Authors: Charlaine Harris
—Deja que llame un momento —dije y, señalando hacia la cafetera, añadí—: Si quieres más café, puedo hacerlo. ¿Tienes hambre?
Claude meneó la cabeza.
—Bien, una vez que hable con Amelia, tú y yo tendremos que charlar de unas cosas.
Fui al teléfono de mi habitación. Amelia solía levantarse antes que yo, ya que mi trabajo me obligaba a trasnochar. Cogió la llamada al segundo tono.
—Sookie —saludó. No sonaba tan gris como me había imaginado—. ¿Qué pasa?
No se me ocurrió ninguna forma natural de iniciar el tema.
—Mi primo quiere quedarse aquí una temporada —solté—. Podría usar el cuarto que hay enfrente del mío, pero si se queda arriba los dos tendríamos algo más de intimidad. Si vas a volver pronto, por supuesto podrá dejar sus cosas en el cuarto de abajo. No quería que regresaras y te encontrases a alguien durmiendo en tu cama.
Hubo un largo silencio. Temí lo peor.
—Sookie —dijo—, te quiero. Lo sabes. Y me ha encantado vivir contigo. Fue un milagro encontrar un lugar donde quedarme después de lo que pasó con Bob. Pero me temo que voy a estar atrapada en Nueva Orleans durante una temporada. Es que tengo… muchas cosas entre manos.
Era lo que me esperaba, pero no dejó de ser un momento difícil. En el fondo, yo no esperaba que fuese a volver. Esperaba que se recuperase más deprisa en Nueva Orleans; y lo cierto es que no mencionó a Tray. Pero su voz denotaba que le preocupaba algo más que el luto.
—¿Estás bien?
—Sí —afirmó—. Y he estado entrenando un poco más con Octavia. —Octavia, su mentora en el arte de la brujería, había vuelto a Nueva Orleans con su antiguo amor—. Bueno, y también me han… juzgado. Tengo que pagar una multa por…, ya sabes, lo de Bob.
«Lo de Bob» era como se refería Amelia a haberlo convertido en gato accidentalmente. Octavia le había devuelto su forma humana, pero, como era de esperar, Bob no estaba nada contento con Amelia, y tampoco Octavia. Si bien Amelia había estado practicando con sus artes, lo ocurrido dejaba claro que la magia de transformación distaba mucho de encontrarse entre sus habilidades.
—No te van a dar latigazos, ni nada por el estilo, ¿verdad? —pregunté, intentando que pareciese una broma—. A fin de cuentas, tampoco es que haya muerto. —Sólo se había perdido una época de su vida y el Katrina, lo que incluía la imposibilidad de informar a su familia de que había sobrevivido.
—Algunos de ellos lo harían si pudiesen. Pero las brujas no funcionamos así. —Intentó soltar una carcajada, pero no fue nada convincente—. Como castigo, tengo que hacer una especie de servicios comunitarios.
—¿Como recoger la basura y dar charlas a los críos?
—Bueno… Más bien mezclar pociones y preparar saquitos con ingredientes para que estén listos. Trabajar horas extra en la tienda de magia y matar pollos de vez en cuando para los rituales. Mucho preparativo. Sin paga.
—Qué rollo —dije. El dinero siempre es un asunto sensible en lo que me concierne. Amelia se había criado en una familia adinerada. Yo no. Si alguien me quita los ingresos, me cabreo. Por un fugaz momento, tuve la ocurrencia de pensar cuánto dinero habría en la cuenta de Claudine y la bendije por acordarse de mí.
—Bueno, el Katrina ha arrasado casi todas las asambleas de brujas de Nueva Orleans. Hemos perdido a algunos miembros, así que ya no percibiremos sus contribuciones, y no pienso usar el dinero de mi padre para la mía.
—¿Qué me quieres decir? —pregunté.
