Muerto en familia (38 page)

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Authors: Charlaine Harris

—¿Podéis hacer el favor de parar? —pedí. Me quedé aturdida. Parecía habérseme agotado la energía. Eric me rodeó con el brazo.

—No —contestó Alexei con su voz de crío—. El amor de Eric por ti rezuma a través del vínculo, Sookie, pero no puedo parar. Me siento mucho mejor que en décadas. —Y era verdad; yo también lo sentía a través del vínculo. A pesar de que la droga lo había mermado temporalmente, empezaba a sentir los matices, y había tal amasijo contradictorio de ellos que era como estar a merced de un viento que no para de cambiar de dirección.

Eric trataba de derivar hacia donde yacía su creador.

—Ocella —dijo—. ¿Estás vivo?

Ocella abrió un ojo negro detrás de una máscara de sangre y respondió:

—Por primera vez en siglos creo que desearía que no fuera así.

«Yo también», pensé y noté que me miraba.

—Ella me mataría sin el menor remordimiento —afirmó el romano, casi divertido. Con la misma voz, siguió hablando—: Alexei me ha seccionado la columna. No podré moverme hasta que se cure.

—Alexei, por favor, no mates a las hadas —pedí—. Ése es mi primo, Claude, y ya no me queda mucha familia en el mundo.

—¿Quién es el otro? —preguntó el muchacho, realizando un increíble salto para tirar del pelo de Claude y echarse sobre el otro, cuya espada no fue lo bastante rápida esta vez.

—No lo sé —admití. Iba a decir que no era amigo mío, que probablemente fuese un enemigo, ya que suponía que era el compinche de Basim, pero no quería que muriese nadie más…, con la posible salvedad de Apio Livio.

—Me llamo Colman —rugió el hada—. ¡Pertenezco a las hadas celestes y mi hijo ha muerto por tu culpa, mujer!

Oh.

Era el padre del bebé de Claudine.

Cuando el brazo de Eric me soltó, tuve que esforzarme para mantenerme de pie. Alexei hizo otro de sus asaltos al círculo de cuchillas, golpeando la pierna de Colman con tanta fuerza que casi le hizo perder el equilibrio. Me preguntaba si se la habría roto. Pero mientras Alexei estuvo cerca, Claude se las arregló para clavarle el cuchillo hacia atrás y herirle justo debajo del hombro. De haber sido humano, lo habría matado al instante. Sin embargo, Claude se escurrió sobre la grava y casi cayó al suelo, pero mantuvo el equilibrio a duras penas. Vampiro o no, el muchacho empezaba a cansarme. No me atrevía a apartar la mirada para ver lo que estaba haciendo Eric o dónde estaba.

Se me ocurrió una idea. Salí corriendo hacia la casa, aunque no podía hacerlo en línea recta y tuve que detenerme a recuperar el aliento al subir las escaleras del porche.

En el cajón de mi mesilla encontré la cadena de plata que me había quedado hace siglos, cuando los drenadores habían secuestrado a Bill para sacarle la sangre. Me hice con ella, me arrastré de nuevo fuera de la casa como pude, con la cadena oculta detrás de la cintura y me acerqué a los tres combatientes, aunque más a Alexei, que no dejaba de danzar y corretear alrededor de los otros dos. En el poco tiempo que había estado ausente, parecía haber perdido algo de velocidad. Sin embargo, Colman estaba con una rodilla clavada en el suelo.

Odiaba mi plan, pero tenía que pararlo.

La siguiente vez que el muchacho se acercó, yo estaba lista, dejando que la cadena colgase holgadamente de mi mano. Alcé los brazos, los volví a bajar y enrollé la cadena en el cuello de Alexei. Crucé las manos y tiré. Alexei cayó al suelo envuelto en gritos. Al segundo, Eric apareció junto a mí con tres ramas arrancadas. Alzó ambos brazos y los bajó con brusquedad. Un instante después, Alexei, zarevich de Rusia, se encontró con su muerte definitiva.

