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Authors: Charlaine Harris

Muerto en familia (9 page)

—J.B. apenas se cree lo enorme que me estoy poniendo —dijo Tara, poniendo los ojos en blanco.

—¿Eso ha dicho? ¿Con esas palabras?

—Sí. Eso mismo.

—Madre mía. Ese chico necesita un par de lecciones de modales.

—Yo me conformaría con que mantuviese el pico cerrado.

Tara se había casado con J.B. a sabiendas de que su cerebro no era su mayor virtud, y ahora veía los resultados. Yo deseaba con todo mi corazón que fuesen felices pero no podía resolvérselo todo: «A lo hecho, pecho».

—Él te quiere —dije, procurando sonar consoladora—. Es sólo que es…

—J.B. —completó Tara. Se encogió de hombros e invocó una sonrisa.

Antoine llamó para decirme que la comanda estaba lista, y la ávida expresión de mi amiga me dio a entender que estaba más pendiente de su comida que de la falta de tacto de su marido. Volvió a Prendas Tara como una mujer más feliz y llena.

En cuanto anocheció, llamé a Eric desde mi móvil mientras estaba en el aseo de mujeres. Odiaba robar tiempo de Sam para llamar a mi novio, pero necesitaba el apoyo. Ahora que tenía su número de móvil, no tenía que llamar a Fangtasia, lo cual tenía sus cosas buenas y malas. Antes, nunca sabía quién iba a coger el teléfono, y no soy precisamente un ídolo entre los vampiros de Eric. Por otra parte, echaba de menos hablar con Pam, la lugarteniente de Eric. Lo cierto es que Pam y yo somos casi amigas.

—Aquí me tienes, amor mío —saludó Eric. Era difícil no sentir un escalofrío cada vez que oía su voz, pero lo cierto era que la atmósfera del aseo de mujeres no era el mejor lugar para llegar al terreno de la lujuria.

—Bueno, yo también estoy aquí, eso es obvio. Escucha, tengo que hablar contigo —anuncié—. Han surgido algunas cosas.

—Estás preocupada.

—Sí, y por una buena razón.

—Tengo una reunión con Victor dentro de media hora —me informó Eric—. Ya te imaginas la tensión que habrá.

—Lo sé, y siento mucho marearte con mis problemas. Pero eres mi novio, y parte de tu papel en la pareja es escuchar.

—Tu novio —repitió—. Eso suena… joven. Y hace mucho que no lo soy.

—¡Ya vale, Eric! —Estaba exasperada—. ¡No me apetece pasar el rato en el retrete discutiendo sobre terminología! Al grano, ¿vas a tener tiempo libre más tarde, o no?

Se rió.

—Para ti, sí. ¿Puedes pasarte por aquí? Espera, enviaré a Pam a recogerte. Estará en tu casa a la una en punto, ¿de acuerdo?

Tendría que darme prisa para llegar a casa a esa hora, pero era factible.

—Vale. Y avisa a Pam de que… Bueno, dile que no se deje entretener por nada, ¿vale?

—Oh, por supuesto, será un placer pasarle ese mensaje tan concreto —dijo Eric. Colgó. Al igual que la mayoría de los vampiros, no era de los que se despiden al teléfono.

Iba a ser un día muy largo.

Capítulo
3

Por suerte para mí, todos los clientes se fueron pronto a casa y pude hacer el cierre en un tiempo récord.

—¡Buenas noches! —exclamé por encima del hombro, saliendo por la puerta trasera en dirección a mi automóvil. Al aparcar detrás de mi casa, vi que el coche de Claude no estaba. Probablemente seguía en Monroe, lo que simplificaba las cosas. Me apresuré a cambiarme de ropa y a retocarme el maquillaje y, justo cuando estaba con el pintalabios, Pam llamó a la puerta trasera.

Ella tenía un aspecto muy «de Pam» esa noche. Su pelo rubio estaba completamente liso y brillante, su vestido azul pálido parecía una alhaja de coleccionista y llevaba unas medias con costuras por la parte posterior, que se aseguró de enseñarme dándose la vuelta.

