Authors: Charlaine Harris
—Más deprisa —dijo—. ¡Ahora, ahora! —Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, abriendo y cerrando las manos espasmódicamente. Me encantaba tener ese poder sobre él; era otra de las cosas que me apasionaban. De repente dijo algo en un idioma antiguo, arqueó la espalda y yo me moví con redoblaba intensidad, tragándome todo lo que me dio.
Y todo con la mayor parte de la ropa puesta.
—¿Ha sido bastante amor para ti? —preguntó en voz baja y abstraída.
Ascendí hasta su regazo y le rodeé el cuello con los brazos para disfrutar de un interludio de mimos. Ahora que había recuperado la capacidad de sentir placer con el sexo, me sentía floja como un estropajo después de una sesión con Eric; pero ésa era mi parte favorita, aunque he de admitir que me hacía sentir como la arquetípica consumidora de revistas femeninas.
Mientras estábamos recostados, Eric me habló de una conversación que había tenido con un fanático de los vampiros y se rió al recordarla. Yo le conté lo deteriorada que estaba Hummingbird Road mientras el condado la reparaba. Supongo que son cosas de las que se habla con alguien a quien amas; das por sentado que se interesará por los asuntos más triviales, ya que son importantes para ti.
Por desgracia, sabía que a Eric le esperaban más ocupaciones esa noche, así que le dije que regresaría a Bon Temps con Pam. A veces me quedaba en su casa leyendo mientras él trabajaba. No es fácil encontrar tiempo que pasar a solas con un líder y hombre de negocios que sólo está despierto durante las horas nocturnas.
Me dio un beso de recuerdo.
—Mandaré a Heidi a tu casa, probablemente pasado mañana —aseguró—. Verificará lo que Basim olió en el bosque. Avísame si sabes algo de Alcide.
Cuando Pam y yo dejamos la casa de Eric había empezado a llover. La humedad había refrescado el ambiente, así que encendí la calefacción del coche de Pam. A ella poco le importaba. Viajamos un rato en silencio, cada una perdida en sus pensamientos. Me quedé hipnotizada con el vaivén de los limpiaparabrisas.
—No le has dicho nada a Eric del hada que se ha mudado a tu casa —recordó Pam.
—¡Ay, Dios! —lamenté, echándome la mano a los ojos—. Se me ha pasado. Teníamos tantas otras cosas de las que hablar que me he olvidado por completo.
—Sabrás que no le agradará nada la idea de que otro hombre viva con su mujer.
—Otro hombre que, por cierto, es mi primo y gay.
—Pero muy guapo y
stripper.
—Pam me miró de soslayo. Estaba sonriendo. Sus sonrisas son algo desconcertantes.
—Puede ser todo lo
stripper
que quiera, que si no te gusta la persona que tienes enfrente mientras está desnudo, ahí no va a pasar nada —refunfuñé con aspereza.
—Creo que entiendo lo que dices —acordó al cabo de un momento—. Pero aun así, con un hombre tan atractivo en la casa… Mala idea, Sookie.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? Claude es gay. No sólo le gustan los hombres, sino los que tienen barba cerrada y manchas de aceite en los vaqueros.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Pam.
—Quiere decir que le gustan los curritos que trabajan con las manos, o los puños.
—Oh, qué interesante. —Pam aún rezumaba un aura de desaprobación. Titubeó por un momento, antes de decir—: Eric no ha estado con nadie como tú en mucho, mucho tiempo, Sookie. Creo que tiene la cabeza lo suficientemente fría como para no perder el rumbo, pero tienes que tener en cuenta sus responsabilidades. Corren tiempos peligrosos para los miembros de su equipo original desde que Sophie-Anne conoció la muerte definitiva. Los vampiros de Shreveport debemos doble obediencia a Eric, ya que además es el único sheriff superviviente del último régimen. Si Eric cae, todos lo hacemos con él. Si Victor logra desacreditarle o minar su autoridad en Shreveport, todos morimos.
No me había planteado la situación desde un punto de vista tan crudo. Eric tampoco me había dado motivos.
—¿Tan mal está la cosa? —pregunté, sintiéndome idiota.
—Es lo bastante hombre como para querer parecer fuerte delante de ti, Sookie. En serio, Eric es un gran vampiro, y muy práctico. Pero últimamente no tanto. No cuando estás tú de por medio.
—¿Me estás diciendo que crees que Eric y yo deberíamos dejar de vernos? —pregunté directamente. Aunque, por lo general, me alegraba de que la mente de los vampiros estuviera cerrada para mí, a veces me parecía frustrante. Estaba acostumbrada a saber más de lo que quería acerca de cómo pensaba o sentía la gente, en vez de preguntarme si mis presunciones eran ciertas.
—No, no exactamente —respondió Pam, pensativa—. Odiaría verlo infeliz. Y a ti también —añadió de forma un poco residual—. Pero si está preocupado por ti, no reaccionará igual… No reaccionará como…
—Si yo no estuviese de por medio.