Jadeé, ya que estaba demasiado cansada para llorar, mientras me dejaba caer en el suelo. Poco a poco, las hadas fueron relajando sus posturas de combate. Claude ayudó a Colman a levantarse y ambos posaron las manos en los hombros del otro. Eric estaba entre las hadas y yo, sin perderlos de vista. Colman era mi enemigo, no cabía duda, y Eric estaba siento cauto. Aproveché que no me estaba mirando, arranqué la estaca del cuerpo de Alexei y me arrastré hasta el pobre Apio. Observó mi aproximación con una sonrisa.

—Desearía matarte ahora mismo —confesé en voz muy baja—. No sabes cómo deseo que mueras.

—Dado que te has parado a decírmelo, sé que no vas a hacerlo —contestó con una enorme confianza—. Tampoco te quedarás con Eric.

Deseaba demostrarle que se equivocaba en ambos extremos, pero esa noche ya había visto demasiada sangre y muerte. Titubeé. Luego levanté un trozo de rama rota. Por primera vez, Apio parecía un poco preocupado… O quizá simplemente se había resignado.

—No lo hagas —pidió Eric.

Podría haberle ignorado de no haber notado la súplica en su voz.

—¿Sabes qué podrías hacer para ser de alguna ayuda, Apio Livio? —pregunté. Eric lanzó un grito. Los ojos de Apio brillaron más allá de mí y sentí que me pedía que me apartase. Me lancé hacia un lado con la pizca de energía que aún me quedaba. La espada cuyo destino era yo acabó hundiéndose en Apio Livio, y se trataba de una hoja feérica. El romano quedó sumido en convulsiones inmediatamente, a medida que la zona que circundaba a la herida se ennegrecía a una velocidad pasmosa. Colman se quedó petrificado mientras contemplaba a su accidental víctima. Echó los hombros hacia atrás y se dejó caer. Tenía una daga entre ellos. Eric apartó de un golpe al tambaleante Colman.

—¡Ocella! —gritó Eric, con la voz teñida de horror. De repente, Apio Livio se quedó quieto.

—Vaya, vaya —dije, agotada, volviendo la cabeza para ver quién había arrojado el cuchillo. Claude contemplaba los dos cuchillos que aún tenía en su poder, como si esperase que uno de ellos se desvaneciera.

Estábamos desconcertados.

Eric cogió al maltrecho Colman y lo aferró del cuello. Las hadas son increíblemente atractivas para los vampiros —su sangre lo es—, y a Eric no le faltaban razones para matar a ese individuo. No se contuvo en absoluto y acabó provocando una escena dantesca. Los deglutidos, la sangre derramándose por el cuello de Colman, sus ojos vidriosos… Ambos los tenían vidriosos. Los de Eric estaban llenos de ansia de sangre, mientras que los de Colman se llenaban de muerte. Las heridas lo habían debilitado demasiado para luchar con Eric, quien parecía más sonrosado con cada trago.

Claude cojeó hasta sentarse sobre la hierba, a mi lado. Depositó los cuchillos cuidadosamente junto a mí, como si le hubiese exigido su devolución.

—Intentaba convencerlo de que volviese a casa —contó mi primo—. Sólo lo he visto una o dos veces. Había elaborado un laborioso plan para que acabases en una cárcel humana. Quería matarte hasta que te vio con Hunter en el parque. Pensó en raptar al crío, pero ni siquiera sumido en su rabia fue capaz.

—Te mudaste para protegerme —deduje. Era algo asombroso viniendo de alguien tan egoísta como Claude.

—Mi hermana te quería —apuntó Claude—. Colman quería a Claudine y estaba muy orgulloso de que ella lo escogiera para ser el padre de su hijo.

—Intuyo que era uno de los seguidores de Niall. —Había dicho que pertenecía a las hadas celestes.

—Sí. Colman significa «paloma».

Ahora ya de poco importaba. Lo sentía por él.

—Debía de saber que nada de lo que yo dijese impediría a Claudine hacer lo que ella consideraba correcto —continué.

