Authors: Charlaine Harris
Resultaba imposible contemplar a Eric desde la objetividad, descubrí, mientras pensaba en lo que había dicho. Mi confianza me la había jugado en el pasado, y esta vez no pensaba asumir demasiados riesgos sin meditarlo antes. Una cosa era disfrutar riendo con Eric o anhelar la llegada de los momentos en que pudiésemos retozar juntos. Pero otra muy distinta era confiarle mis emociones más frágiles. No me encontraba muy abierta a la confianza en ese momento.
—Estabas enfadado cuando llegaste al hospital —dije con una indirecta. Cuando desperté en la vieja fábrica que la doctora Ludwig empleaba como hospital de campo, mis heridas eran tan graves que llegué a pensar que morir sería mucho más sencillo que vivir. Bill, que me salvó, había sido envenenado por un mordisco de los dientes de plata de Neave. Su supervivencia había estado pendiente de un hilo. Tray Dawson, mortalmente herido y amante licántropo de Amelia, había aguantado lo suficiente hasta morir atravesado por una espada cuando las fuerzas de Breandan asaltaron el hospital.
—Mientras estuviste con Neave y Lochlan, sufrí contigo —confesó, mirándome fijamente a los ojos—. Padecí contigo, sangré contigo; no sólo por nuestro vínculo, sino porque te quiero.
Arqueé una ceja de escepticismo. No podía evitarlo, aunque sabía que hablaba en serio. Deseaba creer que Eric hubiese venido a rescatarme antes si hubiese podido. Deseaba creer que él había oído el eco de mi horror mientras estuve con mis torturadores feéricos.
Pero el dolor, la sangre y el horror eran míos, y sólo míos. Puede que él los sintiera, pero desde un lugar remoto.
—Creo que habrías estado allí si hubieses podido —respondí, a sabiendas de que mi voz estaba demasiado calmada—. De verdad lo creo. Sé que los habrías matado. —Eric se apoyó sobre el codo y su gran mano apretó mi rostro contra su pecho.
No puedo negar que me sentí mejor desde que conseguí que me lo dijera. Pero no me sentía tan bien como habría deseado, a pesar de saber por qué no acudió cuando me dejé los pulmones gritando su nombre. Incluso llegué a comprender por qué le había llevado tanto tiempo contármelo. La desesperación es un estado con el que Eric no se encuentra muy a menudo. Era un ser sobrenatural, increíblemente fuerte y un formidable luchador. Pero no era un superhéroe, y no tenía nada que hacer contra varios de sus congéneres llenos de determinación por detenerlo. Y caí en la cuenta de que me dio mucha de su sangre, cuando aún se estaba curando de sus propias heridas provocadas por las cadenas de plata.
Finalmente, algo en mi interior se relajó ante la lógica del relato. Le creía desde el corazón, no sólo desde mi mente.
Una roja lágrima cayó sobre mi hombro desnudo y se deslizó sobre mi piel. La tomé con el dedo y lo llevé hasta sus labios, devolviéndole su propio dolor. A mí me sobraba con el mío.
—Creo que deberías matar a Victor —dije, cuando sus ojos se encontraron con los míos.
Al fin había conseguido sorprender a Eric.
Bueno —dijo mi hermano—. Como has podido comprobar, Michele y yo nos seguimos viendo. —Estaba de pie, dándome la espalda mientras volteaba los filetes sobre la parrilla. Yo me encontraba sentada en una silla desplegable, observando el amplio estanque y el embarcadero. Era una preciosa tarde, fresca y luminosa. Lo cierto es que disfrutaba, descansando allí, mientras lo veía trabajar; me gustaba estar con Jason. Michele estaba dentro de la casa, preparando una ensalada. Podía oírla tararear a Travis Tritt.
—Me alegro —respondí con sinceridad. Era la primera vez que me encontraba en un entorno privado con mi hermano en meses. Jason había pasado por sus propios malos momentos. Su conflictiva esposa y su hijo nonato habían muerto en horribles circunstancias. Había descubierto que su mejor amigo estaba enamorado de él, de un modo enfermizo. Pero mientras lo observaba en la parrilla y escuchaba a su novia tararear desde la casa, comprendí que Jason era todo un superviviente. Ahí estaba mi hermano, saliendo de nuevo con una chica, satisfecho ante la perspectiva de comerse un filete, con el puré de patatas que había llevado yo y la ensalada que estaba preparando Michele. No me quedó más remedio que admirar su determinación para buscar el placer en la vida. Mi hermano no era precisamente un ejemplo en otros sentidos, pero no podía culpar a nadie por ello—. Michele es una buena chica —apunté en voz alta.
Sí que lo era, aunque no en los términos que habría empleado nuestra abuela. Michele Schubert era absolutamente transparente en todos los sentidos. No había quien pudiera avergonzarla, pues no hacía nada que no fuera a ser capaz de reconocer públicamente. Desde ese mismo principio de transparencia total, si se sentía mal contigo por algo, eras la primera persona en saberlo. Trabajaba en el taller de reparación del concesionario de Ford como administrativa. Era tan eficiente que seguía trabajando para su ex suegro. De hecho, a éste se le había oído decir que había días en que le gustaba más ella que su propio hijo.
