Muerto en familia (22 page)

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Authors: Charlaine Harris

Pero es que me sacaba de quicio.

La mano de Eric se crispó, y supe que estaba percibiendo mi estado de ánimo. Quería decirme que lo controlase, que me relajase, que volase por debajo del radar. Quizá no quisiera volver a estar bajo el dominio de Ocella, pero también lo amaba. Me obligué a reducir la intensidad de mis anhelos. No le había dado al romano la menor oportunidad. Lo cierto es que no lo conocía. De él sólo sabía algunas cosas que no me gustaban, y quizá hubiera algunas cosas que podrían gustarme o resultarme admirables. Si hubiese sido el auténtico padre de Eric, le habría dado un montón de oportunidades de demostrar su valía.

Me pregunté hasta qué punto sería capaz Ocella de leer mis emociones. Aún estaba sintonizado con Eric, y siempre lo estaría. Y Eric y yo compartíamos un poderoso vínculo. Pero parecía que mis emociones no se interponían; el romano apenas me examinaba. Bajé la mirada. Tenía que aprender a ser más sigilosa, y rápido. Solía dárseme bien ocultar mis sentimientos, pero tan cerca de un vampiro tan antiguo y su nuevo protegido, ambos con una sangre tan similar a la de Eric, me estaba resultando difícil.

—No estoy muy segura de cómo llamarte —comencé, topándome con los ojos del romano. Intentaba imitar el mejor tono hospitalario de mi abuela.

—Llámame Apio Livio —respondió—, ya que eres la esposa de Eric. Él tuvo que esperar un siglo para ganarse el derecho de llamarme Apio, en vez de sire. Y unos cuantos siglos más para poder llamarme Ocella.

Así que sólo Eric podía llamarlo Ocella. Me parecía bien. Me di cuenta de que Alexei aún estaba en la fase de sire. El muchacho estaba sentado y quieto como si se hubiese tomado un tranquilizante para caballos. A su botella de sangre, posada sobre la mesa de centro, sólo le faltaba un discreto trago.

—Gracias —contesté, consciente de que no sonaba muy agradecida que digamos. Miré de soslayo a mi hermano. Jason tenía una idea bastante clara de cómo le apetecía llamar al romano, pero le hice un discreto gesto con la cabeza.

—Eric, cuéntame cómo te va en estos días —sugirió Apio Livio. Parecía genuinamente interesado. Tendió la mano hacia Alexei y empezó a acariciarle la espalda, como si fuese una mascota. Pero era innegable que había afecto en su gesto.

—Estoy muy bien. La Zona Cinco es próspera. Soy el único sheriff de Luisiana que sobrevivió a la usurpación de Felipe de Castro. —Consiguió sonar muy natural.

—¿Cómo ocurrió?

Eric puso al día al vampiro antiguo acerca de la situación política y de Victor Madden. Cuando consideró que su creador ya sabía lo esencial sobre la situación de Castro y Madden, Eric le preguntó:

—¿Cómo es que estabas tan oportunamente cerca para rescatar a este joven? —Y dedicó una sonrisa a Alexei.

Ahora que había escuchado la versión del propio Alexei, tenía ganas de conocer esa historia. Mientras Alexei Romanov permanecía sentado en silencio, Apio le contó a Eric cómo rastreó a la familia real rusa en 1918.

—Si bien ya me olía algo, tuve que moverme mucho más deprisa de lo previsto —respondió Apio. Apuró el contenido de la botella—. La decisión de ejecutarlos se tomó tan apresuradamente como su cumplimiento. Nadie quería que los hombres se lo pensaran dos veces. Para muchos soldados, fue algo terrible.

—¿Por qué querías salvar a los Romanov? —preguntó Eric, como si Alexei no estuviese presente.

Y Apio Livio rió. Rió a grandes carcajadas.

—Odiaba a los putos bolcheviques —contestó—. Y tenía un vínculo con el muchacho. Rasputín llevaba años dándole mi sangre. Resulta que llevaba ya un tiempo en Rusia. ¿Recuerdas la masacre de San Petersburgo?

