Muerto en familia (28 page)

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Authors: Charlaine Harris

Sam y yo intercambiamos miradas. No sé qué era lo que Sam se había esperado, pero aquello era mucho más serio de lo que yo me imaginaba. Retomé el asunto.

—¿Tom Lattesta lo supo todo el tiempo? —pregunté—. ¿Cuándo empezó a pensar que había algo extraño en mí? ¿Fue antes de que viese la grabación en vídeo del desastre en el hotel de Rhodes, cosa que usó para abordarme hace varios meses?

—Casi todo el tiempo estuvo convencido de que eras un fraude, pero también había momentos en los que creía que eras un bicho raro de verdad.

Me volví hacia mi jefe.

—Sam, ese hombre vino a mi casa el otro día. Lattesta, quiero decir. Dijo que alguien cercano a mí, uno de mis más allegados —no quería ser más específica delante de Antoine— había arreglado las cosas para que no se siguiera investigando sobre mí.

—Eso explica por qué estaba tan enfadado —dedujo Antoine, y su expresión se endureció—. Eso explica muchas cosas.

—¿Qué te pidió que hicieras? —preguntó Sam.

—Lattesta dijo que el asunto del coche quedaría olvidado siempre que mantuviese un ojo puesto en ti y en cualquiera que no fuese del todo humano y frecuentase el bar. Dijo que, de momento, no podía agarrar a Sookie, y estaba enfurecido por ello.

Sam me miró con expresión dubitativa.

—Dice la verdad —indiqué.

—Gracias, Sookie —añadió Antoine. Presentaba un aspecto abyectamente lamentable.

—Vale —concluyó Sam, tras contemplar el rostro de Antoine durante varios segundos—. No te voy a echar.

—¿Sin… condiciones? —Antoine miraba a su jefe, incrédulo—. Ese hombre espera que os siga espiando.

—Sin condiciones, pero con una advertencia. Si le informas de algo que no sea que estoy aquí ocupándome de mi negocio, saldrás de aquí con los pies por delante, y si se me ocurre alguna otra cosa que hacerte, juro que te la haré.

Antoine pareció romperse de alivio.

—Haré todo lo que esté en mi mano, Sam —declaró—. A decir verdad, me alegro de que todo haya salido a la luz. Ha sido un gran peso en mi conciencia.

—Habrá repercusiones —dije, ya a solas con Sam.

—Lo sé. Lattesta las pagará con él, y Antoine sentirá la tentación de contarle algo.

—Creo que Antoine es buen tipo; espero no equivocarme. —No sería la primera vez que me equivocaba con la gente. Y mucho.

—Sí, espero que esté a la altura de nuestras expectativas. —Sam me sonrió de repente. La suya es una gran sonrisa, y no pude evitar devolverle el gesto—. A veces es bueno tener fe en las personas, darles una segunda oportunidad. Además, los dos lo mantendremos vigilado.

Asentí.

—Está bien. Bueno, será mejor que vuelva a casa. —Estaba deseando comprobar el móvil y el fijo por si alguien había dejado algún mensaje. Y el ordenador. Me moría de ganas de recibir noticias de alguien.

—¿Pasa algo? —preguntó Sam, estirando la mano para darme una palmada en el hombro—. ¿Puedo ayudarte con algo?

—Eres el mejor —dije—. Sólo intento salir airosa de una situación complicada.

—¿Eric está desaparecido? —preguntó, demostrando que no se le escapa una.

—Sí —admití—. Y tiene… familiares de visita en la ciudad. No sé qué demonios está pasando. —La palabra «familiares» revoloteaba en mi mente—. ¿Cómo le va a tu familia, Sam?

—El divorcio no tiene marcha atrás y sigue en marcha —respondió—. Mi madre está pasando un mal momento, pero se pondrá mejor con el tiempo, espero. Muchos de sus vecinos de Wright le dan la espalda. Dejó que Mindy y Craig vieran cómo se transformaba.

