Authors: Charlaine Harris
—Ambas cosas —anunció Claude, sonriente—. Vas a tener gemelos, niño y niña.
—Mi médico sólo ha detectado un latido —corrigió Tara, intentando ser amable.
—Entonces, tu médico es un imbécil —soltó Claude alegremente—. Tienes dos bebés, vivos y saludables.
Era evidente que Tara no sabía cómo reaccionar.
—Haré que me examine mejor la próxima vez —respondió—. Y le diré a Sookie que te cuente lo que me diga.
Afortunadamente, Hunter había pasado de la mayor parte de la conversación. Acababa de aprender a lanzar la pelota al aire y recogerla, y estaba distraído intentando colocarse el guante en su pequeña mano.
—¿Has jugado al béisbol, tía Sookie? —preguntó.
—Al softball —dije—. Por supuesto que sí. Jugaba por la derecha. Eso significa que esperaba fuera del campo a ver si la chica que bateaba lanzaba la bola en mi dirección. Entonces la alcanzaba y se la tiraba a la
pitcher
, o a quienquiera que necesitara recibirla.
—Tu tía Sookie era la mejor jugadora por la derecha de la historia de las Lady Falcons —contó Tara, acuclillándose para ponerse a la altura de Hunter.
—Me lo pasé bien, la verdad —reconocí.
—¿Tú también jugabas al softball? —preguntó Hunter a Tara.
—No, yo iba a animarla —contestó mi amiga, lo cual era la absoluta verdad, bendita sea.
—Toma, Hunter —dijo Claude, amagando un lanzamiento—. Recógela y vuelve a lanzármela.
La extraña pareja recorrió el parque lanzando la bola con muy poca precisión. Se lo estaban pasando muy bien.
—Vaya, vaya, vaya —insinuó Tara—. Tienes la costumbre de encontrarte familiares en los lugares más extraños. ¿Un primo? ¿De dónde lo has sacado? No será un hijo no reconocido de Jason, ¿verdad?
—Es el hijo de Hadley.
—Oh… Oh, Dios mío. —Los ojos de Tara se ensancharon. Contempló a Hunter, tratando de captar las similitudes de sus rasgos con los de Hadley—. ¿No será él su padre? Imposible.
—No —respondí—. Ése es Claude Crane, también es mi primo.
—Está claro que no es hijo de Hadley —afirmó riéndose—, y Hadley es la única prima que tienes que yo sepa.
—Eh… Es un asunto algo complicado, ya me entiendes —me escabullí. Era imposible de explicar sin mancillar la integridad de la abuela.
Tara se dio cuenta de mi incomodidad respecto a Claude.
—¿Cómo lo lleváis tú y tu rubio alto?
—Lo llevamos bien —dije, cautelosa—. No necesito nada más.
—¡Y tanto! Ninguna mujer en su sano juicio debería necesitar nada más si estuviese saliendo con Eric. Es guapísimo y listo. —Su tono era un poco melancólico. Bueno, al menos J.B. era muy guapo.
—Eric puede ser un coñazo cuando quiere. ¡Qué te voy a contar! —Traté de imaginarme engañando a Eric—. Si intentase cualquier cosa con otro, él podría…
—¿Matarlo?
—Está claro que no se alegraría —reconocí con un inmenso eufemismo.
—Bueno, ¿vas a contarme cuál es el problema? —Puso su mano sobre la mía. Ella no es muy de tocar a las personas, así que el gesto era muy significativo.
—A decir verdad, Tara, no estoy muy segura. —Tenía la abrumadora sensación de que algo no iba bien, algo importante. Pero era incapaz de definirlo.
—¿Sobrenaturales?
Me encogí de hombros.
