Authors: Charlaine Harris
Pasé un dedo sobre la madera trabajada.
—Anteayer —empecé— recibí una llamada de Alcide Herveaux.
No imaginé que los vampiros fueran a tener una reacción ante la noticia. Fue un instante (la mayoría de los vampiros no son dados a las expresiones extravagantes), pero era indudable que se había producido. Eric se inclinó hacia delante, invitándome a proseguir con mi relato. Eso hice, contándoles que también había conocido a algunas de las nuevas incorporaciones de la manada del Colmillo Largo, incluidos Basim y Annabelle.
—Conozco a ese Basim —apuntó Pam. La miré con cierta sorpresa—. Vino a Fangtasia una noche con otra licántropo, otra de los nuevos…, esa Annabelle, la morena. Es la nueva… muñequita de Alcide.
Aunque había sospechado lo mismo, no dejaba de parecerme impactante.
—Debe de tener talentos ocultos —solté antes de pensar.
Eric arqueó una ceja.
—¿No crees que sea de su tipo, mi amor?
—Me gustaba más María Estrella —contesté. Al igual que tantas otras personas a las que había conocido en los dos últimos años, la anterior novia de Alcide había encontrado un trágico final. Lo lamenté por ella.
—Pero, antes que eso, había pasado una buena temporada con Debbie Pelt —dijo Eric, y tuve que esforzarme por controlar mi expresión—. Salta a la vista que Alcide es muy católico en sus gustos —continuó Eric—. Luego sostuvo la antorcha por ti, ¿no es así? —El leve acento de Eric hizo que esa frase desfasada sonase exótica—. De una auténtica zorra, a un talento increíble, pasando por una dulce fotógrafa, hasta una chica que no tiene problemas en visitar un bar de vampiros. Alcide es muy voluble en su gusto por las mujeres.
Era verdad. Nunca lo había visto desde esa perspectiva.
—Mandó a Annabelle y a Basim al club por una razón. ¿Has leído los periódicos últimamente? —preguntó Pam.
—No —admití—. He disfrutado de no leerlos.
—El Congreso se está planteando aprobar una ley que exija a todos los licántropos y cambiantes estar inscritos en un registro. La legislación y todo lo que tenga que ver con ellos recaería en la Oficina de Asuntos Vampíricos (OAV), como pasa con todos los aspectos legales que nos afectan ahora a nosotros. —Pam tenía un aire de lo más sombrío.
«¡Pero eso no es justo!», estuve a punto de decir. Pero comprendí cómo iba a sonar; como si pensase que era justo que se exigiese ese registro a los vampiros y no a los cambiantes. Gracias a Dios que no abrí la boca.
—No es nada sorprendente que los licántropos estén que trinen con esto. De hecho, Alcide me ha dicho en persona que sospecha que el Gobierno ha mandado gente para espiar a su manada, supuestamente para elaborar un informe que remitirían al Congreso de cara a esta nueva ley. Y no cree que estén espiando sólo a su manada. Alcide es muy sensato. —El tono de Eric era de aprobación hacia el licántropo—. Si cree que le observan…
Entonces comprendí por qué Alcide se había mostrado tan preocupado acerca de la gente que había entrado en su propiedad. Pensaba que no eran lo que parecían.
—Pensar que tu propio Gobierno te está espiando es algo horrible —apunté—. Sobre todo si llevas toda la vida considerándote un ciudadano normal. —El enorme impacto de una ley así aún estaba pendiente de asimilación. En vez de ser un rico y respetado ciudadano de Shreveport, Alcide (y los demás miembros de su manada) se convertiría en algo parecido a un… inmigrante sin papeles—. ¿Dónde tendrían que registrarse? ¿Podrán ir sus hijos al colegio con los demás niños? ¿Y qué pasa con los hombres y las mujeres de la base aérea de Barksdale? ¡Después de todos estos años! ¿Creéis que hay probabilidades de que aprueben esa ley?