—Caramba —dije, que era la única respuesta posible—. Estás estupenda. —Su conjunto dejaba mi falda roja y mi blusa blanca y roja por los suelos.

—Sí —acordó con considerable satisfacción—. Es verdad. Eh… —Se quedó quieta de repente—. ¿Huelo a hada?

—Efectivamente, pero no está aquí ahora, así que contrólate. Mi primo Claude ha estado hoy aquí. Se quedará conmigo una temporada.

—¿Claude, ese capullo que está para comérselo?

Su fama le precedía.

—Sí, ese Claude.

—¿Por qué? ¿Por qué se viene a vivir contigo?

—Se siente solo —respondí.

—¿Y tú le crees de verdad? —Sus pálidas cejas estaban arqueadas en un gesto de incredulidad.

—Pues… sí, la verdad. —¿Por qué otra razón iba a querer quedarse en mi casa, con lo mal que le venía para el trabajo? Está claro que no quería cruzarse en mi vida, y no me había pedido dinero.

—Esto debe de ser alguna intriga feérica —sentenció Pam—. Has sido un poco tonta al dejarte liar.

A nadie le gusta que le llamen tonto. Pam se había pasado de la raya, pero el tacto no figuraba precisamente entre su bagaje social.

—Pam, te has pasado —dije. Debió de sonar muy serio, porque se me quedó mirando fijamente durante unos quince segundos.

—Te he ofendido —afirmó, aunque no como si la idea le afectase.

—Así es. Claude echa de menos a sus hermanas. No le quedan muchas hadas con las que intrigar desde que Niall cerró el portal, o las puertas, o lo que demonios haya cerrado. Soy lo más cercano que le queda, lo cual debe de ser muy doloroso, porque apenas tengo algo de hada.

—Vámonos —terció Pam—. Eric está esperando.

Cambiar de tema radicalmente cuando ya no tenía nada que decir era otra de las características de Pam. No pude evitar sonreír y sacudir la cabeza.

—¿Cómo ha ido la reunión con Victor? —pregunté.

—La mejor reunión que podría darse sería la de Victor con un accidente.

—¿Lo dices en serio?

—No. La verdad es que lo que me gustaría es que alguien lo matase.

—Estoy de acuerdo. —Cruzamos la mirada y ella ejecutó un seco asentimiento con la cabeza. Estábamos en la misma onda en lo que a Victor se refería.

—Sospecho de todo lo que dice —añadió—. Cuestiono cada una de sus decisiones. Creo que va detrás del puesto de Eric. Ya no quiere ser el emisario del rey. Desea poseer su propio territorio.

Me imaginé a Victor vestido con pieles de animales y remando sobre una canoa por el Río Rojo con una muchacha india sentada estoicamente tras él. Me reí. Cuando nos metimos en el coche de Pam, ella me miró sombríamente.

—No te comprendo —dijo—, en serio. —Salimos de Hummingbird Road y giramos hacia el norte.

—¿Por qué ser el sheriff de Luisiana supondría un ascenso con respecto a ser el emisario de Felipe, cuyo reino es tan rico? —pregunté muy seriamente para recuperar el terreno perdido.

—Es mejor reinar en el infierno que servir en el paraíso —contestó Pam. Sabía que estaba citando a alguien, pero no tenía la menor idea de a quién.

—¿Luisiana es el infierno? ¿Y Las Vegas el paraíso? —Casi podía comprender que un vampiro cosmopolita considerase Luisiana como poco menos que una residencia permanente deseable, pero Las Vegas… ¿divina? Ni hablar.

—Sólo digo —se encogió de hombros— que a Victor le ha llegado la hora de salir de debajo del ala de Felipe. Hace mucho que están juntos. Y Victor es ambicioso.

—Eso es verdad. ¿Cuál crees que es su estrategia? ¿Cómo crees que piensa derrocar a Eric?