Eric asintió.

—Y tanto. Hacía muchos años que no nos veíamos, y sólo supe fugazmente de ti entonces. —Eric ya me había hablado alguna vez de la masacre de San Petersburgo. Un vampiro llamado Gregory se había vuelto loco por culpa de una vengativa ménade. Hicieron falta veinte vampiros para reducirlo y disfrazar los resultados.

—Después de esa noche, cuando tantos de nosotros trabajamos juntos para limpiar el escenario tras someter a Gregory, desarrollé un afecto por los vampiros rusos, y por su pueblo también. —Añadió lo del pueblo ruso con un gesto de la cabeza hacia Jason y hacia mí, como representantes de la especie humana—. Los putos bolcheviques mataron a muchos de los nuestros. Estaba apenado. Las muertes de Fedor y Velislava fueron particularmente duras. Ambos fueron grandes vampiros, de varios siglos de antigüedad.

—Los conocí —recordó Eric.

—Les envié mensajes instándoles a que salieran de allí antes de iniciar mi búsqueda de la familia real. Pude dar con Alexei porque llevaba mi sangre. Rasputín conocía nuestra naturaleza. Cada vez que la emperatriz lo llamaba para curarle cuando la hemofilia empeoraba, él me pedía algo de sangre y el muchacho se curaba. Oí rumores de que pensaban matar a la familia real, así que empecé a rastrear el olor de mi propia sangre. ¡Te imaginarás que me sentí como un cruzado cuando di con ellos!

Ambos rieron, y de repente me di cuenta de que los dos habían conocido las Cruzadas y a los caballeros que las habían protagonizado. Mientras trataba de asimilar lo antiguos que eran, cuántas cosas habían visto, cuántas experiencias habían tenido y que casi nadie que aún caminase por la faz de la Tierra recordaba, sentí que el corazón se me estremecía.

—Sook, tienes unos conocidos de lo más interesantes —dijo Jason.

—Escucha, sé que quieres irte, pero si pudieras quedarte un rato más, te lo agradecería —le pedí. No me alegraba mucho tener allí al creador de Eric y al pobre Alexei, y dado que éste parecía sentirse muy cómodo con Jason, cabía la posibilidad de que su presencia contribuyera a sosegar una situación complicada de por sí.

—Sólo voy a poner la mesa en la camioneta y a llamar a Michele —dijo—. Alexei, ¿quieres acompañarme?

Apio Livio no se movió, pero era innegable que se puso tenso. Alexei miró al romano. Tras una larga pausa, Apio Livio asintió con la cabeza.

—Alexei, recuerda tus modales —le sugirió Apio Livio con suavidad. Alexei osciló la cabeza lentamente a modo de aquiescencia.

Tras recibir el permiso, el zarevich de Rusia salió con un empleado de mantenimiento de carreteras para colocar una mesa en una camioneta.

Cuando me quedé a solas con Eric y su creador, sentí una punzada de ansiedad. Lo cierto era que fluía a través del vínculo que compartía con Eric. No era la única que se sentía preocupada. Además, parecía que su conversación se había quedado en vilo.

—Perdona, Apio Livio —dije cuidadosamente—. Dado que estabas en el imperio adecuado en el momento adecuado, me pregunto si alguna vez viste a Jesucristo.

El romano tenía la vista clavada en el pasillo, ansioso por que apareciera Alexei.

—¿El carpintero? No, no lo conocí —contestó Apio, y supe que se estaba esforzando por no ser grosero—. El judío murió más o menos en la época en la que me convirtieron. Como apreciarás, tenía muchas otras cosas en las que pensar. De hecho, nunca supe nada de todo su mito hasta un tiempo después, cuando el mundo empezó a cambiar a resultas de su muerte.