—Los licántropos creen que sí —afirmó Pam—. Puede que sea paranoia. Quizá sepan algo por los cambiantes que hay en el Congreso. Quizá sepan algo que nosotros no. Alcide mandó a Annabelle y a Basim al Saud para decirme que quizá les meterían en el mismo barco que a nosotros en breve. Querían información acerca de la delegada local de la OAV, qué tipo de mujer es y cómo podrían tratar con ella.
—¿Y quién es? —pregunté. Me sentía ignorante y mal informada. Era algo que debía haber sabido, ya que estaba íntimamente ligada a un vampiro.
—Katherine Boudreaux —contestó Pam—. Le gustan las mujeres más que los hombres, como a mí. —Esbozó una sonrisa llena de dientes—. También le encantan los perros. Tiene una amante estable, Sallie, con la que comparte casa. No le interesan las aventuras sentimentales y es insobornable.
—Supongo que lo habrás intentado.
—He intentado interesarle sexualmente. Bobby Burnham se encargó del soborno. —Bobby representaba a Eric durante el día. Nos caíamos fatal el uno al otro.
Respiré hondo.
—Bueno, me alegra mucho saber todas estas cosas, pero mi auténtico problema vino después de que los licántropos estuvieran en mis tierras.
Eric y Pam me miraron de repente fijamente, con gran atención.
—¿Dejaste que los licántropos usaran tu propiedad para su salida mensual?
—Pues sí. Hamilton Bond dijo que había gente acampando en la propiedad de los Herveaux, y ahora que sé lo que Alcide te dijo, me pregunto por qué a mí no me diría nada, entiendo por qué no quería hacer su salida en su propia casa. Supongo que pensaría que los campistas eran agentes gubernamentales. ¿Cómo se llamará la nueva agencia? —pregunté. No tendría sentido que siguiera siendo la OAV, ¿verdad? De ser así «representaría» sólo a los vampiros.
Pam se encogió de hombros.
—El proyecto de ley propone que se llame Oficina de Asuntos Vampíricos y Sobrenaturales.
—No te disperses, amor mío —sugirió Eric.
—Oh, vale. Bueno, estaban a punto de irse cuando Basim llamó a la puerta para decirme que había olido al menos a un hada y a un vampiro recorriendo mi propiedad. Mi primo Claude dice que él no era el hada.
Se produjo un instante de silencio.
—Interesante —apuntó Eric.
—Muy extraño —añadió Pam.
Eric pasó los dedos sobre el manuscrito que descansaba sobre la mesa de centro, como si pudiera revelarle quién había entrado en mi propiedad.
—No conozco las credenciales de ese Basim, salvo que fue expulsado de la manada de Houston y que Alcide lo aceptó en la suya. Tampoco la razón de la expulsión, salvo que se produjo algún tipo de ruptura. Comprobaremos lo que te dijo ese Basim. —Se volvió hacia Pam—. Esa chica nueva, Heidi, dice que es una rastreadora.
—¿Tienes nueva vampira? —pregunté.
—Ésta la ha enviado Victor. —La boca de Eric era una apretada línea—. Éste maneja el Estado con mano dura, aun estando en Nueva Orleans. Mandó a Sandy, que supuestamente era un enlace, de vuelta a Nevada. Supongo que pensaría que no gozaba de control suficiente sobre ella.
—¿Cómo puede mantener el funcionamiento de Nueva Orleans si viaja por el Estado tanto como lo hacía Sandy?
—Doy por sentado que deja a Bruno Brazell al mando —contestó Pam—. Creo que Bruno hace como si Victor estuviese en Nueva Orleans, aunque no sea así. El resto de su gente no sabe de su paradero la mitad de las veces. Como ha matado a todos los vampiros de Nueva Orleans que ha podido encontrar, tenemos que depender de la información del único espía que nos ha quedado después de la masacre.
Por supuesto, me habría apetecido irme por las ramas y hablar del espía (¿quién podía ser tan valiente e incauto para espiar para Eric en la casa de su enemigo?), pero sería mejor no desviarse del tema principal, que era la astucia del nuevo rey y mandamás de Luisiana.
