Read Otoño en Manhattan Online
Authors: Eva P. Valencia
Pronto la vergüenza se pintó en la cara de ella, que a
duras penas trataba de arreglar aquel desastre, frotando con ímpetu la tela con
una servilleta de papel.
Gabriel la observaba divertido.
No era más que una niña que quizás no tenía ni los
dieciocho años. De facciones dulces, cabellos largos y dorados, con un
flequillo perfectamente recortado a la altura de las cejas y una preciosa
mirada azul.
Justo entonces, la sujetó con fuerza de las muñecas para
impedir que siguiera moviéndose de aquella forma tan humillante.
—No te preocupes por la camiseta —dijo mientras se la
sacaba por la cabeza para escurrirla—. Además la culpa ha sido solo mía: Eso me
pasa por girarme sin mirar…
La joven sonrió y Gabriel le miró a los labios. Eran muy
sugerentes.
—Aunque de haber sabido que eras tan guapa, seguramente
hubiese tratado de chocar contigo mucho antes.
Gabriel le guiñó el ojo y ella se mordió el labio inquieta.
—¿Estás de vacaciones en Las Vegas?
—No exactamente —le explicó la joven—. Estoy aquí por la
cena benéfica, de hecho, soy la hija de uno de los organizadores.
Ella sonrió de nuevo pero esta vez alzando el mentón con
orgullo, tentando a Gabriel de conocer más cosas de ella.
—Pues me parece una iniciativa admirable y creo que debería
haber muchos más actos así… ¿Suele celebrarse todos los años por estas fechas?
Ella asintió ajustándose las gafas de sol en la cabeza como
si de una diadema se tratara.
—¡Caroline! —gritó Peter Kramer acercándose.
Ella se giró.
—¡Papá…! —le sonrió abrazándose a su cintura.
Peter Kramer miró a Gabriel y su cara se iluminó al
instante.
—Veo que por lo visto ya has conocido a mi hija —le tendió
su mano.
Gabriel se había quedado estupefacto.
Ignoraba que Peter Kramer tuviera una hija y mucho menos
que fuese tan mayor.
Peter colocó un brazo sobre el hombro de Gabriel realizando
con agrado las pertinentes presentaciones entre este y su hija:
—Cariño, él es Gabriel Gómez de
Andrews&Smith
Arquitects.
—Papá… ¿no me digas que él fue quién te ganó al tenis? —le
señaló con el dedo mofándose y luego añadió—: Para tu información Gabriel, has
de saber que desde que le ganaste, no tiene en mente otra cosa más que en
tomarse la revancha…
Caroline sonrió a Gabriel de forma traviesa.
—Pues estoy deseando jugar ese partido para volverte a
ganar Peter —se rió con descaro.
—¿Acaso es un desafío? —enarcó una ceja.
—Por supuesto —se burló Gabriel—.Has de saber que no me
gusta perder ni a las canicas...
Ambos se rieron y luego Peter miró la hora en su
Rolex
de oro. El tiempo se le había echado
literalmente
encima.
—Se me ha hecho tardísimo... —dijo apresuradamente—. Antes
de la cena, he de dejar zanjados varios asuntos importantes. Y, tú jovencita...
—la miró algo más serio—. Deberías de estar ya en la peluquería… Tu madre
estará subiéndose por las paredes…
—Vaaaale… —suspiró lentamente—. Me bebo una CocaCola y
subo.
Caroline besó a su padre en la mejilla y después se
despidió de Gabriel con una amplia sonrisa.
Peter y Gabriel charlaron animadamente hasta entrar al
hotel. Ya en el hall, tomaron direcciones opuestas. Gabriel aprovechó para
subir a su habitación a ducharse, a afeitarse y a disfrazarse con aquel
espantoso esmoquin. Pero sobretodo, contando los minutos que faltaban para
que dieran las siete de la tarde.
Gabriel salió de la ducha hacia el dormitorio, acabando de
secar sus rebeldes cabellos con la toalla.
En media hora se reuniría en la cafetería con Jessica y el
solo hecho de pensar en ella lo excitaba como un vulgar adolescente. Ese juego
de tira y afloja que se había creado entre ambos, no hacía más que acrecentar
su bochornoso deseo.
Acabó de colocarse la chaqueta del esmoquin mirándose al
espejo. Y la sorpresa se instaló en su cara, no le quedaba tan mal como
pensaba, hasta incluso le daba un aire de elegancia. Cogió la pajarita negra
que reposaba sobre las sábanas e intentó hacer el lazo, sin conseguirlo. Lo
probó hasta exasperarse y al final lo dejó sin anudar, colgado a ambos lados de
las solapas de la chaqueta.
Entró de nuevo en el cuarto de baño, se roció las palmas
con after shave y se dio palmaditas sobre la piel recién afeitada.