Pam no dijo nada durante un instante. Entonces, añadió:
—Creo que la única razón por la que Victor no te ha raptado para usarte contra Eric es porque éste se ha casado contigo. Victor aún intenta cubrirse el trasero siguiendo las normas a rajatabla. No está preparado para rebelarse contra Felipe abiertamente. Seguirá buscando una justificación para todo lo que haga. Ahora anda por la cuerda floja con el rey porque casi permitió que te mataran.
—A lo mejor Felipe nos hace el trabajo —supuse.
Pam volvió a zambullirse en sus pensamientos.
—Eso sería ideal —acordó—. Pero habrá que esperar. Felipe no perderá los papeles cuando se trate de matar a uno de sus lugartenientes. Eso inquietaría al resto.
Agité la cabeza.
—Mala suerte. No creo que Felipe tenga problemas en absoluto con matar a Victor.
—¿Y los tendrías tú, Sookie?
—Sí. —Aunque no tantos como debería.
—Entonces ¿si pudieses hacerlo en un estallido de rabia, en caso de que Victor te estuviese atacando, sería preferible a planear una estrategia en la que no pudiera defenderse a sí mismo?
Vale, puesto así, mi actitud no tenía demasiado sentido. Era evidente que si deseabas matar a alguien, planeabas matar a alguien, deseabas que alguien muriese, meditar las circunstancias era ridículo.
—No debería haber mucha diferencia —dije con voz queda—. Pero la hay. Aun así, Victor tiene que morir.
—Has cambiado —afirmó Pam al cabo de un breve silencio. No parecía sorprendida, horrorizada o asqueada. Tampoco sonaba contenta. Era más bien como si se hubiese dado cuenta de que había cambiado de peinado.
—Sí —dije. Pasamos un rato viendo cómo descargaba la lluvia.
De repente, Pam exclamó:
—¡Mira!
Había un coche blanco de lo más elegante aparcado en el arcén de la interestatal. No entendía la agitación de Pam, hasta que me di cuenta de que el hombre que estaba apoyado en él tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una actitud de absoluta indiferencia, a pesar del torrente.
A medida que nos acercábamos al coche, un Lexus, la figura nos hizo un gesto lánguido con la mano. Nos estaba parando.
—Mierda —dijo Pam—. Es Bruno Brazell. Tenemos que parar. —Se arrimó al arcén y nos detuvimos delante del coche—. Y Corinna —añadió con tono amargo. Miré por el retrovisor y vi a la mujer que acababa de salir del Lexus—. Están aquí para matarnos —apuntó Pam con suma tranquilidad—. Yo no puedo con los dos. Tendrás que echarme una mano.
—¿Que nos van a matar? —Estaba muy, muy asustada.
—Es la única razón por la que se me ocurre que Victor enviaría a dos para hacer el trabajo de uno —dijo. Parecía muy tranquila. Era evidente que Pam estaba pensando mucho más deprisa que yo—. ¡Hora de la fiesta! Si podemos tenerla en paz, la tendremos, al menos por ahora. Toma. —Me puso algo en la mano—. Sácala de la vaina. Es una daga de plata.
Recordé la piel grisácea y la forma lenta de moverse de Bill después de resultar envenenado con plata. Me estremecí, pero estaba enfadada conmigo misma por mis remilgos. Saqué la daga de su vaina de cuero.
—Tenemos que salir, ¿eh? —dije. Intenté sonreír—. Vale. Vamos a divertirnos.
—Sookie, sé valiente y despiadada —aconsejó, y abrió la puerta para desaparecer de mi vista. Lancé un último pensamiento de amor hacia Eric a modo de despedida mientras me escondía la daga en la parte posterior de la cintura de la falda. Salí del coche hacia la lluviosa oscuridad, extendiendo las manos para mostrar que estaban vacías.
Me calé en segundos. Me coloqué el pelo detrás de las orejas para que no me cegara. Aunque el Lexus tenía las luces encendidas, estaba muy oscuro. Las únicas otras fuentes de luz provenían de los faros de los demás coches que iban y venían en ambos sentidos, además de una luminosa parada de camiones que había a un kilómetro. Por lo demás, estábamos en medio de ninguna parte, un tramo anónimo de la interestatal con bosque a ambos lados. Los vampiros veían mucho mejor que yo en la oscuridad. Pero sabía dónde estaba todo el mundo porque proyecté mis sentidos para detectar sus mentes. Veo a los vampiros como agujeros en el patrón, casi como puntos negros en la atmósfera. Es rastreo negativo.
Nadie dijo nada. El único sonido era el repiquetear de la lluvia sobre los dos coches. No podría oír un coche aproximándose por mucho que se acercara.
—Hola, Bruno —saludé. La voz me salió demasiado alegre—. ¿Quién es tu amiga?
Me acerqué a él. Al otro lado de la mediana pasó un coche zumbando en dirección oeste. Si el conductor reparó en nosotros, probablemente le pareció ver a dos samaritanos que ayudaban a gente con problemas en su coche. Los humanos ven lo que quieren ver…, lo que esperan ver.