—Intentará desacreditarlo —afirmó Pam sin el menor titubeo. Al parecer, le había dado muchas vueltas al tema—. Si Victor no consigue hacerlo, será él quien intente matar a Eric… aunque no directamente, en combate.

—¿Teme enfrentarse a él?

—Sí —respondió Pam, sonriente—. Eso creo. —Habíamos llegado a la interestatal y nos dirigíamos hacia el oeste, a Shreveport—. Si desafiara abiertamente a Eric, éste estaría en su derecho de enviarme primero a mí. Y nada me gustaría más. —Sus colmillos refulgieron fugazmente bajo la luz del salpicadero.

—¿Victor tiene también un segundo al mando? ¿No haría él lo mismo?

Pam ladeó la cabeza. Parecía meditar en ello mientras adelantaba a un semirremolque.

—Su lugarteniente es Bruno Brazell. Estaba con Victor la noche en que Eric se rindió a Nevada —contestó—. Barba recortada y pendiente. Si Eric me permitiese luchar en su nombre, sí que podría mandar a Bruno. Es impresionante, te lo aseguro. Pero yo acabaría con él en menos de cinco minutos. Podrías apostar todos tus ahorros.

Pam, que en su día fue una dama victoriana de clase media con una secreta tendencia a lo salvaje, había sido liberada finalmente al ser convertida en vampira. Jamás le había preguntado a Eric por qué la escogió a ella, pero estaba convencida de que era porque había detectado su ferocidad interior.

Azuzada por un impulso, le solté:

—¿Pam? ¿Alguna vez te has preguntado qué habría sido de ti si no hubieses conocido a Eric?

Hubo un largo silencio, o al menos eso me pareció a mí. Tenía curiosidad por saber si se sentía enfadada o triste por no haber tenido marido e hijos. Si miraba atrás con anhelo hacia la relación sexual con su creador, Eric, que, como suele pasar entre vampiros, no duró demasiado pero, sin duda, había sido intensa.

Al final, justo cuando me iba a disculpar por haber preguntado, Pam respondió:

—Habría sido una triste esposa y una horrible madre. Al final, la parte que me lleva a cercenar las gargantas de mis enemigos habría acabado aflorando, aunque hubiese seguido siendo humana. Supongo que no habría matado a nadie, porque eso no entraba dentro de mis posibilidades mientras era humana. Pero habría hecho que mi familia se sintiese muy triste; de eso puedes estar segura.

—Eres una gran vampira —dije, incapaz de que se me ocurriera otra cosa.

Asintió.

—Sí. Lo soy.

No volvimos a cruzar palabra hasta llegar a la casa de Eric. Por extraño que pareciese, había comprado un palacio en una urbanización cerrada con un estricto código urbanístico. Eric disfrutaba de la seguridad diurna que le proporcionaba el carácter exclusivo y vallado, así como el guarda. También le gustaba la casa de piedra sin labrar. En Shreveport no había muchos sótanos, ya que el nivel del agua es demasiado alto, pero la casa de Eric estaba en una colina. Originalmente, el piso de abajo era el acceso del patio trasero. Eric había hecho quitar la puerta y cerrar el recinto con muro sólido para gozar de un amplio espacio para dormir.

Nunca había estado en la casa de Eric hasta que nos vinculó la sangre.

A veces me resultaba muy excitante estar tan cerca de él, mientras que otras me hacía sentir atrapada. A pesar de no poder creérmelo, el sexo era mucho mejor ahora que me había recuperado, al menos en gran parte, del ataque. En ese momento, sentí que cada molécula de mi cuerpo zumbaba por la proximidad con él.

Pam tenía un mando para la puerta del garaje, y lo utilizó. La puerta se elevó revelando el coche de Eric. Aparte del lustroso Corvette, el recinto estaba impoluto; ni hamacas, ni bolsas de semillas o latas de pintura medio vacías. Ni escalerillas, ni monos de trabajo, ni botas de caza. A Eric no le hacía falta nada de eso. El vecindario tenía unas preciosas zonas de césped, con parterres de flores bien plantadas pero era el servicio de jardinería el que recortaba cada brizna de hierba, cada rama, cada arbusto, y recogía cada hoja muerta.