Se lavó las manos, se las secó y al mirarse al espejo y ver
aquellos cabellos rebeldes cayendo por su frente y su nuca, intentó poner algo
de
remedio
. Cogió el bote de gomina y como nunca lo había
utilizado, recordó las veces en que lo había visto hacer a su hermano
Iván.
Colocó una pequeña cantidad del tamaño de una nuez en una
de las yemas de sus dedos, friccionó para repartir la gomina y, cerrando un ojo
a la vez que sacaba la lengua, se colocó un poco en las puntas de sus
cabellos intentando darle alguna forma, ¿cuál?, pues estaba por verse… Imitó
los movimientos de su hermano, un cabello por aquí, un mechón por
allá… Cuando acabó, volvió a mirarse al espejo y pensó que hoy la
suerte corría de su parte, porque para ser la primera vez que utilizaba aquel
producto, no le había quedado tan mal. Bueno, aún tenía que pasar por la
supervisión de Jessica.
Bajó al hall y saludó al mismo botones que le había
recomendado el bar de la piscina para tomarse aquella cerveza, quién tuvo que
mirarle dos veces antes de darse cuenta de que se trataba de la misma persona.
Gabriel sonrió orgulloso, esperando producir un efecto similar en el rostro de
Jessica.
Faltaban diez minutos para las siete de la tarde, así que
viendo que ella aún no había aparecido, tomó asiento en una de las cómodas
butacas y pidió un café solo bien cargado.
Aprovechó esos minutos, para enviar un mensaje a Daniela
para saber cómo le había ido el primer día de academia y si se encontraba mejor
después del incidente.
Ella no tardó en responderle:
“Las clases han resultado muy amenas, si se tiene en cuenta
que la primera hora ha sido exclusivamente para presentaciones y poco más.
Los moretones parecen que van mejorando poco a poco y el
brazo está empezando a remitir el malestar.
Claudia se ha puesto en contacto con el seguro y cree que
probablemente nos paguen todos los desperfectos”
Las palabras de Daniela le produjeron una sonrisa en sus perfilados
labios y cuando iba a contestar un nuevo mensaje, alzó la vista hacia la puerta
del vestíbulo, encontrándose con la penetrante mirada de Jessica desde lo
lejos.
Gabriel tuvo que tomar aliento al verla, se levantó de un
salto para recibirla.
Verla caminar, era todo erotismo. Estaba espectacular,
bellísima a rabiar, preciosa. Sintió erizarse todo el vello de su cuerpo.
Jessica Orson caminaba agarrada del brazo de Robert
Andrews.
Gabriel solo tenía ojos para ella.
Brillaba con luz propia. Parecía una de esas actrices de
Hollywood caminando por la alfombra roja hacia los
Oscar
. Iba con
un maravilloso vestido en seda de escote de corazón, entallado a la cintura,
con una falda de gasa en color champagne y con incrustaciones de pequeños
cristales. A todo ello, se sumaba un suave maquillaje y un recogido bajo a la
altura casi de la nuca.
—Buenas noches Gabriel —le saludó Robert con una adusta
expresión en sus labios.
—Robert —asintió estrechándole la mano.
—Os dejo un minuto, he de hacer una llamada —se excusó.
Jessica se soltó del brazo de Robert y éste la besó en la
mejilla reteniendo unos segundos los labios sobre su piel.
Jessica sostuvo la mirada a Gabriel en todo momento.
Una vez a solas, Jessica le miró de arriba abajo. Por mucho
que buscara alguna pega, esta vez, tenía que morderse la lengua y callar.
Gabriel estaba espectacular, brillaba como una moneda nueva de un dólar de
plata. El esmoquin le quedaba como un guante, los rasgos se le marcaban más sin
aquella incipiente barba, dejando al descubierto unos labios perfilados,
carnosos y tremendamente sensuales.
Pestañeó, dejando de perderse en aquellos labios para
retomar el aliento y fijar su atención a su pelo con aquel
toque
de
gomina que le hacía tan sexy.
—¿Me ayuda con la pajarita? —tiró de las puntas para
mostrársela.
Jessica sin vacilar, se acercó un poco más para alcanzar
los extremos y comenzar a anudarla entre sus dedos.
Gabriel no le quitaba el ojo de sus labios.
«¡Dios!»
Tenía tantas ganas de morder esos labios y tirar de ellos,
de meter la lengua en esa pecaminosa boca… que le incitaba una y otra vez al
mismísimo infierno.
Cuando acabó de anudar la pajarita, Gabriel se acercó
lentamente para rozar su cara con la de ella y susurrarle al oído unas
palabras:
—Está preciosa con este vestido… aunque me gustaría
arrancárselo para lamerle de arriba abajo a mi antojo.