—Bueno, me tengo que ir a la tienda —anunció—. McKenna ha abierto por mí hoy, pero no puedo pedirle que lo haga indefinidamente. —Nos despedimos, más contentas la una con la otra de lo que lo habíamos estado en mucho tiempo. Recordé que tenía que prepararle una celebración por el recién nacido. No sabía por qué demonios no se me había ocurrido antes. Tenía que empezar con la planificación. Si hacía una celebración sorpresa y me encargaba yo de toda la comida… Oh, y tenía que advertir a todo el mundo de que Tara y J.B. esperaban gemelos. No dudaba de la perspicacia de Claude ni por un segundo.
Decidí que saldría al bosque sola, quizá al día siguiente. Sabía que la vista y el olfato de Heidi (y los de Basim, tanto daba) eran mucho más agudos que los míos, pero sentía un incontrolable impulso de salir a mirar por mí misma. Una vez más, algo se agitó en el fondo de mi mente, un recuerdo que no era tal. Algo relacionado con el bosque… Con un herido en el bosque. Agité la cabeza para sacudirme de encima el peso y me di cuenta de que no podía oír voz alguna.
—Claude —llamé.
—¡Aquí!
Rodeé una masa de arbustos y vi al hada y al crío disfrutando en el molinete. Así es como siempre había llamado yo a ese columpio. Es circular, varios niños pueden ocuparlo y otros corren por los bordes empujando y se ponen a girar hasta que se agota la inercia. Claude estaba empujando con demasiado ímpetu y, si bien Hunter parecía disfrutar, su sonrisa era un poco tensa. Podía ver el miedo en su mente filtrarse por los poros del placer.
—Caramba, Claude —avisé, conteniendo el tono de voz—, creo que es velocidad más que suficiente para un crío. —Claude dejó de empujar, aunque reacio. Se lo había estado pasando en grande.
Si bien Hunter manifestó su contrariedad con mi advertencia, sabía que estaba aliviado. Abrazó a Claude cuando éste dijo que tenía que irse a Monroe para abrir el club.
—¿Qué clase de club? —preguntó Hunter, y tuve que lanzar a Claude una intensa mirada y mantener mi mente en blanco.
—Nos vemos luego, colega —le dijo el hada al niño, devolviéndole el abrazo.
Había llegado la hora para un temprano almuerzo, así que me llevé a Hunter al McDonald’s a modo de gran premio. Su padre no había mencionado ningún límite en cuanto a la comida, así que pensé que no habría ningún problema.
Hunter disfrutó con su
Happy Meal
, rodó por la mesa el camión de juguete hasta que llegó a aburrirme y luego quiso explorar la zona de juegos. Yo me senté en un banco para vigilarlo, esperando que los túneles y los toboganes lo mantuvieran ocupado durante, al menos, otros diez minutos, cuando una mujer se acercó a la puerta de la zona vallada, llevando de la mano a otro crío de la edad de Hunter. A pesar de poder oír prácticamente el ominoso batacazo de los bombos, mantuve una fresca sonrisa en la cara, deseando lo mejor.
Al cabo de unos segundos de mutuo y grave escrutinio, los dos muchachos empezaron a gritar y corretear por la zona de juegos y se relajaron, pero sin bajar del todo la guardia. Lancé una sonrisa a su madre, pero estaba sumida en sus pensamientos y no me hizo falta leerle la mente para saber que había tenido una mala mañana (descubrí que se le había roto la secadora y no se podía permitir una nueva al menos en los dos siguientes meses).
—¿Es el menor? —pregunté, procurando parecer alegre e interesada.
—Sí, el más joven de cuatro —respondió, y aquello explicaba su desesperación acerca de la secadora—. Los demás están practicando para la liguilla de béisbol. Pronto llegarán las vacaciones de verano y los tendré en casa durante tres meses.
Vaya. Me había quedado sin cosas que decir.
Mi impuesta compañera volvió a sumirse en sus pensamientos y yo hice lo que pude para mantenerme a raya. No era fácil, ya que parecía un agujero negro de pensamientos infelices que trataba de succionarme.
Hunter se quedó plantado delante de ella, leyendo sus pensamientos con boquiabierta fascinación.
—Hola —dijo la mujer, realizando un reseñable esfuerzo.