Apareció Michele en la terraza. Llevaba unos vaqueros y un polo con el logotipo de Ford que solía ponerse para el trabajo, y la oscura melena recogida sobre la cabeza. Le gustaba maquillarse mucho los ojos, además de los bolsos grandes y los tacones altos. En ese momento estaba descalza.
—Eh, Sookie, ¿te gusta el aderezo ranchero? —preguntó—. También tenemos mostaza de miel.
—El ranchero estará bien —contesté—. ¿Necesitas que te ayude?
—No, no hace falta. —Su teléfono móvil se puso a sonar—. Maldita sea, ya está otra vez Schubert padre. Ese hombre no se encontraría el culo ni palpándoselo con las dos manos.
Volvió a entrar en la casa con el teléfono pegado a la oreja.
—Pero me preocupa ponerla en peligro —continuó Jason, con ese tono específico que empleaba cuando quería conocer mi opinión acerca de algo sobrenatural—. Quiero decir… Ese hada, Dermot, el que se parece a mí. ¿Sabes si sigue por ahí?
Se volvió para mirarme, apoyado en la barandilla de la terraza que había añadido a la casa que nuestros padres habían construido cuando mi madre estaba embarazada de Jason. No llegaron a disfrutarla más de una década. Murieron cuando yo tenía siete años, y cuando Jason fue lo suficientemente mayor para vivir solo (en su propia opinión), se mudó de casa de la abuela para vivir en la de mis padres. Durante dos o tres años celebró más de una fiesta salvaje, pero después fue sentando la cabeza. Aquella tarde me resultó evidente que las últimas pérdidas lo habían afincado más aún en el terreno de la sobriedad.
Eché un trago a mi botella. No me iba mucho beber (ya veía demasiados excesos en el trabajo), pero me había resultado imposible rechazar una cerveza fría en una tarde como ésa.
—Ojalá supiera dónde está Dermot. —Dermot era el gemelo de nuestro abuelo Fintan, que era medio hada—. Niall se ha confinado en el mundo de las hadas junto a sus demás congéneres leales, y cruzo los dedos por que Dermot esté allí con él. Claude se quedó aquí. Estuve con él hace un par de semanas. —Niall era nuestro bisabuelo. Claude era su nieto, descendiente de su matrimonio con otra hada de purasangre.
—Claude, el
stripper
.
—El propietario del club de
striptease,
que se desnuda durante las noches para las mujeres —maticé—. Nuestro primo, el que también posa para las portadas de novelas románticas.
—Sí, seguro que las chicas se desmayan a su paso. Michele compró un libro en el que salía él con una especie de disfraz de genio. Debe de encantarse a sí mismo. —No cabía duda de que Jason sentía envidia.
—Probablemente. Ya sabes, es todo un coñazo —dije, y me puse a reír, sorprendida de mí misma.
—¿Lo ves mucho?
—Sólo una vez desde que me atacaron. Pero, al recoger ayer el correo, vi que me había mandado unas entradas para la noche de las mujeres del Hooligan’s.
—¿Crees que podrás ir a verle?
—Aún no. Quizá cuando esté… de mejor humor.
—¿Crees que a Eric le importaría que vieras a otro hombre desnudo?
Jason quería demostrarme cuánto había cambiado, al mencionarme de forma tan casual mi relación con un vampiro. Bueno, no se puede negar que le pone voluntad.
—No estoy segura —contesté—. Pero no iría a ver cómo otros tíos se quitan la ropa sin avisar primero a Eric. Hay que darle tiempo al tiempo. ¿Tú le dirías a Michele que irías a un bar a ver mujeres desnudas?
Jason se rió.
—Al menos se lo mencionaría, para ver cómo reacciona. —Puso los filetes en una fuente y señaló la puerta corredera de cristal—. Listo —dijo, y yo le descorrí la puerta. Ya había puesto la mesa, así que sólo me quedó servir el té. Michele había colocado la ensalada y el puré de patata en la mesa y trajo un bote de salsa para la carne de la despensa. Era la marca preferida de Jason. Con un gran tenedor de barbacoa, Jason sirvió un filete en cada plato. Al cabo de un par de minutos, todos estábamos comiendo. El cuadro de los tres juntos desprendía aroma hogareño.
—Calvin se ha pasado hoy por el taller —contó Michele—. Está pensando en cambiar su vieja camioneta. —Calvin Norris era un buen hombre con un buen trabajo. Tenía cuarenta y tantos y los hombros cargados con muchas responsabilidades. Era el líder de la manada de mi hermano, el macho dominante de la comunidad de hombres pantera afincada en la diminuta población de Hotshot.
—¿Sigue saliendo con Tanya? —pregunté. Tanya Grissom trabajaba en Norcross, al igual que Calvin, pero de vez en cuando hacía algún turno en el Merlotte’s cuando faltaba alguna camarera.
—Sí, viven juntos —respondió Jason—. Casi siempre están peleados, pero creo que la cosa va para adelante.