—¿Qué forma escogió? —De tener elección, yo preferiría ser un cambiante polivalente que uno uniforme, como los licántropos.

—Un scottish terrier, creo. Mi hermana se lo tomó muy bien. Mindy siempre ha sido más flexible que Craig.

Yo pensaba que las mujeres casi siempre son más flexibles que los hombres, pero no era cuestión de verbalizarlo en ese momento. Generalizaciones como ésa pueden volverse contra ti para darte un bocado en el trasero.

—¿La familia de Deidra se ha asentado?

—Al parecer, la boda vuelve a estar en marcha, como hace dos noches —contestó Sam—. Sus padres finalmente han comprendido que la «contaminación» no podía extenderse a Deidra, Craig y sus hijos, en caso de que tuvieran alguno.

—Entonces ¿crees que se celebrará la boda?

—Sí. ¿Sigues pensando en acompañarme a Wright?

Iba a decir: «¿Aún quieres que lo haga?», pero habría sido innecesariamente recatado por mi parte, ya que acababa de pedírmelo.

—Cuando establezcan la fecha, tendrás que preguntarle a mi jefe si me deja salir del trabajo —le solté—. Sam, quizá sea un poco pesada por insistir, pero ¿cómo es que no vas con Jannalynn?

La incomodidad que manaba de Sam no eran imaginaciones mías.

—Ella… Bueno… Ella… Bueno, sólo puedo decir que ella y mi madre no se llevarían bien. Si he de presentársela a mi familia, creo que prefiero que antes se disipe la tensión de la boda. Mi madre aún está afectada por el disparo y el divorcio, y Jannalynn es… una persona algo temperamental. —En mi opinión, si sales con alguien que te produce reparos a la hora de presentársela a tu familia, lo más probable es que no sea la persona adecuada. Pero Sam no me había solicitado mi opinión.

—No, sin duda no es una chica tranquila —observé—. Y, ahora que tiene esas nuevas responsabilidades, supongo que se centrará mucho en los asuntos de la manada.

—¿Qué? ¿Qué nuevas responsabilidades?

Oh, oh.

—Estoy segura de que te lo contará —respondí—. Supongo que no la habrás visto en un par de días, ¿eh?

—No. Se ve que los dos estamos desinformados —contestó.

Dispuesta a admitir que había estado un poco sombría, le sonreí.

—Sí, así son las cosas —dije—. Con el creador de Eric en la ciudad (y teniendo en cuenta que da más miedo que Freddy Krueger), supongo que yo también peco de eso.

—Si antes no sabemos nada de nuestros respectivos, ¿qué te parece si salimos mañana por la noche? Podemos volver a Crawdad Diner —ofreció Sam—. O puedo hacer unos filetes.

—Suena bien —le confesé. Le agradecía la oferta. Me había sentido apartada. Jason parecía muy ocupado con Michele (y, a fin de cuentas, se había quedado la otra noche, cuando esperaba que hubiese huido por patas); Eric tres cuartos de lo mismo (aparentemente), Claude casi nunca andaba por casa y, cuando así era, rara vez estaba despierto a las mismas horas que yo; Tara estaba con su embarazo y Amelia apenas tenía tiempo para mandarme un correo muy de vez en cuando. Si bien no me importaba estar sola alguna que otra vez (de hecho, habitualmente me gustaba), ya había colmado mi cupo últimamente. La soledad es mucho más divertida si es opcional.

Aliviada por que la conversación con Antoine se hubiera terminado y expectante por los futuros problemas que pudiera causar Tom Lattesta, cogí mi bolso del cajón del escritorio de Sam y me fui a casa.

Era una preciosa tarde noche cuando giré por mi camino privado y aparqué en la parte de atrás de mi casa. Pensé en hacer algo de ejercicio con un DVD antes de preparar la cena. El coche de Claude no estaba. No vi que tampoco estuviera la camioneta de Jason, así que supuso toda una sorpresa verlo sentado en las escaleras de atrás.