Ahora que estaba más cerca de Bruno, vi que tenía su corto pelo moreno pegado a la cabeza. Sólo le había visto una vez con anterioridad, y lucía la misma expresión de seriedad que la noche que lo vi plantado en mi jardín, dispuesto a incendiar mi casa conmigo dentro. Bruno es un tipo serio, en la medida en la que yo soy alegre. Nos compensábamos.
—Hola, señorita Stackhouse —dijo Bruno. No era más alto que yo, pero sí más corpulento. La vampira a la que Pam había llamado Corinna emergió a la derecha de Bruno. Era (o había sido en vida) afroamericana y la lluvia se derramaba por las intrincadas trenzas que habían tomado su pelo. Las cuentas de las puntas entrechocaban y producían un sonido apenas audible bajo la torrencial lluvia. Era alta y delgada, y a su altura contribuían unos tacones de siete centímetros. A pesar de llevar un vestido que debió de ser muy caro, estaba calada como si se hubiese metido en una piscina. Parecía una rata ahogada muy elegante.
Como ya estaba de los nervios de todos modos, empecé a reírme.
—¿Se te ha pinchado una rueda o algo, Bruno? —pregunté—. No se me ocurre otra razón por la que pudieras estar aquí, en medio de la nada, con esta oscuridad y esta lluvia.
—Te estaba esperando a ti, zorra.
No estaba segura de dónde se encontraba Pam, y no podía permitirme emplear mis sentidos buscándola.
—¡Esa lengua, Bruno! No creo que me conozcas tanto como para llamarme así. Supongo que tenéis a alguien vigilando la casa de Eric.
—Así es. Cuando vimos que salíais juntas, nos pareció un buen momento para resolver algunos asuntos.
Corinna aún no había abierto la boca, pero miraba a su alrededor, preocupada, y me di cuenta de que no sabía dónde se había metido Pam. Sonreí.
—Por mi vida juro que no sé por qué estáis haciendo esto. Creo que Victor debería estar contento por tener a alguien tan listo como Eric trabajando para él. ¿Por qué no lo aprecia? —¿Y por qué no podréis dejarnos en paz?
Bruno dio un paso hacia mí. Había demasiada poca luz para determinar el color de sus ojos, pero sabía que aún estaba muy serio. El que Bruno respondiera me pareció extraño, pero todo tiempo ganado era bueno.
—Eric es un gran vampiro, pero nunca se arrodillará ante Victor, no del todo. Y está acumulando su propio poder a un ritmo que pone nervioso al propio Victor. Por algo te tiene a ti. Puede que tu bisabuelo se haya impuesto el exilio, pero ¿quién dice que no vaya a volver? Y Eric puede utilizar tu estúpida habilidad siempre que lo desee. Victor no quiere que Eric disponga de esa ventaja.
De repente, Bruno estaba aferrándome el cuello con la mano. Se había movido con tanta rapidez que no tuve forma humana de reaccionar. Por el súbito zumbido que sentí en los oídos, supe que se había producido una especie de conmoción violenta a mi izquierda. Eché la mano hacia atrás para coger la daga, pero de repente estaba tumbada sobre la húmeda hierba, al borde del arcén. Forcejeé levantando y pateando con las piernas para ganar la posición superior. Casi lo conseguí, porque nos pusimos a rodar hacia la zanja de drenaje. Era una pena, ya que se estaba llenando de agua. Bruno no podía ahogarse, pero yo sí. Hice fuerza con el hombro y extraje la daga en el momento en que gané la posición superior. Mientras seguía rodando, empecé a ver puntos negros ante mis ojos. Sabía que era mi última oportunidad. Apuñalé a Bruno entre las costillas.
Y lo maté.
Pam me apartó el cuerpo de Bruno de encima y lo hizo rodar hasta el torrente de agua que circulaba por la zanja de drenaje. Me ayudó a levantarme.
—¿Dónde estabas? —croé.
—Encargándome de Corinna —respondió Pam, que no dejaba mucho espacio a lo que no fuese literal. Señaló el cuerpo que yacía junto al coche, oculto a la vista de los que pudieran pasar. Bajo esa escasa luz resultaba difícil de distinguir, pero juraría que ya había empezado a descomponerse. Nunca había visto un vampiro muerto bajo la lluvia.
—Pensé que Bruno era un gran luchador. ¿Cómo es que no fuiste a por él?
—Te di la daga —contestó Pam, imitando la sorpresa con gran eficacia—. Él no tenía.
—Vale. —Tosí, y vaya si me dolió la garganta—. ¿Qué hacemos ahora?
—Nos largamos —dijo Pam—. Esperemos que nadie haya reparado en mi coche. Creo que no han pasado más de tres coches desde que nos paramos. Con la lluvia y la poca visibilidad, si los conductores eran humanos, tenemos muchas probabilidades de que nadie se acuerde de nosotras.
Volvimos al coche de Pam.
—¿No sería mejor quitar de en medio el Lexus? —pregunté, jadeando las palabras.
—Qué idea más buena —respondió Pam, dándome golpecitos en la cabeza—. ¿Crees que podrás conducirlo?
—¿Adónde?
Pam meditó durante un momento, lo cual me venía muy bien, ya que necesitaba tiempo para recuperarme. Estaba empapada y temblorosa. Y me sentía fatal.