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Authors: David Brin

Navegante solar (23 page)

Como un collar con el hilo roto, el toro se dividió por donde las bandas oscuras se tensaban. Una a una, mientras el cuerpo del progenitor giraba lentamente, las bandas claras, ahora pequeñas formas individuales anulares, quedaron libres, mientras rotaban hacia el lugar donde se produjo la ruptura. Fueron arrojadas de una en una hacia arriba, a lo largo de las líneas invisibles del flujo magnético, hasta que corrieron por el cielo como perlas. Del Grande, el progenitor, no quedó nada.

Unas cincuenta formas anilladas giraron deslumbrantes en un enjambre protector de brillantes pastores azules. Avanzaron inseguras y, desde el centro de cada una de ellas, un diminuto brillo verde fluctuó indeciso.

A pesar de su cuidadosa vigilancia, los espectros perdieron a varios de sus erráticos custodios. Algunos de los infantes, más activos que los demás, salían de la cola. Un breve estallido de brillo verde sacó a un bebé magnetóvoro de la zona protegida y lo dirigió hacia uno de los adultos que acechaban cerca. Jacob esperó que continuara hacia la nave. ¡Si tan sólo el toroide adulto se quitara de en medio!

Como si hubiera oído sus pensamientos, el adulto empezó a dejar paso al joven. Su borde latió con diamantes verdiazules cuando el recién nacido pasó por encima.

De repente, el toro saltó hacia arriba en una columna de plasma verde. Demasiado tarde, el joven intentó escapar. Volvió su débil antorcha hacia el borde de su perseguidor mientras huía.

El adulto no se inmutó. En un momento el bebé quedó vencido, arrastrado al latiente agujero central del adulto y consumido en un destello de vapor.

Jacob advirtió que estaba conteniendo la respiración. Resopló, y le pareció un suspiro.

Los bebés fueron dispuestos en filas ordenadas junto a sus mentores. Empezaron a apartarse lentamente del rebaño, mientras unos cuantos pastores permanecían allí para mantener en fila a los adultos.

Jacob observó los brillantes anillos de luz hasta que un grueso rizo de filamento llegó flotando y le impidió la visión.

—Ahora empecemos a ganarnos nuestra paga —susurró Helene deSilva. Se volvió hacia el piloto—. Mantenga a los restantes pastores alineados con el plano de la cubierta. Y pídale a Culla que esté ojo avizor. Quiero ver si se acerca algo desde el nadir.

¡Ojo avizor! Jacob reprimió un escalofrío involuntario, y negó firmemente cuando su imaginación intentó formar una imagen. ¿De qué época venía esta mujer?

—Muy bien —dijo la comandante—. Acerquémonos despacio.

—¿Cree que se darán cuenta de que esperamos hasta que terminó el parto? —preguntó Jacob.

Ella se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Tal vez creyeron que éramos sólo una forma tímida de toroide adulto. Tal vez ni siquiera recuerdan nuestras visitas anteriores.

—¿Ni la de Jeff?

—Ni la de Jeff. Yo no supondría demasiado. Creo a la doctora Martine cuando dice que sus máquinas registran una inteligencia básica. ¿Pero qué significa eso? En un entorno como éste, aún más simple que un océano terrestre, ¿qué razón tendría una raza para desarrollar una habilidad semántica, o una memoria? Esos gestos amenazantes que hemos visto en inmersiones previas no indican necesariamente mucho cerebro.

»Podrían ser como los delfines antes de que iniciáramos experimentos genéticos hace unos pocos cientos de años, mucha inteligencia y ninguna ambición mental. ¡Demonios, tendríamos que haber traído hace mucho tiempo a gente como usted, del Centro de Elevación!

—Está hablando como si la inteligencia evolucionada fuera la única ruta —sonrió él—. Dejando a un lado por el momento la opinión galáctica, ¿no debería considerar al menos otra posibilidad?

—¿Quiere decir que tal vez los Espectros hayan sido también elevados? —DeSilva pareció aturdida por un momento. Entonces la idea recaló y se dio cuenta de las implicaciones—. Pero si ése fuera el caso, entonces tendría que haber...

El piloto la interrumpió.

—Mi comandante, están empezando a moverse.

Los Espectros aleteaban en el gas cálido y retorcido. Luces azules y blancas ondularon a lo largo de la superficie de cada uno mientras gravitaban perezosamente, a cien mil kilómetros por encima de la fotosfera. Se retiraron lentamente de la nave, permitiendo que la separación disminuyera, hasta que pudo verse una leve corona de nubes blancas rodeando a cada uno.

Jacob advirtió que Fagin se colocaba a su izquierda.

—Sería una lástima que tanta belleza fuera considerada culpable de un crimen —trinó suavemente el kantén—. Podría tener grandes problemas sintiendo el mal y asombrándome al mismo tiempo.

Jacob asintió muy despacio.

—Los ángeles son brillantes... —empezó a decir. Pero, por supuesto, Fagin conocía el resto.

Los ángeles son brillantes, aunque los más brillantes cayeron. Aunque todas las cosas malas llevaran el rostro de la gracia, la gracia debe seguir pareciendo lo que es.