—¡Hola, hermano! —saludé al salir del coche—. Escucha, quería preguntarte… —Entonces, al percibir su señal mental, supe que el hombre sentado en mi escalera no era mi hermano. Me quedé petrificada. Lo único que podía hacer era quedarme mirando a mi tío abuelo medio hada Dermot preguntándome si habría venido para matarme.

Capítulo
11

Pudo haber acabado conmigo unas sesenta veces en los segundos que permanecí ante él. A pesar de que él tampoco lo hiciera, yo no tenía la menor intención de apartar la mirada de él.

—No temas —me tranquilizó Dermot, levantándose con una gracilidad a la que Jason nunca habría podido aspirar. Se movía como si sus articulaciones fuesen una maquinaria bien engrasada.

—No puedo evitarlo —me excusé con los labios entumecidos.

—Quiero explicarme —pidió, acercándose.

—¿Explicarte?

—Quería estar cerca de vosotros dos —dijo. En ese momento, ya estaba bien dentro de mi espacio personal. Sus ojos eran azules como los de Jason, cándidos como los de Jason pero profundamente perturbados. A diferencia de los de mi hermano—. Estaba confuso.

—¿Sobre qué? —Quería alargar la conversación, y tanto que sí, porque no podía imaginarme qué pasaría cuando llegase una pausa.

—Acerca de dónde se encuentran mis lealtades —dijo, agachando la cabeza con la gracia de un cisne.

—Claro. Háblame de ello. —¡Oh, si al menos tuviese mi pistola de agua llena de zumo de limón en el bolso! Pero le había prometido a Eric que la guardaría en la cómoda cuando Claude se vino a vivir conmigo. De mucho servía ahí. Y la paleta de hierro se encontraba en su sitio, en el cobertizo de las herramientas.

—Lo haré —afirmó, ya tan cerca como para poder olerlo. Olía de maravilla. Siempre es así con las hadas—. Sé que conociste a mi padre Niall.

Asentí con un movimiento imperceptible.

—Sí —confirmé para asegurarme.

—¿Lo querías?

—Sí —contesté sin dudarlo—. Lo quería y lo sigo queriendo.

—Se hace querer. Es encantador —admitió Dermot—. Mi madre, Einin, también era preciosa. No en un sentido puramente feérico, como Niall, pero sí desde el punto de vista humano.

—Eso me explicó Niall —añadí. Era como sortear un campo de minas verbal.

—¿Te contó también que las hadas del agua asesinaron a mi gemelo?

—¿Que si Niall me dijo que habían asesinado a tu hermano? No, pero algo tenía entendido.

—Vi partes del cuerpo de Fintan. Neave y Lochlan lo descuartizaron miembro a miembro.

—También se encargaron de mis padres —agregué conteniendo el aliento. ¿Qué iba a decir?

—Yo… —se debatió con rostro desesperado—. Yo no estaba allí. Yo… Niall… —Resultaba terrible contemplar cómo Dermot pugnaba por hablar. No debía sentir piedad por él a tenor de lo que me había dicho Niall acerca de su intervención en la muerte de mis padres, pero es que no podía soportar su dolor.

—¿Y cómo es que acabaste en el bando de Breandan en la guerra?

—Me dijo que mi padre había matado a mi hermano —respondió Dermot con tristeza—. Y yo le creí. Dudé de mi amor por Niall. Al recordar la tristeza de mi madre cuando Niall dejó de visitarla, pensé que quizá Breandan tuviera razón y que no estábamos hechos para juntarnos con los humanos. Casi nunca suele ir bien para ellos. Y yo detestaba mi condición de mestizo. No pertenecía a ninguno de los dos mundos.

—¿Te sientes mejor ahora? Me refiero al sentirte un poco humano.

—Digamos que he encontrado el equilibrio. Sé que mis acciones pasadas están mal y me duele que mi padre no me permita volver al mundo feérico. —Sus enormes ojos azules destilaban tristeza. Yo estaba demasiado ocupada esforzándome en no temblar como para asimilar todo el impacto de aquella escena.