—Lo sabía —admitió Claude—. Ésa era la razón por la que no podía matarte, incluso antes de ver a Hunter. Por eso habló con el licántropo y elaboró un plan tan retorcido —suspiró—. Si Colman hubiese estado realmente convencido de que fuiste responsable de la muerte de Claudine, nada lo habría detenido.

—Yo lo habría hecho —afirmó una nueva voz, y Jason emergió del bosque. No, era Dermot.

—Vale, entonces fuiste tú quien lanzó la daga —concluí—. Gracias, Dermot. ¿Estás bien?

—Espero… —Dermot nos miró suplicante.

—Colman lo hechizó —observó Claude—. Al menos eso creo yo.

—Dijo que no tenías mucha magia —le conté a Claude—. Me habló del conjuro hasta donde pudo. Pensé que Colman sería el responsable. Pero, una vez muerto, pensaba que el conjuro se rompería.

Claude frunció el ceño.

—Dermot, entonces ¿no fue Colman quien te hechizó?

Dermot se sentó en el suelo, frente a nosotros.

—Mucho más —dijo elípticamente. Intenté interpretar sus palabras.

—Lo hechizaron hace mucho más tiempo —indagué, sintiendo al fin una leve punzada de excitación—. ¿Quieres decir que te hechizaron hace meses?

Dermot me aferró la mano con su zurda y tomó la de Claude con la diestra.

—Creo que quiere decir que lleva mucho más tiempo bajo el hechizo. Años. —Las lágrimas surcaron las mejillas de Dermot.

—Apuesto mi dinero a que fue cosa de Niall —supuse—. Puede que lo tuviese todo planeado. Dermot lo merecía por, no sé, sus dudas acerca de su herencia feérica o algo así.

—Mi abuelo es muy cariñoso, pero no demasiado… tolerante —dijo Claude.

—¿Sabes cómo se deshacen los hechizos en los cuentos de hadas? —pregunté.

—Sí, ya tengo entendido que los humanos narran cuentos de hadas —respondió Claude—. Bien, dime cómo.

—En los cuentos se deshacen con un beso.

—Fácil —dijo Claude, y como si hubiésemos ensayado un beso sincronizado, los dos nos inclinamos hacia delante para besar a Dermot.

Y funcionó. Se estremeció de los pies a la cabeza y se nos quedó mirando a medida que los ojos se le inundaban de inteligencia. Empezó a llorar profusamente y, tras un instante, Claude se puso de rodillas para ayudarlo a levantarse.

—Te veré luego —me dijo, y guió a Dermot hacia la casa.

Eric y yo nos quedamos a solas. Estaba ensimismado, a escasa distancia de los cadáveres que yacían en mi jardín delantero.

—Esto es muy shakespeariano —solté paseando la mirada por los despojos sanguinolentos del suelo. El cuerpo de Alexei ya empezaba a descomponerse, pero mucho más despacio que el de su viejo creador. Ahora que Alexei había muerto definitivamente, los patéticos huesos de su tumba en Rusia también se desvanecerían. Eric había dejado el cuerpo del hada sobre la grava, donde empezó a convertirse en polvo, como suele pasar con los de su especie. Difería bastante de la desintegración de los vampiros, pero resultaba igual de práctico. Me di cuenta de que no tendría tres cadáveres que ocultar. Me sentía tan agotada por ese día horroroso que pensé que ése era el momento más feliz de las últimas horas. Eric tenía el aspecto y el olor de algo salido de una película de terror. Nos miramos. Él apartó la mirada primero.

—Ocella me lo enseñó todo para ser vampiro —confesó Eric en voz muy baja—. Me enseñó a alimentarme, a ocultarme y a discernir cuándo era seguro mezclarse con los humanos. Me enseñó a hacer el amor con los hombres y luego me liberó para hacerlo con las mujeres. Me protegió y me amó. Me hizo daño durante décadas. Me dio la vida. Mi creador ha muerto. —Hablaba como si apenas creyese sus propias palabras. Yo no sabía cómo sentirme. Sus ojos permanecieron posados sobre la decadente masa de escamas que había sido Apio Livio Ocella.