—He de quedarme aquí. No sé si alguna vez podré volver a Bon Temps. Y lo lamento de veras, porque me ha encantado vivir contigo.
—Lo mismo digo. —Respiré hondo, decidida a no parecer desesperada—. ¿Y qué hay de tus cosas? No es que haya muchas, pero bueno.
—Las dejaré allí de momento. Aquí tengo todo lo que necesito; el resto puedes usarlo como te apetezca, hasta que pueda arreglar las cosas para llevármelo.
Hablamos un poco más, pero ya habíamos tocado todos los temas importantes. Me olvidé de preguntarle si Octavia había dado con la forma de disolver el vínculo de sangre con Eric. Probablemente no tuviese muchas ganas de conocer la respuesta. Colgué con una mezcla de tristeza y alegría: alegría porque Amelia estaba saldando su deuda con su asamblea y porque aún la encontré más feliz de lo que había sido en Bon Temps después de la pérdida de Tray, y tristeza porque su regreso ya no era probable. Tras una silenciosa despedida, regresé a la cocina para decirle a Claude que la planta de arriba era toda suya.
Después de absorber su agradecida sonrisa, pasé al siguiente tema. No sabía cómo abordar la pregunta, así que al final me limité a formularla.
—¿Has estado merodeando el bosque alrededor de mi casa?
Su expresión se quedó completamente en blanco.
—¿Por qué iba a hacerlo? —preguntó.
—No te he preguntado por tus razones. Te he preguntado si lo has hecho. —Conozco una evasiva cuando la tengo delante.
—No —contestó.
—Malas noticias, entonces.
—¿Por qué?
—Porque los licántropos me han informado de que han pasado hadas cerca recientemente. —Mantuve la mirada fijada en la suya—. Y, si no eres tú, ¿quién podría ser?
—No quedan muchos de los míos —respondió Claude.
Otra evasiva.
—Si hay hadas que no consiguieron llegar antes del cierre del portal, podrías estar con ellas —sugerí—. No necesitarías vivir conmigo, con la poca sangre feérica que tengo. Sin embargo, aquí estás. Y, en alguna parte de mi bosque, hay otro como tú. —Observé su expresión—. No te veo muy ansioso por averiguar de quién se trata. ¿Qué pasa? ¿Por qué no sales ahí fuera a buscar al hada, a crear lazos y estar más contento?
Claude bajó la mirada.
—El último portal que se cerró fue en tu bosque —confesó—. Es posible que no esté cerrado del todo. Y sé que Dermot, tu tío abuelo, se quedó fuera. Si Dermot es el hada que los licántropos han detectado, seguramente no se alegrará de verme.
Supuse que tendría más que decir, pero se quedó callado.
Eran todo malas noticias, y una pizca más de evasiva. Aún dudaba de sus objetivos, pero Claude era de la familia, y a mí ya no me quedaban tantos parientes.
—Está bien —resolví, abriendo un cajón de la cocina donde guardaba de todo un poco—.Toma la llave. Veremos cómo sale esto. Por cierto, esta tarde tengo que ir a trabajar. Y tenemos que hablar. Sabes que tengo un novio, ¿verdad? —Ya empezaba a sentirme un poco abochornada.
—¿Con quién sales? —preguntó Claude con una especie de interés profesional.
—Eh, bueno…, Eric Northman.
Claude lanzó un silbido. Parecía tan admirado como curioso.
—¿Es de los clásicos? Necesito saber si se me echará encima cuando me vea. —Lo cierto es que no parecía muy disgustado con la idea. Pero el hecho pertinente era que las hadas eran adictivas para los vampiros, como la hierba gatera para los felinos. Eric lo pasaría mal conteniéndose si tuviese a Claude cerca.