«Inspira, expira. Calma, calma».

—Entonces ¿ahora no tienes nada contra Jason ni contra mí? ¿Ya no quieres hacernos daño?

Me rodeó con los brazos. Al parecer, era la época de «abrazar a Sookie» y nadie me había avisado. Las hadas son muy propensas al contacto físico, y el espacio personal no tiene ningún sentido para ellas. Me habría gustado echar para atrás a mi tío abuelo, pero no me atrevía. No hacía falta leer la mente de Dermot para saber que cualquier cosa podría hacerle saltar, tal era la delicadeza de su equilibrio mental. Tuve que invertir toda mi fuerza de voluntad en mantener la cadencia de mi respiración para no ponerme a temblar. Su proximidad y la tensión que provocaba su presencia, la enorme fuerza de sus brazos, me zambulló en los recuerdos de dos hadas psicópatas que habían merecido con creces su muerte. Sacudí los hombros y noté un atisbo de pánico en los ojos de Dermot. «Cálmate. Mantén la serenidad».

Le sonreí. Tengo una bonita sonrisa, eso me dice la gente, aunque creo que es un poco exagerada, un poco irracional. No obstante, encajaba perfectamente en esa conversación.

—La última vez que viste a Jason… —empecé a decir, pero no se me ocurrió cómo terminar la frase.

—Ataqué a su compañera. Soy la bestia que hirió a su mujer.

Tragué saliva con fuerza y redoblé la sonrisa.

—Quizá habría sido mejor que le explicases por qué ibas a por Mel. Y que no fue Mel quien la mató.

—No, fueron los míos quienes acabaron con ella. Pero habría muerto de todos modos. No iba a llevarla a que la ayudasen, ya me entiendes.

Poco más podía añadir, ya que su relato de lo que le había pasado a Crystal era muy preciso. Caí en que no había obtenido por su parte una respuesta coherente a por qué había dejado que Jason permaneciera en la ignorancia acerca del crimen de Mel.

—Pero no se lo explicaste a Jason —insistí, sin dejar de acordarme de que tenía que respirar de forma muy conciliadora. O eso esperaba. Me di cuenta de que, cuanto más estuviese en contacto con Dermot, más nos tranquilizábamos los dos. Y él estaba cada vez más coherente.

—Me encontraba hecho un lío —dijo seriamente, optando, para mi sorpresa, por un lenguaje más moderno.

Quizá ésa iba a ser la mejor respuesta que recibiría. Decidí optar por otra estrategia.

—¿Querrías ver a Claude? —pregunté, esperanzada—. Ahora vive conmigo, aunque sólo por un tiempo. Debería volver a última hora de esta noche.

—No soy el único, ¿sabes? —contestó Dermot. Alcé la mirada para encontrarme con sus ojos de loco. Comprendí que mi tío abuelo trataba de confesarme algo. Rogué a Dios poder arrancarle algo de racionalidad. Sólo durante cinco minutos. Di un paso atrás intentando imaginar qué necesitaba.

—No eres el único hada que queda en el mundo humano. Sé que Claude está aquí. Habrá alguien más, ¿no? —Habría disfrutado de mi telepatía un par de minutos.

—Sí, sí. —Su mirada suplicaba comprensión.

Arriesgué con una pregunta directa:

—¿Quién más hay a este lado?

—No querrías conocerlo —me aseguró Dermot—. Has de tener cuidado. Ahora no es dueño de sus actos. Es ambivalente.

—Ya. —Quienquiera que fuese el aludido, no era el único con sentimientos encontrados. Ojalá contase con el cascanueces adecuado que me abriera la mente de Dermot.

—A veces merodea por tu bosque. —Puso sus manos sobre mis hombros y apretó con suavidad. Era como si intentase transmitirme a través de la carne cosas que no era capaz de expresar con palabras.

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