Calvin Norris, líder de los hombres pantera, se esforzaba al máximo para no inmiscuirse en los asuntos de los vampiros. Había estado muy ocupado desde la salida del armario de los licántropos. Declaró que era un cambiante al día siguiente, en la sala de descanso del trabajo. Ahora que todo el mundo lo sabía, Calvin había ganado en respeto. Gozaba de una buena reputación en la zona de Bon Temps, a pesar de que todos los que vivían en las inmediaciones de Hotshot eran considerados con cierta suspicacia, dado el aislamiento y la peculiaridad de esa comunidad.
—¿Cómo es que no saliste tú también a la luz cuando lo hizo Calvin? —pregunté. Era un pensamiento que nunca había oído en la mente de Jason.
Mi hermano adoptó un aire pensativo, una expresión que resultaba algo extraña en él.
—Supongo que aún no estoy listo para responder a muchas preguntas —contestó—. Esto de la transformación es algo personal. Michele lo sabe, y eso es todo lo que me importa.
Michele le sonrió.
—Estoy muy orgullosa de Jason —dijo, sin que hiciera falta añadir nada más—. Maduró cuando empezó a convertirse en pantera. Tampoco es que pudiera evitarlo. Hace todo lo que puede. Nada de quejas. Se lo explicará a todo el mundo cuando esté listo.
Jason y Michele me estaban dejando perpleja.
—Yo nunca se lo he contado a nadie —aseguré.
—Jamás pensé que lo hubieras hecho. Calvin dice que Eric ha ascendido a jefe de vampiros —comentó, cambiando radicalmente de tema.
No suelo hablar de la política vampírica con quienes no lo son. No es buena idea. Pero Jason y Michele habían compartido cosas conmigo, y me sentía en la obligación de corresponder.
—Eric ha ganado poder. Pero tiene jefe nuevo, y las cosas están delicadas.
—¿Te apetece hablar de ello? —Jason no estaba muy seguro de querer escuchar lo que fuese a decir, pero se esforzaba por ser un buen hermano.
—Será mejor que no —respondí, contemplando su alivio. Michele volvió, feliz, a su filete—. Pero, aparte de tratar con vampiros, Eric y yo estamos bien. En toda relación hay que dar para tomar, ¿no? —A pesar de que Jason llevaba toda la vida embarcado en sus relaciones sentimentales, no había aprendido eso de dar para recibir hasta hacía relativamente poco tiempo.
—He vuelto a hablar con Hoyt —dijo Jason, y comprendí la pertinencia del comentario. Hoyt, la sombra de Jason durante años, había desaparecido del radar de mi hermano durante un tiempo. Su novia, Holly, compañera mía del Merlotte’s, no era muy entusiasta de Jason. Me sorprendía que éste hubiese recuperado a su mejor amigo de toda la vida, y aún más que Holly hubiese consentido tal cosa—. He cambiado mucho, Sookie —añadió mi hermano, como si, por una vez, hubiese sido él quien me leía la mente—. Quiero ser un buen amigo para Hoyt. Y un buen novio para Michele. —Miró a su pareja con seriedad, posando su mano sobre la de ella—. Y también un mejor hermano. Somos todo lo que nos queda. Salvo por nuestras relaciones con las hadas, de las que me olvido enseguida. —Clavó la mirada en su plato, abochornado—. Casi no puedo creer que la abuela pusiera los cuernos al abuelo.
—Algo me olía —añadí. Yo misma había tenido que lidiar con idéntico escepticismo—. La abuela quería tener hijos, y eso no era posible con el abuelo. Puede que Fintan la sedujera con su magia. Las hadas pueden hacer cualquier cosa con la mente, como los vampiros. Y ya sabes cómo es su belleza.
—Claudine era preciosa, y supongo que, desde el punto de vista de una mujer, Claude también lo es.
—Claudine trataba de mantener su belleza matizada, ya que se hacía pasar por humana. —Claudine, la trilliza de Claude, era todo un bellezón de más de uno ochenta.
—El aspecto del abuelo no era gran cosa —dijo Jason.
—Ya lo sé. —Nos miramos mutuamente, en silencio, admitiendo el poder de la atracción física. Entonces coreamos a la vez:
—Pero ¿la abuela? —Y no pudimos evitar estallar en carcajadas. Michele trató de mantener una expresión neutra, pero al final no pudo evitar que se le resquebrajara en una sonrisa. Ya es bastante difícil pensar en tus padres haciendo el amor, así que no digamos los abuelos. Nada aconsejable.
—Ahora que me acuerdo de la abuela, estaba pensando en preguntarte si podría quedarme con esa mesa que tenía junto al sillón donde se sentaba siempre, en el salón.
—Claro, pásate cuando quieras y llévatela —contesté—. Seguramente está en el mismo sitio donde la dejó el día que te pidió que la subieras al ático.
Me marché poco después, con la cazuela de puré prácticamente vacía, algunas sobras de carne y un corazón lleno de alegría.
En ningún momento pensé que cenar con mi hermano y su novia fuese a ser tan divertido, pero esa noche, al volver a casa, dormí del tirón hasta la mañana siguiente, por primera vez en semanas.