—Probablemente acabarías mal —le advertí—. Pero creo que, con un poquito de cuidado, podremos arreglárnoslas. —Eric casi nunca se quedaba a pasar la noche en mi casa porque le gustaba estar de vuelta en Shreveport para el amanecer. Tenía tanto trabajo cada noche, que era más fácil para él despertarse allí. Tengo un pequeño escondite donde un vampiro puede permanecer con relativa seguridad, pero no es precisamente lujoso, a diferencia de la casa de Eric.
Me preocupaba un poco más la posibilidad de que Claude trajese a extraños a mi casa. No me apetecía toparme con un desconocido cuando fuese a hacer una incursión a la cocina de madrugada. Amelia había tenido un par de huéspedes nocturnos, pero eran conocidos. Cogí aire, deseando que lo que iba a decir no sonase homófobo.
—Claude, no es que no quiera que te lo pases bien… —comencé, deseando zanjar esa conversación lo antes posible. Me encantaba su capacidad de aceptar, sin sonrojarse, que yo tenía una vida sexual, y me hubiese gustado corresponder a su indiferencia.
—Si quiero practicar el sexo con alguien a quien no conozcas, me lo llevaré a mi casa de Monroe —me cortó Claude con una traviesa sonrisilla. Me di cuenta de que podía ser muy perceptivo cuando quería—. O te lo haré saber con tiempo. ¿Te parece bien?
—Claro —contesté, sorprendida por la rápida aquiescencia de Claude. Pero había dicho lo que había que decir. Me relajé un poco mientras le enseñaba dónde estaban los rincones estratégicos de la cocina, le daba un par de consejos acerca de la lavadora y la secadora y le comentaba que el cuarto de baño del pasillo era todo suyo. Luego me lo llevé arriba. Amelia se había esforzado mucho por decorar uno de los dormitorios, y había dejado el otro como cuarto de estar. Se había llevado su portátil, pero el televisor seguía en su sitio. Me aseguré de que la cama estaba hecha y con sábanas limpias, y que el armario estuviese despejado de pertenencias de Amelia. Señalé la puerta que llevaba al ático, en caso de que necesitase almacenar algo. Claude la abrió y echó un vistazo dentro. Observó el sombrío y atestado espacio. Generaciones de Stackhouse habían almacenado ahí cosas que pensaban que algún día necesitarían, y he de admitir que estaba todo un poco apretado y caótico.
—Tienes que arreglar esto —sugirió—. ¿Sabes siquiera lo que hay aquí arriba?
—Desechos familiares —respondí, mirando con cierta consternación. No había reunido las fuerzas para hacerlo desde que murió mi abuela.
—Yo te ayudaré —declaró Claude—. Ése será mi pago por la habitación.
Abrí la boca para matizar que Amelia me había dado dinero, pero lo pensé dos veces y recordé que era de la familia.
—Eso estaría genial —dije—, aunque no sé todavía si estoy preparada para hacerlo. —Esa mañana aún me dolían las muñecas, aunque ya estaban mucho mejor que antes—. Hay otras tareas de la casa que me superan, si no te importa echarme una mano.
Hizo una inclinación.
—Será un honor —afirmó.
Estaba ante un Claude diferente al que había conocido y, en cierto modo, tenido en baja estima.
El sufrimiento y la soledad parecían haber despertado algo en el interior del atractivo hada; era como si se hubiese dado cuenta de que debía mostrar un poco de amabilidad hacia los demás si quería recibir lo mismo a cambio. Parecía comprender que necesitaba a los demás, especialmente ahora que sus hermanas habían muerto.
Al salir para el trabajo, ya me sentía bastante mejor con respecto a nuestro acuerdo. Me había quedado escuchando los movimientos de Claude en el piso de arriba, antes de que bajara por la escalera con un cargamento de productos para el cuidado capilar que iba a dejar en el cuarto de baño. Ya le había ofrecido toallas limpias. El baño parecía ser de su agrado, a pesar de que era muy antiguo; pero Claude ya estaba en circulación antes de que la fontanería entrase en las casas, así que cabía la posibilidad de que lo viese con una perspectiva diferente. A decir verdad, oír que había otra persona en la casa había conseguido relajar algo en lo más profundo de mi ser. Una tensión de la que ni siquiera era consciente.