Eso sí que habría sido alucinante; hablar con un ser que hubiera visto a Dios… aunque se refiriese a él como un «mito». Y volví a temer al romano, no por lo que me hubiera hecho a mí, o lo que hubiera hecho a Eric, o siquiera lo que estaba haciendo con Alexei, sino por lo que podría hacernos a todos si tan sólo se tomara la molestia. Siempre he intentado buscar algo bueno en las personas, pero lo mejor que podía decir de Apio era que tenía un buen gusto cuando elegía a los candidatos a vampiro.

Mientras abundaba en mis pensamientos, Apio le contaba a Eric lo conveniente que había sido el sótano de Ekaterimburgo. Alexei casi se había desangrado por las heridas, así que tuvo que darle al muchacho un buen trago de su propia sangre (desplazándose a toda velocidad y, por lo tanto, pasando desapercibido para el pelotón de ejecución. Luego se quedó observando desde las sombras cómo arrojaban los cuerpos al pozo. Al día siguiente, volvieron a sacar a la familia real porque sus asesinos temían las posibles agitaciones consiguientes al asesinato de los Romanov.

—Los seguí en cuanto el sol se puso a la noche siguiente —dijo Apio—. Hicieron una parada para volver a enterrarlos. Alexei y una de sus hermanas…

—María —completó Alexei con suavidad y yo di un respingo. Había aparecido silenciosamente en el salón, detrás de la silla de Apio—. Se llamaba María.

Se produjo un silencio. Apio parecía tremendamente aliviado.

—Sí, por supuesto, querido mío —concedió Apio, apañándoselas para sonar como si le importase—. Tu hermana María era irrecuperable, pero en ti aún quedaba una tenue chispa vital. —Alexei posó la mano sobre el hombro de Apio Livio, y éste se la cubrió con la suya—. Le dispararon varias veces —explicó a Eric—. Dos en la cabeza. Puse mi sangre directamente en los orificios de las balas. —Volvió la cabeza para mirar al chico—. Mi sangre surtió efecto; tú habías perdido mucha. —Era como si estuviese recordando los buenos viejos tiempos. El romano volvió a enfilar la mirada hacia Eric y hacia mí con una orgullosa sonrisa plasmada en los labios. Pero yo podía ver el rostro de Alexei.

Apio Livio sentía genuinamente que había sido el salvador de Alexei. Yo no estaba tan segura de que el muchacho estuviese totalmente convencido de ello.

—¿Dónde está tu hermano? —preguntó de repente Apio Livio, y yo me puse de pie, dispuesta a ir a buscarlo. Sabía sumar dos y dos, y comprendí que el creador de Eric quería asegurarse de que Alexei no hubiera drenado a Jason, dejándolo en el jardín.

Jason apareció en el salón justo en ese momento, metiéndose el móvil en el bolsillo. Entornó los ojos. No era un chico muy avispado, pero sabía que algo me preocupaba.

—Lo siento —se excusó—. Estaba hablando con Michele.

—Hmmm —musité. Tomé clara nota mental de que a Apio Livio le preocupaba dejar a Alexei solo en compañía de humanos. Sabía que eso debería asustarme a mí también. La noche avanzaba, y tenía cosas que averiguar—. Lamento cambiar de tema, pero hay algunas cosas que necesito saber.

—¿El qué, Sookie? —preguntó Eric, mirándome directamente por primera vez desde la aparición de su creador. Estaba imponiendo precaución a nuestro vínculo.

—Sólo son un par de preguntas —dije con la sonrisa más dulce posible—. ¿Lleváis mucho tiempo rondando por la zona?

Volví a cruzar la mirada con esos ojos oscuros y antiguos. De alguna manera, era difícil contemplarlo entero de un vistazo. No podía hacerlo. Y aquello me ponía los pelos como escarpias.

—No —respondió con mucha calma—. Venimos del suroeste, desde Oklahoma, y acabamos de llegar a Luisiana.

—Entonces no sabréis nada del cadáver reciente que hay enterrado en mi bosque, ¿verdad?