—¡Culla dice que están a punto de hacer algo! —El piloto se asomó, cubriéndose una oreja con la mano.

Un rizo de gas más oscuro del filamento entró rápidamente en la zona, bloqueando por un instante la visión de los Espectros. Cuando se despejó, todos los Espectros menos uno se habían alejado.

Esperó hasta que la nave se acercó lentamente. Parecía distinto, semitransparente, más grande y más azul. Y más simple. Parecía rígido y no ondulaba como los demás. Se movía más deliberadamente.

Un embajador, pensó Jacob.

El solariano se alzó despacio mientras se acercaban.

—Mantente a su nivel —dijo deSilva—. ¡No pierdas contacto instrumental!

El piloto la miró sombrío y se volvió hacia sus instrumentos, con los labios apretados. La nave empezó a rotar.

El alienígena se alzó más y se acercó. El cuerpo en forma de abanico parecía latir contra el plasma como un pájaro intentando ganar altura.

—Está jugando con nosotros —murmuró deSilva.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque no tiene que hacer tantos esfuerzos para mantenerse encima. —DeSilva pidió al piloto que acelerara la rotación.

El sol salió por la derecha y se dirigió a su cénit. El Espectro continuó latiendo hacia una posición superior, aunque tenía que girar boca abajo junto a la nave. El sol cubrió el cielo y luego se puso.

Entonces salió y volvió a ponerse en menos de un minuto.

El alienígena permaneció arriba.

La rotación se aceleró. Jacob apretó los dientes y resistió el impulso de agarrarse a Fagin para mantener el equilibrio mientras la nave experimentaba día y noche en cuestión de segundos. Sintió calor por primera vez desde que comenzó el viaje al sol. El Espectro permaneció enloquecedoramente encima y la fotosfera se encendía y se apagaba como una lámpara intermitente.

—Vale, déjalo —dijo deSilva.

La rotación se redujo. Jacob se tambaleó mientras se detenían del todo. Sintió como si una brisa fresca acariciara su cuerpo. Primero calor, luego escalofríos: ¿Voy a enfermar?

—Ganó —dijo deSilva—. Siempre gana, pero merecía la pena intentarlo. ¡Por una vez me gustaría intentarlo con el Láser Refrigerador funcionando! —Miró al alienígena de encima—. Me pregunto qué sucedería si se acercase a una fracción de la velocidad de la luz.

—¿Quiere decir que teníamos el refrigerador desconectado? —Ahora Jacob no pudo evitarlo. Se apoyó levemente en el tronco de Fangin.

—Claro —dijo la comandante—. No creerá que queremos freír a docenas de toroides y pastores inocentes, ¿verdad? Por eso estuvimos sumergidos un tiempo límite. ¡De lo contrario podríamos haber intentado alinearlo con los instrumentos del borde hasta que el infierno se congele!

Miró al Espectro.

Una vez más, la frase extraña. Jacob no estaba seguro de que la fascinación de la mujer se encontrara en sus cualidades más directas o en la forma que tenía de expresarse algunas veces. En cualquier caso, el calor abrumador y las siguientes brisas refrescantes quedaron explicadas. Habían permitido que el calor del sol se filtrara durante unos momentos.

Me alegro de que eso fuera todo, pensó.

16
... Y APARICIONES

—Todo lo que recibimos es una imagen difusa —dijo el tripulante—.

Las pantallas de estasis deben de estar doblando de algún modo la imagen del Espectro, porque parece retorcida, como reflejada a través de una lente. De cualquier forma —se encogió de hombros mientras repartía las fotos—, es lo mejor que podemos hacer con una cámara de mano.

DeSilva contempló la foto que tenía en la mano. Mostraba una caricatura azul y deforme de un hombre, una figura tiesa con piernas retorcidas, brazos largos y grandes manos extendidas. La fotografía había sido tomada justo antes de que las manos se convirtieran en puños, rudos pero identificables.

Cuando le tocó el turno, Jacob se concentró en la cara. Los ojos eran agujeros vacíos, igual que la boca irregular. En la foto parecían negros, pero Jacob recordó que el escarlata de la cromosfera era el verdadero color. Los ojos ardían rojos y la boca se movía como si pronunciara maldiciones, toda roja.

—Hay una cosa —continuó el tripulante—. El tipo es transparente. Lo atraviesa el H-alfa. Sólo lo advertimos en los ojos y en la boca porque el azul que produce no lo traga. Pero por lo que podemos decir, su cuerpo no bloquea nada.

—Bueno, ésa es la mejor definición de lo que es un espectro que he oído en mi vida —dijo Jacob, y devolvió la foto.

Tras volver a levantar la cabeza, preguntó por enésima vez:

—¿Está segura de que el solariano volverá?

—Siempre lo hace —dijo deSilva—. Nunca queda satisfecho con una simple ronda de insultos.