Pam cerró la puerta del garaje cuando entramos. La de la cocina estaba cerrada, y usó una llave para entrar. Las cocinas suelen ser espacios inútiles para los vampiros, salvo por una pequeña nevera en la que conservan las botellas de sangre y un microondas en el que las calientan a la temperatura del cuerpo humano antes de consumirlas. Eric se había comprado una cafetera para mí, y tenía algo de comida en la nevera para las visitas humanas. Últimamente, esa visita humana era yo.

—¡Eric! —exclamé al cruzar la puerta. Pam y yo nos quitamos los zapatos para seguir una de las reglas domésticas de Eric.

—¡Oh, venga, ve a terminar con el saludo! —me soltó Pam cuando me la quedé mirando—. Tengo que quitar algunas botellas de TrueBlood y Life Support.

Crucé la estéril cocina hasta el salón. Si los colores de la cocina eran neutros y apagados, los del salón reflejaban la personalidad de Eric. A pesar de no reflejarla demasiado en su ropa, Eric sentía predilección por los colores vivos. La primera vez que estuve en su casa, el salón me dejó con la boca abierta. Las paredes estaban pintadas de azul zafiro, mientras que las molduras y los rodapiés lucían un blanco impoluto. El mobiliario se componía de una ecléctica colección que le había gustado en su momento, todo ello tapizado con tonos de piedras preciosas, algunos con intrincados estampados: rojo intenso, azul, amarillo citrino, verdes jade y esmeralda y oro topacio. Como Eric es un hombre de gran envergadura, todas las piezas eran de buen tamaño: pesadas, recias y con almohadones desparramados sobre ellas.

Eric emergió por la puerta de su despacho. Al verlo, todas mis hormonas se pusieron firmes. Es muy alto, su pelo es del color del oro y sus ojos son tan azules que prácticamente saltan desde la palidez de su rostro, un rostro duro y masculino. Eric no tiene nada de afeminado. Viste vaqueros y camisetas generalmente, pero también lo he visto en traje.
GQ
se perdió un filón cuando Eric decidió que lo suyo era llevar negocios en vez de dedicarse a la carrera de modelo. Aquella noche iba a pecho descubierto, mientras su dispersa melena refulgía como el sol contra la piel pálida.

—Salta —pidió Eric, extendiendo las manos y sonriendo. Me reí. Salí a la carrera y salté. Eric me cogió, aferrándome la cintura con las manos. Me elevó hasta que toqué el techo con la cabeza. Luego me bajó para darme un beso. Le rodeé el torso con las piernas y el cuello con los brazos. Nos perdimos en la inmensidad del otro por un instante.

—Vuelve a la Tierra, mona saltarina —dijo Pam—. El tiempo no se detiene.

Me di cuenta de que me reprendía a mí, y no a Eric. Me aparté de él, lanzándole una sonrisa especial.

—Ven, siéntate y dime lo que pasa —sugirió él—. ¿Quieres que Pam se entere también?

—Sí —contesté. Supuse que se lo contaría de todos modos.

Los vampiros se sentaron en los extremos opuestos de un sofá rojo oscuro y yo hice lo propio frente a ellos, en un sillón rojo y dorado. Frente al sofá había una mesa cuadrada de centro, muy amplia y poblada de fina ebanistería en la superficie y ricos grabados en las patas. Había en ella cosas depositadas que Eric había estado usando últimamente: el manuscrito de un libro sobre vikingos que él debía refrendar, un pesado encendedor de jade (aunque él no fumaba) y un precioso cuenco de plata con esmalte azul muy vivo. Sus elecciones siempre me parecieron interesantes. En comparación, mi casa era muy… acumulativa. De hecho, yo no había escogido en ella nada salvo la cocina, pero es que mi casa es la Historia de mi familia, y la de Eric la suya.

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