—En absoluto. ¿Desearías que fuésemos a desenterrarlo? Es desagradable, pero factible. ¿Deseas saber de quién se trata?

Una oferta de lo más inesperada. Eric me miraba de forma muy extraña.

—Lo siento, cariño —me excusé—. Era lo que intentaba decirte cuando se presentaron nuestros inesperados visitantes.

—No es Debbie —dedujo.

—No. Heidi dice que hay un hoyo nuevo. Pero tenemos que averiguar de quién se trata y quién lo ha dejado allí.

—Los licántropos —concluyó Eric al instante—. Así es como te agradecen que les dejes usar tus tierras. Llamaré a Alcide y nos reuniremos. —Eric estaba encantado con la oportunidad de ejercer algo de prepotencia. Sacó su móvil y marcó el número de Alcide antes de que pudiera decir nada.

—Eric —se identificó—. Alcide, tenemos que hablar. —Se podía oír el zumbido de una voz al otro lado de la línea.

Un instante después, Eric añadió:

—Eso no es bueno, Alcide, y lamento escuchar que tienes problemas. Pero yo tengo otras preocupaciones. ¿Qué habéis hecho en las tierras de Sookie?

Oh, mierda.

—Entonces deberías venir aquí a verlo. Creo que uno de los tuyos se ha portado mal. De acuerdo. Nos vemos en diez minutos. Estoy en su casa.

Colgó rezumando un aire triunfal.

—¿Alcide está en Bon Temps? —pregunté.

—No, pero se encontraba en la interestatal, cerca de nuestra salida —explicó Eric—. Estaba regresando de una reunión en Monroe. Las manadas de Luisiana están intentando presentar un frente unido frente al Gobierno. Nunca se han organizado antes; dudo que vaya a funcionar —bufó Eric, claramente desdeñoso—. Los licántropos siempre aparecen… ¿Cómo dijiste tú el otro día, Sookie? Algo así como «un día tarde, y con un dólar de menos», ¿no? Al menos está cerca, y cuando venga llegaremos al fondo de todo este asunto.

Suspiré, procurando hacerlo en silencio y con discreción. No imaginé que las cosas se precipitarían tan deprisa. Pregunté a los vampiros si querían más TrueBlood, pero dijeron que no. Jason parecía aburrido. Miré el reloj.

—Me temo que sólo tengo un alojamiento adecuado para vampiros. ¿Dónde pensáis dormir cuando amanezca? Lo digo por si tuviera que preguntar por ahí si alguien tiene un hueco.

—Sookie —contestó Eric con dulzura—. Llevaré a Ocella y a su hijo a mi casa. Allí tengo ataúdes para invitados.

Eric solía dormir en su cama, ya que su dormitorio carecía de ventanas. Había un par de ataúdes en el cuarto de invitados. Unos contenedores lisos de fibra de vidrio que parecían kayaks y que mantenía ocultos bajo las camas. Lo malo de que Apio Livio y Alexei fuesen a quedarse en casa de Eric era que yo, indiscutiblemente, me quedaría en la mía.

—Creo que a tu querida le encantaría pasarse durante el día y clavarnos unas estacas en el pecho —dijo Apio Livio, como si contara un gran chiste—. Si crees que puedes hacerlo, jovencita, estás invitada a intentarlo.

—Oh, en absoluto —respondí, mintiendo como una bellaca—. En la vida se me ocurriría hacer tal cosa al padre de Eric. —Aunque no era mala idea.

A mi lado, un tic recorrió el cuerpo de Eric. Fue un movimiento curioso, como un perro que corre en sueños.

—Compórtate —me exigió, y no había ni una sombra de gracia en su voz. Me estaba dando una orden.

Respiré hondo. Tenía en la punta de la lengua la rescisión de la invitación de Eric a mi casa. Tendría que irse, y probablemente Apio Livio y Alexei también. Era ese «probablemente» lo que me detenía. La idea de estar a solas con Apio Livio ahogaba la agradable visión de ver a los tres vampiros desfilar fuera de mi casa.

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