El aliento de Gabriel acarició el lóbulo de Jessica. La
mujer de hielo se estremeció ante la hambrienta mirada de él.
Gabriel esbozó una sonrisa triunfal, había conseguido
afectarle de nuevo. Era evidente que la química entre ellos estaba presente.
Ignorarla, era absurdo.
—No se haga ilusiones… eso no va a pasar —retrocedió un par
de pasos al ver regresar a Robert entre la gente.
Jessica acababa de tirarle una jarra de agua helada por
encima de su cabeza, al verla como se agarraba del brazo de Robert.
—¿Vamos a la cena? —le preguntó a Jessica ignorando
deliberadamente a Gabriel.
Ella asintió y comenzaron a caminar, dejándole unos pasos
atrás, como si fuese su perrito faldero. A Gabriel hacía tiempo que nadie le
había hecho sentir tan ultrajado. Ella estaba dispuesta a ignorarlo el resto de
la velada.
Una vez en el salón, Robert y Jessica, tomaron asiento
sentándose frente a Gabriel. Los demás invitados poco a poco fueron rellenando
los huecos en la mesa.
La cena dio comienzo, varios camareros empezaron a desfilar
al ritmo de la música, sirviendo marisco y copas de vino blanco.
Una de las sillas junto a Gabriel seguía desértica. Tal vez
alguien en el último momento no pudo presentarse, aunque lo extraño era que no
hubiese tarjeta identificativa con el nombre.
Sin darle más importancia que la debida, cogió las pinzas y
comenzó a partir las patas de la langosta. De vez en cuando, alzaba la
vista cruzándose con la mirada de Jessica que se clavaba como una espada.
No comprendía nada. Le estaba matando, porque sus palabras
decían una cosa, pero sus gestos y el comportamiento de su cuerpo, mostraba
otra bien distinta.
De repente, como una exhalación alguien se sentó al lado de
Gabriel, pidiendo disculpas y haciendo chirriar la silla al sentarse.
—Buenas noches.
El embriagador perfume de Caroline envolvió el ambiente en
segundos. Gabriel ladeó la cabeza encontrándose con la mirada azul de ella.
—Vaya, menuda sorpresa…
Gabriel le sonrió y ella se contagió al momento.
—Mi padre y sus ocurrencias. A última hora me ha cambiado
de mesa, piensa que contigo me divertiré más que en la mesa con los abuelos…
Él aprovechó para observarla con más detenimiento. Vestía
un conjunto dorado anudado al cuello de corte sirena, que le favorecía
enormemente. También se había maquillado los labios en un tono rojo y una raya
de rimmel por encima del nacimiento de sus pestañas. Ya no aparentaba dieciocho
años.
—¿Tienes edad para beber alcohol? —le preguntó Gabriel
llenándole la copa de vino.
—Tengo edad para beber y para otras cosas —sonrió con
picardía.
Gabriel negó con la cabeza mientras dejaba la botella sobre
la mesa y le acercaba la copa a su mano.
—Gracias… pero estoy tomando antibiótico y mi médico me
mataría si bebo un solo trago —sonrió retirando la copa. Se apoderó de la
del agua y bebió sin dejar de mirarle a los ojos—. Me encantan tus tatuajes y
el
piercing
de tu pecho…
Gabriel la escuchaba sin dejar de mirar a su boca. Por la
forma de mover la lengua, intuía que tenía un
piercing
justo ahí.
—¿Tienes alguno? —le preguntó dándose cuenta de que se
mordía el labio al pensar.
—Tengo tres.
Gabriel abrió los ojos, sorprendido.
—¿Y
piercings
?
—Tres también —sonrió y sacó la lengua para enseñarle el
primero—: Uno.
Se levantó un poco el corsé para mostrarle el que tenía
atravesando el ombligo.
—Dos.
Se tapó la piel con el corsé y se acercó juguetona al oído
de Gabriel.
—Y el tercero… tiene premio gordo
—
le susurró con descaro.
Desde luego era una chica muy, pero que muy interesante,
pensó Gabriel.
—Eres una chica muy traviesa —se burló.
—¿Y por qué no? —le contestó divertida mientras se llevaba
una oliva a la boca y la hacía girar de forma sugerente.
Gabriel que miró al frente, se volvió a cruzar con los ojos
de Jessica.
Esta vez su rostro estaba tenso y se mostraba muy inquieta,
tintineaba con sus largas uñas el cristal de la copa de vino sin dejar de mirar
a Gabriel y a la joven, de forma inquisidora.
«Menuda es la jefa»
,
pensó Gabriel.
«Igualita al perro del hortelano: Ni come, ni deja comer…»
Dejó de mirarla para concentrar toda su atención a aquella
personita que tenía a su lado.
Desde luego la noche empezaba a ponerse muy interesante…