—Así que a Victor le gusta pasear por las trincheras —dije, y Eric y Pam se me quedaron mirando sin comprender. Los vampiros más antiguos no parecen dominar demasiado bien las metáforas—. Vamos, que le gusta ver y hacer las cosas en persona, en vez de delegárselas a su cadena de mando —expliqué.
—Sí —acordó Pam—. Y esa cadena de mando puede ser muy pesada y literal con Victor.
—Pam y yo hemos estado hablando de Victor mientras veníamos hacia aquí. Me pregunto por qué Felipe de Castro lo escogió para que ejerciera como su representante en Luisiana. —Victor no parecía mal tipo las dos veces que me había encontrado con él cara a cara, lo que únicamente venía a demostrar que no se puede juzgar a un vampiro por sus buenos modales y sonrisa.
—Hay dos escuelas de pensamiento al respecto —contestó Eric, estirando sus largas piernas. Tuve una visión del aspecto que tenían igualmente estiradas sobre sábanas arrugadas, y debí obligar a mi mente a volver al asunto que estábamos tratando. Eric me lanzó una sonrisa llena de colmillos (sabía lo que yo sentía) antes de proseguir—. Una dice que Felipe quiere tener a Victor tan lejos como sea posible. Estoy seguro de que Felipe cree que si le da un buen trozo de carne roja, no estará tentado de intentar arrebatarle todo el solomillo.
—Mientras que otros —intervino Pam— pensamos que Felipe escogió a Victor sencillamente porque es eficiente. Que cabe la posibilidad de que su devoción hacia el rey sea genuina.
—Si la primera teoría es correcta —dijo Eric—, la confianza entre Victor y Felipe tiene grietas.
—Y si la correcta es la segunda —terció Pam—, y actuamos contra Victor, Felipe nos matará a todos.
—Ya voy comprendiendo —apunté, pasando la mirada de Primera teoría (torso desnudo y vaqueros) a Segunda teoría (bonito vestido
vintage
)—. Odio sonar tan egoísta, pero esto es lo primero que se me ha pasado por la mente: Victor no te dejó que vinieras a ayudarme cuando te necesitaba (y por casualidad me enteré de que te debo una gorda, Pam), lo que significa que no está cumpliendo la promesa, ¿no? Felipe me prometió que me daría su protección, cosa lógica, ya que le salvé la vida, ¿no?
Se produjo una significativa pausa mientras Eric y Pam meditaban acerca de mi pregunta.
—Creo que Victor hará todo lo que esté en su mano para no hacerte daño abiertamente hasta que decida convertirse en rey por derecho propio —opinó Pam—. Si Victor decide hacerse con el trono, todas las promesas que haya hecho Felipe serán papel mojado. —Eric asintió en aquiescencia.
—Oh, eso es genial. —Probablemente mis palabras sonaron petulantes y egoístas, ya que así era como me sentía.
—Todo esto dando por sentado que no encontremos una forma de matarlo primero —dijo Pam con mucha tranquilidad. Todos guardamos silencio durante un buen rato. Había algo que me ponía los pelos de punta ante esa escena de conspiración para un asesinato que estaba compartiendo con Pam y Eric, por mucho que deseara que Victor muriese.
—¿Y creéis que Heidi, que se supone que es una rastreadora tan buena, está en Shreveport para ser los ojos y oídos de Victor? —pregunté bruscamente, tratando de desprenderme del escalofrío que se había apoderado de mí.
—Sí —contestó Pam—, a menos que sea los ojos y oídos de Felipe, para que éste sepa qué se trae entre manos Victor en Luisiana. —Pam tenía esa mirada ominosa que ponía siempre que activaba su modalidad de cazadora vampírica. Nadie querría oír su nombre de labios de Pam en esa situación. Si fuese Heidi, me preocuparía de mantener la nariz limpia.
«Heidi», a quien me imaginaba con trenzas y faldita, me parecía un nombre excesivamente colorista para una vampira.