—¿De verdad quieres escaparte? —preguntó Hunter.
Definitivamente, ése era un momento de los de «¡Tierra trágame!».
—Hunter, creo que deberíamos ir marchándonos —le indiqué—. ¡Vamos, que llegamos muy tarde! —Recogí a Hunter y me lo llevé, a pesar de sus meneos de protesta (además, era más pesado de lo que parecía). De hecho, se las arregló para propinarme una patada en el muslo que casi hizo que lo soltara.
La madre de la zona de juegos nos contemplaba con la boca abierta. Su pequeño se había unido a ella, desconcertado por la súbita partida.
—¡Me lo estaba pasando bien! —chilló Hunter—. ¿Por qué tenemos que irnos?
Lo miré directamente a los ojos.
—Hunter, no abras la boca hasta que lleguemos al coche —le ordené, y hablaba muy en serio. Arrastrarlo por todo el restaurante mientras no dejaba de protestar atrajo todas las miradas hacia nosotros. No fue precisamente agradable. Reparé en una pareja de conocidos. Sabía que, más tarde, habría preguntas a las que dar respuestas. No era culpa de Hunter, pero eso no hizo que me sintiera mucho más generosa.
Al abrocharle el cinturón, me di cuenta de que había permitido que Hunter se cansara y se sobreexcitara demasiado, y anoté mentalmente que aquello no debía repetirse. Casi era capaz de sentir cómo se agitaba su pequeña mente.
Me miraba como si le hubiese roto el corazón.
—Me lo estaba pasando bien —volvió a repetir—. Ese niño era mi amigo.
Me volví para mirarlo a la cara.
—Hunter, le dijiste algo a su madre que le hizo saber que eres diferente.
Fue lo suficientemente realista para admitir lo que le estaba diciendo.
—Estaba muy enfadada —murmuró—. Hay mamás que abandonan a sus hijos.
Su propia madre lo había abandonado.
Medité un instante lo que podía argumentar. Decidí ignorar el asunto más sombrío. Hadley había abandonado a Remy y a Hunter, y ahora estaba muerta y no iba a volver nunca. Ésos eran los hechos. Nada podía hacer para cambiarlos. Lo que Remy quería era que ayudase a Hunter a vivir el resto de su vida.
—Hunter, es difícil, lo sé. Yo pasé por lo mismo. Podías oír lo que pensaba esa mamá y lo expresaste en voz alta.
—¡Pero lo estaba diciendo! ¡En su cabeza!
—Pero no en voz alta.
—Ella lo estaba diciendo.
«¡En su mente!». Se había puesto testarudo.
—Hunter, eres un hombrecito muy joven. Pero para facilitarte la vida, tendrás que pensar antes de hablar. —Los ojos de Hunter empezaban a llenarse de lágrimas—. Tienes que pensar y mantener la boca cerrada.
Dos enormes lágrimas surcaron sus mejillas sonrosadas. Lo que faltaba.
—No puedes hacer preguntas a la gente acerca de lo que oyes en sus cabezas. ¿Recuerdas lo que hablamos sobre la intimidad?
Asintió una vez, inseguro, y luego repitió el gesto con más energía. Se acordaba.
—La gente, adultos y niños, se va a enfadar mucho contigo si descubre que puedes leerle la mente. Porque las cosas que hay en la cabeza de cada cual son privadas. No te haría gracia que nadie dijera en voz alta las ganas que tienes de hacer pipí.
Hunter me horadó con la mirada.
—¿Ves? No es agradable, ¿a que no?
—No —refunfuñó.
—Quiero que crezcas con la mayor normalidad posible —le animé—. Crecer con un problema es duro. ¿Conoces a algún niño con problemas que todo el mundo pueda ver?
Al cabo de un instante, asintió.
—Jenny Vasco —contestó—. Tiene una gran marca en la cara.