—Hola, Sam —saludé. Estaba detrás de la barra cuando salí de la trastienda, donde había dejado el bolso y me había puesto el delantal. El Merlotte’s no estaba muy concurrido. Holly, como de costumbre, estaba de palique con su Hoyt, que remoloneaba con la comida. Con su camiseta del Merlotte’s, Holly llevaba unos shorts a cuadros escoceses rosas y verdes, en vez de los negros de rigor.
—Te sienta bien, Holly —dije, y ella me dedicó una radiante sonrisa. Mientras Hoyt resplandecía de felicidad, ella extendió una mano que lucía un anillo recién estrenado.
Lancé un escueto grito de alegría y me fundí con ella en un abrazo.
—¡Oh, qué maravilla! —exclamé—. ¡Holly, es precioso! ¿Ya tenéis fecha?
—Probablemente en otoño —contestó Holly—. Hoyt tiene que trabajar muchas horas durante la primavera y el verano. Es su temporada alta, así que hemos pensado en octubre o noviembre.
—Sookie —anunció Hoyt con voz queda y el rostro más solemne—, ahora que Jason y yo hemos resuelto nuestras diferencias, le voy a pedir que sea mi padrino.
Lancé una rápida mirada a Holly, que nunca había sido muy aficionada a mi hermano. Aún sonreía, pero estaba claro que Hoyt no detectaba las reservas que yo sí percibía en ella.
—Le encantará —afirmé.
Tuve que salir corriendo a atender mis mesas, pero la sonrisa no me abandonó mientras trabajaba. Me pregunté si celebrarían la ceremonia al anochecer. Entonces Eric podría venir conmigo. ¡Eso sería genial! Eso me transformaría de la «pobre Sookie que nunca ha estado comprometida» en la «Sookie que se llevó a un tío buenísimo a la boda». Entonces pensé en un plan de contingencia. Si la boda era diurna, entonces ¡podría llevar a Claude conmigo! Tenía exactamente el aspecto de un modelo de portada de novela romántica (algo en plan
La dama y el chico del establo
, o
El picante matrimonio de Lord Darlington
, ¡Yuju!).
Fui tristemente consciente de que estaba pensando en la boda desde un punto de vista estrictamente egoísta… Pero es que no hay nada más lamentable que ser la solterona de esas ceremonias. Sé que es estúpido sentirse así de desaprovechada a los veintisiete. Pero me había perdido mi momento de apogeo, y cada vez era más consciente de ello. Muchas de mis amigas del instituto se habían casado (algunas más de una vez), y algunas de ellas estaban embarazadas, como Tara, que en ese momento atravesaba la puerta con una camiseta varias tallas mayores que la suya.
Le hice un saludo, indicándole que iría a hablar con ella en cuanto me fuese posible. Serví un té helado a la doctora Linda Tonnesen y una botella de cerveza Michelob para Jesse Wayne Cummins.
—¿Qué tal, Tara? —pregunté, inclinándome para darle un fuerte abrazo. Ya se había apalancado en la mesa.
—Necesito una Coca-Cola
light
sin cafeína —me soltó— y una hamburguesa con queso. Con un montón de patatas fritas. —Parecía feroz.
—Claro, te traeré la Coca y pasaré el pedido ahora mismo.
Cuando volví, se había bebido todo el vaso.
—Lo lamentaré dentro de cinco minutos porque tendré que ir al váter —se quejó—. No paro de orinar y comer. —Lucía unas buenas ojeras, y su forma física no pasaba por su mejor momento. ¿Dónde estaba ese resplandor que te da el embarazo del que tanto había oído hablar?
—¿Cuánto te queda?
—Tres meses, una semana y tres días.
—¡El doctor Dinwiddie sí que ha sido preciso!