yo no tenía ningún problema con ella. Me alegraba de que Sam le hubiese echado un capote. No es que apruebe el asesinato, pero algunas personas piden a gritos que alguien acabe con su vida, ¿no es así? Después de todo lo que había pasado, tuve que admitirme a mí misma que eso era lo que sentía.

Llegué a casa unos cinco minutos antes de que Remy apareciera con Hunter. Tuve el tiempo justo para quitarme la ropa del trabajo, echarla a la cesta de la ropa sucia y ponerme unos shorts y una camiseta limpia antes de que Remy llamara a la puerta delantera.

Eché un vistazo por la mirilla antes de abrir siguiendo la máxima de que más vale prevenir que curar.

—¡Hola, Remy! —exclamé. Tenía treinta y pocos, y era un hombre de discreto atractivo con un denso pelo largo y castaño claro. Iba ataviado de forma ideal para una visita nocturna al tanatorio: pantalones informales, camisa de paño a rayas marrones y blancas y mocasines brillantes. Parecía más cómodo con la franela y los vaqueros que llevaba el día que lo conocí. Bajé la mirada para encontrarme a su hijo. Hunter había crecido desde la última vez que lo había visto. Tenía el pelo y los ojos oscuros, como su madre, Hadley, pero era demasiado pronto para decidir por quién se decantaría más adelante.

Me acuclillé y le saludé pensando «Hola, Hunter», de forma sonriente y sin pronunciar una sola palabra.

El crío casi se había olvidado. La expresión se le iluminó.

«¡Tía Sookie!», pensó. El placer se extendió por su mente; placer y excitación.

—Tengo un camión nuevo —dijo en voz alta y me reí.

—¿Me lo vas a enseñar? Vamos, pasad y acomodaos.

—Gracias, Sookie —respondió Remy.

—¿De verdad me parezco a mamá, papi? —preguntó Hunter.

—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Remy, desconcertado.

—Es lo que dice la tía Sookie.

Remy ya estaba acostumbrado a pequeños sobresaltos como ése, y sabía que la cosa sólo podía ir a más.

—Sí, claro que te pareces a mamá, y ella era muy guapa —le contó Remy—. Eres un jovencito con suerte, hijo.

—No quiero parecerme a una chica —dijo Hunter, dubitativo.

«No lo pareces».

—En absoluto —señalé—. Hunter, tu habitación está justo aquí —le indiqué, señalando la puerta abierta—. Yo solía dormir ahí cuando era pequeña.

Hunter miró a su alrededor, alerta y cauto. Pero la cama doble baja, con la colcha blanca, el viejo mobiliario y la deshilachada alfombra junto a la cama resultaban de lo más acogedoras.

—¿Dónde estarás tú? —preguntó.

—Aquí al lado, cruzando el pasillo —contesté, abriendo la puerta de mi habitación—. Puedes llamarme y vendré corriendo. O puedes venirte a mi cama, si te asustas por la noche.

Remy observó cómo su hijo absorbía toda la información. No sabía cuantas noches había pasado el niño alejado de su padre; no muchas, a tenor de los pensamientos que captaba de la mente de Hunter.

—El cuarto de baño es la puerta siguiente, ¿ves? —le enseñé, respondiendo a sus pensamientos—. Ésta es una casa antigua, Hunter. —La bañera con patas de garra y los azulejos blancos y negros no eran lo habitual en los apartamentos de alquiler donde había vivido con su padre desde el Katrina.

—¿Qué hay arriba? —preguntó Hunter.

—Bueno, mi primo se ha venido a vivir conmigo un tiempo. Ahora mismo no está, y vuelve tan tarde que puede que ni lo veas. Se llama Claude.

«¿Puedo subir a mirar?».

«Quizá mañana subamos juntos. Te enseñaré las habitaciones a las que puedes pasar y cuál es la de Claude».

Alcé la mirada para ver que Remy no dejaba de pasar la suya entre Hunter y yo, indeciso de si sentirse aliviado o no por que yo pudiera comunicarme con su hijo de ese modo.

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