—Es lo mismo, salvo que tú puedes ocultar tu diferencia y Jenny no —expliqué. Lo sentía horrores por Jenny Vasco. Parecía erróneo enseñarle a un niño a mantener secretos y ser sigiloso, pero el mundo no estaba listo para un crío de cinco años capaz de leer la mente, y puede que nunca lo estuviese.
Me sentía como una vieja bruja malvada mientras contemplaba su triste rostro embadurnado en lágrimas.
—Iremos a casa y leeremos un cuento —concluí.
—¿Estás enfadada conmigo, tía Sookie? —preguntó con un rastro de sollozo.
—No —respondí, aunque la patada no me había hecho ninguna gracia. Pero como lo iba a saber de todos modos, mejor sería decírselo—: No me ha gustado nada que me dieras una patada, Hunter, pero ya no estoy enfadada. Sí que lo estoy con el resto del mundo, porque te lo está poniendo muy difícil.
Se pasó callado todo el camino a casa. Entramos y nos sentamos en el sofá después de que se metiera en el baño a orinar y trajera de vuelta un par de libros de los que yo tenía por ahí. Se quedó dormido antes de que pudiera acabar
El cachorro diminuto
. Lo posé suavemente sobre el sofá, le quité los zapatos y me hice con mi propio libro. Leí mientras él dormía. Me levantaba de vez en cuando para hacer alguna tarea pequeña. Hunter durmió casi dos horas. Se me antojaron un remanso de paz, aunque, de no haber tenido a Hunter conmigo todo el día, podría haber resultado aburrido.
Después de meter la colada en la lavadora y regresar a la habitación de puntillas, me detuve junto a Hunter y lo observé. Si yo tuviese un hijo, ¿tendría los mismos problemas que Hunter? Ojalá que no. Por supuesto, si Eric y yo seguíamos con nuestra relación, jamás tendría un hijo, a menos que me sometiera a una inseminación artificial. Traté de imaginarme pidiéndole a Eric su opinión acerca de dejarme inseminar por un desconocido, y me avergüenza decir que tuve que sofocar una risita.
Eric era muy moderno en algunos aspectos. El móvil le resultaba muy práctico, le encantaban las puertas de garaje automáticas y disfrutaba viendo las noticias en la tele. Pero la inseminación artificial… Va a ser que no. Ya había oído su respuesta en cuanto a la cirugía plástica, y no pensaba que aquello fuese a ir por derroteros muy distintos.
—¿Por qué te ríes, tía Sookie? —preguntó Hunter.
—No es nada —respondí—. ¿Qué me dices de unas rodajas de manzana y un vaso de leche?
—¿No hay helado?
—Bueno, has tomado una hamburguesa con patatas y Coca-Cola para comer. Creo que será mejor que nos quedemos con las rodajas de manzana.
Le puse
El rey león
mientras le preparaba la merienda y nos sentamos en el suelo, ante el televisor para comerla. Hunter se cansó de la película (que ya había visto antes, por supuesto) a la mitad aproximadamente, tras lo cual le enseñé a jugar a Candy Land
[6]
. Me ganó la primera partida.
Mientras estábamos enfrascados en la segunda, alguien llamó a la puerta.
—¡Papá! —gritó Hunter antes de salir disparado hacia la puerta. Antes de que pudiera detenerlo, la abrió de par en par. Me alegré de que supiera quién era de antemano, porque lo pasé francamente mal. Allí estaba Remy, con una camisa de vestir, pantalones de traje y zapatos lustrosos. Parecía un hombre diferente. Sonrió a su hijo como si hiciera días que no lo veía. En apenas un segundo, le cogió en brazos.
Era una estampa entrañable. Se abrazaron con fuerza. Se me hizo un pequeño nudo en la garganta.
Al instante, Hunter se puso a contarle a Remy todo lo que quiso sobre el Candy Land, el McDonald’s y Claude, y su padre lo escuchó con suma atención. Me lanzó una fugaz sonrisa para indicarme que me saludaría en cuanto pudiera, cuando el torrente de información se hubiese sosegado.