—Sí —confirmé, intentando no parecer demasiado contenta—. Lo está. Y no lo maté yo.

—Pero lo habrías hecho —rebatió Eric.

—Me lo estaba planteando —confesé. De nada servía negarlo.

—¿Qué le ibas a preguntar?

—¿Antes de que Colman lo apuñalara? —Aunque «apuñalar» no era la palabra más adecuada. «Atravesar» lo era más. Sí, «apuñalar». Mi cerebro se movía como una tortuga—. Bueno, le iba a decir que estaría encantada de dejarlo vivir si mataba a Victor Madden por ti.

Había conseguido dejar a Eric anonadado, tanto como pudiera estarlo cualquiera tan deprimido como él.

—Habría estado bien —dijo lentamente—. Has tenido una buena idea, Sookie.

—Sí, bueno. Pero ya no va a poder ser.

—Tenías razón —convino Eric, con la voz aún atenazada—. Esto es como el final de una de esas obras de Shakespeare.

—Somos los que hemos quedado en pie. Bien por nosotros.

—Soy libre —concluyó Eric. Cerró los ojos. Gracias a los últimos retazos de droga, prácticamente veía cómo la sangre de hada recorría sus venas. Vi que su energía aumentaba considerablemente. Todas sus heridas físicas se habían curado, y gracias a la sangre de Colman empezaba a dejar atrás su sufrimiento por su creador y su hermano. Sólo quedaba el alivio de haberse librado de ellos—. Me siento muy bien. —Casi soltó una vaharada hacia el aire nocturno, aún impregnado con los aromas de la sangre y la muerte. Parecía saborear el olor—. Eres la persona a la que más quiero —confesó con unos azules ojos llenos de frenesí.

—Me alegra oírlo —dije profundamente incapaz de sonreír.

—Tengo que volver a Shreveport para ver cómo está Pam y preparar todo lo que tengo que hacer ahora que Ocella ha muerto —añadió—. Pero, tan pronto como pueda, volveremos a estar juntos y recuperaremos el tiempo perdido.

—Suena muy bien —reconocí. Una vez más, estábamos solos con nuestro vínculo, aunque, a falta de renovarlo, no era tan potente como antes. Pero no pensaba sugerirle eso a Eric, no esa noche. Alzó la cabeza, inhaló de nuevo y salió disparado hacia el cielo nocturno.

Cuando todos los cuerpos se desintegraron del todo, me incorporé y fui hacia la casa. Me sentía como si la carne se me fuese a desprender de los huesos. Me dije que debería sentirme mínimamente triunfal. A diferencia de mis enemigos, yo no había muerto. Pero en el vacío dejado por la droga, apenas sentía un atisbo de satisfacción. Oía a mi tío abuelo y a mi primo hablar en el salón y el agua corriente, antes de cerrar la puerta de mi cuarto de baño. Tras ducharme y prepararme para meterme en la cama, abrí la puerta de mi habitación y me los encontré esperándome.

—Queremos dormir contigo —dijo Dermot—. Todos dormiremos mejor.

Aquello me parecía increíblemente extraño y escalofriante, o puede que pensara que así debería ser. Estaba demasiado cansada como para ponerme a discutir. Me metí en la cama. Claude se puso a un lado y Dermot al otro. Justo cuando pensaba que jamás sería capaz de conciliar el sueño, que era una situación demasiado rara y equivocada, sentí que una especie de feliz relajación se extendía por todo mi cuerpo; una especie de comodidad a la que no estaba acostumbrada. Estaba con mi familia. Estaba con mi sangre.

Y dormí.

Notas

[1]
Qué esperar cuando estás esperando un bebé. (N. del T.)

[2]
En inglés: «Dulce hogar».
(N. del T.)

[3]
National Association for the Advancement of Colored People [Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color].
(N. del T.)

[4]
Caza y pesca en Luisiana.
(N. del T.)

[5]
Marca de comida en conserva.
(N. del T.)

[6]
Popular juego de tablero en Estados Unidos.
(N. del T.)

[7]
Agencia Federal de Gestión de Emergencias.
(N. del T.)

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