Martine y Bubbacub descansaban, preparados para ponerse los cascos si el alienígena volvía a aparecer. Culla, aliviado de sus deberes en la zona inversa, estaba tumbado en un sofá, sorbiendo lentamente un liquitubo que contenía una bebida azul. Sus grandes ojos estaban ahora vidriosos, y parecía cansado.

—Supongo que todos deberíamos tumbarnos —dijo deSilva—. No conseguiremos nada rompiéndonos el cuello de tanto mirar hacia arriba.

Por ahí es por donde aparecerá el Espectro cuando venga.

Jacob escogió un asiento junto a Culla, para poder ver a Bubbacub y Martine.

Los dos tuvieron poco tiempo para hacer gran cosa durante la primera aparición. En cuanto el Espectro Solar se colocó cerca del cénit, cambió a la forma amenazante parecida a un hombre. Martine apenas pudo ajustarse el casco antes de que la criatura sonriera, agitara un puño y se marchara.

Pero Bubbacub tuvo tiempo de comprobar su ka-ngrl. Anunció que el solariano no usaba el particular tipo de potente psi que la máquina detectaba y contrarrestaba. Al menos no entonces. El pequeño pil la dejó encendida de todas formas, por si acaso.

Jacob apoyó la cabeza en el asiento y tocó el botón que le permitía reclinarse lentamente, hasta que quedó mirando el cielo rosado y filamentoso.

Era un alivio saber que el poder pi-ngrli no estaba funcionando aquí. Pero entonces, ¿cuál era el motivo de la extraña conducta del Espectro? Volvió a preguntarse si LaRoque no tendría razón, si los solarianos sabían cómo hacerse entender en parte porque conocían a los humanos de antes. Estaba claro que el hombre nunca había visitado el sol en el pasado, pero ¿fueron las criaturas de plasma alguna vez a la Tierra, e incluso crearon allí la civilización? Parecía descabellado, pero lo mismo sucedía con el proyecto Navegante Solar.

Otra idea: Si LaRoque no era responsable de la destrucción de la nave de Jeff, entonces los Espectros podrían ser capaces de matarlos a todos en cualquier momento.

Si era así, Jacob esperaba que el periodista-astronauta tuviera razón en lo demás: que los solarianos sintieran más respeto al tratar con humanos, pila y kantén que el que habían mostrado hacia un chimpancé.

Jacob pensó en probar por su cuenta con la telepatía cuando la criatura volviera a acercarse. Le habían hecho pruebas una vez y descubrieron que no tenía aptitudes psi, a pesar de sus extraordinarias habilidades memorísticas e hipnóticas, pero de todas formas, tal vez debería intentarlo.

Un movimiento a su izquierda le llamó la atención. Culla, que miraba a un punto delante de él y a cuarenta y cinco grados del cénit, se llevó un micro a los labios.

—Capitana —dijo—. Creo que vuelve. —La voz del pring resonó por toda la nave—. Pruebe ángulosh de 120 a 30 gradosh.

Culla soltó el micro. El cable flexible lo introdujo en una rendija situada junto a su mano derecha y el tubo de bebida, ahora vacío.

La neblina roja se oscureció brevemente mientras un hilillo de gas pasaba ante la nave. Entonces el Espectro volvió, todavía empequeñecido por la distancia pero haciéndose más grande a medida que se aproximaba.

Esta vez era más brillante, y más concreto en los bordes. Pronto resultó doloroso contemplar su tono azul.

Volvió de nuevo como la figura de un hombre, los ojos y la boca ardiendo como brasas mientras gravitaba, a la mitad de camino del cénit.

Permaneció allí durante largos minutos, sin hacer nada. La figura era decididamente malévola. Jacob podía sentirlo! La exclamación de la doctora Martine le hizo darse la vuelta, y advirtió que había estado conteniendo la respiración.

— ¡Maldito sea! —Ella se quitó el casco—. ¡Hay demasiado ruido!

¡Pensé que había conseguido algo... un toque aquí y allá... y entonces desapareció!

—No se moleste —dijo Bubbacub. La voz entrecortada procedía del vodor, situado ahora sobre la cubierta junto al pequeño pil.

Bubbacub tenía el casco puesto y contemplaba fijamente al Espectro—.

Los humanos no tienen el psi que ellos usan. Su intento, de hecho, les causa dolor y algo de ira.

Jacob deglutió rápidamente.

—¿Ha entrado en contacto con ellos? —preguntaron Jacob y Martine casi al mismo tiempo.

—Sí —dijo la voz mecánica—. No me mo-lesten. —Los ojos de Bubbacub se cerraron—. Dígame si se mueve. ¡Sólo si se mueve!

Después de eso, no pudieron sacarle nada.

Jacob se preguntó qué le estaría diciendo. Observó la aparición.

¿Qué se podía decir a una criatura semejante?

De repente, el solariano empezó a agitar las «manos» y a mover la «boca». Esta vez sus rasgos eran más claros. No quedaba nada de la imagen convulsa que habían visto en su primera aparición. La criatura habría aprendido a manejar las pantallas de estasis. Un ejemplo más de su habilidad para adaptarse. Jacob no quiso pensar lo que aquello implicaba a la seguridad de la nave.

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