—Bueno, ¿qué piensas hacer con la advertencia de la manada del Colmillo Largo? —pregunté, llevando la conversación al problema original—. ¿Vas a mandar a Heidi a mi casa para que siga el rastro del hada? Tengo que decirte algo más. Basim olió un cadáver, no era reciente, enterrado muy hondo en mis tierras.
—Oh —dijo Eric—. Vaya, vaya. —Se volvió hacia Pam—. Déjanos un momento a solas.
Asintió y salió por la cocina. Oí que cerraba la puerta trasera a su paso.
Eric dijo:
—Lo siento, amor mío. A menos que hayas enterrado a otra persona en tu propiedad sin decirme nada, el cadáver es el de Debbie Pelt.
Eso era lo que me había temido.
—¿Está el coche también por allí?
—No, el coche está hundido en un estanque a diez kilómetros al sur de allí.
Eso me aliviaba.
—Bueno, al menos la ha encontrado un licántropo —dije—. Supongo que no tendremos que preocuparnos por ello, a menos que Alcide distinga el olor. No irán a desenterrar el cuerpo, no es cosa suya. —Debbie era la ex novia de Alcide cuando tuve la desgracia de conocerla. No quiero remover la historia, pero ella intentó matarme primero. Me llevó tiempo, pero ya he superado la angustia de su muerte. Eric estuvo conmigo esa noche, pero no estaba en sus cabales. Y ésa es otra historia.
—Ven aquí —sugirió Eric. Su rostro estaba vestido de mi expresión favorita, y me alegraba doblemente de verla porque, la verdad, no me apetecía demasiado pensar en Debbie Pelt.
—Hmmm. ¿Qué me darás si lo hago? —pregunté, con aire solícito.
—Creo que sabes muy bien lo que te voy a dar. Creo que te encanta que te lo dé.
—Entonces… ¿A ti no?
Antes de poder siquiera parpadear, estaba arrodillado ante mí, separándome las piernas, inclinándose para besarme.
—Creo que sabes cómo me siento —susurró—. Estamos vinculados. ¿Crees que no pienso en ti cuando trabajo? Cuando abro los ojos, pienso en ti, en cada parte de tu ser. —Sus dedos se pusieron a trabajar y se me cortó el aliento. Aquello era muy directo, incluso tratándose de Eric—. ¿Me quieres? —me preguntó, clavándome la mirada.
Me resultó un poco complicado responderle, sobre todo habida cuenta de lo que me estaba haciendo con los dedos.
—Adoro estar contigo, al margen de que hagamos el amor. Oh, Dios, ¡vuelve a hacer eso! Adoro tu cuerpo. Adoro lo que hacemos juntos. Me haces reír, y eso me encanta. Adoro verte hacer cualquier cosa. —Lo besé, prolongada y persistentemente—. Me encanta ver cómo te vistes. Cómo te quitas la ropa. Me encantan tus manos cuando me haces esto. ¡Oh! —Todo mi cuerpo se estremeció de placer. Cuando tuve un momento para recuperarme, conseguí murmurar—: Si yo te hiciera la misma pregunta, ¿qué me responderías?
—Diría exactamente lo mismo —afirmó Eric—. Y creo que eso significa que te quiero. Si eso no es amor verdadero, es lo que más se le puede acercar. ¿Ves lo que me has hecho? —No hizo falta que señalara dónde. Era condenadamente obvio.
—Eso parece doler. ¿Quieres que te cure? —pregunté con la voz más fría que pude poner.
Por única respuesta, él gruñó. Intercambiamos el sitio al instante. Me arrodillé frente a él y sus manos reposaron sobre mi cabeza, acariciándome el pelo. Eric era un hombre grande, y ésta fue una de las partes de nuestra vida sexual en las que tuve que practicar. Pero creo que cada vez se me daba mejor, y él parecía estar de acuerdo. Sus manos se aferraron a mi pelo al cabo de un par de minutos y yo lancé un leve lamento de protesta. Me soltó y agarró un cojín. Emitió otro gruñido surgido de lo más profundo de su garganta.